Cuando la Argentina terminó con el golpismo

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Después de haber originado el motín, sedición, insubordinación, rebelión o levantamiento -cualquiera sea la denominación que se le haya asignado- de Villa Martelli en diciembre de 1988, al que denominaron Operación Virgen del Valle, el coronel Mohamed Alí Seineldín fue considerado por sectores del menemismo como el “reaseguro de la democracia”.

Desde su detención en los cuarteles de Palermo recibía a políticos, empresarios, sindicalistas y militares retirados, a quienes exponía su percepción sobre el próximo proceso electoral y el diseño de un futuro Ejército Nacional en reemplazo del Ejército Argentino. Muchos de sus interlocutores de entonces manifestaban que los mandos del Ejército, a los que calificaban de “liberales y antiperonistas”, impedirían un triunfo en las elecciones del 14 de mayo de 1989 que, posteriormente, se desarrollaron con toda normalidad.

Después del triunfo, Carlos Saúl Menem se entrevistó con Seineldín, quien le propuso el próximo Jefe del Ejército y solicitó indultos que incluyeron a cientos de militares y civiles imputados y procesados por delitos de lesa humanidad, y también a los que habían participado en los movimientos insurgentes conocidos como Semana Santa, Monte Caseros y, por supuesto, Villa Martelli. La medida se concretó por decreto del Poder Ejecutivo Nacional en octubre de 1989. Al respecto, el historiador Luis Alberto Romero dijo: “Es probable que (Menem) conociera y hasta alentara el levantamiento de fines de 1988 (Villa Martelli). Cumplió con ellos indultándolos”.

El 19 de octubre de 1990, Seineldín envió una carta al entonces presidente Menem donde preanunciaba sus futuros pasos y evidenciaba su clara marginación de las leyes de la República y de los reglamentos militares. Entre otros conceptos, expresaba: “En los hechos de Villa Martelli (Dic 88) se materializó un pacto de honor entre algunos políticos que Usted conoce, asumido también por los generales Caridi y Cáceres, los coroneles Toccalino y Díaz Loza (…) Mi objetivo era unir al Ejército, que Alfonsín y sus generales han dividido y humillado”. Como consecuencia de ello se le impuso una sanción disciplinaria a cumplir en un regimiento del sur del país.

En las primeras horas de la madrugada del 3 de diciembre de 1990, desde su lugar de detención, Seineldín dispuso el comienzo de la rebelión, a la que en esta oportunidad denominaron Operación Virgen de Luján. No puedo dejar de resaltar que invocar a la Virgen María, es una herejía, como lo fue en 1955 invocar el nombre de Dios (Cristo Vence) en el fuselaje de los aviones que bombardearon y mataron a cientos de inermes compatriotas en la Plaza de Mayo.

En rigor, Seineldín no condujo ninguna acción y la misma careció de líderes, lo que hizo más complicada la represión de los insurrectos. Inicialmente los focos rebeldes eran siete: tres Regimientos de Tanques con asiento en Villaguay y Concordia (en la provincia de Entre Ríos) y uno en Olavarría (en la provincia de Buenos Aires); un Batallón de Intendencia en El Palomar; la Fábrica de Tanques (TAMSE) en Boulogne; el Estado Mayor General del Ejército y el Regimiento de Infantería 1”Patricios”, en Palermo. En este último lugar se iniciaron las acciones, con el asesinato, por parte de los insurgentes, del mayor Federico A.J. Pedernera y de teniente coronel Hernán C. Pita. En una de las columnas del Litoral fue asesinado por los rebeldes el soldado Javier H. Gómez.

En Patricios, uno de los cabecillas, el teniente coronel Hugo Abete -indultado por el levantamiento de Villa Martelli- había manifestado que la operación debía ser: “Lo suficientemente original y decisiva como para no dejarle otra opción al poder político que la de aceptar nuestras demandas”.

Otro, el teniente coronel Osvaldo Tévere, dijo: “Los generales no van a resistir una muerte más. Hay que hablar con César Arias” (un hombre de confianza de Menem e interlocutor de Seineldín).

Ni el ministro de Defensa, Humberto Romero, ni el Presidente, interfirieron durante las operaciones de represión. Las más cruentas se desarrollaron en Boulogne, en Palermo y en el Estado Mayor del Ejército.

Yo era entonces entonces general de brigada Subjefe de la Fuerza a cargo de las acciones de represión. Al promediar la tarde, Tévere pidió hablar telefónicamente conmigo, preguntando “cuáles eran las condiciones de rendición”. No lo atendí, pero le hice responder: ”Ninguna, la rendición es incondicional”. De inmediato se abrió fuego intimidatorio con artillería y minutos después se rindieron.

El último foco rebelde a recuperar, con las últimas luces del día, fue el Estado Mayor, donde se rindió el capitán Gustavo Breide Obeid con alrededor de 400 suboficiales. De inmediato informé al Jefe del Ejército, general Martín Bonnet, y al ministro de Defensa.

Todos los rebeldes quedaron detenidos en distintos lugares a disposición de la Justicia. Para muchos de nosotros fue el día más largo siglo. La inminente visita oficial del presidente de los Estados Unidos, George Bush, pudo realizarse de acuerdo a lo previsto. Los insurgentes sufrieron la muerte de un sargento, mientras un coronel optó por el suicidio; se les atribuye la muerte de nueve civiles en distintas circunstancias y ajenos a los hechos.

En síntesis, se trató de un hecho improvisado, cruento -14 muertos, más de 100 heridos y 4 prófugos , uno de ellos se incorporó al ejército croata-, desviadamente ideologizado y anárquicamente conducido.

Jamás apreciaron la reacción de una fuerza cohesionada, disciplinada, decidida, profesionalmente conducida -en todos los niveles- y comprometida con el orden constitucional. Ese día, se terminó con protagonismos individuales, con los autores de conductas recurrentes y con las disensiones internas que habían convertido al Ejército en un partido militar.

Fue un punto de inflexión en nuestra historia política y marca la definitiva inserción de las Fuerzas Armadas en la democracia.

Aún hoy cuesta creer cómo se había llegado a tan absurdo enfrentamiento interno, donde la disciplina fue quebrada por la intolerancia, acicateada por la irresponsable ambición de quienes no vestían uniforme, pero nos hicieron vivir la última jornada de luctuosos desencuentros, unánimemente condenados. En esta oportunidad, el presidente Carlos Menem dijo: Se acabaron los carapintadas. Se acabó esta payasada. Se acabó el camello (…) Esto fue un intento de Golpe de Estado. Es una locura de un grupo de individuos que se consideraron un tanto mesiánicos”.

Estoy convencido de que ese día comenzó algo diferente; siempre ocurre en cada momento de cambio histórico fundamental.

*Ex Jefe del Ejército Argentino. Veterano de la Guerra de Malvinas y ex Embajador en Colombia y Costa Rica.

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