No fuimos a Venezuela, fuimos a Uruguay

Estamos viendo cosas rarísimas y una de ellas es la imagen, absolutamente inédita, tan poco argentina, pero tan uruguaya, de ver a los tres gobernantes principales del país conversando con educación, dando conferencias de prensa en conjunto, discutiendo sus puntos de vista con amabilidad

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Axel Kicillof, Alberto Fernández y Horacio Rodríguez Larreta (Presidencia)
Axel Kicillof, Alberto Fernández y Horacio Rodríguez Larreta (Presidencia)

Mienten aquellos que ahora dicen admirar a Uruguay, como idiosincrasia política y cultural. Mientras de la boca para afuera, se muestran fascinados por el sentido de convivencia y educación de los dirigentes en la orilla oriental. Por otro lado desprecian e insultan a quienes no piensan como ellos, o no son parte de su bando. Y sobre todo, son incapaces – por la incomodidad que les provoca - de reconocer algo que está sucediendo a nivel de subjetividad social y entre nuestros gobernantes: nos estamos convirtiendo, como no sucedió tal vez nunca, en uruguayos. Y ellos quedaron pedaleando en el aire. El tiempo, largo y absurdo tiempo, de la política exaltada, de la ofensa, del regodeo dogmático y agresivo, que no nos permitió resolver casi ningún problema, pareciera estar llegando ¡celebremos! a su fin. Después de la grieta. Grieta adictiva pero rancia como un viejo sillón con olor a pucho, grieta adolescente, grieta idiota, grieta negocio, estamos actuando, como lo suelen hacer, los uruguayos. No hace falta comprarse pasajes en el Eladia Isabel.

En estos meses que van de epidemia y aislamiento insufrible, estamos viendo cosas rarísimas, y una de ellas es la imagen, absolutamente inédita, tan poco argentina, pero tan uruguaya, de ver a los tres gobernantes principales del país conversando con educación, dando conferencias de prensa en conjunto, discutiendo sus puntos de vista con amabilidad. Sin enfermedad en el aire, hasta hubieran compartido un mate. No quiero discutir en esta nota la administración de la crisis sanitaria (con una perspectiva histórica veremos qué tanto se acertó), con este virus tan singular que no le hace nada a nueve de diez contagiados, pero como una ruleta rusa, puede también dejarte internado con neumonía. Lo que quiero plantear es que no es un chiste, no es una anécdota, que por primera vez el poder en la Argentina sea tan cordial. Que Alberto Fernández y Horacio Rodríguez Larreta y Axel Kicillof, pero también Jorge Macri, María Eugenia Vidal e incluso el Juan Grabois de las últimas semanas, hayan afinado sus diapasones en un tono más templado (y fue Jorge Drexler quien bautizó al estilo de sus canciones como “templadismo”). Debaten en una misma mesa, se agradecen cuando el otro le cede la palabra y responden preguntas de medios críticos. No tienen las mismas ideas, por suerte. Pero sus modos son de montevideanos.

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Pero lo más loco de este asunto es que ¡a la gente le gusta! Porque el pueblo argentino no es tonto. Y le está empezando a caer la ficha de que la política micro fascista, vulgar y neurótica, tan cargada de odio y de mediocridad, puede servir para que un tuit se recontra viralice pero nunca para ponerse de acuerdo en tres o cuatro políticas de Estado que lleven al país al desarrollo. No hay consultora de opinión que no revele hoy este escenario sorpresivo: los dirigentes más tranquilos y más cercanos al centro son los más populares. Los más jacobinos, los más agrietados, se hunden en su cardumen de fanáticos. Los políticos que no entiendan esto deberían usar más Tik Tok y menos Twitter. En Tik Tok, que es la red social del momento, todo es buena onda, divertido y absurdo. Nadie está enojado. En Twitter mandan los fanáticos, los agresivos, los narcisistas morales. La política del insulto.

A propósito: neoliberal y populista, no son categorías neutrales de análisis, son insultos micro-fascistas para anular a tu interlocutor. Cuando un diputado o un senador o un periodista se ceba con su uso bien sabe que lo que busca es agredir y chicanear. En una librería de Punta Carretas me compré hace dos veranos un libro sobre los pensadores uruguayos, del escritor Carlos Pacheco. Uno de ellos, Carlos Real de Azúa, quien fue un legendario intelectual nacido y fallecido en Montevideo, definió a la sociedad de su país como “amortiguadora”. “En Uruguay, los conflictos sociales y políticos no llegan a la explosión, toda tensión se compromete en un acuerdo”, escribió Azúa, quien pensaba que este es un rasgo fundacional de los orientales porque Uruguay fue creado como un Estado independiente para evitar nuevos conflictos entre Brasil y Argentina. Esta característica “amortiguadora” no tengo dudas de que es una de las grandes explicaciones para entender porque Uruguay es – en el contexto latinoamericano y dentro de todo – un éxito como nación. En sus índices de calidad de vida, de niveles de pobreza, de violencia y de distribución de la riqueza.

La playa del barrio de Pocitos, Montevideo, Uruguay. (REUTERS/Mariana Greif)
La playa del barrio de Pocitos, Montevideo, Uruguay. (REUTERS/Mariana Greif)

Para que Argentina despegue de una vez por todas tenemos que seguir con este experimento “amortiguador” tan ajeno a nuestro instinto, tan poco sensual para los medios y tan aburrido en una discusión de Whatsapp. Que la Carrió mesiánica siga en su chacra. Que el cristinismo radical siga sólo en algunas columnas periodísticas. Que Mauricio siga tomando mimosas bajo el tibio sol de Saint Tropez. Todavía cuesta reformatear nuestros reflejos. En la alienación de las redes sociales, y del periodismo político, se sigue considerando al cristinismo jacobino o al macrismo más extremista, como los grandes marcadores de agenda. ¿Pero hasta qué punto? Estrabismo conceptual, flojera reflexiva, amor por el show de la pelea. Si en el podio de los políticos más populares no están ni Cristina ni Macri. De hecho, están entre los más impopulares. Los de peor imagen. La serie “Macri y Cristina en el país de la grieta” vendió. Te da títulos. Es “tentadora, pero no sirve”, como dijo Andrés Larroque, otro con recientes síntomas de uruguayo.

La incipiente cultura de la corrección y de los modales en lo más alto del poder no es un dato frívolo. El filósofo vitalista francés André Compte Sponville, un brillante dandy parisino peleado con los pesimistas, considera que la buena educación, en un sistema social, y ni hablar en política, no es superficial. “Es el arte de vivir juntos”, plantea. “Es dejar el egoísmo de lado, es respetar al otro, y no es nada inútil”. En francés, a la cortesía de todos los días, la de los pequeños importantes gestos, se la llama “politesse”. Prácticamente igual que el “polite” del inglés. Proviene de “pulir”, de la idea de “limpiarnos” de conductas groseras cuando tratamos con otra persona. Y qué parecida es a la palabra “política”, que, en la mejor de sus versiones, más que la trillada guerra por otros medios, debería ser “el arte de vivir juntos”. Como hacen los uruguayos, como estamos empezando a hacer nosotros. Aunque caiga como un baldazo de agua helada en las estrategias facilistas de los buitres de la grieta. Cuando nadie lo veía venir, más que hacia Maracaibo -¿quién quiere ir hacia Maracaibo con ese calor espantoso?- nos fuimos hacia Pocitos. Un buen rumbo.

* Licenciado en Ciencias Políticas de la UBA. Director de la Revista Maleva

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