Panic show

Milei parece hacer un culto de la desmesura y la excentricidad: lejos de esconder estos atributos de liderazgo que harían sonar “alarmas”, los alimenta, los exhibe con desparpajo, y les da centralidad en su estrategia comunicacional

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Javier Milei (Mario Sar)
Javier Milei (Mario Sar)

Mientras un cada vez más exaltado y envarado Javier Milei se muestra muy cómodo llevando su particular visión de la “batalla cultural” a una escala global, una Argentina atravesada por una brutal crisis, que condena a millones de ciudadanos de a pie a la lucha por la mera supervivencia, se adentra en escenarios tan inciertos como oscuros.

El Presidente está visiblemente encandilado no solo por los flashes de los medios internacionales que buscan develar las aristas de un fenómeno considerado inédito, sino también por la privilegiada atención que recibe de una extrema derecha europea en búsqueda de referencias políticas con la potencialidad de insuflar nuevos bríos a estos movimientos en el viejo continente. Un interés que ha estimulado el carácter pretendidamente evangelizador de su discurso que, liberado de las ataduras de las fronteras nacionales, lo viene llevando previsiblemente a inmiscuirse en los asuntos internos de otros Estados, y a generar evitables conflictos con otros mandatarios.

Y, como todo en el universo Milei, se espiraliza y reproduce a una velocidad inusitada, de la mano de una actitud auto celebratoria de la desmesura, reivindicada por los principales referentes de un gabinete con cada vez menor volumen político y recurrentes evidencias de inexperiencia y, por ultimo viralizada en las redes sociales (fundamentalmente la del “amigo” Elon) de la mano de una miríada de trolls y seguidores que alimentan las “burbujas de significación” de las que vuelve a nutrirse el Presidente con likes, retuits y comentarios. Y así, el círculo de desmesura, a menudo rayana con la intolerancia e impropia para alguien de su responsabilidad e investidura, vuelve a regenerarse.

La semana tuvo, sin dudas, muchos acontecimientos que permiten abonar estas tendencias. Por orden cronológico, cabría mencionar al menos tres.

En primer lugar, el raid mediático tras el polémico viaje a la cumbre de la derecha europea en España, en el que Milei no sólo dejó muy en claro que no estaba dispuesto a retroceder ni un ápice respecto al altercado que tuvo con Pedro Sánchez, sino que también lo llevó a afirmar que lo ocurrido ha demostrado, nuevamente, que es “el máximo exponente de la libertad a nivel mundial, le guste a quien le guste”, llegando a afirmar incluso -en una llamativa tercera persona-, que “es uno de los dos líderes más importantes del mundo”.

En segundo lugar, el entusiasmo con el que el propio Milei y su entorno festejaron la tapa de la prestigiosa publicación estadounidense Time, una portada a la que solo llegaron un puñado de argentinos, como Perón, Evita, Frondizi, Alfonsín o Menem. Un hecho mediático que fue celebrado como evidencia de la relevancia de Milei en la conversación mundial, aunque soslayando el profundo carácter critico de la cobertura.

En tercer lugar, el peculiar “espectáculo” en el Luna Park, un pastiche en el que Milei fue el protagonista excluyente de un show musical (pretendidamente de rock), de una suerte de sketch (aunque no de ficción) de “stand-up”, y de una compleja conferencia de presentación de su último libro, en la que abundó en teorías económicas e impostó un tono marcadamente “académico”. Todo ello ante más de 5 mil invitados y simpatizantes que festejaban esta suerte de ritual con inocultables tufillos mesiánicos.

Lo cierto es que Milei parece hacer un culto de la desmesura y la excentricidad: lejos de esconder estos atributos de liderazgo que harían sonar “alarmas”, los alimenta, los exhibe con desparpajo, y les da centralidad en su estrategia comunicacional. El presidente parece así más empeñado en construir este “personaje” que busca erigirse en una suerte de nuevo referente de la extrema derecha global, que en convertirse en un líder político y jefe de Estado preparado para enfrentar los desafíos del país.

Una incomprensible apuesta que queda en evidencia a la hora de analizar los “logros” del gobierno en estos primeros seis meses de gestión. Logros que, en el caso de la baja de inflación o el superávit fiscal, son calificados por el propio Milei como “milagros”, pero que más que producto de la prédica evangelizadora de un profeta, fueron alcanzados a costa de una recesión profunda que recién comienza a mostrar sus peores consecuencias. “Logros” que ni los propios mercados ni el FMI -a quienes el gobierno busca complacer- ya festejan, como evidencia un salto de las cotizaciones informales del dólar que refleja la preocupación de los actores económicos ante una economía sin competitividad, con alta presión fiscal (pese a las promesas de Milei), atraso cambiario, elevados costos (incluso en dólares) y dificultades para conseguir respaldos en el Congreso y entre los gobernadores.

Así las cosas, la idea que parece defender Milei es que solo necesita del “apoyo popular” para gobernar, y que para recrear ese apoyo es imprescindible defender a como dé lugar su posicionamiento como un presidente diametralmente opuesto a la “casta”, como un líder intransigente, extravagante y beligerante que, para alcanzar los objetivos prometidos, rehúye incluso de los cánones de lo “políticamente correcto”. El problema comienza a ser que cada vez se nota más la diferencia entre lo que se dice y lo que se hace, entre el plano discursivo y las realizaciones concretas. Y ello, aún entre quienes lo siguen más por las emociones que despierta que por los argumentos que esgrime, puede comenzar a cambiar.

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