Tuvimos líderes delincuentes y charlatanes

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A los argentinos siempre todo nos pareció fácil porque teníamos los cuatro climas, éramos el granero del mundo y no tuvimos guerra. Nos hicieron pensar que los ingleses y los españoles al liberarnos habían perdido la perla de la corona, y que sin nosotros como cabeza de playa de Europa, en América estaban destinados al fracaso.

Nuestro sueño siempre fue ser europeos pero nunca perder la autonomía y el espíritu nacional. Con una soberbia apoyada en ningún lado, nos permitimos con descaro pegarle con el guante de la ignorancia un revés a las potencias, retándolos permanentemente a duelo.

Por eso, más que gobernantes siempre nos gusto tener patoteros, gritones y demagogos que nos hacían creer que haciendo un Hakka en Ezeiza las potencias se replegaban, se miraban entre ellas y decían: OJO CON LATINOAMÉRICA QUE ES EL FUTURO. Pero, lamentablemente, no nos alcanza con pensar en el "Plan Andinia" para creer que las potencias nos tienen en su mira porque el plan no llegó nunca y los chinos nos pusieron una base militar en nuestro territorio. Siempre cuidando la proa nos entraron por la popa; nunca entregamos, siempre con la dignidad falsa y el orgullo destruido pensamos que no nos iba a pasar nada mientras quede algo del General en San Vicente y cada vez nos alejamos más de ser una república, nos aislamos más del mundo y nos mentimos tanto, que acunamos una frase para la luneta trasera del viejo Fiat Duna que rezaba "ARGENTINA POTENCIA".

La impotencia nos llevó después del General, a tomar como líderes tirifilos, delincuentes y charlatanes que simplemente por el hecho de decirnos que nos aislaba del mundo, por dignidad, los votamos.

La degradación genética disfrazada de progreso nos condujo hasta un oscuro usurero sureño con dignidad y reputación non santa que se enquistó en el sillón de Rivadavia con el único propósito de saquear a la Argentina. De perpetuarse en el poder haciendo lo que más sabía: olfatear ese raro hedor similar al sexo desagradable pero erotizante que emanan los fajos de dólares y, en una operación vulgar, berreta, mucho más parecida a una barra que saquea una cervecería o a una mechera que se pone la pila de Jeans entre las piernas, sin asemejarse en nada a Rififi, se llevaron el país en bolsos.

Ya es tarde. En ese charco de estiércol el ingeniero quiere edificar las bases de un puente, un puente demasiado largo que nos una con el mundo; pero cada ladrillo que tira se hunde en la ciénaga de estiércol que dejaron los últimos 80 años de los peores piratas in escrupuloso y ladrones que, después del éxodo de Varsovia, no se había tenido noticias.

Como todo ingeniero planifica lento, pero sabe bien que sin cimientos no hay República, y sin República no hay puente que valga. Usted tiene la palabra, para mí esta es mi verdad.