Hace sólo seis días, el eurodiputado Janusz Korwin-Mikke afirmó, en plena sesión de la Eurocámara: "Las mujeres deben ganar menos, porque son más débiles, más pequeñas y menos inteligentes". Por si no había quedado claro, desafió a los periodistas a encontrar aquellas que fueran buenas ajedrecistas o que hubieran inventado algo digno de mención. Esto quedaría en una simple y triste anécdota de no ser porque la idea brutalmente expresada por el eurodiputado polaco anida todavía en el pensamiento de algunos (por suerte cada vez menos) que aún creen que las mujeres somos un mero apéndice de los hombres.
A pesar de los avances en materia de género, hay estadísticas inquietantes. La directora ejecutiva de ONU Mujeres reveló que apenas el 50% de las mujeres en edad de trabajar están representadas en la población activa mundial, frente al 76% que representa la población activa masculina. Por eso, la meta para este año de la organización es: "Las mujeres en un mundo laboral en transformación: hacia un planeta 50-50 en 2030". En nuestro país, el escenario no difiere demasiado: diversos estudios señalan que un hombre puede ganar hasta un 33% más que una mujer por desempeñar el mismo trabajo en tareas informales.
Lo que indican estas cifras es que las mujeres no estamos situadas en la misma línea de partida que los hombres. Y que además de la inequidad salarial, las mujeres padecemos segregación vertical ascendente, con el famoso techo de cristal —esas normas no escritas que nos impiden llegar a las más altas posiciones—, y también segregación horizontal, con la feminización laboral, circunscribiendo al género a labores como enfermería o tareas domésticas en casas de familia, por ejemplo.
Sin embargo, muchas de estas cuestiones están cambiando de manera sostenida, aunque con lentitud. Es verdad que se sancionaron leyes importantes con perspectiva de género y que cada vez más personas están tomando conciencia sobre el trato desigual y las distintas situaciones de violencia: doméstica, psicológica, económica o laboral de las que luego pueden surgir casos de acoso sexual o moral.
También es cierto que en los últimos años hemos empezado a ocupar posiciones de liderazgo en política, empresas y organizaciones sociales pero insuficientes en muchos casos si los miramos en perspectiva. Por ejemplo, el porcentaje de mujeres en parlamentos del mundo aumentó del 16% en 2006 al 23,3% en 2016, pero no se alcanza el 30% de cupo que muchas legislaturas imponen.
No obstante, esta incorporación de la mujer al ámbito público no la eximió de sus tareas en la esfera privada. Así, las mujeres además tenemos una doble o triple jornada laboral, porque al trabajo remunerado se le suma el que hacemos en nuestros hogares. Basta mirar la puerta de las escuelas a la salida de los chicos para captar la verdadera dimensión del malabarismo al que estamos acostumbradas.
Debemos entender que la paridad por la que abogamos no se alcanzará con la mera atribución de puestos por un cupo (una política necesaria) ni con la sola promulgación de leyes. Debemos internalizar profundamente la igualdad de trato y el Día Internacional de la Mujer es una gran ocasión para hacerlo a través de la reflexión y la escucha activa.
Por eso, una vez más en este día, convoco a otras mujeres a trabajar sinérgicamente y a continuar apoyándonos mutuamente, a no detenernos y a animarnos a reclamar por mayor igualdad. Y a los hombres quisiera decirles, con palabras de la escritora argentina Victoria Ocampo: "No nos interesa en absoluto ocupar su puesto, sino ocupar por entero el nuestro, cosa que hasta ahora no ha ocurrido".