"Rodrigazo", Maradona, Sinatra y corralito: escenas de una Argentina cruzada por el dólar

Fragmentos del reciente libro "El dólar, historia de una moneda argentina", de Mariana Luzzi y Ariel Wilkis, que editó Crítica

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El precio del dólar asciende 20% en 2019. (Foto: Pixabay)
El precio del dólar asciende 20% en 2019. (Foto: Pixabay)

Yo creo que todos nosotros nos hemos vuelto financistas por una razón muy especial. Fíjense que antes, cuando un tipo tenía unos ahorritos, ponía una fabriquita, ponía un tallercito, compraba un campito para criar unas gallinas o plantar unos tomates, esas cosas que hace la gente de los países pobres. En cambio acá es distinto. Usted vio en la calle San Martín, donde están las casas de cambio, está todo el país parado frente a las pizarras. Obreros, albañiles, peones, sastres, músicos, artistas. Tipos que antes trabajaban como locos ahora se han vuelto economistas y están parados con un paquetito de dinero, y cuando se mueve la cotización de la pizarra entran todos en patota, uno dice «Deme 3 dólares», otro dice: «Deme 4 dólares…», salen corriendo y van a otra casa de cambio y antes de que vuelvan a su casa los venden y así se pasan todo el día, vendiendo y comprando, y cuando llegan a la casa molidos, caen rendidos encima del sillón, desempaquetan, cuentan la guita y dicen: «Vieja, vieja, vení: ¡hoy me gané 14 mangos y no hice nada!

En 1962, Tato Bores ya era Tato Bores. Con peluquín, frac, anteojos gruesos y cigarro puro en la mano, la noche del domingo ya era suya. Aunque en esa época la cantidad de receptores de tevé estaba lejos de la que dos décadas más tarde iba a asegurarle un volumen de espectadores que lo convertirían en ícono del humor televisivo argentino.

Así y todo, sus monólogos, que semana a semana comentaban la actualidad nacional a la velocidad de la luz, ya eran su marca. Y a juzgar por el éxito casi ininterrumpido que lo acompañó desde entonces, hacía reír. Y mucho. Incluso cuando se ocupaba de temas que parecían tan alejados de lo risible como la devaluación de la moneda o el mercado de cambios.

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Sucede que, como tantos otros humoristas, Tato ofrecía a la audiencia un espejo en el que mirarse. Una clave que servía para leer la realidad nacional, por momentos tan angustiante, y a la vez para tomar distancia de ella. Pocos programas de aquellos años fueron registrados y se encuentran en archivo. El que citamos salió al aire el 30 de agosto de 1962. No sólo sobrevivió sino que después gozó (y goza) de una gran circulación en las redes sociales. En los escasos minutos que dura este monólogo, el humorista da cuenta de una mutación que por entonces comenzaba a despuntar, pero que crecería hasta alcanzar un desarrollo pleno durante los años siguientes. El diagnóstico de Tato iba a resultar un pronóstico por completo acertado. El recurso al dólar iba a asentarse en el repertorio de las prácticas financieras de los argentinos: se constituiría como referencia inteligible, en términos económicos pero también políticos, para sectores cada vez más amplios de la población.

El monólogo de Tato Bores resulta la expresión de un cambio profundo en la relación entre cultura masiva, prácticas financieras y mercado cambiario, que inicia su despliegue entre finales de los años '50 y comienzos de los '60. A partir de entonces, el dólar comienza a integrarse paulatinamente en los repertorios financieros de sectores hasta entonces en contacto escaso con el mercado financiero y cambiario.

La moneda de EEUU, protagonista del “Monólogo nacional” de Tato
La moneda de EEUU, protagonista del “Monólogo nacional” de Tato

Al mismo tiempo, deviene objeto de la cultura popular, es decir, una referencia fácil de decodificar, familiar, capaz de orientar cognitiva, emocional y prácticamente a personas poco experimentadas en aquel universo económico.

1975: El Rodrigazo

Celestino Rodrigo [ministro de Isabel Perón] anunció finalmente un plan económico sustentado en una «drástica» devaluación y en el aumento de las tarifas de combustibles y servicios. Los analistas lo caracterizaron como un «shock» para la economía y como la «mayor» devaluación en la historia argentina. El cambio en la paridad cambiaria representó un aumento del 160% para el dólar comercial y de 100% para el dólar financiero. Al mismo tiempo, el precio de las naftas se incrementó en 181%, el de la energía en 75% y otras tarifas de servicios públicos entre 40 y 75%. Enseguida, y como consecuencia de los anteriores aumentos, se elevó el costo de los pasajes de colectivos y trenes.

El gobierno fundamentó la devaluación sosteniendo que era la medida necesaria para que el «país vuelva a su capacidad exportadora y disminuya la importadora» (La Nación, 5/6/75). Con respecto a las divisas destinadas al turismo —«uno de los rubros más sensibles de la economía nacional», —, el gobierno expresó que «tiene clara conciencia de que no puede financiarse ilimitadamente sólo para diversión». Rodrigo dio su parecer sobre este punto en una declaración a la prensa: «Yo les pido a los argentinos que consuman menos. Todo hombre de bien debe producir y ahorrar algo. Hasta ahora estábamos acostumbrados a producir lo menos posible y a consumir y levantar deudas. A partir de ahora, el que quiera viajar tendrá que tener la plata» (La Opinión, 6/6/75).

El cambio en la paridad cambiaria representó un aumento del 160% para el dólar comercial y de 100% para el dólar financiero. Al mismo tiempo, el precio de las naftas se incrementó en 181%, el de la energía en 75% y otras tarifas de servicios públicos entre 40 y 75%.

Una crónica publicada en La Opinión el día siguiente al anuncio de la devaluación transmite el significado del «drástico» aumento de la divisa estadounidense. Bajo el sugestivo título «La ciudad asistió al apasionado debate de 7 millones de economistas», el periodista daba cuenta de la atención y el conocimiento de los asuntos económicos que se advertía en el público más amplio. En cada hogar del país, apostaba el autor de la crónica, se había producido la misma escena: los miembros de las familias se levantaron a la mañana preguntándose por los nuevos valores del cambio y las tarifas.

Celestino Rodrigo
Celestino Rodrigo

El periodista y dramaturgo argentino Mario Diament publicó una nota en su suplemento especial que tituló «Réquiem para la clase media», donde evaluaba el efecto de las medidas de «shock» sobre ese segmento de la población. Para Diament, el 4 de junio de 1975 «figurará en el libro negro de la clase media como el comienzo del holocausto».

Todos los privilegios acumulados durante varias décadas, seguía Diament, se «evaporaron»: el automóvil, el codiciado viaje a Europa, la vivienda, los aparatos electrónicos, los muebles, la literatura y los espectáculos internacionales, entre otros. Y párrafos más adelante agrega: «El aluvión de medidas económicas trazó también una línea muy definida entre los que tienen y los que no tienen». La descripción de las consecuencias de la «devaluación dramática» continuaba hasta inventariar que la clase media asalariada y los profesionales hasta hace poco podían disponer de un ahorro que les permitía viajar o adquirir un artículo suntuario. Todo esto, ahora, había «sido barrido de un plumazo».

Maradona y Sinatra: el dólar espectáculo

Durante 1981, la popularización del dólar se expresó en escenas y eventos situados más allá de la economía y la política. La resonancia de grandes contrataciones, tanto en el mercado futbolístico como en el del espectáculo, contribuyó a la relevancia pública de la divisa estadounidense, que superó las fronteras del mercado cambiario.

El pase del futbolista que luego será indiscutido ídolo de las multitudes, Diego Armando Maradona, al Club Atlético Boca Juniors no fue la primera transferencia cotizada en dólares que llegaba a la tapa de los grandes diarios. Ya en enero de 1979 River Plate había adquirido al jugador uruguayo Juan Ramón Carrasco en medio millón de dólares.

Maradona a Boca, en 1981: pago del pase en dólares
Maradona a Boca, en 1981: pago del pase en dólares

Y unos días antes, el club había anunciado la venta del capitán de la selección Daniel Alberto Passarella en 1.500.000 dólares. Tampoco era el único pase en dólares en el ámbito del fútbol local. El pago realizado por Boca Juniors a Argentinos Juniors en la divisa norteamericana era parte de un proceso en marcha dentro del mercado futbolístico argentino. Como en otros mercados, en el de la compra y venta de jugadores el dólar comenzó a ser usado como unidad de cuenta (para definir el valor de los pases) y también, a veces, como medio de pago.

Cuando en septiembre de 1975 el futuro campeón del mundo Leopoldo Jacinto Luque pasó a River, el acuerdo por la transferencia con el Club Unión de Santa Fe se estableció en 7.500.000 pesos ley. Así, mientras Luque permaneció en River los contratos firmados fueron todos cotizados en moneda nacional. En cambio, cuando en febrero de 1981 el goleador volvió a Unión de Santa Fe, se pagaron por él 122.000 dólares. Ese mismo año, Oscar Ortiz fue transferido a Huracán por 200.000 dólares, a un tipo de cambio intermedio entre el comercial y el financiero a la fecha del 5 de noviembre de 1981. La extensión de la moneda estadounidense no llegaba, sin embargo, a los pases de todos los jugadores. En septiembre de 1981, el pase definitivo de Américo Gallego a River Plate se acordó en 3.300.000 pesos.

La revista deportiva El Gráfico llevó en tapa una foto de Maradona con la remera de Boca en la mano y el título ‘El pase del siglo. Maradona le cuesta a Boca más de 10 millones de dólares’

En ese contexto, el pase de Maradona de Argentinos Juniors a Boca Juniors sacudió no sólo al ambiente futbolístico. El 12 de febrero de 1981, Clarín tituló «Boca paga 9 millones de dólares por Maradona». La revista deportiva El Gráfico llevó en tapa una foto de Maradona con la remera de Boca en la mano y el título «El pase del siglo. Maradona le cuesta a Boca más de 10 millones de dólares». La noticia llegó también a las «revistas del corazón». Cuando Gente dedicó su tapa a una nota con Claudia Villafañe, entonces novia del ídolo del fútbol —con una enorme publicidad en los diarios nacionales— el título fue: «La novia de los 10 millones de dólares». Hasta el momento, ningún club local había desembolsado una cifra semejante por un jugador. Sin embargo, la cotización coincidía con la depreciación del peso; por eso la intensa atención pública por el dólar explicaba que el valor monetario del jugador surgido de las inferiores de Argentinos Juniors adquiriera también una resonancia extrafutbolística.

“La Voz” visitó argentina en agosto de 1981 (Prensa Penguin Random House)
“La Voz” visitó argentina en agosto de 1981 (Prensa Penguin Random House)

En agosto de 1981, el cantante Frank Sinatra llegó por primera y única vez a la Argentina. Su enorme fama en nuestro país motivó una amplia cobertura periodística de su paso por Buenos Aires. En febrero de ese año, Clarín anunciaba en tapa la firma del contrato que traería al cantante a la Argentina, para ofrecer dos recitales en el estadio Luna Park y cuatro cena-shows en el exclusivo hotel Sheraton.

En la foto que acompaña la nota «La Voz» aparece acompañado por los productores Ricardo Finkel y Ramón «Palito» Ortega. La entrada para la cena-show costaba 1000 dólares o, como figuraba en el ticket, «valor pesos equivalente a USD 1000 cotización tipo vendedor del Banco Nación al cierre del día anterior a fecha de compra». En términos de cantidad de público, los eventos fueron un verdadero fracaso. La repercusión de la visita de Sinatra estuvo acompañada por polémicas en torno de los valores en dólares que se habían pagado para traerlo al país y la pérdida millonaria que había significado para sus productores, en especial para el popular cantante «Palito» Ortega. Gente dedicó dieciséis páginas a la cobertura del paso del músico por Buenos Aires. Entre las notas referidas al tema se encontraba una columna de opinión de Álvaro Alsogaray, «Si Palito me hubiera consultado…».

Alsogaray lamentaba que Ortega no le hubiera preguntado por la conveniencia de ese contrato en dólares y afirmaba que no era el único perjudicado: «Muchos empresarios experimentaron un perjuicio similar por confiar sin mayor análisis en lo que el gobierno les prometía»

En esas líneas, el exministro de Economía y futuro fundador de la Unión del Centro Democrático (UCeDé) contextualizaba la contratación de Sinatra en el marco de la existencia de «divisas baratas» que permitían también «los viajes al exterior de más de un millón de argentinos, la compra de televisores en color y tantos otros "gustos" que, debido a esa "generosidad" oficial, estábamos en condiciones de darnos». Pero eso no podía durar y en algún momento el dólar se iba a encarecer. Alsogaray «lamentaba que Ortega no le hubiera preguntado por la conveniencia de ese contrato en dólares y afirmaba que no era el único perjudicado: «Muchos empresarios experimentaron un perjuicio similar por confiar sin mayor análisis en lo que el gobierno les prometía».

El desborde de la dolarización

Dos hombres vestidos de traje, con cierto aire de importancia, conversan mientras beben de vasos que parecen contener whisky: «Le aseguro, contador, que cada vez estoy más convencido de que existe una Argentina secreta, profunda y ancestral… Me han dicho, por ejemplo, que para ciertas operaciones comerciales subsiste la costumbre de utilizar "Australes"». Un hombre que lee una suerte de informe, mientras otro que parece su secretario le sostiene una pila de carpetas, dice en voz alta: «A pesar de lo que digan, creo que la economía está cada vez menos dolarizada. Hace quince días, por ejemplo, se quejaba por el precio del dólar; ahora, en cambio, se quejan de que no tienen ni un Austral».

Ambos chistes del humorista gráfico e historietista Fernando Sendra, publicados en Clarín, captan de manera paródica cómo en 1989 la extensión de los usos del dólar alcanzó niveles sin precedentes. Esta muy elevada popularización del dólar tuvo su correlato en la significación alcanzada por el término «dolarización» en esta coyuntura. Si en el pasado había sido de uso exclusivo de los economistas, ahora también era impulsado por los humoristas.

Raúl Alfonsín, en una cadena nacional en 1989
Raúl Alfonsín, en una cadena nacional en 1989

Indudablemente, sus tiras y viñetas captaban los mayores dramas y tensiones producidos por la extensión de los usos y significados del dólar, tanto en las actividades económicas como en la vida familiar y en la intimidad.

A principios de mayo de 1989 se podía encontrar en la ciudad de Buenos Aires negocios con el siguiente cartel: «Cerrado. No sabemos los precios de la mercadería y nos da vergüenza vender. Sepa disculparnos. Gracias». «No hay precios» era la frase que se atribuía a los empresarios en ese contexto. En muchos comercios se hizo habitual retirar la mercadería con la excusa de la confección de balances. En este contexto, los consumidores debían reorganizar sus estrategias de compra en función de la difícil realidad marcada por mercaderías que escaseaban o que, cuando estaban disponibles, tenían precios absolutamente impredecibles.

A diferencia del Rodrigazo, cuando el peso argentino se devaluó 100% de una vez, durante la hiperinflación de 1989 las jornadas de aumento del dólar duraron semanas enteras

Las controversias sobre la dolarización encontraban a actores interesados en legalizarla. Desde sectores de la oposición, como el diputado de la UCeDé José Ibarbia, se impulsaba un proyecto de ley para permitir que los productores agropecuarios pudieran usar dólares para sus transacciones. El fundamento del proyecto establecía que la ley «no haría más que reconocer lo que ya se hace. Hoy los chacareros pagan en dólares sus insumos, semillas y agroquímicos, y cada vez más se difunden precios en billetes estadounidenses para los distintos productos.

«Cualquiera sabe que hoy dan 125 dólares por tonelada de girasol, 65 dólares por tonelada de maíz o 155 por la de soja». El apoyo que este tipo de iniciativas podía encontrar entre economistas ortodoxos era limitado. A propósito de este proyecto, un conjunto de personajes adherentes al liberalismo económico (como Juan Alemann) se oponía a la dolarización de la economía argentina.

Saqueos durante de hiperinflación de fines de los ’80
Saqueos durante de hiperinflación de fines de los ’80

A diferencia del Rodrigazo, cuando el peso argentino se devaluó 100% de una vez, durante la hiperinflación de 1989 las jornadas de aumento del dólar duraron semanas enteras. Por eso, una práctica desarrollada en las cadenas de comercialización de diferentes productos consistió en calcular los precios de reposición, adelantando el precio futuro del dólar. La «sobredolarización» resultante, para usar el término de un analista de la época, consistía en aumentar el precio de los insumos más que el dólar dado que, en el medio de la híper, el desabastecimiento era una posibilidad.

A principios de mayo de 1989 se podía encontrar en la ciudad de Buenos Aires negocios con el siguiente cartel: ‘Cerrado. No sabemos los precios de la mercadería y nos da vergüenza vender. Sepa disculparnos. Gracias’

Mientras los comerciantes podían apelar a esta estrategia para protegerse de la incertidumbre que reinaba en los momentos más agudos de la híper, los sectores más castigados por el aumento de los precios y el desabastecimiento encontraron en los «saqueos» a comercios y supermercados su propia estrategia defensiva. Entre fines de mayo y principios de junio de 1989, en los conglomerados de las grandes ciudades, como Buenos Aires, Mendoza, Córdoba o Rosario (entre otras), habitantes de las barriadas populares se apropiaron de manera violenta de bienes básicos de consumo, alimentos y otras mercaderías, en un
contexto donde el abastecimiento a través del mercado se había vuelto imposible.

2001

«Este banco se quedó con el futuro de mis hijos. Devuélvanselo». El cartel se apoyaba sobre una de las reposeras que una familia había instalado delante de la sucursal Barrio Norte del HSBC. Con sombrilla, baldes y palitas de playa, Marcelo, Susana y sus hijos adolescentes idearon una forma de protesta que logró llamar la atención de los medios, y de muchos otros afectados. «Pensábamos irnos a Villa Gesell como todos los años. Pero vinimos al único lugar que nos permite el banco: ¡al banco!», declaró el padre de familia ante los medios. Con esa singular medida, reclamaban la devolución de los 70.000 dólares del plazo fijo en que años atrás habían depositado una herencia, y que esperaban que sirviera para lidiar con imprevistos y pagar parte de la educación de sus hijos. La cifra, sin dudas abultada para la mayor parte de la población, resultaba al mismo tiempo incomparable con aquellas que habían sido retiradas de los bancos hacía unos meses.

Cacerolazos frente a los bancos en 2002
Cacerolazos frente a los bancos en 2002

Como otras veces en las últimas dos décadas, los llamados ahorristas tomaban cuerpo como grupo y estaban en la calle. Pero a diferencia de las protestas ante las caídas del BIR y del Banco de Italia en los '80, o de las Cajas de Crédito o el Banco Mayo en los '90, esta vez no se trataba de los clientes de una entidad en particular. El sistema bancario estaba en el ojo de la tormenta y sus clientes, expuestos a las consecuencias de la crisis como nunca antes había sucedido. Y el dólar estaba en el corazón de ese conflicto.

No era la única controversia de esas características. Durante los '90 no se habían dolarizado únicamente los depósitos bancarios sino también los créditos, sobre todo hipotecarios. La salida de la convertibilidad sorprendió a gran cantidad de personas que ganaban en pesos (cuando no habían perdido su fuente de ingresos) pero estaban endeudadas en dólares.

El sistema bancario estaba en el ojo de la tormenta y sus clientes, expuestos a las consecuencias de la crisis como nunca antes había sucedido. Y el dólar estaba en el corazón de ese conflicto

La posibilidad de continuar cumpliendo sus obligaciones y de no perder sus viviendas dependía de seguir pagando en pesos. En tanto los ahorristas peregrinaban por la City golpeando las puertas de los bancos, los deudores también comenzaron a organizarse y a poner su creatividad al servicio de la protesta. Los primeros «llaverazos» se realizaron a comienzos de enero de 2002; pesificar 1 a 1 todos los créditos hipotecarios era la consigna. En ese momento, la protesta hacía hincapié en aquellos deudores que no estaban alcanzados por la primera normativa del gobierno de Eduardo Duhalde, que establecía un tope máximo (hasta 100.000 dólares) y un destino específico (la compra de vivienda única) para los créditos a pesificar. Pero las familias que habían aprovechado las condiciones del 1 a 1 para acceder a un mercado inmobiliario dolarizado desde los '70 no eran las únicas endeudadas en dólares en la Argentina de 2001. También lo estaban muchas pymes, que se movilizaron en aquellos meses, y sobre todo muchas grandes empresas, que llevaron sus negociaciones a otros terrenos, lejos de las calles pero mucho más efectivos.

Menos de un mes después de promulgada la ley que marcaba el abandono de la convertibilidad y establecía el primer marco normativo para el tratamiento de las deudas pactadas durante su vigencia, el decreto 71/2002 de Duhalde consagró la pesificación 1 a 1 de todas las deudas en dólares establecidas con el sistema financiero, independientemente de sus montos, destinos y acreedores. Con el dólar libre cercano a los 3 pesos, la licuación de los pasivos de los grandes deudores fue millonaria. Un título emitido por el Estado nacional sirvió para compensar a los bancos por el quebranto que esa pesificación causaría en sus balances. Como en otras crisis, la salida se instrumentaba por medio de una gigantesca transferencia de ingresos del Estado hacia los más poderosos.

El estallido de la convertibilidad a fines de 2001 significó, también, la eclosión de esa etapa de la popularización del dólar, en la que la presencia de la moneda estadounidense en los repertorios financieros de los argentinos dejó de ser objeto de controversias y artilugios no siempre lícitos, para volverse legal. En el corolario de ese proceso, que fue también el de la expansión de la bancarización de las familias, la protesta de los ahorristas y de los deudores hipotecarios marcó una novedad. No solamente se trataba de nuevos actores en el paisaje de los grupos movilizados en la Argentina, sino de un nuevo repertorio de movilización y de un nuevo tipo de demandas. Por primera vez en la historia, el dólar se asociaba a un conflicto que se dirimía (al menos en parte) en las calles y se enlazaba con un reclamo de derechos ciudadanos. Esa articulación resulta clave para entender las protestas que una década más tarde impugnarían la imposición de nuevas restricciones a la compra de moneda extranjera en la Argentina.