El amor bajo ataque: un ensayo contra el “feminismo totalitario” que diaboliza lo masculino y patologiza lo íntimo

La escritora francesa Noemi Halioua denuncia en su último libro a las “estalinistas con pollera” que “nos persiguen hasta debajo de las sábanas”

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Noémie Halioua, escritora y periodista, entrevistada en TV por su nuevo libro: "El terror hasta bajo las sábanas. Salvar el amor de las nuevas morales"
Noémie Halioua, escritora y periodista, entrevistada en TV por su nuevo libro: "El terror hasta bajo las sábanas. Salvar el amor de las nuevas morales"

El feminismo ha convertido el Día Internacional de la Mujer en el Día de la Queja Feminista. Según la tan mentada perspectiva de género, todo, todo, afecta más a la mujer. A saber, la pobreza, la pandemia (aunque el Covid haya matado a más varones), la guerra (pese a que el grueso de soldados y movilizados son hombres; también las bajas), el cambio climático (que no es “imparcial en cuanto al género”, según nos dicen sin sonrojarse los burócratas de la ONU), etcétera, etcétera.

La consecuencia -concedo que en algunos casos no es deseada- es teñir de sospecha el vínculo mujer-varón. Algo van logrando; están sembrando en las cabezas infantiles y adolescentes la sospecha hacia el sexo opuesto y el temor a la sexualidad.

El feminismo actual es un movimiento contrario a los intereses de la mujer porque se ha convertido en Caballo de Troya de otras doctrinas, en promotor del transgenerismo —la idea de que el sexo es fluido y podemos ir y venir de uno a otro—, y en promotor de un apartheid sexual que implica una regresión al puritanismo del que alguna vez nos liberamos.

El 8 de marzo pasado, un medio español publicó un manifiesto con el título “8M: #HARTAS de estar hartas”, que es un verdadero compendio de las habituales lamentaciones de estas fechas. Va un extracto:

“Este 8 de marzo las mujeres conmemoramos el hartazgo. Porque hace muchos años que luchamos [por] que los varones nos respeten, nos reconozcan y nos valoren como iguales sin conseguirlo. Estamos hartas de que los hombres consideren toda su sexualidad legítima, aunque sea brutal y vejatoria con las mujeres. Hartas de que se esté transformando la sexualidad en violencia sexual hacia las mujeres, primero en pornografía, luego en prostitución y después en la vida cotidiana. Hartas de que los hombres exijan su placer, aunque eso nos cueste a nosotras dolor o humillación. De que nuestro placer no importe. Hartas de la agresividad de los varones; hartas de que se niegue la violencia de género aunque los datos la demuestren, hartas de ser asesinadas. Hartas de una justicia que no nos cree, mientras considera que ellos no mienten; hartas de que nuestra aportación esencial para la supervivencia humana, la reproducción, no tenga valor alguno; hartas de que nuestra voz valga menos porque nuestro tono no es lo suficientemente grave [sic]; las mujeres estamos hartas de que apenas se realice investigación con perspectiva de género, que no se investiguen las enfermedades de las mujeres, y que, por eso, ellos entren para ser atendidos y a nosotras nos despachen con ansiolíticos”.

Mujeres ejecutan una performance durante la marcha por el Día Internacional de la Mujer, a las afueras del Congreso, en Buenos Aires, Argentina, el viernes 8 de marzo de 2024. (AP Foto/Natacha Pisarenko)
Mujeres ejecutan una performance durante la marcha por el Día Internacional de la Mujer, a las afueras del Congreso, en Buenos Aires, Argentina, el viernes 8 de marzo de 2024. (AP Foto/Natacha Pisarenko)

Algunas correcciones a este discurso:

Hace años que la mayoría de los varones respetan, reconocen y valoran a las mujeres. Y a lo largo de toda la historia siempre hubo varones que respetaron a las mujeres y las trataron como iguales.

Es el discurso feminista el que está transformando la sexualidad en violencia sexual hacia las mujeres, criminalizando el deseo masculino e incluso denostando la heterosexualidad. ¿O qué otra cosa es afirmar que el placer masculino es “dolor y humillación” para la mujer?

La violencia de género no es negada, por el contrario, es constantemente puesta en relieve al punto de ocultar otras violencias domésticas.

La justicia, cada vez más, le cree a la mujer, y condena con el solo testimonio de aquella a quien considera víctima desde el mismo momento de la denuncia, antes del juicio.

También es atribuible al feminismo de hoy la descalificación de la maternidad.

Sobre el tono insuficientemente grave de las voces femeninas, no cabe otra réplica que la risa.

