Cuando las palabras enmascaran la verdad

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Una artera maniobra para pasar por liebre lo que es gato es modificar el vocabulario y no hablar con claridad. Últimamente luce enunciar con eufemismos lo que teníamos aprendido con otras palabras; eufemismos que distorsionan la realidad con el claro objetivo de cambiarla desde el lenguaje.

Otro asunto que va en diferente dirección pero se apoya en similar filosofía es contrabandear en la construcción gramatical lo que enunciado como corresponde abruma por el peso de la palabra. El talentoso pensador francés Alain de Benoist afirma "que quien controla el poder de definir las palabras controla también las mentes". Y este es el núcleo central de la novedosa batalla por las ideas.

Hace un par de meses en distintos debates dados tanto en la prensa escrita como televisión y radio afirmaba yo, y esto parecía mortificar fieramente al progresismo vernáculo, que no hay en América "pueblos originarios" puesto que todos vinimos de otro lado. Que definir de esta manera lo que nuestra Constitución y la historiografía precisa como indígenas, esconde la intención, a partir de esta mentira, de atacar el proceso de conquista y colonización española, hablar luego de genocidio, cambiar la estatua de Colón y destruir finalmente las raíces culturales de los pueblos iberoamericanos. Todo con dos palabras. La idea de "tierras ancestrales", disparate mayúsculo si los hay, oculta la misma voluntad.

Hace varios años, en el 2001, se estrenó en la TV norteamericana la película, La Conspiración. Se trata de un film que reproduce la reunión secreta que en enero de 1942, quince jerarcas nazis realizaron en un castillo fastuoso en Wammsee, a orillas del lago del mismo nombre, al suroeste de Berlín. El encuentro se propuso aprobar, por todos los organismos con responsabilidad política y militar del Estado nazi, el exterminio de los judíos que en enormes cantidades engrosaban la población del Imperio de los mil años. En el film puede apreciarse el valor de los eufemismos para nominar lo terrible aun en individuos convencidos ideológicamente que lo terrible era el camino para alcanzar una sociedad superior.

La autoridad máxima en esa junta fue Reinhard Heydrich quien afirmó que Alemania no puede "almacenar más judíos y la emigración ya no es posible." En consecuencia hay que "evacuarlos", esto es matarlos. Esa junta de demonios no hablaba de matar, usaba el eufemismo evacuar. Ellos mismos distorsionaban el lenguaje por el peso decisorio de las palabras. Se habló también de esterilizar a hombres y mujeres judías. Para no usar ese vocablo se propuso el inofensivo "reinserción médica".

Viene a cuento la anécdota porque observo con enorme preocupación que en los debates por la despenalización del aborto, los abortistas, que así debe llamárselos, han comenzado a utilizar eufemismos. ¿Será que un su fuero interior hay sombras que le hacen ruido? Y entonces cuando hablan, escriben o fundamentan su decisión favorable al aborto lo denominan "interrupción voluntaria del embarazo" (IVE). Los "evacuados" modernos no merecen que edulcoren su destino. Estamos hablando de aborto. Ayer, hoy y siempre.