Palm Beach: a sesenta años de la última cumbre Frondizi-Kennedy

El presidente argentino y su par estadounidense se encontraron en la Navidad de 1961 para hablar sobre las tensiones regionales generadas por la revolución cubana

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John Kennedy y Arturo Frondizi
John Kennedy y Arturo Frondizi

En la última escala de una larga gira que lo llevó por Paraguay, Trinidad y Tobago, Canadá, India, Tailandia y Japón, el presidente Arturo Frondizi fue recibido por su par norteamericano John F. Kennedy en la Navidad de 1961, hace exactamente seis décadas. La cumbre tuvo lugar en la residencia particular del jefe de la Casa Blanca, en la sofisticada localidad de Palm Beach (Florida).

El interminable viaje alrededor del mundo se había realizado en un Comet IV de Aerolíneas Argentinas, a lo largo de 56.111 kilómetros sumando un total de 70 horas y 37 minutos de vuelo. Al regresar desde Asia, el avión presidencial se dirigió a San Francisco (con escala previa en Hawaii). Al llegar a California, Kennedy había enviado el Air Force One para recoger al presidente argentino y trasladarlo a Palm Beach.

La irritante cuestión cubana ya se había colado en el anterior viaje presidencial de septiembre, cuando había estallado el llamado affaire de las cartas durante la recordada reunión que Frondizi mantuvo con Kennedy en el hotel Carlyle, en el marco de su viaje para dirigirse ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. Un episodio que buscó envenenar las relaciones argentino-americanas a través de notas que luego se probarían falsas.

Cuba volvería a ser el eje de las conversaciones en Palm Beach. Veinte días antes, Fidel Castro había reconocido que era marxista-leninista y que lo sería hasta el fin de sus días. Acaso una de las pocas promesas que el dictador cumpliría enteramente en toda su vida. Aunque numerosas versiones sostienen que ya era comunista desde hacía muchos años. De hecho, desde enero de 1959, se había entregado a una orgía de fusilamientos, había implementado una reforma agraria y había decretado una ola de expropiaciones. Un tópico que Juan Bautista “Tata” Yofre desplegó con detalle en su obra “Fue Cuba” (2014).

Pero para entonces Kennedy ya había atravesado la traumática experiencia del fiasco de la operación en Bahía de Cochinos. Un golpe que había herido gravemente el prestigio de los Estados Unidos. Qué hacer con Cuba se había convertido en el centro de las relaciones hemisféricas y Kennedy se encontraba asediado por presiones que impulsaban la inmediata exclusión de la isla del sistema interamericano.

En cambio, Frondizi estaba convencido de que un enfrentamiento frontal en el seno de la Organización de Estados Americanos (OEA) conduciría a Castro a arrojarse a los brazos de la Unión Soviética.

En Puerto España (Trinidad), semanas antes, Frondizi había mantenido una entrevista con el embajador norteamericano ante la ONU Adlai Stevenson quien le reclamó el apoyo de la Argentina en la segunda reunión de cancilleres a celebrarse un mes más tarde en Punta del Este. La actitud de Stevenson -quien había sido candidato presidencial demócrata en 1952 y 1956- revelaba una genuina preocupación por la actitud de un país que por entonces tenía en el hemisferio una importancia relativa mayor a la actual. Todavía a comienzos de los años sesenta el PBI argentino era superior al brasileño.

En Palm Beach franqueaba a Kennedy el secretario de Estado adjunto para Asuntos Interamericanos, Robert F. Woodward. Este era un diplomático con gran experiencia en la región, habiendo servido anteriormente como embajador en Costa Rica, Uruguay y Chile (y más tarde en España). A Frondizi lo acompañaban el canciller Miguel Angel Cárcano, el embajador Donato Del Carril, Oscar Camilión (entonces subsecretario de Relaciones Exteriores) y Carlos Ortíz de Rozas, quien se desempeñaba como director general de Política y terminó oficiando como traductor de la cumbre ante la ausencia del intérprete oficial de la Casa Blanca.

Este último recordó en sus Memorias que Kennedy le agradeció a Frondizi haberse detenido en Palm Beach, circunstancia que alejaba a la comitiva argentina de sus familias en las fechas navideñas. El joven presidente expresó que tanto su gobierno como el Congreso veían la penetración soviética en el continente utilizando los servicios de Cuba.

Testigo de la conversación, Ortíz de Rozas relata que Kennedy insistió en que la Reunión de Consulta ha sido una iniciativa impulsada por el presidente de Colombia Alberto Lleras Camargo y que era “exclusivamente colombiana”, pero los Estados Unidos “no podían menos que apoyarla para no aparecer indiferente en un problema que lo afecta tan de cerca”. Y pidió actuar rápidamente frente al “peligro cubano”. Para reiterar que “esa acción debe forzosamente ser efectiva, evitando declaraciones imprecisas”. Kennedy señaló que “si la OEA no hace algo en ese sentido, pronto la opinión pública norteamericana puede reaccionar negativamente e influir en forma adversa en el Congreso, que debe votar los fondos para la Alianza para el Progreso”.

Kennedy afirmó que “nosotros consideramos que Cuba es un asunto que atañe a todo los países de la región y no únicamente a los Estados Unidos”. Al tiempo que advirtió que “la cuestión ha adquirido tal magnitud en mi país que si no se logra algo contundente el futuro de la Administración demócrata puede verse seriamente afectado”.

Remarcando la importancia del caso, Kennedy sostuvo que “Colombia estima que es preciso aplicar una sanción al régimen de Castro y que la medida más indicada es la ruptura colectiva de relaciones con La Habana. Nosotros tenemos una buena predisposición para esta iniciativa (...) para nosotros es importante la opinión de los países más significativos de la América Latina y de ahí que deseaba conocer la posición argentina”.

