Los mandatos

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Esto es una propuesta para pensar.

Hay mandatos que son sólo el fruto de una concepción temporal, en un momento cultural determinado. Y por eso están sujetos a los cambios culturales.

Y otros que son imperecederamente reclamados por la condición (o naturaleza) humana.

Cuando se quiere abolir “todos” los mandatos, en realidad se está imponiendo otro mandato. El mandato de que no hay mandatos. Y en ese imaginario mundo, lo único coherente sería no negar ni afirmar nada.

Suspender todo juicio.

Matar la palabra.

Esa palabra que nace inevitablemente de un mundo interior, que necesita expresarse y comunicarse con esos otros que necesitan también expresarse y comunicarse, al igual que nosotros.

Porque “descubrimos” que somos semejantes, y diferentes incuestionablemente de una gallina, de un perro o de un chimpancé, que jamás necesitaron ni pudieron escribir los poemas de amor de Pablo Neruda, la profunda metáfora de “Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, ni la lúcida Ética a Nicómaco, de Aristóteles.

Sería espantoso volver a la jungla…sin perder la lucidez de la conciencia humana, de la cual somos portadores.

La palabra es un testigo insobornable de nuestra condición social.

Y nuestra condición social es un imperativo incuestionable de una vida compartida. Vivir es convivir.

Y esa vida compartida genera criterios compartidos para que sea posible vivirla.

Y esos criterios compartidos son los mandatos de la especie, que detenta la exclusividad de la comprensión de la verdad y los valores.

Negarnos como especie humana, y pretender reducirnos al género animal, es un intento vano e imposible. Porque, hasta para intentarlo, debemos afirmar que nos habita la palabra, al emplearla para afirmar y decretar la abolición de todos los mandatos.

La palabra que nos habla es el testigo fiel de que somos una especie única y especial. Algo más que un cuerpo animal.

Exactamente lo que le hizo decir a Friedrich Nietzsche que “el hombre es una enfermedad de la piel de la tierra”. Porque al decretar, con su mandato, “la muerte de Dios”, ya no podía explicar de otra forma esta realidad desconcertante que somos. Porque le era evidente que no somos connaturales con la tierra. Por eso…” una enfermedad”, apenas.

La tierra no podía explicar la palabra.

Ese mundo interior de nuestra conciencia.

Y la “palabra es la casa del ser”, como dijo Martín Heidegger.

Es una afirmación que merece ser pensada.

Hay mandatos que son inherentes y esenciales al ser humano. Portador de la palabra.

Julio César Labaké

Bach. En Filosofía, Lic. En Psicología y Dr. en Psicología Social.

Psicoterapeuta, conferencista y escritor. Miembro de la Academia Nacional de Educación. Acaba de publicar su novela “LUCES EN EL LABERINTO”. Historia de una rebeldía adolescente.