En las periferias de Lima, la vida transcurre entre contrastes y luchas silenciosas. Las calles, marcadas por la huella de la adversidad, narran historias de esfuerzos y sueños que se aferran con tenacidad a la posibilidad de un futuro mejor.
Era un día cualquiera de 2017, cuando Maricarmen Silva, cargando el legado de su pasión por el ballet y las enseñanzas acumuladas a lo largo de su vida, entró al colegio estatal Brígida Silva de Ochoa en el distrito de Chorrillos. No era la primera vez que la idea de llevar el arte a lugares inesperados cruzaba por su mente, pero sí fue el inicio de un viaje que marcaría su vida y la de muchas niñas en este rincón de Lima.
En ese momento, el propósito de Maricarmen iba más allá de enseñar posiciones y movimientos; buscaba democratizar el ballet, hacerlo accesible y relevante para niñas que, de otro modo, no tendrían la oportunidad de conocerlo. La música y los pasos de baile se convirtieron en un lenguaje común que desafiaba las barreras socioeconómicas, permitiendo a sus estudiantes soñar más allá de las limitaciones impuestas por su entorno.
El ballet, una disciplina que a menudo evoca imágenes de escenarios majestuosos y atuendos costosos, se estaba transformando en algo mucho más significativo: un vehículo de empoderamiento y cambio.
En lo alto de Chorrillos, donde las casas parecen desafiar tanto la gravedad como la escasez, viven Nicole y Keith, hermanas cuyo día a día es un testimonio de resistencia y esperanza. La realidad de su barrio, marcado por la ausencia frecuente de servicios básicos y el azote del frío invernal, contrasta con el ensueño al que se entregan cada tarde: el mundo del ballet.
Maricarmen, figura central en su desarrollo, no solo les ha enseñado los pasos y movimientos del ballet clásico, sino que se ha convertido en una guía hacia posibilidades más prometedoras. Su academia, situada en la tranquila zona de Miraflores, en la parroquia de Fátima, se distingue por ser un espacio donde la solidaridad y el arte van de la mano, un refugio donde jóvenes de diferentes estratos sociales se unen a través de la danza.
Tras la jornada escolar, Nicole, Keith, Layra, María José y Victoria —esta última, junto con sus compañeras, proveniente de distritos marcados por la desigualdad como San Juan de Miraflores y Villa El Salvador— emprenden su camino hacia dicho santuario. La academia se convierte en el escenario donde sus diferencias se desvanecen, cediendo paso a un vínculo forjado por la disciplina y amor por el ballet.
Este sentimiento es eco del sacrificio, la dedicación y el esfuerzo compartido no solo en las coreografías que practican, sino en cada paso que dan juntas fuera del escenario.
El regreso a casa no es menos desafiante; terminan sus clases a las 9 de la noche, y el camino de vuelta se torna en un acto de coraje. La oscuridad y sus peligros, sin embargo, no son rivales para la fuerza y solidaridad del grupo. Juntas, enfrentan las adversidades con una valentía forjada en la constancia y unión de sus horas de danza, demostrando que más allá de las técnicas y presentaciones, el ballet les ha enseñado a enfrentar la vida con determinación y gracia.
En el Perú, un país de gran diversidad y riqueza cultural, el apoyo al arte enfrenta desafíos críticos que obstaculizan su desarrollo y promoción. Los artistas se ven confrontados con la escasez de financiamiento, tanto público como privado, y la falta de espacios adecuados para la exhibición y el fomento de sus obras.
La creatividad y el empeño de estas jóvenes se extiende a la participación de ferias de ropa de segunda mano. Cada artículo vendido se convierte en un aporte crucial hacia la meta de participar en concursos de ballet, cruciales para su desarrollo artístico. “Es muy difícil porque además el arte es caro. Entonces, hemos encontrado en el reciclaje y la venta de ropa de segunda un medio para conseguir el dinero necesario para costear nuestras actividades”, compartió Maricarmen a Infobae Perú, dando voz a la inventiva y determinación del grupo.
Adicionalmente, el mundo digital se ha convertido en un valioso aliado. Las redes sociales ‘El ballet de Maricarmen’ sirven como plataforma para organizar actividades de recaudación como polladas y rifas. Estas iniciativas virtuales no solo han abierto nuevos canales de financiamiento sino que también han enseñado a las jóvenes importantes lecciones sobre trabajo en equipo, perseverancia y autonomía.
En las entrañas de Perú, donde los prejuicios y la discriminación podrían fácilmente ensombrecer los sueños, la iniciativa de Silva se alza como un faro de posibilidad y cambio. Más allá de ser un simple grupo de ballet, es una comunidad donde cada pirueta y cada paso es un desafío a los estigmas, un puente que conecta mundos distintos a través de la elegancia y disciplina de la danza clásica.
Lo que estas niñas demuestran a la sociedad es que el arte, en su expresión más pura, no conoce de barreras ni de límites. Ellas bailan no solo para alcanzar su propio sueño de grandeza en el ballet, sino para ser testimonio vivo de que con determinación y trabajo duro, lo inalcanzable se convierte en posible.
Cada giro, cada salto en el escenario es un acto de valentía, una declaración de que importa más el talento y la pasión que el origen o los recursos. “El ballet de Maricarmen” se transforma así en una historia que nos invita a creer, a luchar por nuestros sueños, no importa las veces que tengamos que levantarnos después de caer. Con cada movimiento, estas jóvenes no solo están moldeando su futuro; están tejiendo un nuevo tejido social en Perú, uno donde el arte es un vehículo de unión y superación.