Despenalización del aborto, decisión compleja que no admite murallas

Martín Barba

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El tema del aborto, dicen sus partidarios, la mayoría mujeres, es un problema de salud. Tiene que ver con la libertad de decidir sobre su propio cuerpo. Y el derecho a ser asistida convenientemente por profesionales responsables, sin el riesgo de perder la vida por hacerlo a escondidas, con métodos y por personas sin experiencia ni responsabilidad. Es también un derecho a la igualdad de trato entre las mujeres que tienen los medios económicos para pagar una atención adecuada y las que no tienen los recursos suficientes, por lo que, en muchas ocasiones, estas pierden la vida.

Derecho a la salud. Libertad para decidir sobre su propio cuerpo. Derecho a no correr riesgo para su vida. Derecho a la igualdad de trato. Derecho a no actuar en la clandestinidad. Nadie que no carezca de un mínimo de sensibilidad podrá negar la garantía de estos derechos de una mujer.

Mucho menos se podrán negar esos derechos cuando la concepción del niño que llevan en su vientre ha sido producto de una violación, o peor aún, de la violación de una mujer discapacitada o con pérdida del conocimiento. Es decir, en cualquier caso en que no hubo o no pudo existir el consentimiento para la relación sexual.

Si el problema de la decisión de producir un aborto se redujera a ese territorio de innegable importancia, que es el que se refiere al cuerpo y a los derechos de la mujer, no podría haber absolutamente opinión contraria a aceptarlo que no constituya un verdadero capricho, inadmisible por no contemplar razones de justicia y de equidad indubitable.

Pero, ¿acaso no existe otro ser, que no solo en alguna ocasión, sino que nunca pudo estar en disposición de elegir, de dar su consentimiento, para estar presente, también con todos los atributos, los derechos y las garantías referidos al ser humano, como el ente vivo de mayor jerarquía de este universo, con igual proyección para su existencia, tal como el de esa mujer, en ese instante trascendental en la vida de las personas en el que debe tomarse una decisión para resolver nada menos sobre el destino de su propio cuerpo?

¿Y acaso uno de ellos es sujeto y el otro mero objeto por el solo hecho de que el primero alcanzó un pretendido grado máximo de desarrollo, y el otro, aunque titular y usufructuario de una serie de condiciones, cualidades y singularidades que lo hacen único e irrepetible, se encuentra en proceso de desarrollo?

¿Y no es digno de ser considerado y valorado, por la sola circunstancia de no poder expresarse en un ágora donde se desarrolla una asamblea a la cual ni fue invitado ni tuvo ocasión de decidir su concurrencia, sino que se lo obligó a ser partícipe existencial, pero sin derecho a exteriorizar su opinión de continuar existiendo?

Si el terreno en el que se despliega la consideración del aborto se atrinchera detrás de la muralla almenada de los derechos y la libertad de la mujer que concibió un nuevo ser, dejando a la intemperie de la desconsideración el supremo derecho de otro individuo, la conservación de la vida, que es la máxima prerrogativa de un ser humano, cuya inexistencia hace imposible cualquier otro derecho, la decisión lisa y llana de disponer la despenalización del aborto se resolverá, a la vez que con fundamentos razonables, asimismo con un desprecio inaceptable, inhumano y abominable por el germen y el fundamento de la existencia del universo.

Una última reflexión para las mujeres que se atrincheran en sus derechos: quizá en este tema deberían incorporar a sus razonamientos no solo su condición de mujer, sino también la cualidad de madre. La máxima jerarquía de su naturaleza femenina.

El autor es  presidente del Tribunal Superior de Justicia de Neuquén. Ex fiscal general ante la Cámara Federal de General Roca.