Cómo es la mutilación genital infantil de una persona intersexual

En “Ese que fui”, Candelaria Schamun da testimonio del “daño irreparable e irreversible que hizo la medicina” sobre su cuerpo a los tres meses de vida por confundir su clítoris con un pene.

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Candelaria Schamun: "A los tres meses de vida me mutilaron el clítoris".
Candelaria Schamun: "A los tres meses de vida me mutilaron el clítoris".

“Si me expongo, es para dejar testimonio del daño irreparable e irreversible que hizo la medicina sobre mi cuerpo. Y es, entre otras razones, para exigir que dejen de mutilar a niños y niñas en nombre de la normalidad médica”.

Las declaraciones que, sin reservas, ofrece la escritora y periodista argentina Candelaria Schamun en Ese que fui dan cuenta de una época que discriminó, torturó y mutiló a las personas intersexuales, es decir, aquellas nacidas con alguna ambigüedad genital o que no encajaban en el binomio varón-mujer.

“El tamaño de mi clítoris no estaba dentro de los cánones de la normalidad médica. Era más grande, y lo confundieron con un pene. Entonces lo que había que hacer era corregir eso que estaba mal. ¿Qué pasó entonces? A los tres meses de vida me mutilaron el clítoris”, dijo la autora en entrevista a Gisele Sousa Dias para Infobae.

Ese que fui, editado por Sudamericana, muestra el arduo camino que la autora tuvo que recorrer para desarmar “el rompecabezas hecho de silencios, recuerdos fragmentarios, síntomas físicos, dolores atroces y culpas incomprensibles”. Así, Schamun se adueña de su propia historia, que le había sido arrebatada, para tomar el control y, de una vez por todas, escribirla.

“Ese que fui” (fragmento)

"Ese que fui", de Candelaria Schamun, editado por Sudamericana.
"Ese que fui", de Candelaria Schamun, editado por Sudamericana.

Amanda pasa unos días en Buenos Aires. En los momentos de soledad aprovecho para retomar la investigación que llevo haciendo desde hace veinte años. Ceno y miro en YouTube una entrevista que le hicieron a la médica que me operó cuando tenía diecisiete años: Temporada 1. Cap. Frente a una sospecha de malformación uterovaginal en pediatría.

Explica las intervenciones mientras vemos, en el centro, fragmentos de cuerpos anónimos, vivos, rojizos. Mastico buñuelos de espinaca con ensalada de palta y tomate. En primer plano se muestra una cirugía.

—Un útero.

Por la cavidad resbaladiza, viscosa, tijeras y pinzas que van y vienen.

—Hubo que drenar la trompa de Falopio.

Con un bisturí corta la membrana, brota sangre marrón, la cirujana relata el video.

—La trompa está achocolatada.

La médica continúa el relato. ¿Seré parte de su filmoteca? Mi vagina pasó por sus manos ¿A dónde fueron a parar esas imágenes? Fui también uno de esos cuerpos anestesiados, filmados sin consentimiento.

Guardo todos los resúmenes médicos de las intervenciones; el parte quirúrgico lleva su firma. Trabajaba en un sanatorio de Buenos Aires. Mamá llegó a ella por recomendación de la endocrinóloga que me atendió desde que nací. Más allá de la impresión que me causa volver a verla y escucharla comentar esa operación como si estuviese relatando una novela de Stephen King, tengo un buen recuerdo. En aquel momento remendó la incontinencia urinaria provocada por una cirugía anterior, resabio de mala praxis. Y sin embargo ahora, cuando miro el video, siento curiosidad y pánico.

Arrastro el terror inconsciente a ser un objeto de estudio. Imagino que cuando nací les sacaron fotos a mis genitales y que ilustraron libros de anatomía, que se convirtieron en filminas proyectadas en congresos internacionales de medicina, las imágenes ampliadas como un caso extraordinario. ¿Será por eso que como acto reflejo me tapo la cara en las fotos?

En un momento del video ella dice que las intervenciones urogenitales (no invasivas) que se practican a un neonato, que por la edad aún es inconsciente, no dejan recuerdos traumáticos.

—Mentira —retruco para nadie.

Cuando nació, los médicos confundieron el clítoris de la autora con un pene, por lo que fue anotado como Esteban en su partida de nacimiento.
Cuando nació, los médicos confundieron el clítoris de la autora con un pene, por lo que fue anotado como Esteban en su partida de nacimiento.

Yo todavía padezco esas marcas. Sigo en shock posttraumático. Me cuesta estar desnuda frente a otra persona, tuve períodos en los que no quería que me tocaran. Las ginecólogas con las que me atendí evitaban hacerme un papanicolaou, quizá por miedo a romper algo o por pura impericia. Cuando veía disfrutar a la otra persona me resultaba imposible imaginar cómo sería gozar. Puedo contar la cantidad de orgasmos que tuve en mi vida. La primera vez que una electricidad placentera ablandó mi cuerpo, una sensación inédita, creí que estaba padeciendo un ACV. En terapia, la psicóloga me tranquilizó: festejamos como si fuese un cumpleaños. No tener orgasmos me producía una angustia vergonzosa, indecible.

Desde que nací intervinieron mi cuerpo, parches de piel y carne para normalizar mi anatomía según los parámetros de esa ciencia que me preparó para ser penetrada, como dice la médica en otra entrevista

—… una mujer hecha y derecha.

Respondo alterada en voz alta. Hablo sola:

—Heterosexual y madre…

En un texto médico encuentro una frase que parece un edicto policial: “La ambigüedad sexual es considerada como disruptiva y se percibe como un atentado a la normalidad y al orden social establecido”.

En mi cuerpo mutilado vive otro ser. Un ser borrado. Un desaparecido. Soy un cuerpo en plural, un DNI archivado, un expediente judicial, la soledad de un cuarto de hospital. Habito un cuerpo que fue bautizado con el nombre de Esteban, el del primer mártir del catolicismo.

Soy Candelaria. Soy Esteban. Soy ambos.

Cumplí la misma cantidad de años que tenía mamá cuando me parió. Ya no me reconoce. Escribo con el alivio de saber que mis padres no leerán este libro: él murió de cáncer y ella transita la etapa final del alzhéimer. Romperé el secreto familiar del que soy protagonista. Tantos años y nunca me había animado a hablar de esto.

Durante mi infancia, adolescencia y parte de mi adultez sufrí de anginas como un síntoma de opresión; cada vez que hablaba del tema o pretendía hacerlo, las amígdalas se llenaban de pus. Cuando escriba el punto final de este relato le habré puesto palabras al silencio.

Esta es una historia de fantasmas. De fantasmas y de dobles. El fantasma es el de mi padre. El doble es Esteban, pero ya vamos a llegar a él.

Quién es Candelaria Schamun

♦ Nació en La Plata, Argentina, en 1981.

♦ Es escritora y periodista.

♦ Es autora de la investigación Cordero de dios, sobre el asesinato de la niña Candela Sol Rodríguez. Trabajó como cronista en la sección Policiales del diario Crítica, en la sección Sociedad de Clarín y como productora en el canal de noticias C5N.

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