¿Desde el Río hasta el Mar?

Es lamentable e inaceptable que representantes de Estados democráticos, como la española Yolanda Díaz, vociferen consignas que son el corazón del discurso de odio y terror, nada menos que de Hamás

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La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz (i), y la ministra Portavoz, Pilar Alegría (d),
La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz (i), y la ministra Portavoz, Pilar Alegría (d),

El vínculo del pueblo judío con la Tierra de Israel tiene múltiples dimensiones. Quisiera traer aquí dos de ellas: una histórica y la otra política.

La histórica lleva milenios. En la Biblia Hebrea se la conoce como la ansiada Tierra Prometida, también llamada “Canaán” o “la Tierra de los Hebreos” (Gén 40:15).

Después de la famosa Salida de Egipto del pueblo judío, hace algo más de 3.300 años, una vez regresados a su tierra esa denominación dio paso a una nueva: “Judea”, es decir, la Tierra de los Judíos.

En ese lugar, que va del río Jordán hasta el Mar Mediterráneo, el Rey David (3.000 años atrás) funda el primer Reino de Israel. En la Tierra de Judea, con capital en Jerusalén.

Ese reino es destruído después de siglos por los Babilonios, hasta que los judíos vuelven a ser independientes de la mano de los Macabeos. La dinastía judía de los Macabeos funda entonces (2.200 años atrás, o sea 200 años antes del Cristianismo y 800 años antes de la existencia del Islam), el segundo Estado o Reino de Israel, siempre en la Tierra de Judea, con capital en Jerusalén. Después de todos esos largos siglos, lo celebramos al día de hoy en la hermosa fiesta de Janucá.

Esa tierra, llevó el nombre de Judea durante más de 1000 años, de hecho la Biblia Cristiana (del Siglo II de esta era) resulta un gran testimonio. Allí, Jesús y sus apóstoles predican y peregrinan siempre en la Tierra de Judea.

El nombre de “Palestina” es muy posterior.

Aquel segundo Estado judío de los Macabeos es destruído por Roma. El emperador romano Adriano le cambia el nombre a la Tierra de Judea por “Palestina” y a Jerusalén por “Aelia Capitolina” o “la Ciudad de los Dioses”, con el intento de borrar todo vestigio judío de la ciudad y la tierra sagrada.

Desde el exilio, el pueblo judío jamás olvidó su tierra y su capital eterna. Es la única nación que ha rezado en todos estos milenios tres veces al día mirando a Jerusalén. Cantada por sus poetas, soñada por sus profetas y esperada por generaciones.

La segunda dimensión es política.

Hoy, hace 76 años, el moderno Tercer Estado de Israel, con capital en Jerusalén, es una realidad. Tan real como Argentina, Bolivia, Ucrania, Francia, Rusia o Irán. Sin embargo, es el único entre las 200 naciones del planeta que debe esgrimir y reclamar constantemente su derecho a existir.

Esta semana la Vice-Presidenta de España, la señora Yolanda Díaz, no sólo exigió el urgente establecimiento de un Estado Palestino, sino que reclamó con vehemencia que el mismo sea “desde el río hasta el mar”. Resulta como mínimo lamentable e inaceptable que la representante de un estado democrático vocifere consignas que son el corazón del discurso de odio y terror, nada menos que de Hamás.

El nivel de ignorancia es perturbador, arrogante y oscuro. Mucha gente se sube a esta frase desconociendo incluso de qué rio o de qué mar están hablando. Sería importante que la señora Yolanda Díaz sepa que entre el río Jordán hasta el Mar Mediterráneo se encuentra el Estado de Israel con cerca de 10 millones de habitantes. ¿Cuál sería su propuesta? ¿Borrar del mapa a Israel y su gente? ¿Así como está escrito en la carta fundacional de Hamás?

Lo que expresa la Vice-Presidenta de España al reclamar por una “Palestina Libre desde el río hasta el mar” es tan ridículo, como antisemita. El mismo nivel de ridiculez que si propusieramos hoy una España libre desde el Mar Mediterráneo hasta el Océano Atlántico. España misma durante 700 años fue gobernada por el Islam bajo el nombre de Al-Andalus. Esa tierra no se llamaba España. Los judíos Sefaradíes de hecho, son aquellos que provienen de todos los países bajo dominación árabe. Por eso sus costumbres y comidas son tan típicamente orientales. Sefarad en hebreo de hecho, remite a la península Ibérica. Esta península perteneció por siglos a los moros, los califas y el Islam.

En 1492 los Reyes Católicos derrotan al Islam y de paso, expulsan a todos los judíos que no asesinaron en las hogueras de la Santa Inquisición.

Después de varios siglos, España es al fin un estado democrático y moderno. Tan democrático y moderno como el Estado de Israel. Resulta una ironía lamentable que su máxima representación política en la figura de su Vice-Presidenta, lleve en su discurso la lógica de los tiempos más oscuros y trágicos de la historia. Mezcla de ignorancia, resentimiento y el más barato marketing político.

España, la hermosísima España, es desde hace siglos una tierra prácticamente sin judíos, que tristemente destila el más rancio y clásico odio anti-judío.

Adhiero desde hace años a la resolución de una coexistencia pacífica de dos Estados, uno junto al otro, en paz. Pero eso lamentablemente no será posible mientras uno de esos estados esté controlado y gobernado por una facción fanática, terrorista y radical que propone la eliminación del otro Estado, el Estado Judío, tal y como propone la señora Yolanda Díaz.

Hace 2.500 años, el Profeta Ezequiel es testigo del primer gran exilio judío, después de la catástrofe que significó la destrucción del Reino de Judea fundado por el Rey David. Allí el profeta dice: “Avdá Tikvatenu”, “Hemos perdido nuestra esperanza” (Ezequiel 37:11).

El Himno del actual Estado de Israel se llama “Hatikva”, “La esperanza”. En una de sus frases centrales, se ha cambiado el texto original del profeta. En el moderno himno hoy se recita: “Od Lo Avdá Tikvatenu”, “Aún NO hemos perdido nuestra esperanza”.

Somos el pueblo de la esperanza. El que jamás en siglos la ha perdido.

Esperanza en que el mundo abra al fin los ojos, luche mancomunado contra el terror y edifique al fin, una sociedad basada en la justicia, la ética, el pluralismo y la paz.

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