Lo de que no se investigan las enfermedades de las mujeres es sencillamente una canallada. Baste señalar que el Papanicolau, examen que salva tantas vidas (de mujeres), se llama así en honor a su inventor, Georgios N. Papanikolaou, un señor seguramente no deconstruido, de acuerdo a los cánones actuales.

En la visión de este feminismo, toda relación heterosexual es una relación de dominio al servicio de la perpetuación del patriarcado. Todos los varones son depredadores y todas las mujeres, víctimas.

"El violador eres tú", uno de los temas favoritos de las marchas feministas  (Imagen de archivo de una concentración en Chiapas, México. Foto: Isabel Mateos/cuartoscuro)
"El violador eres tú", uno de los temas favoritos de las marchas feministas (Imagen de archivo de una concentración en Chiapas, México. Foto: Isabel Mateos/cuartoscuro)

En Francia están poniendo de moda una palabra: “emprise”. No tiene una equivalencia exacta en castellano pero podríamos decir que es “influencia y control”.

El amor vuelve a la mujer víctima de “emprise”, la que al parecer es siempre negativa y unidireccional, como si un hombre enamorado no estuviese también “cautivo” de ese sentimiento y del objeto de su amor.

Hay un retorno al puritanismo contra el cual se habían elevado nuestras mayores. Y nosotras mismas. Por eso digo que el feminismo actual es contrario a los intereses de las mujeres con su obsesión por ver abuso en todo, por asimilar toda diferencia a una desigualdad, por exigir consentimiento hasta para la mirada, lo que lleva a la censura de la fantasía y del erotismo.

Noémie Halioua es una periodista y ensayista francesa que acaba de publicar un libro titulado La Terreur jusque sous nos draps. Sauver l’amour des nouvelles morales (El terror hasta bajo las sábanas. Salvar el amor de las nuevas morales). En la presentación se lee: “Politización de lo íntimo, patologización del sentimiento, diabolización de lo masculino, victimización de lo femenino, todo está hecho para terminar con la libertad de amar. Hombres y mujeres somos llamados a someternos a los mandatos de un feminismo totalitario que se dedica a perseguirnos hasta debajo de las sábanas, y a instaurar una escala de valores de lo íntimo sobre fondo de control del deseo”. Y la autora advierte: “Es tiempo de salvar al amor, último refugio de nuestra libertad”.

Halioua es judía y se formó en un colegio muy conservador. Le tomó tiempo liberarse de esos mandatos, para luego encontrarse con esta vuelta atrás que representa el feminismo actual. Ella no reniega de aquella formación escolar que “tuvo muchas cosas buenas” pero que, por ejemplo, le inculcó cierta desconfianza hacia los varones, que le tomó tiempo superar, para ver cómo hoy unas “estalinistas con pollera” vuelven a promover “la culpabilización del deseo” con un “espíritu totalitario y revanchista”, y que, como en algunos discursos religiosos puritanos, “llaman a una separación de sexos”.

Un apartheid sexual. Contra eso se rebela Halioua. Contra ese “mundo des-sexualizado, puritano” al que, en palabras del sociólogo canadiense Mathieu Bock-Coté, “nos condena” un neofeminismo que no quiere solamente abolir el sexismo, sino proscribir la sexualidad e incluso abolir la diferencia entre sexos.

Pensemos que ya ni siquiera se puede decir que hay varones y mujeres. Basta con repasar los manuales de ESI que circulan en las escuelas argentinas.

Entrevistada en varios medios, Halioua dijo que una de las cosas que despertó su interés en el tema fue escuchar a los guionistas del film Moana 2 de Disney, alardear de que esta nueva heroína no tendría una historia de amor, porque el amor es una forma de alienación de la mujer y, en consecuencia, ya no tendría cabida en las producciones de la compañía. Recordemos que ya el Príncipe de Blancanieves había sido descalificado por las feministas por abusador, porque el beso ddo sin el consentimiento de la joven.

El Príncipe abusador de Blancanieves (Captura de video - Disney)
El Príncipe abusador de Blancanieves (Captura de video - Disney)

“La cumbre del feminismo —ironiza Halioua—, para ser feminista hay que liberarse del amor. El amor es un peso para la mujer, el amor es sometimiento”.

Lo cierto es que, si en los 70 y 80, las feministas se defendían como gato panza arriba de quienes las trataban de “lesbianas”, hoy el movimiento está bajo “emprise” —¡justamente!— del lesbofeminismo, de un lesbianismo radical que llega a afirmar que la relación heterosexual no es natural…

“La pareja heterosexual es un factor de riesgo para la vida de las mujeres”, dijo una vez una referente del NiUnaMenos local. Lo grave fue el silencio de las demás.

