De la cultura del trabajo a la de la dádiva y la bicicleta financiera

Analizar este proceso es clave para entender los desafíos actuales y el estancamiento del crecimiento

La cultura del esfuerzo y la meritocracia era palpable: trabajar, formar una familia, educar a los hijos y construir una casa constituía el motor real de la economía (Foto: Europa Press)

A fines del siglo XIX y comienzos del XX, Argentina atraía inversiones e inmigrantes gracias a reglas claras y una dirigencia política enfocada en el mismo rumbo: crear condiciones propicias para inversores, garantizar que el Estado no obstaculizara la innovación privada y potenciar la integración económica global. La consecuencia directa de este marco institucional fue el crecimiento sostenido, respaldado por olas inmigratorias dispuestas a forjar su prosperidad sobre la base del trabajo.

Esos inmigrantes no buscaban planes sociales, sino la posibilidad de construir un futuro mejor. La cultura del esfuerzo y la meritocracia era palpable: trabajar, formar una familia, educar a los hijos y construir una casa constituía el motor real de la economía argentina, acompañado por productores agropecuarios que apostaban por la excelencia, invirtiendo en las mejores razas de ganado para potenciar las exportaciones.

Este ciclo virtuoso se sostuvo hasta la crisis mundial de 1929. Como muchos países, Argentina recurrió a medidas intervencionistas: regulaciones, aumento del gasto público e impuestos, y la creación del Banco Central. Sin embargo, en otras naciones estas políticas resultaron transitorias.

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Incluso cuando Estados Unidos implementó el New Deal, la independencia del poder judicial estadounidense limitó los excesos regulatorios y permitió retomar la senda del libre mercado una vez superada la emergencia.

Después de la crisis mundial de 1929, Argentina recurrió a medidas intervencionistas: regulaciones, aumento del gasto público e impuestos, y la creación del Banco Central

En contraste, la Argentina consolidó su giro intervencionista tras la llegada del peronismo. Ideas que en otros contextos fueron temporales, aquí se volvieron permanentes, asentando la “cultura de la dádiva”.

Para el populismo, la pobreza no era un problema de falta de oportunidades, sino de distribución: si alguien era pobre, era porque otro era rico, y la justicia social debía imponer una transferencia directa de recursos “de los que tienen a los que no tienen”.

Para el populismo, la pobreza no era un problema de falta de oportunidades, sino de distribución: si alguien era pobre, era porque otro era rico, y la justicia social debía imponer una transferencia directa de recursos (Foto: AP)

En ese esquema, la envidia al éxito, el recelo hacia quien prospera y el castigo fiscal a la riqueza personal se afianzaron. Todo aquel que, con esfuerzo y asumiendo riesgos, alcanzaba logros económicos, automáticamente generaba sospechas y pasaba a ser sujeto de regulación, mayores impuestos y obstáculos estatales.

La lógica pasó de “seducir al capital” para crear empleo y mejorar ingresos, a “combatir al capital”, como lo proclama la histórica marcha peronista. El primer gran error argentino fue el tránsito de la cultura del trabajo a la del asistencialismo.

El Estado comenzó a gravar fuertemente a quienes producían y trabajaban, para transferir recursos a quienes no lo hacían y sentían derecho a ser mantenidos mediante subsidios. Esta tendencia se mantuvo y profundizó incluso después de 1955 y 1976, cuando nuevos gobiernos, en vez de desandar el camino de la dádiva y el estatismo, apostaron por el Estado benefactor, ahuyentando inversiones y creando compañías públicas deficitarias bajo la bandera de la “soberanía nacional”.

La lógica pasó de “seducir al capital” para crear empleo y mejorar ingresos, a “combatir al capital”, como lo proclama la histórica marcha peronista

Pero el populismo exige financiamiento. Al agotarse la recaudación fiscal, la emisión monetaria se convirtió en el recurso habitual para sostener el modelo, inaugurando un ciclo inflacionario crónico. El alza generalizada de precios condujo, como respuesta, a la aplicación de controles de los aumentos y al intento de contener el índice de precios al consumidor manipulando el tipo de cambio.

Con este objetivo, las autoridades recurrieron recurrentemente a subir tasas de interés y fomentar el arbitraje entre tasa y dólar. Así, el Banco Central ofrecía rendimientos atractivos en moneda local, con el propósito de frenar la demanda de divisas y mantener quieto el tipo de cambio, permitiendo así que quienes invertían en plazos fijos obtuvieran ganancias en dólares.

El Banco Central ofrecía rendimientos atractivos en moneda local, con el propósito de frenar la demanda de divisas y mantener quieto el tipo de cambio (Foto: Reuters)

Esta dinámica se repitió invariablemente: con la tablita cambiaria, el plan Primavera, el estallido de febrero de 1989 y las Lebac durante el gobierno de Juntos por el Cambio. El país se acostumbró a mecanismos de rentabilidad financiera lejos del esfuerzo productivo.

Hoy, bajo la actual gestión, a pesar de los anuncios electorales de cerrar el Banco Central, la política económica gira nuevamente sobre las mismas herramientas. El arbitraje entre tasa y dólar renace con nombre renovado: ahora se denomina carry trade, antes era la bicicleta financiera, pero la esencia no cambió.

El arbitraje entre tasa y dólar renace con nombre renovado: ahora se denomina carry trade

Si se analiza el recorrido que va del trabajo al asistencialismo y la especulación financiera, emerge un país donde trabajar, invertir y producir perdió atractivo. Las oportunidades se concentran en vivir del Estado; ya sea a través de subsidios sociales, ya de la “timba” con instrumentos financieros de corto plazo. Esta realidad explica que el centro de la actividad económica haya abandonado la productividad real para instalarse en el beneficio coyuntural y la transferencia de recursos.

La historia y la experiencia internacional demuestran que ningún país creció ni se desarrolló sosteniendo una economía sobre la base del asistencialismo o la especulación. El crecimiento genuino proviene del esfuerzo, la innovación y la inversión. Revertir el deterioro implica dejar atrás la dádiva y el juego financiero, para volver a cultivar un entorno de trabajo y creación de riqueza.

Recuperar la cultura del trabajo es el paso necesario para que Argentina recupere su rumbo y vuelva a crecer. Solo así será posible reconstruir la confianza, atraer inversiones y recomponer el tejido social y económico, devolviendo sentido y dignidad al esfuerzo.

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