A 200 años del encuentro en Guayaquil: el misterio detrás del renunciamiento de San Martín

Los días 26 y 27 de junio de 1822, José de San Martín y Simón Bolívar se reunieron para discutir el futuro de las revoluciones americanas. Esas dos jornadas, que a lo largo del tiempo se llenaron de habladurías y mitos, definieron la vida del Libertador. Aquí, un intento de echar luz sobre un episodio trascendental de la Historia.

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San Martín y Simón Bolívar
San Martín y Simón Bolívar

La llamada Entrevista de Guayaquil es definitivamente una de las conferencias más importantes sobre la suerte de la naciente América del Sur. A doscientos años de aquella hora, aproximarse a sus justas dimensiones nos es sumamente dificultoso —precisa y paradójicamente— por lo distractivo del modo en que la historiografía, tanto general como especializada, ha pretendido contarla.

A Guayaquil se la ha cargado mucho más de misterio y de polémica que de rigor histórico. La mayoría de estos abordajes parecen incurrir en la tentación de convertir al Guayaquil histórico en un acontecimiento más bien literario. La razón quizás estriba en lo frustrante que resulta para los historiadores no tener un acta o un documento unánime que refleje con fidelidad su contenido, sumado al pseudo silencio que han guardado sus gigantes protagonistas (que, igualmente, han hablado de ella de diversos modos a través de muchos allegados a lo largo de los años).

Básicamente el relato tradicional de Guayaquil es un relato a dos aguas, con la entrevista en sí misma relegada a ser sólo una línea divisoria de ambas.

José de San Martín
José de San Martín

Así, de un lado tenemos especulaciones de todo tipo sobre lo que pudo haber ocurrido dentro, que han echado mano hasta de la caracterización psicológica de los dos libertadores, que los retratan proyectando entre ellos una contienda mental y hasta de gestos, palabras o detalles que jamás sabremos si existió con la minuciosidad de las pinceladas teatrales con las que pretenden consagrarla.

De otro lado, se encuentran las lecturas retrospectivas que los partidarios de ambas figuras hacen de las consecuencias de la entrevista. En este punto las miradas invisibilizan aún más el acontecimiento que debieran iluminar, anteponiendo una lectura maniquea —y de tintas bien cargadas— de “victoria/acierto” o “derrota o error” en los protagonistas. Lectura que tanto Bolívar como San Martín hubieran repudiado con firmeza. Las aguas bajan bien turbias a través de una grieta historiográfica que duele leer.

Valiéndonos de un lenguaje cinematográfico, la perspectiva tradicional argentina mantuvo la cámara en la persona de San Martín en primer plano, retirándose por completo de la escena que presentaba el teatro de operaciones del Perú.

Simón Bolivar (Foto: Wikipedia)
Simón Bolivar (Foto: Wikipedia)

Tratemos entonces de dejar al menos una noticia concreta sobre lo que Guayaquil fue e implicó, lo más despojada posible de las elucubraciones que denunciamos. Con la mirada puesta en la coyuntura del momento no resulta difícil predecir qué sucedió en la entrevista y qué sucedería en los días posteriores.

Bolívar llegaba a Guayaquil con muchísimas más ventajas políticas y militares. Había iniciado su campaña poco tiempo antes, en 1819, contando con todo el apoyo político de la Nueva Granada (actual Colombia) y del Congreso de Angostura (que determinó la independencia y creación de esa nueva nación). Militarmente había tenido las recientes victorias de Riobamba (21 de abril de 1822) —con colaboración de tropas argentinas— y de Pichincha (24 de mayo de 1822) y la lucha contra la resistencia realista había terminado en la gran Colombia. Sus fuerzas estaban cansadas pero conservaban la moral y la unidad.

San Martín venía con el desgaste de su gente por diez años de Guerra de la Independencia por diversos teatros de operaciones diferentes (el Plata, el litoral, el Ejército del Norte, el monumental Paso de los Andes, la campaña de todo Chile, la travesía naval y la campaña de conquista del Perú, que incluía las dos Campañas de las Sierras de Arenales (1821), la segunda con una retirada fatal que permitió la reorganización de las fuerzas realistas. Estaba, además, falto total de apoyo del lejano Buenos Aires. Se le sumaban las propias insurrecciones que en Perú se daban contra el gobierno provisional estatuido por él (y a cargo del tucumano Bernardo de Monteagudo). Incluso el mismo día que llegó a Guayaquil estalló en Lima una revuelta.

Con estos antecedentes en vistas, San Martín venía expresando a sus colaboradores y allegados, como Guido y O´Higgins, entre otros, su intención de convenir con Bolívar algunas acciones conjuntas —aún ofreciéndose a servir bajo sus órdenes— para prolongar la guerra apenas un año más y que todo quede consumado en 1823. Con esta finalidad se embarcó en Lima para Guayaquil. Por lo que puede saberse, Bolívar también brindaba por la pronta terminación de la guerra.

Ambos titanes se encontraron el 26 y el 27 de julio de 1822. Durante el encuentro del primer día estuvieron a solas durante una hora y media, y la puerta sólo se abrió para que el secretario de Bolívar, Tomás Mosquera, alcanzara a pedido de aquel unas cartas de Santander, presidente de Colombia.

La noche del 27 —ese día los dos habían conferenciado solos desde las 13 hasta las 17— tuvo lugar el famoso brindis con la concurrencia en pleno de las delegaciones que acompañaban a los héroes y de destacadas personalidades locales. Allí, Bolívar pronunció su arrogante frase: “Brindo, señores, por los dos hombres más grandes de América del Sur: el general San Martín, y yo”.

Sin lugar a dudas, la cuestión capital de la conferencia fue la organización futura de los nuevos Estados Sudamericanos. Fue más una entrevista política que militar, pese a que sus dos protagonistas eran generales de peso y comandantes de los dos ejércitos más grandes de América del Sur. Militarmente sólo quedaba aunar criterios para la eliminación de los restos de la resistencia realista, más fuerte en el Perú que en los territorios por los que había avanzado Bolívar.

Todos concuerdan con que San Martín, aun siendo republicano por convicción, quería sostener una monarquía, por juzgar esta más conveniente —menos violenta— al estado general de esta población y hasta que esta puediera darse una organización institucional republicana, y que Bolívar estaba por la república. El desacuerdo que sí se filtró después en abundante correspondencia sanmartiniana fue el relativo a la continuidad de las operaciones conjuntas de los ejércitos del Norte y del Sur. Bolívar se habría quitado asimismo espacio de maniobra excusándose en que no sabía si el congreso de la gran Colombia lo apoyaría y que no podía tomar decisiones sin él —lo que sí hubo hecho en otras circunstancias— , y, además, no aceptó mandar a San Martín, que voluntariamente se puso a su mando para terminar la campaña, negativa que mantuvo aún luego de que San Martín le escribiera una enérgica —y presunta— carta desarticulando sus “pruritos”.

"Encuentro de Guayaquil", J. Collignon (1776-1863). Pintura de 1843.
"Encuentro de Guayaquil", J. Collignon (1776-1863). Pintura de 1843.

Sea como fuere, el resultado de la entrevista es leído como “la abdicación” de San Martín, que todos sus biógrafos cargan de abnegación. Interpretaciones aparte, el 9 de octubre a la noche San Martín le decía a su inseparable Tomás Guido: “Bolívar y yo no cabemos en el Perú”.

La idea de San Martín era terminar la campaña a mediados de 1823, pero, con el resultado de la entrevista, el Perú acabaría por liberarse recién más de dos años más tarde, y con muchísimas más luchas, pérdida de tropas, de población civil, de bienes, caos e insurrecciones. Los realistas recuperarían el Callao una vez más antes de caer definitivamente, y el derramamiento de sangre y los enfrentamientos civiles teñirían aquellas horas iniciales de la independencia.

Para la historiografía argentina —centrada unánimemente en la figura de San Martín, antes que en los acontecimientos—, Guayaquil es el comienzo del ostracismo del Libertador noble y sabio a quien la soberbia y la incomprensión de Bolívar le arrebataron la posibilidad de cosechar unos últimos y gloriosos laureles. Nos llegaron detalladas noticias de cómo fueron sus días, sus preparativos de embarque y su pase a Chile, a Mendoza y a Buenos Aires, para no volver.

Para los amantes del misterio sobre Guayaquil quizás les resulte significativo un dato que rescata Alberto Palcos, autor de Hechos y Glorias del General San Martín. En 1811, momento de la incorporación de San Martín a la logia americana que sesionaba en la calle Grafton Street 27, Fitzroy Square, de Londres —junto a Andrés Bello, Luis Méndez, Servando Teresa Mier, Alvear, Zapiola, etc.— su nombre clave era Arístides, el gran ciudadano griego que se despojó del mando del ejército a favor de Milcíades para que este pudiera ganar la batalla de Maratón. ¿Premonición del resultado de Guayaquil, once años después?

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