Un viaje en el tiempo por ecosistemas extintos para tratar de no perder los que todavía (y no por mucho) tenemos

“Otros mundos”, del joven y premiado paleobiólogo escocés Thomas Halliday, muestra las distintas versiones de la Tierra que hubo a lo largo de sus 4500 millones de años para pensar qué posibles futuros tenemos por delante.

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En "Otros mundos", editado por Debate, el paleobiólogo Thomas Halliday hace un recorrido hacia atrás en el tiempo por 16 ecosistemas terrestres ya extintos para trazar un camino hacia un futuro posible y deseable.
En "Otros mundos", editado por Debate, el paleobiólogo Thomas Halliday hace un recorrido hacia atrás en el tiempo por 16 ecosistemas terrestres ya extintos para trazar un camino hacia un futuro posible y deseable.

Una Antártida templada y boscosa. Un desierto inundado por las lluvias. Pingüinos gigantes. Reptiles con plumas. Hongos de tres metros de altura. Un arrecife de cristal que se extiende por miles de kilómetros. La catarata más grande que jamás se haya visto en la Tierra.

Lo que parece salir de las páginas de una novela de aventuras con exceso de imaginación es en realidad solo un atisbo de Otros mundos, el caleidoscópico libro de Thomas Halliday editado por Debate en el que el joven paleobiólogo escocés acompaña al lector en un viaje en el tiempo para conocer los distintos ecosistemas extintos de la Tierra.

El viaje hacia atrás, sin duda, es largo. Y la humanidad no es más que una parte ínfima. Halliday lo explica a la perfección: “Si los 4500 millones de años de historia de la Tierra se redujeran a un día y se proyectaran como una película, se sucederían más de 3 millones de años de metraje por minuto. La extinción masiva que terminó con los pterosaurios, los plesiosaurios y todos los dinosaurios no aviares se mostraría 21 minutos antes de acabar la película. La historia humana escrita comenzaría en la última décima de segundo”.

Pero, de alguna forma, según explica el autor, incluso casi sin tiempo de cámara la humanidad se robó el protagonismo de esta película, y su participación podría tener consecuencias catastróficas. De esta manera, Otros mundos es una ventana a todas esas versiones extintas de la Tierra pero, además, una invitación a pensar qué tipos de futuros nos esperan si el mundo sigue su curso actual.

Así empieza “Otros mundos”

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Miro por la ventana, más allá de las tierras de cultivo, las casas y los parques, hacia un lugar que durante cientos de años ha sido conocido como World’s End (el fin del mundo). Su nombre se debe a un pasado remoto de Londres, ciudad que ahora ha crecido hasta absorberlo. Pero, no hace mucho tiempo, aquello era realmente el fin del mundo. El suelo de ese lugar se formó en la edad de hielo, y era una mezcla de gravas depositadas por los ríos entonces afluentes del Támesis. El avance de los glaciares desvió su curso, y el Támesis desemboca ahora en el mar a más de ciento cincuenta kilómetros al sur de donde solía fluir.

Mirando por la ventana las cumbres de arcilla compactada por el peso del hielo, es posible, o casi, hacer desparecer mentalmente los setos, los jardines y las farolas e imaginar otra tierra, un mundo frío al borde de una capa de hielo que se extiende cientos de kilómetros. Bajo la grava helada se encuentra la Arcilla de Londres, en la que se conservan los antiguos residentes de este lugar: cocodrilos, tortugas marinas y los primeros parientes de los caballos. La tierra que habitaban se hallaba cubierta de manglares y papayos en cuyas aguas abundaban la vegetación marina y los nenúfares gigantes; un cálido paraíso tropical.

Los mundos del pasado pueden parecer a veces inimaginablemente lejanos. La historia geológica de la Tierra empezó hace unos cuatro mil quinientos millones de años. La vida ha existido en este planeta desde hace unos cuatro mil millones de años, y aquellos organismos que superaban en tamaño a los unicelulares, desde hace tal vez dos mil millones de años. Los mundos que se sucedieron a lo largo del tiempo geológico, revelados por el registro paleontológico, son variados y, a veces, muy distintos del mundo actual.

