La historia nos habla

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(Presidencia)
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Hablar el pasado, intentar comprenderlo, revelar sus claves, son condiciones necesarias (no las únicas) para interpretar el presente. Saber de dónde venimos es muy útil para forjar un camino. Pero también lo es no atarse a pesadas mochilas que nos obliguen a actuar de tal o cual manera.

No somos un país fácil. Pese a los impresionantes logros individuales y colectivos que podemos consignar en nuestra historia, lo cierto es que en términos políticos hemos vivido extremos contraluces y, entre ellos, lapsos muy oscuros.

Por ejemplo, con relación a la continuidad democrática. Basta recordar que el último Presidente constitucional no peronista que terminó su mandato en tiempo y forma fue Marcelo Torcuato de Alvear, en 1928. Incluso, yendo aún más atrás, desde 1916 no hay dos Presidentes argentinos de distinto signo político que hayan finalizado mandatos consecutivos.

Hoy, sin embargo, a días de las próximas elecciones, podemos decir que estamos en un punto de inflexión, ya no de los sombríos, sino en nuestro frente positivo: según se ha dicho, y es clave recordarlo todas las veces que podamos, Mauricio Macri será el primer mandatario no peronista elegido en democracia que cumple un mandato completo, tras más de 90 años de intermitencias y finales abruptos que siempre acaba pagando la sociedad.

En lo que va de casi un siglo, se alternaron presidentes de facto vía derrocamientos (contra Yrigoyen, contra Frondizi, contra Guido, contra Illia, contra el propio Perón); candidaturas testimoniales; gestiones inconclusas signadas por la violencia y las consecuentes crisis cuyos múltiples costos recayeron, siempre y finalmente, en las mayorías, en la gente común, de un modo u otro, atropellada por la mala política, la falsa política, o la antipolítica de las dictaduras.

Afortunadamente, todo aquello ha quedado atrás y estamos, en el año 2019, dando una vuelta de página que marcará positivamente nuestra biografía como país.

No por casualidad, sino como fruto de una maduración social, de un deseo de superación, que coincide con un momento histórico relevante. Un momento donde “el cambio” fue la consigna más relevante.

Estos cuatro años, en democracia plena, con libertades y garantías constitucionales, sin violencia social, sin tragedias como las que azotaron al País casi regularmente, dejarán un registro en los futuros repasos del acontecer político local.

Pero no solamente los hechos mencionados más arriba nos invitan a revisar lo ocurrido en Argentina en este período, sino un bagaje contundente de logros concretos, objetivos, fundamentales, que distinguen a la gestión de nuestro actual Presidente y quedarán como hitos superados para las próximas generaciones.

En diciembre de 2015 los argentinos entendimos que era indispensable mejorar la cultura del poder, reconciliarla con una idea de república con calidad institucional y transparencia: en la obra pública, en el acceso a información estadística veraz, en la redefinición de nuestro vínculo con el mundo. Trabajamos exitosamente en la integración a la globalidad desde nuestros valores y nuestra cultura, tomando las enormes oportunidades que esto implica.

Entendimos que era imprescindible combatir al narcotráfico y a las mafias. Asumimos que la calidad institucional era decisiva para que la cultura democrática no fuera sólo una declamación con el dedito desde el atril. Y que impulsar un desarrollo humano superador del mero asistencialismo debía incluir la promoción de los derechos, en todos los campos.

En el mismo sentido, elegimos trabajar por una infraestructura de calidad y por un desarrollo que nos permitiera recuperar el autoabastecimiento, o sea: la soberanía energética que habíamos perdido.

En 2015 elegimos también corregir nuestros desequilibrios macroeconómicos y sentar las bases para una economía pensada en función del crecimiento y no de esos “parches”, que por propia naturaleza son a la vez circunstanciales y eternos.

Logramos construir consensos y acuerdos en el Congreso, las provincias y respetar la independencia de la Justicia.

Conseguimos, en suma, una conexión a través de la escucha con demandas profundas de la sociedad. Conexión que hoy estamos percibiendo en las marchas que acompañan al Presidente a lo largo y a lo ancho del país.

Sin temor a equivocarnos, hoy podemos decir, en definitiva, que tenemos un gobierno receptivo, capaz de cambiar –así como cambió todo lo que era imprescindible en estos cuatro años– porque es capaz de escuchar, de permear el mensaje, de tomar el camino necesario en cada etapa. Así como dimos, al asumir este gobierno, un golpe de timón en materia de valores, generando un clima de sinceramiento en todos los niveles.

Desde luego que tenemos problemas muy relevantes pendientes de solución: la inflación, la pobreza, la necesidad de potenciar el sistema productivo. Problemas que nos duelen.

Pero cierto es también que estos no son problemas nuevos, ni mucho menos creados en los últimos cuarto años, sino que expresan falencias de casi un siglo. La inflación empezó a ser noticia en 1945. Frondizi, en 1958, hablaba de dificultades similares a las actuales. Alfonsín, en 1989, padeció la hiperinflación como un rebrote de lo peor de esa distorsión.

Mejoramos respecto de aquellas dificultades, y hoy seguimos luchando contra ellas, con avances y retrocesos, porque erradicar tamañas rémoras implica una lucha diaria que es dinámica.

Pero lo fundamental es que fuimos y somos escuchados por un Presidente que toma nota y está en control. Que acepta errores y los corrige.

Por eso nuestra convicción total y absoluta de que hay que dar esta batalla otra vez en las urnas, para completar lo que empezamos.

Por eso creemos que la coalición de gobierno de Juntos por el Cambio no solamente logrará superar aquella marca de 1928, sino que tiene chances reales de alcanzar el balotaje para luego competir mano a mano contra otra visión de país que es claramente involutiva, que expresa la falta de tolerancia y hasta la persecución de los que piensan distinto.

El origen de este cambio iniciado en 2015, nuestro pasado inmediato, nos dice que hay un futuro, porque ya, ahora mismo, estamos haciendo historia.

Los argentinos somos fuertes y a esta altura, nos sentimos más fuertes y optimistas que nunca.

Con posibilidades reales de seguir superando lo peor y reconstruyendo lo sobresaliente de la Argentina.

Con posibilidades reales de que esta misma historia continúe y nos encuentre escribiendo nuestra mejor página; poder ser mejores. El cambio, que ya empezó y está, por decirlo de algún modo, en su primera juventud.

Tenemos que seguir creciendo. Nos lo merecemos, y en eso estamos.

El autor es secretario de Gestión Institucional de la Secretaría General de la Presidencia de la Nación.