¿Por qué Víctor Manuel Fernández en el Vaticano?

Es el primer argentino en toda la historia de la Iglesia en ocupar un cargo de tan alto rango en la estructura jerárquica de la Santa Sede, excluyendo al Papa. Un nombramiento que consagra a la teología local en un lugar privilegiado dentro del panorama contemporáneo de la Iglesia universal

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El impacto producido por la noticia ha vuelto casi un lugar común decir que la designación del arzobispo platense Víctor Manuel Fernández como Prefecto del dicasterio para la Doctrina de la fe ha sido otra gran sorpresa de las que nos tiene acostumbrados el Papa. No es para menos; Fernández es el primer argentino en toda la historia de la Iglesia en ocupar un cargo de tan alto rango en la estructura jerárquica de la Santa Sede.

Pero no se trata de una estricta novedad, si recordamos antecedentes como el de Eduardo Pironio (un papable, como lo fue también Jorge Bergoglio), quien fue durante el pontificado de Pablo VI prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica y después presidente del Pontificio Consejo para los Laicos.

También otro cardenal argentino, Jorge Mejía, ofició de secretario de la Pontificia Comisión de Relaciones con el Judaísmo, fue presidente de la Pontificia Comisión Iustitia et Pax y ejerció como bibliotecario y finalmente como director del Archivio Segreto (hoy Archivo Apostólico Vaticano).

Sin embargo, el caso de Fernández supera a ambos en importancia, y se ubica como un punto de inflexión que consagra a la teología local en un lugar privilegiado dentro del panorama contemporáneo de la Iglesia universal, al punto de que algunos lo han considerado excesivo. Este dato se comprende mejor si se acredita la notoria expansión que ella ha tenido en los últimos años de la mano de dos grandes figuras como Carlos Galli y Juan Carlos Scannone, entre otros.

¿Puede el discípulo correr la misma suerte que el maestro? Conviene precaverse de que con este nombramiento tan significativo no se incurra en el mismo vicio que aconteció entre nosotros con el papa Francisco, mediante el que su persona y su labor de gobierno fueron demasiado a menudo miradas con un canuto empequeñecedor del campo visual -o dicho de otro modo- sujeto a categorías impropias a la naturaleza de las cosas con la consecuencia de una reinterpretación ajena a la realidad.

Estas miradas de pago chico, provenientes tanto del integrismo como de modestas perspectivas sociológicas, pueden ejercer también ahora, y una vez más, una distorsión que lleve a una interminable sucesión de malentendidos que después resulta muy costoso y demasiado farragoso enmendar, con grave daño a la verdad.

Se trata de circunstancias que constituyen un desafío para el nuevo prefecto, y que ponen a prueba su paciente caridad, en tanto debe mostrar con palabras y hechos no sólo su fidelidad evangélica sino también que es un pastor incluso para sus adversarios.

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Un cambio pastoral

El presente proceso del cual la designación de Fernández constituye la última expresión tiene su punto inicial con la elección de Jorge Mario Bergoglio como titular de la cátedra de Pedro, aunque lo antecede el protagonismo que adquirieron teólogos como Lucio Gera y Eduardo Pironio (considerado un fundador de las Teologías de la liberación) en escenarios continentales que imprimieron un nuevo rumbo en la región como el del episcopado latinoamericano reunido en Medellín (Colombia) en el año 1968.

No es llamativo que un Papa promueva a personas de su confianza en cargos de la Curia Romana, así como es una práctica común de la vida pública que los gobernantes designen a paisanos y conocidos por un motivo que no se identifica necesariamente con el favoritismo o el nepotismo, sino con la afinidad de sensibilidades o un conocimiento previo de ciertas condiciones reunidas por el candidato.

Juan Pablo II nombró al polaco Zenon Grocholewski prefecto de la Congregación para la Educación Católica y Benedicto XVI designó a su connacional Georg Ganswein como Prefecto de la Casa Pontificia, del mismo modo que lo había hecho su antecesor con su secretario Stanislaw Dziwisz. No obstante, ninguno de esos cargos supera en envergadura al que ahora ocupa Víctor Fernández.

De otra parte, la llegada del prelado a tan elevado sitial no debe leerse como un hecho folklórico y menos como una movida estratégica en el escenario de un juego de poder, como suelen ser interpretadas a veces este tipo de situaciones, sino que señala un cambio pastoral profundo en un área tan sensible como lo es nada menos que la ortodoxia de la fe.

Sin remover una coma de las verdades de siempre, pero con una mirada propia y original, Francisco apunta a cumplir con el mandato histórico de la Iglesia en todos los tiempos de recuperar la frescura original del Evangelio.

