La economía global enfrenta una inédita incertidumbre estructural

El panorama mundial presenta una volatilidad marcada por cambios imprevistos en políticas comerciales, avances tecnológicos y divergencias entre los datos y la percepción pública, según un análisis publicado recientemente por The New York Times

Los periodistas Tracy Alloway, Joe Weisenthal y Ezra Kleiny analizan en The New York Times cómo la economía global enfrenta desafíos inéditos, marcados por políticas comerciales erráticas, el avance de la inteligencia artificial y una desconexión entre los datos económicos y la percepción social

La economía global atraviesa una etapa de incertidumbre estructural inédita, alterando conceptos que el pensamiento económico clásico no está preparado para analizar. Así lo plantea Ezra Klein en una exhaustiva conversación publicada en The New York Times, donde el periodista desgrana, junto a los analistas Tracy Alloway y Joe Weisenthal, los ejes de un año que ha sido definido por la confusión y la ausencia de un relato claro. “No puedo recordar un año más extraño y caótico, en el que fuera tan difícil entender la historia detrás de los acontecimientos y prever el desenlace”, sostuvo Klein, aludiendo al verdadero “enigma” que representa la actualidad económica.

El escenario está marcado por decisiones erráticas sobre aranceles comerciales, el auge sin precedentes de la inteligencia artificial y un misterioso divorcio entre los datos económicos clásicos y la percepción real de las personas (“el dato económico se ha divorciado completamente de lo que la gente siente sobre la economía”).

Alloway calificó la coyuntura como “increíblemente caótica, de una forma inesperada. Simplemente, no está actuando como mucha gente sospechaba”, ampliando que la economía, pese a la aparente normalidad de los indicadores agregados, “ha mostrado un sorprendente nivel de resiliencia ante el caos”.

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Weisenthal puntualizó que, aunque el mercado laboral muestra signos de “desaceleración”, las predicciones reiteradas de recesión no se han materializado. A esto se suma el deterioro en la recolección de datos debido al “shutdown” gubernamental, incrementando la opacidad (“los niveles y niveles de incertidumbre son extraordinarios”).

Según el análisis de The New York Times, el tipo de medidas comerciales implementadas –como el aumento de los aranceles promedio efectivos desde menos del cinco por ciento, hasta picos del 30% tras el denominado “Día de la Liberación”, para luego estabilizarse entre el 15% y el 20%– ha transformado a Estados Unidos en un “país de aranceles altos”, con impactos complejos y contradictorios.

Ezra Klein, junto a los analistas Tracy Alloway y Joe Weisenthal, durante la conversación publicada en The New York Times sobre el escenario de incertidumbre y caos en la economía global, el impacto de los aranceles comerciales y la disrupción generada por la inteligencia artificial

Weisenthal razonó que, frente a la disputa sobre los efectos inflacionarios o desinflacionarios de los aranceles, “lo que sí podemos afirmar con seguridad es que se ha elevado el costo de hacer negocios en Estados Unidos y se ha metido arena en los engranajes de la economía”. Alloway describió el efecto inmediato en las empresas: “Ha sido un caos absoluto. No sabemos qué va a pasar este año. No sé si puedo hacer pedidos a mis proveedores en China, ni cuánto pedir”, ilustró una empresaria del sector indumentaria entrevistada por los analistas.

Sin embargo, las temidas disrupciones totales y la escasez masiva no ocurrieron (“las cosas parecen seguir relativamente bien”), gracias a la flexibilidad de las cadenas de suministro y la absorción de costos en los distintos eslabones, “donde cada participante resigna una pequeña parte”, admitió Alloway.

Weisenthal subrayó la capacidad de adaptación corporativa frente a shocks sistémicos recientes, como la pandemia: “Las empresas estadounidenses son increíblemente resilientes y bien gestionadas”. No obstante, Alloway alertó por el costo en productividad: “Son miles de horas-hombre dedicadas a entender el calendario de aranceles o a rellenar papeleo en los puertos”.

Ante la pregunta sobre los supuestos beneficios de estas políticas —prometer el retorno de empleos manufactureros, abundante recaudación estatal y robustez nacional—, la respuesta de los analistas fue tajante. “No existe evidencia de que hayamos obtenido alguna ganancia de todo esto, ninguna”, sentenció Weisenthal. Alloway agregó: “No puedes recaudar enormes sumas de dinero y esperar que no se lo quites a la gente. Tiene que salir de algún lado”.

Los supuestos beneficios de los aranceles y el aislamiento comercial de China no encuentran respaldo en indicadores claros ni en la percepción de mejoras económicas(Imagen: Shutterstock)

El intento de aislar a China generó resultados ambivalentes. Alloway explicó la dificultad de replicar los “ecosistemas productivos” chinos, especialmente en sectores estratégicos como los “tierras raras”, recurso esencial para la industria tecnológica global, que China supo manipular como “punto de estrangulamiento” (“China ha hecho un trabajo fenomenal situándose en el centro de un cuello de botella crucial para la economía mundial”).

