Del vinilo al streaming: Esteban Buch y un viaje a través de los soportes de la música

El reconocido intelectual, autor de “O juremos con gloria morir” y “Música, dictadura y resistencia”, entre otros títulos, participó en Experiencia Leamos y habló de su nuevo ensayo, “Breve historia de nuestra música grabada”, contenido exclusivo de Leamos.com

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Esteban Buch en Experiencia Leamos

Es uno de los intelectuales más lúcidos de la actualidad, un escritor brillante, un tipo capaz de vincular lo emocional a lo racional y hacerlo con elegancia. Esteban Buch es autor de un puñado de ensayos sumamente interesantes, como O juremos con gloria morir (Eterna Cadencia), en el que reconstruye la historia del himno nacional, e Historia de un secreto (Interzona), donde toma a la música dodecafónica y la biografía de Alban Berg para hablar del amor romántico y la vanguardia de principios del siglo XX.

Buch acaba de publicar por IndieLibros el ensayo Breve historia de nuestra música grabada, que, con algunas reminiscencias al famoso ensayo de Walter Benjamin La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, hace un recorrido sentimental por los diferentes soportes con los que la industria de la música desarrolló para la circulación de la obra de los artistas. Desde el vinilo hasta el streaming, esos soportes se convirtieron necesariamente en signos de cada época y en los últimos cuarenta o cincuenta años, acompañaron la vertiginosa revolución tecnológica que parece tener varios puntos de quiebre, pero no finales.

“Es un cuento-ensayo, una suerte de híbrido”, dice Buch desde Francia, país en el que vive desde hace treinta años. Esteban Buch participó en una entrevista en Experiencia Leamos en donde habló de su nuevo ensayo, que es contenido exclusivo de la plataforma Leamos. “Quería hacer un ensayo histórico, pero pensé en algo diferente porque quería contarlo desde una historia personal. Inventé un personaje que tiene algunas cosas en común conmigo; es una voz de mujer que va hablando con un narrador, que también soy yo, pero no exactamente. La idea era que ese diálogo imaginario le diera al lector y a la lectora una invitación a pensar su propia historia”.

La entrevista completa puede verse en el sitio de Experiencia Leamos. Publicamos aquí un fragmento del encuentro.

En el recorrido que va desde los discos hasta el streaming, ¿cómo se consume distinto la música a través de cada materialidad?

—Mi historia comienza con discos de vinilos, pero a lo largo de mi infancia aparecieron las cintas grabadas abiertas que ahora parecen piezas de museo, después aparecieron los cassettes y todas las etapas que podemos recordar hasta el streaming. A los que tuvimos vinilos nos sigue resonando en la memoria los momentos en que los discos tenían rayones y, en cierto modo, esos rayones formaban parte del disco mismo. Ese rayón era una marca de la materialidad del disco, que era muy distinto a cuando el cassette empezaba a patinar. Con el cassette que patinaba prácticamente se acaba la historia del cassette. En cambio, nadie era tan rico como para volver a comprar un disco porque tenía un rayón o dos, y tampoco nadie tenía tantas ganas de separarse de objetos que volvían y volvían en la historia personal a medida que los usábamos.

Había distintas estrategias que cada uno hacía para mantener los disco y los cassettes.

—Tal cual, había estrategias materiales y estrategias de socialización. Uno podía prestar un disco con la condición de que el disco lo grabara en cassette y volviera pronto. El cassette, a la vez, permitía hacer cosas muy interesantes como crear antologías: era un regalo a un amigo, una amiga, una novia. Y también permitía hacer algo muy interesante, que era, a partir de la aparición del walkman, pasearse con la música en la cabeza. Lo que ahora hacemos con los smartphones, con el walkman se creó una relación entre el espacio y el tiempo completamente novedosa para la época.

Aunque creo que no se lo menciona nunca, en el texto está el espíritu de Walter Benjamin y creo que eso también da señales sobre cómo se consume la música.

—Perdoname que te corrija porque Benjamin sí está presente, pero de un modo que se olvida. Es una problemática de memoria y olvido en la que entra a jugar Benjamin. El primer texto del libro es una cita de Benjamin que dice: “Varias veces en mi vida interior pude comprobar las virtudes de la vacunación. Por eso recuerdo ahora las imágenes que en el exilio más dan ganas de volver a casa: las de la infancia. La nostalgia no logrará apoderarse de mí, así como tampoco una vacuna puede apoderarse de un cuerpo sano. Busco ponerle límites no porque lo biográfico es contingente, sino porque lo irrecuperable del pasado es socialmente necesario”. Benjamin habla del exilio de Alemania por los nazis en este libro maravilloso que es Infancia en Berlín hacia 1900. Ahora leo la palabra vacuna y pienso cómo las cosas se cargan de un sentido que hace seis meses no hubiéramos ni soñado. Vacunarse con nostalgia para pensar lo contemporáneo. Benjamin es un fantasma y una presencia, pero también un olvido en el texto.

