Anne Dufourmantelle: las razones de una psicoanalista poco apropiada para quienes quieren ser buenos

El erotismo, el deseo, el sueño, la ternura. Un recorrido por cuatro libros para entender a una pensadora que inquieta e incomoda.

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Anne Dufourmantelle. La psicoanalista murió en 2017 pero anticipó el mundo de la pandemia.
Anne Dufourmantelle. La psicoanalista murió en 2017 pero anticipó el mundo de la pandemia.

La semana pasada conversaba con una amiga el día del cumpleaños de su madre. Esta murió en el 2020, en el inicio de la pandemia. Dos años después, mientras hablábamos, mi amiga se puso a llorar.

Mi amiga me dijo que no se imaginaba que todavía la extrañaría o, mejor dicho, que no la había extrañado tanto como ese día –el de nuestra conversación– en que tuvo el impulso de llamarla, para saludarla y decirle de ir a almorzar el domingo, hasta que se dio cuenta de que ya no podría hacerlo.

Entonces yo pensé que fue ese impedimento el que hizo que mi amiga se enterase realmente de la muerte de su madre. Hasta ese momento, era algo que sabía. Ahora, además, supo que lo sabía.

Creo que esto es algo que les ocurre a muchas personas en estos días. Este es el sentido real de la expresión “salir de la pandemia”, en la medida en que esta implicó una detención de nuestros procesos psíquicos. El regreso a las actividades presenciales, por sí mismo, no quiere decir nada y, por cierto, hay quienes ya volvieron o van a volver a su vida de antes, pero esto no va cambiar el estilo de vida replegado a que la pandemia los sometió.

La vida (pandémica) continuará

Hay personas que van a seguir con una vida pandémica, incluso cuando el virus no sea un peligro del que preocuparse. En cierta medida, creo que todos vamos conservar el residuo del caparazón con que aprendimos a vivir en estos años. Algo que creíamos muy natural –me refiero al lazo con el otro– demostró no serlo. Quizá por eso las primeras noticias después de la modificación de la restricción y las aperturas, estuvieron signadas por episodios violentos.

Cuando empezó la pandemia, muchas veces se decía “Cómo se extrañan los besos” o “Cuándo volveremos a abrazarnos”, como si la distancia social fuese un artificio que nos privase de lo más espontáneo del ser humano.

Sin embargo, después de dos años y ante el modo en que crecen los gestos de violencia, la agresión y las confrontaciones inútiles en la vida cotidiana, tengo la impresión de que no puedo ser optimista con el fin de esta etapa; el beso, el abrazo y otros actos que parecían naturales, hoy se me revelan como artificiales –como aquellos que servían para mantener una correcta distancia para que no nos matemos los unos a los otros. Para ampliar estas líneas recomiendo la lectura de un gran libro: Contacto, de Edgardo Scott, publicado justamente a instancias de este momento histórico.

"Contacto". El libro de Edgardo Scott
"Contacto". El libro de Edgardo Scott

Esa es la verdadera naturaleza del hombre, la que se impone en el día a día del mundo post-pandémico: todos contra todos, agrediéndonos, insultándonos, recelándonos, mirando con afán destructivo lo que el otro tiene; por suerte la virtualidad se convirtió en un reducto para que el exterminio no sea inmediato. Porque como bien lo viene planteando Bifo Berardi en sus últimos ensayos (sobre todo El tercer inconsciente, con sus escritos de pandemia) lo que hoy está sobre la mesa del escenario mundial es el fin del hombre.

Más optimista y más pesimista que Berardi, yo pienso que no nos vamos a extinguir y que la virtualidad transforma el apocalipsis en agonía. No nos vamos a morir, por un motivo paradójico: porque quizá ya estamos muertos y no lo sabemos. En todo caso, sí estoy seguro de que el desafío cotidiano es recuperar un pedacito de vida que merezca ser vivida.