Esta actitud, interpretada livianamente en ambientes conservadores como un canallesco despropósito de demolición, exaspera y encuentra una oposición en quienes se encuentran apegados a fórmulas apostólicas que les aseguran una cierta seguridad ante lo desconocido y a estilos farisaicos anclados en la correlativa comodidad de la zona de confort.

El papa Francisco tiene clara su misión, encomendada por el cónclave que lo eligió: aunque resulte arduo reconocerlo y asumirlo, la realidad y sobre todo la dinámica propia del amor cristiano exige que en los momentos más críticos como el presente sea necesario un cambio de rumbo en la Iglesia. Es lo que en el plano institucional expresa el viejo adagio Ecclesia semper reformanda,

Junto a la promoción de obispos y cardenales afines a su propia sensibilidad, algo habitual también en pontificados anteriores (al renunciar su antecesor, de los 207 miembros del colegio cardenalicio, 90 habían sido creados por él), la reciente designación del argentino forma parte de la decidida dirección reformista que ha incoado el papa Francisco en la entera Iglesia Católica y consolida su desarrollo como una suerte de coronación de la misma, justo al acabar de celebrarse la primera década de su pontificado.

(Religión Digital)
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Una visión angosta de la realidad

Una primera objeción que ha suscitado el nuevo nombramiento es el de que Fernández no responde al perfil de un teólogo internacionalmente reputado, como, a diferencia de Francisco, lo fue Ratzinger. Pero la misma se deshace de entrada cuando se advierte que Jesucristo no eligió como cabeza de su iglesia a un doctor de la ley sino a un ignorante y seguramente iletrado pescador galileo. El carácter intelectual no especifica la misión del pastor.

La observación parece ser más bien el producto de una cierta minusvaloración muy propia de una mentalidad academicista y etnocéntrica hoy casi felizmente superada, por la cual la teología alemana o la francesa constituían otrora las políticamente correctas y debían ser consiguientemente asumidas como las únicas válidas, de cara a una Iglesia capaz de afrontar las inclemencias del futuro.

Pero no deja de resultar curioso que la oposición tal vez se origine también en un desconocimiento de la producción académica en el ámbito de los estudios propios del candidato, que es un reconocido experto en teología bíblica con un generoso caudal de publicaciones, y finalmente aparenta ignorar que el neocardenal ha tenido una apreciable participación en el magisterio pontificio que -no puede desconocerse- ha abierto un nuevo, inédito y fructuoso camino en la bimilenaria vida de la Iglesia.

En realidad, este menosprecio al nuevo titular tildándolo de una suerte de ignorante es el producto de una visión especular que parte de la excepcionalidad representada por su antecesor Joseph Ratzinger, ante el cual queda opacada cualquier sucesión. Pero un alto renombre en la teología no asegura ni mucho menos una gestión exitosa en la función.

No hay, de otra parte, ningún motivo por el cual el prefecto de la congregación deba ser un doctor de la Iglesia (un título que muy pocos han recibido en el transcurso del cristianismo), sobre todo si se tiene en cuenta que entre sus antecesores en el cargo se registran nombres como Alfredo Ottaviani, Franjo Seper, William Levada, Gerhard Muller y Luis Ladaria Ferrer, ninguno de los cuales ha tenido una especial relevancia en la materia.

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El espíritu del Concilio

La voluntad de Francisco, evidenciada en el elegido pero también en el texto del nombramiento, aparece muy diversa a la que -si se mira el pasado, no siempre ejemplar- ha sido tradicionalmente asociada a la función del organismo en la Iglesia. Dicho de otro modo, el Papa no pone el acento con este gesto en una función policial reducida a una vigilancia sobre posibles heterodoxias, sino en una visión eminentemente positiva que pueda crear las condiciones adecuadas para una reflexión y una inteligencia de la fe que sean el fruto de una necesaria investigación teológica.

En los años cincuenta la cantante Franca Raimondi hizo popular una canción que invitaba a la vida: Aprite le finestre al nuovo sole. La nueva designación parece estar inspirada en el deseo de restituir aquella optimista aspiración de Juan XXIII (que a la luz de los hechos muchos han criticado como ilusoria) de abrir las ventanas para renovar el aire viciado de las estancias de la casa de Dios.

En la carta con la que el Pontífice quiso acompañar la designación de Fernández, late la misma vocación aperturista propia del Concilio Vaticano II, cuando su antecesor Juan el bueno expresó al iniciar las sesiones conciliares que la Iglesia prefiere usar la medicina de la misericordia antes que la de la severidad. Es la misma orientación que, traducida al campo del intellectus fidei, y en sintonía con Francisco, Carlos Galli traduce con la expresión una teología impregnada de misericordia.