La heterosexualidad no es natural, dice el feminismo andrófobo. Lo que antes no se atrevían a decir, ahora lo proclaman a voz en cuello, y con frecuencia desde despachos oficiales. “La heterosexualidad no es la manera natural de vivir la sexualidad”, decía hace unos años una presidente del Instituto de la Mujer de España.

En el sexo, la penetración es denostada, casi un acto contranatura, el primer gesto patriarcal de dominación de la mujer por el hombre. Aunque cueste creerlo, a estos “estudios” se dedican horas cátedra, becas, subsidios, publicaciones…. Se pretende dar estatus universitario a estas doctrinas disparatadas. Y ellas -y algunos ellos también- se presentan orgullosas como “maestrandas” en género…

“Hoy el estado de las relaciones entre mujeres y hombres es deplorable. Hay una disminución de las relaciones, una disolución de lazos, una explosión de la soltería”, dice Noémie Halouia. “Hasta la caída de la natalidad es signo de esto”, agrega.

Le sorprende este discurso moralizante, esta misandra. “Quieren separar a hombres de mujeres como en los ambientes religiosos”, afirma. La relación entre los sexos no puede reducirse al sometimiento, a la dominación, como sucede actualmente en el discurso feminista. Todos los hombres “son puercos agresores”, según esta visión. El varón es el culpable de todo lo que está mal.

Ella ataca la nueva moral seudo progresista que reduce las relaciones entre hombres y mujeres a relaciones de poder, de dominación y de violencia. De este modo, ya no hay espacio para el amor, la seducción o la galantería, que se ha convertido en una forma de subestimación, de paternalismo. Sexismo condescendiente.

A modo de ejemplo, Halioua recordó el manifiesto que la actriz Isabelle Adjani publicó en 2017, cuando estalló el MeToo, donde hablaba de las 3 G: galanterie, grivoiserie, goujaterie, es decir galantería, procacidad, grosería. Adjani decía que “deslizarse de una a otra pretendiendo que es un juego de seducción forma parte de las armas del arsenal de defensa de los depredadores y acosadores”.

La actriz Isabelle Adjani
La actriz Isabelle Adjani

Hoy ya vemos a activistas de este feminismo andrófobo asimilar un gesto cortés al micromachismo.

Halioua defiende que en el amor haya una suerte de “emprise”. Es parte de “la pasión y del juego amoroso”. Hoy está mal visto que una mujer se muestre enamorada y fiel a un hombre. Las feministas la acusarán de “dominada”. Cita especialmente el caso de Emmanuelle Seigner, la esposa de Roman Polanski, que fue muy atacada por las feministas por haber defendido a su esposo sin vacilaciones.

El mensaje que se transmite es que amor y sexo son terrenos peligrosos en los que se puede sufrir. Es el mensaje que les están transmitiendo a las chicas de hoy. Esta “bajada de línea feminista” está haciendo estragos en la adolescencia y todavía no hemos visto todos sus efectos. O tal vez no hemos reparado en ellos.

“El orden puritano está en marcha. En nombre de la igualdad y de la justicia, las progresistas y las neofeministas persiguen la menor desviación, la transgresión, la expresión de la fantasía. La sexualidad debe responder al imperativo de la transparencia y las relaciones varón/mujer a un estatuto aséptico. Es la reeducación en la era del MeToo”, escribió Elizabeth Lévy, en Causeur, en su editorial del 16 de febrero pasado.

Roman Polanski y su esposa, la actriz Emmanuelle Seigner. Las feministas la criticaron por defender a su marido
Roman Polanski y su esposa, la actriz Emmanuelle Seigner. Las feministas la criticaron por defender a su marido

En cuanto a la “emprise”, señala un fenómeno frecuente en estos tiempos: “La relación consentida, luego arrepentida, es un clásico de los tribunales: estaba sous emprise”. Es decir, bajo influencia, hechizada. “Antes se llamaba deseo —sigue diciendo—. En el clima actual, es un recordatorio de que la sexualidad solía ser transgresora, trágica, alegre... e imperiosa”. Las feministas de hoy condenan eso.

Lévy afirma que nadie, en 1974, “habría podido predecir que, medio siglo más tarde, la prensa haría la apología del sexo sin penetración, porque esta última ha sido reducida a una técnica de dominación, o incluso a los inicios de la violación”.

Y concluye: “Bajo la apariencia de igualdad y justicia, se pretende domesticar la sexualidad, es decir, acabar con ella”.

[Este artículo reproduce parte del contenido de mi newsletter “Contracorriente”. Para recibirlo por mail suscribirse aquí]