Frondizi respondió que se veía obligado a contestarle “con toda franqueza, como amigos, pero con energía”. Frondizi explicó que compartía su posición de que Cuba es un problema hemisférico y no sólo norteamericano. “Estoy también totalmente de acuerdo en que es más serio para la América Latina que para los propios Estados Unidos. Y precisamente por eso nos extraña y nos duele la forma en que los Estados Unidos conduce la cuestión. Es un problema de todos y, sin embargo, un día nos encontramos ante el hecho consumado del desembarco en Playa Girón, sin que ninguno de los países americanos, salvo uno o dos directamente interesados, hubiesen sido consultados”, dijo.

Frondizi transmitió a su par norteamericano que a razón del affaire de las presuntas cartas cubanas su gobierno había soportado durante un mes “toda suerte de presiones”. El argentino protestó: “Nos enteramos por los diarios de la moción colombiana, nos inquieta que Colombia haya dado ese paso sin avisarnos, pero mucho más nos preocupa que los Estados Unidos, a pesar de considerar la situación cubana como un problema de todo el hemisferio, le haya dado de inmediato su apoyo sin consultar para nada a las naciones más importantes del hemisferio”.

A juicio de Frondizi la exclusión de la isla terminaría consolidando aún más su aislamiento y, en lugar de dar resultados favorables, iría a determinar su total incorporación a la esfera soviética, sin posibilidad de retorno a la comunidad americana. Y explicó que las sanciones impuestas “pueden ser beneficiosas para Castro, toda vez que ha de ayudarlo a consolidar su frente interno”.

Ortíz de Rozas relató que Kennedy siguió estas observaciones con vivo interés. La exposición sólo fue interrumpida en una ocasión cuando entró en el salón un alto oficial de la Fuerza Aérea norteamericana para anunciar que acababa de llegar de Washington el intérprete del Departamento de Estado, Don Barnes. Sin titubear, Kennedy le dijo que esperara afuera, ya que sus servicios no hacían falta. Después que el ayudante militar hubo partido, Kennedy aclaró: “Mejor es que continuemos como hasta ahora. Así no se entera la CIA de lo que hablamos”.

Por su parte, Arthur Schlesinger escribió en “A Thousand Days: John F. Kennedy at the White House” (1965) que Frondizi buscó explicar que los EEUU estaban excesivamente obsesionados con el problema cubano a expensas de descuidar cuestiones que tenían verdadera prioridad para las Américas, como el persistente subdesarrollo. El que era el real origen del malestar en la región. Y que un enfrentamiento abierto en la OEA sólo fortalecería a Castro.

Conceptos que el propio Frondizi reafirmó desde Bahía Blanca, el 10 de febrero de 1962, cuando declaró que los “aliados inconscientes del comunismo son quienes dudan de los planes de desarrollo” y advirtió que “el comunismo no circula por los oleoductos ni se mezcla con el humo de las fábricas” y que “en cambio, circula por las rutas del atraso y de la miseria”.

Para algunos, fue en esta VIII Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores de la OEA (Enero 22-31, 1962) donde se jugó la suerte del gobierno desarrollista. En la votación se abstuvieron Argentina, Brasil, Chile, Bolivia, Ecuador y México. La negativa a excluir a Cuba del seno del sistema interamericano terminó de predisponer negativamente a las Fuerzas Armadas contra el presidente. Un malestar que terminaría de hacer ebullición pocas semanas más tarde.

Sometido a enormes presiones, Frondizi rompería relaciones con Cuba el 8 de febrero de 1962. Decisión que implicó el retiro del embajador argentino en La Habana, el dirigente conservador popular Julio Amoedo. La medida fue decidida por Frondizi pocos días después de hacer una enérgica condena al golpismo en Paraná, al lanzar las obras del túnel subfluvial que uniría esa ciudad con Santa Fe, en una iniciativa que describió como una “ruptura de la geografía”.

Celia Szusterman escribió en su obra “Frondizi: la política del desconcierto” (1998) que “en el discurso de Paraná, Frondizi pareció asumir nuevamente la pose de líder antiimperialista que tan cuidadosamente había tratado de modificar desde 1957. Al hacer hincapié en argumentos jurídicos debatibles para tratar la exclusión a Cuba de la OEA, irritaba a quienes consideraban la amenaza cubana demasiado grave para tratarla con todas las sutilezas del derecho internacional. La conclusión era que por “correcta” que fuera su política económica, Frondizi seguía siendo el “izquierdista de siempre”.

Quedó así evidenciado hasta qué extremo la Revolución Cubana había envenenado las relaciones hemisféricas, una realidad que nos acompañaría por décadas. Ortíz de Rozas escribió que “Palm Beach debió haber sido un hito vital en la relación Estados Unidos-Argentina. Lamentablemente, el promisorio futuro que para nuestro país implicaban los compromisos asumidos por el presidente Kennedy no pudo concretarse. Los ultras no dejaron que ello sucediera y el reloj de la historia se detuvo para la Argentina”.

Los hechos posteriores demostraron que en buena medida las predicciones de Frondizi eran estratégicamente acertadas. Aunque acaso políticamente impracticables en aquellas circunstancias históricas.

Para entonces la cuestión cubana había impregnado de un aire de desconfianza las tensas relaciones entre Frondizi y las Fuerzas Armadas, agregando una gota de agua más a un vaso demasiado lleno. El que rebalsaría seis semanas más tarde, al conocerse los resultados de las cruciales elecciones en la provincia de Buenos Aires.

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