El aumento inicial de aranceles a más del 100% se corrigió tras el temor a represalias, con lo que la política estadounidense careció de continuidad y claridad. “No hay una política coherente, solo acuerdos sucesivos”, sintetizó Klein, destacando la preeminencia de los “deals” personales sobre las estrategias institucionales.

La flexibilidad del gobierno de Trump, inclinada hacia negociaciones puntuales más que a doctrinas consistentes, se evidenció incluso en el relajamiento de restricciones a las exportaciones de chips avanzados tras gestiones directas de la empresa Nvidia: “La entrega de chips Nvidia a China es, a mi juicio, el colapso final de cualquier política inteligible sobre China en la Casa Blanca de Trump”, afirmó Klein.

Weisenthal, aunque reconoció la racionalidad del argumento de fortalecer la supremacía tecnológica estadounidense, coincidió en que “no ha existido ningún replanteamiento explícito”. Las tácticas de Trump son vistas más como una sucesión de improvisaciones interesadas que como un plan geopolítico coherente.

En cuanto al impacto de la inteligencia artificial, Alloway cifró en torno al “40% del crecimiento de 2025” la contribución de la inversión en tecnología e IA, según datos de Standard Chartered.

La carrera global por la inteligencia artificial redefine estructuras financieras en grandes tecnológicas e impulsa inversiones masivas en centros de datos y software.

Grandes empresas de tecnología han pasado a invertir masivamente en “colosales data centers” —“complejos gigantescos, verdaderos devoradores de energía”— alterando su tradicional liviandad de activos. Se ha producido así una “reestructuración fundamental de los balances de las grandes firmas tecnológicas”, señaló Weisenthal, con la aparición de “vehículos de financiación fuera de balance, préstamos privados y opacidad en las estructuras de capital”.

En paralelo, la industria de IA se debate entre el relato “existencial” de una carrera por crear la superinteligencia —“la carrera por construir a Dios”, ironizó Klein— y la transformación en negocios convencionales de software. El miedo a quedar rezagados impulsa la inversión ciega: “El miedo a que otro descubra antes cómo aplicar la A.I. es tan grande, que nadie puede permitirse no invertir”, reveló Weisenthal. Alloway enfatizó cómo la retórica existencial permite justificar gastos sin techo: “Si todo se plantea en términos existenciales, el límite del gasto de capital es básicamente infinito”.

Surge así el concepto de late-stage capitalism —“capitalismo financiero de crecimiento”—, definido por Alloway más como una fase caracterizada por el “ansia de rentabilidad accionaria permanente” y la “creciente primacía del dinero en la cultura”, que por la inminencia de un final del sistema. La percepción social se desconecta de las cifras: “La gente ve los precios de las casas, los seguros, la perspectiva de una jubilación cada vez más difícil, y se refugia en apuestas desesperadas, en la economía meme”, constató Alloway.

En el centro de la discusión aparece la llamada “vibecession”, o recesión de las sensaciones, término acuñado por Kyla Scanlon y sustentado en la divergencia entre el ingreso real disponible y la confianza del consumidor. La paranoia cultural y el efecto comparativo de las redes sociales (“tenemos el motor de comparación definitivo, y nadie es feliz”, lamentó Weisenthal) contribuyen a una insatisfacción generalizada difícil de abordar desde la ortodoxia económica. “Esto es algo para lo que la economía tradicional no está preparada”, concluyó Alloway.

Los efectos de la inteligencia artificial en el mercado laboral abren nuevas incertidumbres. Si la apuesta por la IA. fracasa, el resultado puede ser una recesión con mayor desempleo.

La adopción acelerada de inteligencia artificial plantea riesgos de desempleo en profesiones cognitivas y contribuye a la parálisis del mercado laboral global (Imagen Ilustrativa Infobae)

Si triunfa, el reemplazo masivo de trabajadores en profesiones cognitivas (“estamos hablando de la sustitución de mano de obra en la economía del conocimiento, en actividades como escribir, llenar formularios, hacer arte”) amenaza igualmente la estabilidad social (“o la burbuja estalla y muchos pierden su empleo, o IA triunfa y muchos perderán su empleo igual”, sintetizó Weisenthal).

A esto se suma el “congelamiento” de la dinámica laboral, con contrataciones y despidos bajos, resultado de la “cicatriz de la pandemia” y la parálisis decisoria ante la incertidumbre.

El artículo de The New York Times enfatizó que ni la mejora de los indicadores ni el discurso oficial han logrado restaurar la confianza. “No parece haber personas al volante de la economía con una visión y una competencia en las que se pueda confiar”, señaló Klein, quien atribuyó parte de la nueva crisis de confianza al vacío de liderazgo y la falta de relatos inspiradores sobre el futuro que habiliten expectativas positivas.

Para Weisenthal, “las sucesivas crisis y el propio efecto de los smartphones sobre la cultura explican el desánimo colectivo: lo que se supone que te hace feliz ya no lo hace”. Alloway remató: “Hay muy pocas señales de mejora” en el horizonte inmediato.

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