El geólogo y escritor escocés Hugh Miller, reflexionando sobre la duración del tiempo geológico, dijo que ni todos los años de la historia humana «se extienden hasta el ayer del globo, y mucho menos rozan las miríadas de edades que se sucedieron antes». Ese ayer es realmente largo. Si los cuatro mil quinientos millones de años de historia de la Tierra se redujeran a un día y se proyectaran como una película, se sucederían más de tres millones de años de metraje por minuto.

Veríamos cómo los ecosistemas se forman y decaen con rapidez a medida que las especies que constituyen sus partes vivas aparecen y se extinguen. Veríamos cómo los continentes se desplazan, las condiciones climáticas cambian en un abrir y cerrar de ojos, y acontecimientos súbitos y dramáticos eliminan longevas comunidades con consecuencias devastadoras. La extinción masiva que terminó con los pterosaurios, los plesiosaurios y todos los dinosaurios no aviares se mostraría veintiún minutos antes de acabar la película. La historia humana escrita comenzaría en la última décima de segundo.

En la mitad de la última décima de segundo de ese pasado concentrado se construyó en Egipto, cerca de la actual ciudad de Luxor, un complejo de templos funerarios donde fue sepultado el faraón Ramsés II. Todo lo ocurrido desde la construcción del Ramesseum es un simple pestañeo frente al abismal precipicio del tiempo geológico, y, sin embargo, esa construcción se considera un proverbial recordatorio de la transitoriedad. El Ramesseum es el lugar que inspiró a Percy Bysshe Shelley el poema «Ozymandias», que contrapone las grandilocuentes palabras de un faraón todopoderoso a un paisaje de lo que, cuando se escribió el poema, no era más que arena.

"Los paisajes del mundo moderno están cambiando rápidamente a causa de las perturbaciones provocadas por los humanos", denuncia Thomas Halliday en "Otros mundos".
"Los paisajes del mundo moderno están cambiando rápidamente a causa de las perturbaciones provocadas por los humanos", denuncia Thomas Halliday en "Otros mundos".

Cuando leí por primera vez «Ozymandias», no sabía de qué trataba, y supuse erróneamente que era el nombre de algún dinosaurio. El título era largo y extraño, y su pronunciación difícil de averiguar. El lenguaje descriptivo utilizado en el poema era el de la tiranía y el poder, el de las construcciones de piedra y los reyes. Parecía ajustarse al de los libros ilustrados de mi infancia sobre la vida prehistórica. Cuando leí los versos que dicen «Encontré a un viajero de una tierra antigua que dijo: dos inmensas piernas pétreas, sin tronco, se yerguen en el desierto», pensé en una capa de yeso aplicada a los restos de alguna bestia terrible de la prehistoria. Un tiránico rey lagarto, tal vez ya deshecho en huesos y fragmentos de huesos en las Badlands de Norteamérica.

No todo lo que se rompe se pierde. «… en el pedestal se leen estas palabras: “Mi nombre es Ozymandias, rey de reyes; contemplad mis obras, poderosos, y desesperaos”. Nada más queda a su lado». Estos versos parecen indicar que el tiempo se rio por última vez de un gobernante engreído, pero el mundo de ese faraón ha sido recordado; la estatua es la prueba de su existencia, el contenido de las palabras, los detalles de su estilo, los indicios de su contexto.

Así leído, «Ozymandias» nos sugiere una forma de pensar en los organismos fósiles y los ambientes en que estos vivían. Restando la arrogancia, el poema puede leerse como una forma de conocer la realidad de un pasado a partir de los restos que sobreviven hoy. Incluso un fragmento puede contar una historia concreta, ser una prueba de algo previo a las arenas llanas y solitarias, de algo distinto que solía estar allí; de un mundo que ya no existe, pero que, gracias a lo que yace entre las rocas, sigue siendo discernible.

El propio Ramesseum era conocido originalmente por un nombre que se traduce como «la casa de millones de años», un epíteto que bien podría valer para la Tierra. El pasado de nuestro planeta también se esconde bajo tierra. Allí están las marcas de su formación y los cambios que experimentó su corteza. También es una cámara mortuoria que recuerda en piedra a sus habitantes, con los fósiles cual lápidas, mascarillas funerarias y cadáveres.

