El Gobierno pagó el rescate que le pedían los secuestradores; ahora irán por más

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Los ministros Nicolás Dujovne y Luis Caputo en la conferencia de prensa del día de ayer (Adrián Escandar)
Los ministros Nicolás Dujovne y Luis Caputo en la conferencia de prensa del día de ayer (Adrián Escandar)

Hace apenas siete días, en esta nota, la columna soñaba con que el gabinete económico o equivalente repensara su política monetaria, o acaso su política integral, para salir del atolladero en que se había metido por su propia decisión.

Porque es importante aclarar que es falso que lo que pasó, pasa y pasará sea una resultante de factores exógenos que se coaligaron para caer con toda su furia sobre las cabezas de los pobres argentinos. Casi nunca eso es cierto. Por el contrario, al generar una serie de condiciones que debilitaban la moneda local y que tornaban al país deudadependiente, lo que se hizo fue crear una fragilidad sistémica que cedería ante cualquier pequeño soplo del mercado internacional, como en el cuento de los proverbiales chanchitos. De manera que esta crisis en un vaso de agua fue totalmente endógena, sin posibilidad de error de apreciación alguna.

Lo que lleva a imaginar sobre lo que ocurrirá cuando la Fed eleve un par de veces más la tasa en los próximos meses – como tiene previsto – y cuando el mercado global decida darse cuenta de que Estados Unidos ha decidido abrazarse a su déficit como a una bandera y eso presione sobre la tasa americana a 10 años mucho más que las décimas de punto que con su leve amague hicieron temblar a la precaria estructura financiera local. Y para mostrar los riesgos que aún aguardan embozados, basta mencionar la probabilidad latente de que un aumento en esa tasa a 10 años aprecie aún más al dólar y eso fuerce la rebaja de las commodities, lo que no debería excluirse del análisis.

Tampoco es del todo cierto que la reciente fuga de divisas tenga que ver con el pueril impuesto a las utilidades financieras. Un simple cálculo indica que una modesta suba de un punto compensa el impuesto, con lo que es evidente que no se explica de ese modo la corrida, sobre todo después del primer día. En cambio, es mucho más acertado recordar que, cuando se debilitan los fundamentals, los inversores suelen atacar a las monedas de los países con tipo de cambio controlado, como enseña la historia. Por eso ahora, tardíamente, han aparecido muchos economistas que vacilaban sobre la conveniencia de un tipo de cambio flotante bastante limpio, que ahora pontifican desde las redes y los medios los méritos de una liberación que ni comparten ni entienden.

Lo que está ocurriendo con la divisa es un resumen de lo que pasa con la economía toda, que no es más que una pesadilla recurrente, siempre con el mismo comienzo, los mismos argumentos y el mismo final, como si el mismísimo Freddy Krueger se reencarnase cíclicamente para conducir el proceso. Siempre quien maneja la economía es convencido o forzado a aplicar algún tipo de modelo proteccionista, gradualista, progresista, solidarista o distribucionista. Desde Yrigoyen hasta hoy, por lo menos.

También siempre, un grupo de empresarios industriales y sindicales, economistas, medios y periodistas aplauden o empujan esas políticas. Si faltasen voces de aliento y soporte, el propio gobierno se ocupa de encontrarlas, fomentarlas y retribuirlas. (Ver Espert, José L.) Luego, comete el error de creerles. El paso siguiente es el empecinamiento conque se defienden esas políticas, aún cuando los errores fueren evidentes o los resultados fueren desastrosos. Ese empecinamiento se ejerce aún hacia adentro de los gobiernos y obviamente hacia cualquier crítica de afuera de ellos.

Atrapados entre el temor, la inseguridad técnica y la influencia del poder económico, muchos críticos suavizan o acallan sus voces. Al mismo tiempo, se crean facciones internas dentro del poder que luchan en su interior. No habrá que olvidar el tironeo tremendo sobre el supuesto liberal Martínez de Hoz en los 70, que estuvo obligado a tener un desempleo no mayor al 2%, y que luego fue obligado a establecer un control de precios, y una tablita cambiaria ruinosa, para terminar con un jubileo en el que muchos estafadores que hoy posan como expertos se enriquecieron groseramente. Un doble o triple timón que colabora a crear un escenario imprevisible y que se ha sufrido muchas veces.

