El presidente Javier Milei concluye el año mucho más afianzado como gobierno, pero con una sociedad que, a pesar de haberlo votado extendiendo el tiempo de espera, no está mejor. La economía del país sigue recesiva.
Los primeros semestres dan el piso de crecimiento: en el 2025 fue importante el primer y segundo trimestre, impulsados por las actividades ligadas a las exportaciones. En el tercer trimestre, disminuyó la actividad económica, y en el cuarto quedamos a cero. En los segundos semestres, la economía depende del mercado interno. Por lo tanto, arrancaríamos el 2026 desde el piso cero que dejamos en diciembre.
CAME acusa una caída interanual del 4.1% en las ventas minoristas pymes, con descensos en la mayoría de los rubros para noviembre 2025. En la expectativa del 2026 se ve un segundo trimestre bueno, porque la cosecha viene muy bien. La macro, en general aún, está acusando los golpes de las elecciones de este año, está en cero.
Este 2025 termina siendo, para el Presidente, de consolidación política, no económica; y de expectativas de un sector de la sociedad que le renovó el tiempo de espera. Ahora es cuestión de saber cuánto tiempo dura esa espera social.
Administrar las victorias no es fácil. Y mucho más, cuando la derrota era la carta favorita para el gobierno (que al mes de setiembre mostraba incapacidad de reacción).
El triunfo electoral de octubre produjo un veranito político, sin despegue económico. Podría señalarse que Argentina sigue —de alguna manera— administrando recesiones. No aparece el crecimiento como estrategia de futuro. Las pymes siguen aumentando su capacidad ociosa y el nivel de despidos es alto. Entonces, ¿por qué baja la desocupación? Porque el empleo se uberizó. Quienes salieron del mercado formal, fueron a engrosar las filas de la informalidad. El empleo de calidad no crece.
El ganar una elección donde el Presidente nada tenía a su favor, consolidó su poder político. Y hasta puede soñar con su reelección. Si bien la oposición está desperfilada, un Congreso con mucho de mediocre, pudo articular un límite al oficialismo, bloqueando el capítulo 11 del Presupuesto, donde a última hora se introdujo la eliminación de dos leyes absolutamente queridas y legalizadas por los representantes de los argentinos: Financiamiento Universitario y Emergencia en Discapacidad.
El Presidente ha declarado que no vetará el Presupuesto, como hubo trascendido inicialmente. Es decir, la oposición logró poner un tope democrático a una intención presidencial de correr unos centímetros el arco constitucional. Por lo tanto, ambas leyes siguen vigentes, aunque sin ser cumplidas. Podría —de persistir en esta actitud— ¿correr riesgo penal su jefe de Gabinete tras el fallo del Juez Cormik?
Más allá del capítulo 11, este Presupuesto prevé eliminar el 6% de inversión en Educación, le reducen 93 % a las escuelas técnicas, el 36.8% a las universidades. Mientras tanto, aumenta el endeudamiento de las familias, la mora en los pagos de créditos, crece el volumen de cheques rechazados.
Decía que el Presidente puede soñar con su reelección. Mientras, la oposición sueña con encontrar un “mesías” presidenciable, en cambio, de trabajar sobre un proyecto visible y posible. El peronismo sigue a la baja de mano de las disputas entre Cristina de Kirchner, La Cámpora y Axel Kicillof. El radicalismo no repunta desde la apresurada salida del poder de Fernando de la Rúa. El PRO tuvo una aparición y también un declive meteórico.
¿Le sirve al país y a la democracia que su gobierno se consolide, pero su sociedad se debilite? ¿Cuál es la política de largo plazo que presenta el Presidente? Para ser ecuánime, ¿cuál fue la política de largo plazo que tuvieron los sucesivos gobiernos en Argentina de las últimas décadas, que no sea el perdurar?
¿Se puede gobernar desde la derecha o la izquierda ignorando el bien común? Parece que sí. Por empezar robando, se ignora al bien común. Si se prioriza exageradamente a quienes todo tienen en desmedro, de los que todo les falta, también.
La política argentina debe abandonar la permanente actitud del “te doy, me das”, o sencillamente de la extorsión. La política argentina ha perdido la palabra, sin palabra resulta muy difícil hablar, por lo tanto, entenderse. Argentina debe perder la costumbre pírrica de someter al otro. De ganar solo por ganar. Debe volver al camino de ampliación, de miradas, de coincidencias, al Presidente, esto no le gusta, tal vez porque no le guste la política sino los frutos que la misma brinda.