Esos mundos, esas otras tierras, no se pueden visitar; al menos no en un sentido físico. No es posible visitar los entornos en los que se movieron los titánicos dinosaurios, ni pisar sus suelos, ni nadar en sus aguas. La única forma de conocerlos es a través de las rocas, de las huellas dejadas en arenas heladas, e imaginando una Tierra ya desaparecida.

Este libro es una exploración de nuestro planeta tal y como era en otros tiempos, de los cambios que acaecieron a lo largo de su historia y de las formas de adaptarse que la vida encontró (o no). En cada capítulo visitaremos, guiados por el registro fósil, un lugar distinto del pasado geológico para observar las plantas y los animales que allí hubo, adentrarnos en el ambiente y aprender lo que podamos sobre nuestro mundo a partir de aquellos ecosistemas extintos. Visitando escenarios pretéritos con la mentalidad de un viajero, como quien hace un safari, espero salvar la distancia entre el pasado y el presente. Cuando un paisaje se nos hace visible, se nos muestra directamente, y es más fácil hacerse una idea de las maneras, a menudo familiares, en que los organismos viven, compiten, se aparean, comen y mueren en él.

Halliday muestra "un mundo que ya no existe, pero que, gracias a lo que yace entre las rocas, sigue siendo discernible". (REUTERS)
Halliday muestra "un mundo que ya no existe, pero que, gracias a lo que yace entre las rocas, sigue siendo discernible". (REUTERS)

En este libro se ha dedicado un espacio aparte a cada época geológica hasta la última de las «cinco grandes extinciones masivas», hace sesenta y seis millones de años, que juntas constituyen el Cenozoico, nuestra era. Para antes de esa extinción masiva, se ha elegido un yacimiento por cada periodo geológico (que comprende varias épocas) hasta los inicios de la vida pluricelular, en el Ediacarano, hace más de quinientos millones de años. Algunos lugares se han elegido por su notable biología, otros por su inusual entorno, y otros sobre todo porque se han conservado bastante bien, con lo cual nos ofrecen una visión inusitadamente clara de cómo era e interactuaba la vida en el pasado.

Los viajes se emprenden desde casa, y el curso que seguiremos irá desde el presente hacia atrás en el tiempo. Comenzaremos en los entornos más o menos familiares de las edades de hielo pleistocénicas, cuando los glaciares acumularon gran parte del agua del planeta e hicieron descender el nivel del mar, para viajar progresivamente atrás en el tiempo. La vida y la geografía nos resultarán cada vez menos familiares.

Las épocas geológicas del Cenozoico nos llevarán a los primeros tiempos de la humanidad, pasando por la mayor catarata que jamás ha existido en la Tierra y una Antártida templada y boscosa, hasta llegar a la extinción masiva del final del Cretácico.

Seguiremos retrocediendo para conocer a los habitantes del Mesozoico y el Paleozoico, visitar bosques dominados por dinosaurios, un arrecife de cristal de miles de kilómetros de longitud y un desierto inundado por las lluvias monzónicas. Veremos cómo los organismos se adaptaron a ecologías enteramente nuevas cuando se mudaron a la tierra y al aire, y cómo la vida, al crear nuevos ecosistemas, abrió las puertas a una diversidad aún mayor.

Tras una breve visita al Proterozoico, hace unos quinientos cincuenta millones de años, en el eón geológico anterior al nuestro, volveremos a nuestra Tierra, la de hoy. Los paisajes del mundo moderno están cambiando rápidamente a causa de las perturbaciones provocadas por los humanos. Haciendo una comparación con los radicales trastornos ambientales del pasado geológico, veremos qué podemos esperar que ocurra en un futuro próximo y en otro más lejano.

Quién es Thomas Halliday

♦ Nació en Edimburgo, Escocia, en 1989.

♦ Es paleobiólogo e investigador asociado en el Departamento de Ciencias de la Tierra de la Universidad de Birmingham.

♦ Su trabajo se centra en el estudio de los patrones ecológicos y evolutivos de la Tierra, donde combina perspectivas de la biología moderna y la paleontología tradicional.

♦ Ha recibido múltiples premios: en 2018 ganó el concurso de escritura Hugh Miller, y ha sido galardonado con la prestigiosa Medalla John C. Marsden a la mejor tesis doctoral en ciencias biológicas de todo Reino Unido.

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