Muchas veces hemos dicho que “el Perú es un meme”. Ahora, con la reciente decisión del gobierno, parece que la comunicación institucional también lo es. Este martes 30 de diciembre de 2025, se publicó en el diario oficial El Peruano la Resolución Ministerial N.º 366-2025-PCM, que establece como política de comunicación social –de obligatorio cumplimiento para todas las entidades del Poder Ejecutivo– el uso del logo y la frase “¡EL PERÚ A TODA MÁQUINA!” en toda publicidad institucional informativa y en aquella que comunique a la población los servicios que brinda el Estado.
Desde el Ejecutivo aseguran que la frase busca transmitir “movimiento constante, decidido y sin pausas frente a la delincuencia”. Sin embargo, es imposible ignorar su asociación directa con el fenómeno viral de Martín Palacios, el imitador que se hizo famoso en redes sociales por su extraordinario parecido físico con el presidente y por su contagioso baile al ritmo de “La Máquina”, una canción de reggaetón que inundó TikTok y otras plataformas.
En comunicación corporativa, convertir una idea en meme puede ser un acierto estratégico: genera alta recordación, facilita la comprensión y amplifica el alcance del mensaje. Un concepto que podría sonar abstracto o distante se vuelve universal, accesible y fácil de consumir cuando viaja en el vehículo perfecto del meme. El éxito radica en usar el meme como forma, no como fondo.
El problema aquí es que no hay fondo. La forma –el meme viral– se presenta como la esencia misma de la estrategia, intentando vestir un contenido que no se comprende claramente, que admite múltiples interpretaciones y que, con el tiempo, nadie asociará con un plan serio contra la inseguridad. Llamar a la campaña “Perú a toda máquina” logrará que la ciudadanía recuerde los divertidos videos de TikTok, pero difícilmente evocará un trabajo articulado, sostenido y efectivo contra la delincuencia que nos aqueja, como comentó el ejecutivo.
Esta decisión no solo es arriesgada; es peligrosa desde el punto de vista de la comunicación corporativa y las relaciones públicas. Cuando una institución –y más aún el Estado– adopta un meme como eje de su narrativa oficial, resta credibilidad, seriedad y autoridad. Corre el riesgo de pasar de la frase “el Perú es un meme” a la percepción de que tenemos “una gestión meme”, especialmente cuando se pretende abordar los problemas más graves del país.
Porque, en el fondo, ¿qué nos produce un meme? Un momento jocoso, una distracción divertida. Nos saca una sonrisa en medio del estrés diario y, en muchos casos, actúa como un breve alivio ante la realidad. Pero nada más. Un meme nos aparta temporalmente del problema –nos hace reír y nos entretiene–, pero no aporta soluciones ni genera confianza para enfrentar los retos reales. Al contrario, muchas veces funciona como un distractor que impide enfocarnos en lo verdaderamente importante.
Una analogía sencilla: imagina que le cuentas por WhatsApp a un amigo cercano un problema serio –te robaron el celular, ahora temes salir a la calle, te preocupa que le pase lo mismo a tu familia–. Te abres, compartes tu miedo y expresas la necesidad de que se tomen medidas para que no vuelva a ocurrir. Tras desahogarte, tu amigo te responde… con un meme. Si es alguien muy cercano, quizá te saque una media sonrisa. Pero, en el fondo, ¿qué esperarías? Apoyo, empatía, palabras de aliento o, al menos, una señal de que te toma en serio.
Y si solo responde con memes, una y otra vez, ¿cómo te sentirías? Decepcionado, cuando no ignorado. Eso mismo le ocurre a la ciudadanía cuando el Estado, ante problemas estructurales como la inseguridad, responde con un eslogan memístico impuesto por norma.
Desde aquí, como profesionales de la comunicación, hacemos un llamado urgente a la PCM a revisar esta estrategia. Los peruanos merecemos mensajes serios para problemas serios. No todo es memeable. No queremos más memes como respuesta oficial. El Perú no es un meme.