Medio siglo de la Teología de la liberación

Se abre en la actualidad un nuevo panorama de recomposición y de reconciliación en una historia que parecía concluida

Compartir
Compartir articulo
El clérigo revolucionario Ernesto Cardenal confraterniza con Fidel Castro
El clérigo revolucionario Ernesto Cardenal confraterniza con Fidel Castro

La lectura y el estudio de la Biblia me apasionan cada vez más. Es la historia de una liberación”, le confesaba en una ocasión Eugenio Guasta, entonces seminarista, a una dilecta amiga. Su interlocutora era María Rosa Oliver, contertulia del intelectual en el grupo de la revista Sur. Guasta, que se ordenaría unos años más tarde, ya era un hombre de la cultura y le escribía en las víspera de la nochebuena de 1972, en pleno vuelo de Panamerican desde Roma con destino a Madrid.

Aviones en el cielo

Transcurrían tiempos calientes y el continente latinoamericano era un terremoto, pero no solo en el nivel regional ardía Troya, sino en todo el mundo. Un año después de este correo aéreo también volaba por los aires, aunque de un modo trágico, el almirante Carrero Blanco, número dos del régimen franquista, y cuatro más tarde, un comando israelí irrumpía en el aeropuerto de Entebbe (Uganda) para desbaratar, en un espectacular operativo cinematográfico, el secuestro de un avión de Air France por parte de terroristas palestinos.

Otro vuelo histórico tendría lugar un mes antes que el del escritor, cuando Perón viajó, también desde la capital española, y con escala en la ciudad eterna, en un jet de Alitalia para volver por fin, después de 17 años de exilio, en una apocalíptica rentrée triunfal a la Argentina. El anciano general había sabido extremar su mesianismo redentor al situarse, en un derroche de astucia política, como el abanderado del proceso histórico de la liberación.

Se hacía realidad el mito del “avión negro” que alimentó la esperanza durante la resistencia a la persecución de la Revolución Libertadora, y asomaba nuevamente en el horizonte la utopía peronista del pueblo feliz. Pero esa esperanza de millones naufragaría sin embargo a la vuelta de la esquina. No faltaría demasiado para que otros aviones protagonistas de los fantasmales vuelos de la muerte anunciaran su ominosa presencia nocturna del exterminio silente.

De la revolución al Tik Tok

El país era un caldero ardiente, pero en el resto del continente la guerrilla también parecía querer convertir en una viva realidad el grito de guerra del Che. En él se agitaba el deseo de que dos, tres, muchos Vietnam florecieran en la superficie del globo, actualizando el aux armes, citoyens de la Revolución francesa. Un vibrante mensaje que a comienzos de los ‘70 ejercía una fascinación hipnótica en los jóvenes, pero que hoy difícilmente ellos preferirían al WhatsApp y al Tik Tok.

No me gusta la violencia, pero prefiero el cura guerrillero que el cura mundano”, le había advertido a Guasta unos pocos meses atrás su amiga Oliver, una reconocida “compañera de ruta” (para decirlo en la terminología de esos años) del comunismo argentino. El comentario expresaba una sensibilidad muy característica de cierta épica de la época.

Este amistoso diálogo epistolar describe en pocas palabras un clima signado por el romántico kairós revolucionario, donde religión y política conformaron un cóctel explosivo. En América Latina el pueblo está sometido por la violencia reaccionaria a los monopolios, a las oligarquías y los ejércitos represores, rezaba la catequesis impartida por los manuales de los comandos Camilo Torres, un paradigma del clero guerrillero referenciado por Oliver.

El concepto de liberación con el que Guasta sintetizaba el mensaje cristiano era el talismán que suscitaba entonces todas las atenciones del momento histórico. Se trataba de una palabra mágica, similar a las que en los ritos antiguos la antropología cultural estudia como el efecto apotropaico.

El alma de la revolución

Hace 50 años, en 1971, y pocos meses antes de la misiva de Guasta, el teólogo peruano Gustavo Gutiérrez publicaba Teología de la liberación: perspectivas, una obra que sería considerada el acta fundacional de toda una corriente que expresaba teológicamente el sentir propio del tiempo histórico. La liberación del pecado atribuida a Jesucristo adquirió entonces un sentido por una parte más comprensivo, pero también sufrió un cierto reduccionismo. Esta doble circunstancia provocaría una situación de fuerte tensión en las estructuras eclesiales.

Sin adscribir a la corriente, Guasta repetía sin embargo su tesis fundamental, que no innovaba de un modo esencial, sino que al contrario -aún con sus fallos, que no fueron pocos-, procuraba confirmar, reinterpretar y actualizar las esencias más puras de la fe cristiana.

Gutiérrez, como Martín Lutero, no tuvo la intención de crear una iglesia distinta de la católica sobre nuevas bases doctrinales, ni siquiera constituir una corriente teológica, sino una inédita forma de hacer teología. En ella el lugar teológico dejaba de ser la exclusiva verdad sobrenatural para centrarse en la realidad natural del pobre, considerado un hijo de Dios dotado de una dignidad propia y objeto de una predilección divina. Este cambio de perspectiva es el que provocó un notorio revuelo en las Iglesia.