En este sentido, el Pontífice parece temer más a un quehacer teológico engrillado en cánones que si no se actualizan pueden devenir arcaicos, que a la generación de hipotéticos desvíos doctrinales, al preferir la libertad de la creación con el riesgo del error a los asfixiantes límites de un autoritarismo estéril. Desde luego, ello no inhibe una necesaria labor de cuidado y protección para que la pureza de la fe a la cual tiene derecho llegue incólume a todo el pueblo de Dios.

Los datos históricos no permiten desmentir los pliegues de la personalidad papal. Aunque no es algo que en los ambientes integristas se reconozca fácilmente, el propio Juan Pablo II, considerado un conservador en materia doctrinal, premió a teólogos que en su momento fueron considerados de dudosa doctrina e incluso tachados de herejía.

En este listado aparecen nombres ilustres como Hans Urs von Balthasar, Henri de Lubac e Yves Congar, precedidos de figuras de la talla de Antonio Rosmini y Pierre Teilhard de Chardin. El mismo Francisco ha abierto una instancia de diálogo con supuestos heterodoxos considerados bêtes noires de la fe en el reciente pasado como Gustavo Gutiérrez, otrora sujetos a sanciones canónicas.

De este modo, algunos precursores (como es el caso de Fernández y obviamente, del mismo Francisco) han sido confundidos y acusados de herejes y han pagado un tributo martirial a su adelanto del tiempo. Es casi una regla en la historia de la Iglesia y del mundo que quienes han abierto caminos más de una vez han tenido y tienen que sufrir el estigma de la incomprensión, hasta que, con el transcurso de los años e incluso de los siglos, la historia termina mostrando con un vigor inexorable la verdad tal cual era, sin apaños y brillando en todo su esplendor.

(Universidad Católica de La Plata)
(Universidad Católica de La Plata)

Ahogar el mal en abundancia de bien

Seguramente correrá bastante agua bajo el puente hasta que Francisco sea reconocido en su real dimensión y no en la que avizoran los prejuiciosos y quienes permanecen convertidos en una estatua de sal por su mirada congelada en el pasado, pero en realidad anclados en la nube de una iglesia y una sociedad irreal que nunca existió. Muchas sociedades en efecto necesitan una madurez y una cierta audacia que no siempre poseen para poder admitir un camino distinto al hasta entonces conocido, aunque llevara a la perdición.

El Papa habla de un modo extremadamente claro, pero si hay que interpretar algo, Fernández es quien mejor sintoniza con el pensamiento de Francisco. No solamente eso: tampoco es habitual que los papas refieran a autores particulares en sus textos magisteriales. Ese fue el caso de Jacques Maritain, citado en Populorum Progressio, por quien Pablo VI profesaba una admiración intelectual y hasta una verdadera devoción.

Las citas que son usuales en una encíclica o en cualquier otro tipo de documento importante, se refieren ordinariamente a instrumentos pastorales o doctrinales de otros papas o del mismo pontífice o de conferencias episcopales de carácter nacional o continental. Pueden referirse también a santos importantes, pero pocas veces mencionan a un teólogo y menos si éste es un contemporáneo.

En este sentido, resulta sugerente ponderar que Fernández ha sido expresamente citado a su vez en un documento clave: la exhortación programática (el mismo papa lo dice) Evangelii Gaudium (La alegría del Evangelio), donde se encuentran las claves de interpretación de su pontificado, esto es, grandes líneas de fuerza que caracterizan el pensamiento francisquista y lo definen como tal en el gobierno de la Iglesia.

Según la reorganización de la Curia Romana dispuesta por el papa Francisco en la constitución Praedicate Evangelium, la función del dicasterio que tendrá a su cargo Víctor Fernández no consiste tanto en un contralor para guardar el depósito de la fe sino más bien en buscar una comprensión cada vez más profunda de ese mensaje.

El papa está especialmente interesado en este concepto mas que en condenar el error: ahogar el mal en abundancia de bien. Francisco no excluye naturalmente una vigilancia acerca del error, pero está convencido de que los cristianos han de esforzarse ante todo por presentar adecuadamente el esplendor de la verdad y más de una vez se ha quejado del deficiente modo con que suelen ser expuestos los principios evangélicos en la vida social. Más aún, también ha insistido en que antes que la defensa de los principios está la urgencia del amor.

En un reciente diálogo con Andrea Tornielli, director editorial del Dicasterio para la Comunicación, cuando éste preguntó sobre la manera de expresar el mensaje en el contexto de la nueva sociedad secular, el nuevo prefecto no ha podido expresarlo mejor: “Siempre procurando mostrar mejor todavía toda su belleza y su atractivo, sin desfigurarlo contagiándose de criterios mundanos, pero siempre encontrando un punto de contacto que permita que sea realmente significativo, elocuente, valioso para quien lo escucha”.

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