Para el horizonte que viene, la pregunta más importante es qué es una vida humana, en el sentido más digno de la palabra. Aunque lo “humano” hoy produce cierta vergüenza, en la medida en que desde un tiempo a esta parte se habla de post-humanismo o trans-humanismo, a veces con una intención celebratoria, como si eso nos liberase de algo, como si pudiéramos ir más allá de nuestra parte de noche.

Una pensadora de la vida desgarrada

Por eso en estas líneas quiero presentar a Anne Dufourmantelle como una pensadora humanista en el sentido más pleno de la palabra –que no es el del humanismo clásico que hacía del hombre la medida de todas las cosas. Dufourmantelle es una pensadora de la vida desgarrada, atravesada de contradicciones, que no renuncia al dolor y tampoco escapa a los compromisos. Es la pensadora que veníamos esperando hace muchos años y que con el virus se convirtió en un best-seller.

Hasta hace unos años, en nuestro país la filósofa y psicoanalista era conocida como la amiga e interlocutora de Jacques Derrida, por el volumen de La hospitalidad que incluye una conversación entre ambos. Tal vez por eso no se le dio demasiado protagonismo a su figura e incluso se la consideró como alguien que pensaba en la matriz de las categorías derrideanas.

Sin embargo, de esa conversación se desprende una serie de ideas que se desarrollan en sus otros libros y tienen una huella personal; me refiero –por ejemplo– a la íntima relación entre hospitalidad y hostilidad, como la inversión de la recepción apolínea del otro si tenemos en cuenta que nosotros somos “lo otro” (que molesta e interrumpe) para los demás.

Es muy cómodo pensar que el otro siempre es el otro, que se trata de alojarlo y creer que la hospitalidad consiste en un acto de bondad. Dufourmantelle no es una pensadora para quienes quieran ser buenos, para quienes quieran tener la conciencia tranquila, para quienes no se quieran enterar de que los vínculos incluyen un trauma irreductible. Soy el otro de mi prójimo, es decir, lo traumo.

En caso de amor

Este núcleo de ideas es el que encontramos en el que fue su primer libro propio que se popularizó en Argentina: En caso de amor. Psicopatología de la vida amorosa, que incluye un conjunto de relatos clínicos que componen un pensamiento sistemático sobre el erotismo. Porque Dufourmantelle es una escritora sistemática. Esto quiere decir que tiene ideas precisas y que las expone con profundidad, aunque escriba con un estilo poético y a veces aforístico.

Con ella ocurre algo parecido a lo que pasa con Nietzsche: se puede leer de manera inspirada y permanecer en la superficie de un vocabulario atractivo y emocional (términos sueltos a los que nadie se resiste: hospitalidad, amor, potencia, ternura, etc.), o también se puede reconocer que su poesía está al servicio de un método que necesita lo fragmentario para producir una iluminación por destellos.

"En caso de amor". Un agudo libro de Anne Dufourmantelle.
"En caso de amor". Un agudo libro de Anne Dufourmantelle.

Digo esto último porque el éxito de Dufourmantelle fue tan notorio en este tiempo que no dejó de tener emuladores que comenzaron a mimetizarse con su forma de escribir, pero sin la lucidez que a ella caracteriza. Por eso volvamos a sus ideas, que son lo más importante.

Y como dije antes En caso de amor es un libro que desarrolla una concepción del erotismo que es muy inquietante. En principio porque su “psicopatología” no remite a casos de personas extraordinarias sino a la vida de cada quien; es decir, el amor es patológico por definición y, además, no puede no doler. El erotismo no puede pensarse sin reconocer que el amor incluye emociones agresivas y, en última instancia, el deseo no es apropiable. El deseo nos quema y a veces también nos pierde.

Para no ser tan abstracto, comentaré el que considero el capítulo más inquietante, el que se titula “El amor el niño” y narra la circunstancia de un grupo de amigos y familiares que visita un río. Entonces un niño cae al agua y un amigo del padre se arroja a salvarlo. Lo logra. Lo reanima. “Podría haber ido a buscar a otros, pero dirá más tarde que no se atrevía a dejar al niño solo, que entre abandonarlo e ir por socorro, prefirió quedarse ahí, cerca de él. Le da calor, lo toma en sus brazos […] ¿Cómo explicar que un deseo carnal nace en la pena más expuesta?”.

“La angustia es lo más propio del hombre, es un arma secreta sin la cual la humanidad se desharía. Quienes no conocen la angustia, ¿son humanos?”, dice Dufourmantelle

Una testigo ocasional considera que la escena es confusa, ¿qué hace ese hombre besando al niño? Se lo comunica al padre del niño, la acusación de perversión no se hace esperar. A partir de ese momento, juzgado de antemano, considerado culpable sin réplica, el hombre sucumbe a un exilio interior que se manifiesta con insomnio, consumo de drogas, una vida errante y evasiva. Mientras: “El mal progresaba dulcemente. Ese mal era el nacimiento del deseo. De un deseo loco que había tenido de ese niño al que no tocó salvo para reanimarlo. […] ¿Qué pasa cuando no pasa nada? Cuando tu vida se da vuelta brutalmente. Él tomó su deseo carnal por una emotividad desplazada, enfermiza, debida al accidente, como una manera de decirle a la muerte ándate”.

De este breve pasaje se desprenden tres conclusiones que quisiera subrayar: el deseo no es algo bueno; su origen es oscuro (para quien no lo notó, aquí se trata de un caso de pedofilia); su potencia es la de lo no realizado. El hombre acusado de pedofilia no hizo más que reanimar al niño, pero en ese acto quedó herido de un deseo tormentoso, del que buscó huir por diversas vías, hasta que muchos años después se reencontró con el ahora ya joven y, juntos, pasaron la noche. “Durante dos días, no se dejaron. Se amaron. Ni uno ni otro habían estado con hombres. No se volvieron a ver nunca más”.

Estoy seguro de que el lector de estos párrafos se siente ligeramente incómodo. Esto es leer a Dufourmantelle, quien además testimonia muy bien acerca de cómo un psicoanalista se las tiene que arreglar para no prejuzgar ni moralizar. El deseo nace de un trauma que si es tal no es porque se trate de algo que ocurrió, sino porque no pasó jamás. El trabajo del análisis es presentado aquí en términos de “humanizarlo” y la hospitalidad del analista está en dejarse afectar por aquello que no comprende: durante la primera sesión, mientras lo escucha, es la analista quien repentinamente se pone a llorar.

A todo riesgo

La angustia es lo más propio del hombre, es un arma secreta sin la cual la humanidad se desharía. Quienes no conocen la angustia, ¿son humanos?”, dice Dufourmantelle en otro libro que se volvió en un clásico durante esta pandemia. Me refiero a Elogio del riesgo, que es un extenso ensayo con múltiples entradas y que celebra el acto de arriesgarse, pero no por la vía de un heroísmo insensato. El riesgo del que habla Dufourmantelle no es el que hoy el liberalismo narcisista llama “jugársela”, sino que está más cerca del regreso a los propios asuntos de la vida cotidiana, para ir a contrapelo de una existencia ansiosa y reactiva.

Elogio del riesgo. El pensamiento de Anne Dufourmantelle.
Elogio del riesgo. El pensamiento de Anne Dufourmantelle.

En particular este ensayo –que es un manual de ética para los tiempos que corren– me parece relevante lo que plantea respecto de un crecimiento personal que está en abandonar las actitudes infantiles o, más sencillamente, dejar de ser hijos que siempre cuenten con la presencia de otro al que poner en el lugar de una garantía. Este es el riesgo que importa, el que no se confina a una vida conformista. En este punto, este libro se entrama con las ideas básicas del humanismo de la autenticidad, en un arco que va de Sartre a Levinas y tiene como precedente a Kierkegaard.

Una vez más, Dufourmantelle no ahorra la incomodidad cuando pasamos las páginas de este volumen, porque entre los riesgos que sitúa están la mayoría de las actitudes que hoy se repiten de manera espontánea cuando alguien está fuera de su vida o, mejor dicho, cuando vive sin existir: búsqueda del éxito, refugio en el resentimiento común como simulación de la amistad, creer que sabemos quiénes somos y qué queremos, la pulsión de seguridad que nos lleva a elegir la tranquilidad por sobre todas las cosas. En este concierto, por ejemplo, ¿qué lugar para el duelo? ¿Qué lugar para el sueño?

Sueños que velan por nosotros

Así llegamos al siguiente libro: Inteligencia del sueño, publicado en plena pandemia, cuando tuvimos que sumergirnos en la noche de nuestras capacidades psíquicas. No pocas personas contaron durante ese tiempo que empezaron a tener sueños especialmente densos, más de elaboración que para ser descifrados. Porque el sueño mismo es una interpretación y tiene su propia inteligibilidad.

“Creemos vivir en otra parte que en nuestros sueños. Pero hagamos la hipótesis inversa: no los dejamos jamás, nuestros sueños velan por nosotros”, dice Dufourmantelle en el inicio de este libro que también realiza un elogio de nuestra capacidad de tener una vida más allá de nuestra existencia fáctica, en la medida en que los sueños nos dan un espesor humano a través de pensamientos e imágenes. Necesitamos ir a esa otra escena para encontrar aquello que nos hace humanos, es decir, frágiles y abiertos a una experiencia cambiante de sentidos que nos preceden y se proyectan.

Muchas veces se dice que todos soñamos, pero que no siempre recordamos nuestros sueños. Esta puede ser una afirmación científica válida, pero no es verdadera. Porque una cosa es el sueño como episodio neurológico y otra la experiencia onírica, que es la que le importa a Dufourmantelle. Ni siquiera digo el sueño como “hecho psíquico”, porque no le interesa esa objetivación, sino un modo de nuestra vida, la que transcurre cuando soñamos y tiene como condición el dormir –aunque a veces lo hagamos despiertos.

"Inteligencia del sueño", de Anne Dufourmantelle. Para soñar, como para amar, hay que tener tiempo.
"Inteligencia del sueño", de Anne Dufourmantelle. Para soñar, como para amar, hay que tener tiempo.

Para soñar es necesaria una disposición. Cuando nos vamos a dormir muy cansados, es posible que no soñemos y por eso tampoco descansamos tanto. El sueño no comienza al apoyar la cabeza en la almohada, sino un ratito antes, en el abandono progresivo de la vida cotidiana, en una actitud de espera y a veces reflexión (no pocos sueños comienzan con el último pensamiento antes de dormir), es decir, para soñar –al igual que para amar– hay que tener tiempo.

Y si tenemos en cuenta que Freud decía que la salud estaba en “amar y trabajar” y el “trabajo del sueño” es uno muy importante (entre otros, como el del chiste, el duelo, etc.) entonces soñar es un acto de salud. Quienes no sueñan, suelen no solo vivir cansados, porque viven pendientes de ese otro trabajo que a veces no tiene ningún valor psíquico, el de la producción –hacen cosas hasta el último minuto antes de caer rendidos en la cama–, sino que también pierden esa otra dimensión de la vida que es el enigma.

Vivir sin enigma es agotador. Esto es lo que Freud descubrió en La interpretación de los sueños y Dufourmantelle continúa en este libro. El psicoanálisis es la oportunidad de recuperar el espesor vital, que las tecnologías apelmazan, con la oferta de una virtualidad que no es como las demás: nuestra vida en los sueños, fuera de nosotros mismos, no es una realidad paralela, sino una en la que mejor nos encontramos, el comienzo de una realidad ampliada en un mundo aplastante.

Las personas desesperadas, sin alma, se preguntan todos los días cuál es el sentido de la vida. Después de soñar, esta pregunta cae, se admite que no tiene respuesta, pero no porque se caiga en un escepticismo; más bien el sueño se comporta como la marea que se retira y deja un montón de signos como caracoles que despabilan el asombro de la conciencia, con sus sonidos y colores; entonces ya no importa el sentido de la vida, sino vivir para sentir.