Así era el primer walkman que se lanzó al mercado, el 1 de julio de 1979: se trata del modelo Sony TPS-L2

Martín Kohan dice en Ojos brujos que los boleros se popularizaron a partir de los discos y la posibilidad de volverse, justamente, un bien popular. En los cambios de tecnología que vas marcando en el libro, ¿hay géneros que se asocien a cada materialidad?

—Es una pregunta difícil. Me gustaría que sí, pero mis olvidos múltiples no me dan una respuesta inmediata. Pienso en la transformación de las formas de producción: por definición la música electrónica es impensable sin la computadora. A nivel de recepción, creo que la playlist es una forma temporal que marca esta época. Cuando estás en una lógica de playlist podés armar canciones por tema, por ambiente, música para lavar los platos o para dormirse o para hacer el amor o para no estar concentrado en la música. Veo una multiplicación de los usos y de las formas temporales antes que de un género impensable sin el streaming.

En el ensayo Retromanía, Simon Reynolds decía que a partir del iPod dejamos de escuchar la música en el orden del disco. De hecho, decía que la identidad del disco se ponía en cuestión.

—La función aleatoria produce una cantidad de efectos que antes no existían. Lo más parecido a una función aleatoria, creo, era prender la radio. Eso era entrar en un mundo impredecible y, en cierto modo, es el modo de las playlist. Lo que pasa con las playlists es que tenés más chances de maniobrar de acuerdo a tus propios gustos. De hecho, sabemos que los algoritmos de las plataformas tratan de hacer ese trabajo por vos y buscan detectar tus hábitos de consumo y a partir de ahí definir cuáles son las cosas que probablemente te vayan a gustar. Hay una negociación entre la subjetividad y esa máquina gigante que te dice “Yo sé lo que es bueno para vos”. Y lo peor —o mejor, de acuerdo a cómo se mire—, es que a veces saben.

¿Por qué la música, que parecía ser lo más transportable a lo digital, todavía necesita cierta materialidad?

—El personaje que inventé para este texto cuenta que los primeros discos que compra inauguran su sensación de poseer objetos. Producen el efecto de una colección propia, un conjunto que se va enriqueciendo con el tiempo y que le pertenece. Eso también puede decirse de los libros, pero la música produce algo distinto porque construye un tiempo íntimo que está dado por el objeto. Uno lee los libros a la velocidad que quiere. En el disco, quien está al mando es la voz que te canta y eso tiene una dimensión que es casi como un juego erótico, un juego de intercambio sensual. La música produce una relación con el tiempo de tus propias emociones y con el tiempo de tu propio placer. Salvo algunos casos raros, escuchamos música porque nos da un placer que dura lo que dura ese tiempo de música y eso es algo precioso.

Disco de vinilo

Hablaste del walkman y de los smartphones. Recuerdo que Charly García hacía conciertos en los que había que ir con una radio porque él transmitía en vivo en una frecuencia que había que sintonizar para poner la música adentro de la cabeza. ¿Cambia la manera de interpretar la música desde los auriculares?

—Yo creo que sí. Eso de Charly me hace acordar a los experimentos con las radios de John Cage de los años 50, con la idea de que hay una continuidad entre la música y el resto de los sonidos que nos rodean. La frontera entre música y sonido es tan porosa, tan inestable, que cualquier objeto —por lo menos ese era uno de los ejes de la estética de Cage— puede ser música. Pero volviendo más concretamente a la pregunta, sí: la calidad sonora depende totalmente del aparato con el que la escuches. No es para hacerle propaganda, pero mis auriculares tienen un dispositivo que anulan los sonidos exteriores. No solo te permiten escuchar mejor la música, sino que la apuesta es disociar el entorno acústico, es como una ecología acústica que estaría desconectada de tu entorno físico. Creás una ficción acústica que es ficcional en la medida en que no tiene que ver con los objetos que te rodean, pero a la vez es completamente real.

En este recorrido por la música y los soportes, seguramente hay un vinilo que marca tu historia. ¿Cuál es tu disco —como objeto— preferido?

—En el texto cuento que el personaje empezó su colección con Atom heart mother, de Pink Floyd. Esa es una anécdota mía. Si tuviera que pensar en un disco sería ese. No lo tengo; está en casa de mi mamá en Bariloche y lo veo cuando voy a allá pero nunca lo traje. Fue el primer disco que quise tener y le pedí dinero a mi papá para comprar. En cierto modo se llama madre, “El corazón atómico de una madre”, con esa vaca incomprensible muy divertida y esa música maravillosa que, hasta el día de hoy, cuando la escucho, me hace viajar.

Ver la entrevista completa en Experiencia Leamos.

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