Casi siempre la excusa ha sido y es el frente social, que antes se llamaba los descamisados, luego la lucha contra la guerrilla, ahora los piqueteros y los sindicatos, o alguna otra excusa que justifique no modificar el gasto y aumentarlo. Igual que la protección a la industria y a los sindicatos, que dejan un tendal creciente de marginales irredentos, que hoy, por acumulación, llega ya a un nivel de disolución social y económica.

En esa permanente y repetida pesadilla, se elaboran planes o borradores de planes con tres o cuatro puntos supuestamente reactivantes, fuertes y que harán crecer la economía, escondiendo de ese modo, por una mera cuestión porcentual, las barbaridades acumuladas del sistema. Tarde o temprano, por una elemental lógica, el mecanismo no funciona. Aumenta el endeudamiento, la inflación no cede, la inversión no llega, el empleo no crece (recordar que en la ensoñación actual Macri dijo que había que crear un millón de empleos en 5 años), el gasto aumenta o se financia por aumento de costos de los privados vía tarifas, tasas o impuestos, el déficit cuasi fiscal crece hasta lo explosivo y todo el país termina pendiente del crédito, de la tasa de interés, de la inflación, de la inversión que no llega y finalmente de algún milagro que haga que alguna contingencia ocurra o no ocurra.

La debilidad así producida se traduce en un mercado cambiaro a merced de cualquier especulación, que por supuesto ocurrirá siempre. El título con lenguaje antiimperialista de esta nota, es otro modo de decir que se está en un tobogán peligrosísimo de desconfianza, en el que ya no se puede hacer otra cosa que seguir cayendo. ¿Comprenderá el gobierno este real peligro, o seguirá creyendo en sus propias expectativas, sus arengas internas y las de quienes se benefician con los regalos como los de la semana pasada con el arbitraje y el carry trade?

También han aparecido en amontonado contingente los técnicos arrepentidos de haber defendido el método para luchar contra la inflación, que ahora parecen recién haber descubierto que la vieja ecuación M.V=P.Y no es una teoría como tantas sino que es esencial para entender la inflación. Del mismo modo que los expertos en ganar elecciones, (dentro y fuera del Gobierno) que empujaron esta nueva versión de la recidiva de la pesadilla nacional recurrente, deben estar buscando excusas para explicar lo que pasa en los resultados de las estadísticas. Momento de conversión y fuga. No sólo de dólares.

¿Es esto fatal para Cambiemos? No. No aún. No tiene ya tiempo de hacer un giro copernicano, pero sí de dar señales de haber identificado el problema y de estar empezado a solucionarlo. No de ponerle otro parche que lo haga seguir encerrado en la misma pesadilla en la que se encerró. ¿Eso implica un cambio de equipo? No necesariamente. Pero se requiere un claro golpe de timón que cambie radicalmente la dirección en que rumbean el Estado y el gobierno. Y no sobra el tiempo para ello, ni para alinear la heterogénea tropa gobernante. Y alguien tiene que liderar férreamente ese cambio.

La sociedad está, mientras tanto, otra vez en vida latente, esperando que caiga el proverbial "otro zapato" o que haya una señal fuerte que indique que se terminó la incertidumbre. También están en vida latente la inversión, la generación de empleo, el ahorro y el bienestar. Han vuelto a surgir los viejos fantasmas: el corralito, la pesificación, el plan Bonex, el default interno y externo, la confiscación, el cepo, el temido FMI, hasta los nuevos jucios en Nueva York contra el país de bonistas misteriosos y desconocidos y en el Ciadi de aventureros conocidos.

Y hay aún otra pesadilla en ciernes. Que un día el sistema interno y externo llegase a creer que, a este paso, el próximo gobierno será peronista, reproduciendo así el mal sueño hasta el infinito. Y ahí la estampida sería imparable. En algún lugar en las sombras, Freddy Krueger sonríe malignamente y espera.

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