Desgraciadamente, en ese camino, como aconteció en el protestantismo luterano, surgieron modalidades en las que la ideología no estaría completamente ausente. La fe religiosa dejaba de ser entonces el opio del pueblo, para asumir ser el alma de la revolución. Oliver le transmitía a su amigo Guasta su anhelo de que la religión le diera al marxismo una necesaria espiritualidad.

Esta pretensión se expresó en un giro estratégico que complementó la persecución a la religión bajo la acusación de constituir un vodka espiritual, sustituyéndola con una reinterpretación del mensaje evangélico en clave ideológica. La religión sería de aquí en más -sugería la nueva vulgata marxista- el ariete y el alma de la revolución. Aparece así un nuevo clericalismo de izquierda, tanto dentro como fuera de la Iglesia.

El clericalismo es la instrumentación política de la fe, que a mediados de los años ‘30 se difundió en toda Latinoamérica por medio del llamado nacionalismo católico, escorado a la derecha. Con la Teología de la liberación el clericalismo asume una nueva instrumentación política de la misma fe cristiana, esta vez escorado hacia la izquierda.

Una realidad ambigua

Pero a partir de ese momento el militarismo se propuso arrasar con esa estrategia y lo hizo sin distinciones, con sus consecuencias. El furor anticomunista se descargó también en bloque sobre la Teología de la liberación, que pasó a ser considerada subversiva. Hubo así durante aquellos años miles de víctimas cristianas, bastantes de ellas imbuidas de una verdadera ideología de la fe, políticamente instrumentada.

Con Gutiérrez, la liberación se convirtió en teología, arrastrando consigo todas sus connotaciones, desde las más sublimes como la idea de una redención, a las más terribles expresadas en un río de sangre derramada en una orgía de violencia. A partir de ese momento, toda la Iglesia católica se vio también sacudida por una fuerte controversia.

Pero la teología de la liberación no es un conjunto homogéneo, al punto que resulta más apropiado hablar en plural de las teologías de la liberación. De este modo, parece inevitable considerar en ella una cierta ambigüedad. Pero contrariamente a una frecuente creencia, tampoco la Teología de la liberación fue nunca condenada. Sin embargo, durante el prolongado pontificado de Juan Pablo II, ella sufrió un cierto ostracismo debido a ser sospechada de heterodoxia doctrinal.

En ese sentido, dos instrucciones de la Santa Sede formularon algunos reparos a ciertos aspectos por ella sustentados, como su intención de situar el centro de la reflexión teológica en las ciencias sociales, y sobre todo la adopción del método de análisis marxista, pero también ellas trazaron los fundamentos de una teología que proclamaba una liberación sin afinidades temporalistas y conforme a la más pura ortodoxia de la fe.

Balance de medio siglo

Helder Cámara, precursor de la Teología de la liberación
Helder Cámara, precursor de la Teología de la liberación

A medio siglo de distancia, podemos preguntarnos: ¿ha muerto la Teología de la liberación? En ese caso, ¿qué es lo que ha quedado de ella? Pocas cenizas parecen ser hoy -con un panorama diverso al escenario setentista y a primera vista- las herederas de los fulgurantes fuegos que alimentaron los radicalismos de aquellos borrascosos años, a menudo enfermos de maniqueísmo.

Sin embargo, deben reconocerse algunas intuiciones fundamentales de las corrientes liberacionistas, como por ejemplo la visión de la dimensión política de la fe, así como la opción preferencial por los pobres, que reinsertaron a la pastoral de la Iglesia católica en sus raíces mas genuinamente evangélicas.

No solo eso. También mostraron ellas las limitaciones de una fe puramente individualista y convertida en una burbuja espiritualista, sin una referencia al otro, pero sobre todo la Teología de la liberación constituyó un llamado de atención sobre la verdad cristiana de la encarnación. En el cristianismo Dios no es una pura energía o una realidad abstracta, sino que es una persona que asumió toda la condición humana y como tal es fuente y destinatario de un amor que es reflejo de ella.

La Teología de la liberación puso sobre la mesa la realidad del pecado que sitúa al otro en una insignificancia, considerándola como una actitud inconciliable con el espíritu evangélico, pero las nuevas corrientes latinoamericanas tuvieron también una mirada propia y distinta de la tradicional, dejando de lado el eurocentrismo que hasta entonces había constituido el canon oficial del quehacer teológico.

Pasión, muerte ¿y resurrección de la Teología de la liberación? Después de un largo período de hibernación, ella parece revivir o vivir un momento inédito con el pontificado de Francisco, a partir del cual se advierte un nuevo giro en esta historia.

El Papa mira la realidad desde las periferias, igual que el liberacionismo. Recibe a Gustavo Gutiérrez suscitando cierto escándalo en ambientes conservadores. Se levanta la suspensión a divinis al clérigo nicaraguense Ernesto Cardenal. Se abre el proceso de canonización de Helder Cámara, conocido como el “obispo rojo” por los militares brasileños, y uno de los precursores del liberacionismo latinoamericano.

Pero es sobre todo el acento muy pronunciado en una opción por los pobres el que muestra una notable proximidad del papa Bergoglio con las nuevas corrientes teológicas, particularmente con la edición argentina que con el nombre de Teología del Pueblo ha replanteado los primigenios criterios liberacionistas. Se abre así todo un nuevo panorama de recomposición y de reconciliación, en una historia que parecía concluida. Pero la historia continúa.

SEGUIR LEYENDO: