¿Qué le espera a las Fuerzas Armadas?

Preguntémonos firmemente en cuáles de las cinco áreas indelegables de cualquier Estado (salud, educación, seguridad, defensa y relaciones exteriores) tenemos un plan, llevamos un rumbo, tenemos una meta o al menos un ideal

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Es una frase harto reiterada la que indica que los argentinos tenemos mala memoria. En esta particular oportunidad, desearía que ello fuera absolutamente cierto, ya que es la única forma para que usted mismo no me tilde de contradictorio.

Ocurre que hace ya algunos meses yo mismo le informaba en una nota periodística sobre algunos roces internos producto de "la firme intención del gobierno nacional de reequipar a las Fuerzas Armadas".

Esta nota fue sólo una de las tantas dedicadas en diversos medios a explicar la manera en que se distribuirían los dos mil millones de dólares. Aviones y buques ocuparían las prioridades y dentro de estos últimos la cosa pasaba por ver si las tan anunciadas patrulleras oceánicas pasarían a engrosar el patrimonio de la Armada o el de la Prefectura Naval.

Dos realidades resultan irrefutables en el presente. La primera, no es serio pretender ignorar que no se puede tener una estructura militar sin invertir los recursos necesarios para que no sea una cáscara vacía de contenido. La segunda: la ausencia de hipótesis de conflicto no es otra cosa que el fruto del pensamiento mágico que al respecto predominó durante la gestión kirchnerista.

La difusión de una supuesta gestión del ex embajador en Estados Unidos Martín Lousteau ante miembros de la comisión de defensa del "imperio" en la que se habría detallado el listado de armamento a adquirir y que incluiría, además de naves marítimas y aéreas, tanques, misiles y armamento de mediano poder de fuego, despertó la enérgica protesta de los más acérrimos opositores al Gobierno de Cambiemos, los que llegaron a esgrimir la posibilidad de interpelar a la canciller y al ministro de Defensa en la Cámara de Diputados.

Como contrapartida y mientras aún no ha ingresado al patrimonio militar ni un cañón de dulce de leche, sí se ha anunciado la venta de una importante cantidad de inmuebles, los que, según el Gobierno, carecen de utilidad para las Fuerzas Armadas y suponen el ingreso al erario público de una importante suma de dinero.

Como es sabido, dentro del patrimonio militar no sólo hay cuarteles y armas, las fuerzas administran campos, locales comerciales y edificios de viviendas destinados al personal que cumple destino lejos de su lugar de residencia habitual.

Este anuncio (con más viso de realidad que el reequipamiento anunciado) también mereció cuestionamientos de la misma oposición, que tildó de "maniobra inmobiliaria" a la intención del Gobierno de despojar al patrimonio nacional de preciados bienes inmobiliarios "vaya a saberse con qué espurias intenciones".

Para sumar confusión al estado general de las cosas, el propio Gobierno, al tiempo que ha ratificado la intención de proceder a la realización de activos castrenses, relanzó el plan de retiro o jubilación de todo el personal en condiciones reglamentarias de hacerlo. Asimismo, se anunció el repliegue de los efectivos destinados al operativo Escudo Norte y se desmintió la multimillonaria inversión en equipamiento.

Nunca sabremos si se trató de una de las tantas idas y vueltas en la toma de decisiones o si jamás el anunciado (incluso por este humilde servidor) reequipamiento estuvo firmemente instalado en la agenda de la gestión. Ahora, eso sí, ante la menor catástrofe natural, tanto antes como ahora, se pretende que las Fuerzas Armadas, en cumplimiento de su rol secundario (y muy válido, por cierto), estén prestas con hombres y medios a brindar la necesaria ayuda que requieran quienes han resultado damnificados por la tragedia.

Más de una vez he expresado desde esta columna cómo la democracia, renacida a partir de 1983, no supo diferenciar a quienes desviaron el camino de las instituciones a las que pertenecían. Hace más de 35 años que transitamos un perverso camino en el que, así como confundimos orden y apego a la ley con represión y dictadura, no alcanzamos a comprender la sensible diferencia entre el poder militar y los militares en el poder.

Aunque parezca increíble, la duda sólo subyace en la clase dirigente y en un reducido grupo de "mentes esclarecidas". El grueso de la población ha superado hace ya varios años el temor al "partido militar"; para muestra remito a lo que fue la alegría con la que fueron saludados nuestros soldados durante el desfile del bicentenario o el alivio que experimentan nuestros inundados cuando ven llegar la ayuda de manos de esos hombres y mujeres que visten el verde militar y no el chaleco militante.

Si le preguntara en este momento qué es lo que prefiere, si un avión caza o un hospital, una corbeta o cinco escuelas, un tanque de guerra o diez ambulancias, sé perfectamente cuáles serían sus respuestas, estimado lector. No tenga dudas, si me lo preguntaran en esos términos, las mías serían iguales que las suyas.

Pero el planteo que merece un país serio no debe ser dado en términos de una cosa o la otra. Es totalmente cierto que el país presenta carencias de todo tipo, y que en épocas de vacas flacas hay que fijar prioridades basadas en los siempre exiguos recursos. Pero no es menos cierto que la utopía del conflicto inexistente, en la medida en que sea unilateral, no es más que eso. Una utopía.

Lo que no nos han dado estas tres décadas largas de democracia es la capacidad para consensuar políticas de Estado básicas. Así como no hay un plan de educación, ni de salud, ni de seguridad, la defensa está en idénticas condiciones. Vender una propiedad, reducir los horarios, apagar las luces y no sacar fotocopias no es la solución a ninguna estrechez presupuestaria.

Distinto sería si pudiéramos hablar de un replanteo funcional de nuestras fuerzas, cortar lo que no sirva , potenciar lo que sí es útil, redistribuir hombres y medios, garantizar que, si se venden activos, el producto de esas ventas sea destinado al reequipamiento y, en definitiva, ir más allá de un parche para "tener a los uniformados tranquilos".

Preguntémonos firmemente en cuáles de las cinco áreas indelegables de cualquier Estado (salud, educación, seguridad, defensa y relaciones exteriores) tenemos un plan, llevamos un rumbo, tenemos una meta o al menos un ideal.

Hasta que no tengamos la respuesta, seguiremos gastando o ahorrando, según sople el viento, pero estaremos muy lejos de poder decir que estamos invirtiendo. Y en este punto no le hablo sólo de nuestra propia defensa, le estoy hablando de la patria en su conjunto.