Potencia de la dulzura

Por esta vía, entonces, llegamos al último libro de Dufourmantelle que quisiera reseñar. Se llama Potencia de la dulzura y continúa su trabajo sistemático sobre la exploración de la sensibilidad y las capacidades humanas. Se trata de un libro sumamente alusivo, con frases muy bellas, pero como ya dije: su elegancia lingüística no encubre ideas triviales sino que es la puerta de entrada a nociones muy elaboradas.

La ternura tiene una doble fuente. Por un lado, su raíz es erótica y el desafío es pensarla de otro modo que como una inhibición –tanto como no reducirla a un placer preliminar. No se puede entender la ternura sin pensar el placer ni –como diría Silvina Ocampo– “lo amargo por dulce”. La dulzura no es dulce.

"Potencia de la dulzura", de Anne Dufourmantelle. La ternura es un modo de cuidar.
"Potencia de la dulzura", de Anne Dufourmantelle. La ternura es un modo de cuidar.

Por otro lado, la segunda contribución a la ternura está en las que Freud llamaba “pulsiones de conservación”. Este es el punto menos investigado: para Dufourmantelle la dulzura no es algo blando y mimoso –no es esa cosa gomosa de la que parece que se habla en algunos textos sobre la ternura–, sino que se vincula con el yo y sus funciones. Por ejemplo, hay ternura en una crítica constructiva, en un límite amoroso, etc. Porque en este punto es que la ternura es un modo de cuidar.

Hoy se habla mucho del cuidado. Sería interesante pensar por qué. Lo que sí es claro es que el cuidado es una función de la (auto)conservación. Así, la ternura tiene su raíz en lo paradójico de un placer que no es de descarga ni preparatorio (como el de la caricia), cuya consolidación es en el cuidado (del yo, propio y del otro).

Dufourmantelle lo dice con estas palabras: “La dulzura se opone a la pasión y al juego de espejos narcisistas que esta favorece. Hay en ella una potencia que lejos de la templanza y la tibieza, acarrea en su oleada un fervor que es otro nombre del éxtasis. […] Cualidad tanto carnal como espiritual, la dulzura es una erótica cuya inteligencia del deseo del otro no busca ni captación ni obligación, sino el juego abierto de todos los registros de la percepción”.

La dulzura puede ser hostil-hospitalaria, puede ser frustrante de un modo propicio y si tiene un interés actual, para regresar al mundo que nos deja la pandemia, es porque interroga un modo de cuidarnos que corre el eje del deseo y rehabilita nuestras capacidades para sentir que vivimos una vida que merezca ser vivida. Caricias, besos, abrazos, esos que se extrañaron tanto en este tiempo, ¿puede ser que remitan a mucho más que una función erótica, sino a la condición misma de la hominización? O, mejor dicho, a la necesidad de cuidar una vida (que no es lo mismo que el egoísmo de “salvar la vida”) para que sea humana.

La potencia de la dulzura no ahorra lo áspero, el tacto y el roce en la sensibilidad. ¿No sabemos ya que rascarse es una forma de lastimarse y excitarse a la vez? ¿No es esto a lo que estamos expuestos hoy en el mundo post-pandémico? Los vínculos nos duelen y la cuestión no está en idealizar el fin del sufrimiento, sino en pensar desde el dolor, porque esta es la raíz de una potencia que es “posibilidad” antes que “poder”.

Anne Dufourmantelle murió en una situación accidentada en el 2017. No me interesa decir nada sobre ese accidente. Sí que fue una pensadora que se anticipó a lo que vivimos en estos años que siguieron a su muerte. Esto es lo que caracteriza a los pensadores, anticipar el porvenir. Con su partida quizá regresen al futuro del que vinieron.

*Luciano Lutereau es psicoanalista y doctor en Filosofía. Es autor de “El fin de la masculinidad” y “La comedia de los sexos”, entre otros libros.

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