Pablo Picasso y Georges Braque hicieron trampa. El cubismo en sí es una forma descarada de la trampa. Pero no en el sentido de evitar los detalles de la representación realista ni de presentar como arte imágenes en apariencia simples, básicas, fáciles. No. Lo que el cubismo hizo fue esperar paciente al costado del camino a que la gran columna de siglos y siglos de arte figurativo tropiece. Lo que el cubismo hizo fue demostrar que el arte es una invención, una ficción, una trampa. La trampa dentro de la trampa.
No fueron los primeros, tampoco los últimos. Las fieras del fauvismo, los espirituales de la abstracción lírica, los oníricos surrealistas... las vanguardias de principios del siglo XX. Subvertir un elemento, trastocarlo, trastornarlo, para cuestionar las reglas del campo y abrir una nueva posibilidad de acción. ¿Qué habrán pensado los curadores de la Sociedad de Artistas Independientes cuando, en 1917, Marcel Duchamp envió un mingitorio para que lo incluyan en la exposición que estaban organizando?
Trampantojo. La palabra no es muy elegante. Significa “trampa ante el ojo” y viene del francés trompe-l’œil. Hasta el siglo XV, dicen los historiadores del arte, la pintura era ingenua. La obra que usa por primera vez la “perspectiva cónica” y deja atrás a la pintura medieval, al menos que se tenga registro, es La Sagrada Trinidad de Masaccio, en el año 1428. “Es la primera vez que se tiene en cuenta dónde se situaría el ojo del espectador”, escribió Laura Cabrera Guerrero. Inaugura la pintura moderna.
Durante los años siguientes los murales realizados en iglesias comenzaron a incorporar la perspectiva para crear la ilusión de otra dimensión. Un gran ejemplo es el óculo del torreón nordeste del Palacio Ducal de Mantua, Italia. La serie de frescos recibe el nombre de La Cámara de los Esposos. La pintó Andrea Mantegna entre 1465 y 1474. Otro ejemplo es La Virgen y el Niño con santos (1505) de Giovanni Bellini, que simula ser una habitación extra en la Iglesia de San Zacarías, en Venecia.
Los que tomaron aquel viejo guante fueron los surrealistas. René Magritte lo llevó a un extremo conceptual, Rob Gonsalves a un extremo mágico. El efecto ilusionista no está puesto al servicio de la emboscada, del engaño, de “hacer creer que”, sino de radicalizar la ficción inherente al arte para ridiculizar las estrictas reglas del afuera del arte, es decir, de la realidad. En el Manifiesto surrealista de 1924, André Breton habla de usar el surrealismo para “poner al desnudo la pobreza de la desesperanza”.
El arte es la representación de una representación. Los retratos que Paul Cezanne hizo de su esposa, Marie Hortense Fiquet, no solo construyen una imagen, sino la percepción que el artista tiene de esa imagen. La mirada serena y piadosa que Cezzanne le concede a su mujer es una cuestión subjetiva porque no solo representa en el óleo a su esposa; lo que representa en el óleo es lo que su esposa representa para él. En este juego de capas, de sueños dentro de sueños, es que se establece la ficción del arte.
La pasión por la literalidad que tiene esta época explica, en gran medida, la dificultad para someterse al pacto de la ficción. Una trampa no es solo un dispositivo de fierros escondido en el pastizal para cazar animales. Tampoco la búsqueda desquiciada por “sacar ventaja”, como si el mundo fuera una jungla donde el motor salvaje de cada uno de nosotros es sabotearle el nido a los demás. Acá, en Argentina, se le dice peyorativamente viveza criolla. Efluidos evidentes de cipayismo doméstico.
Profundicemos. Quizás estemos de acuerdo en que simular una enfermedad para faltar al trabajo es hacer trampa, pero también la trampa podría estar en trabajar todos los días, religiosamente, acatando pésimas condiciones como si fueran naturales. ¿Son los empleados ofuscados y empobrecidos que hacen un paro los tramposos o es el empleador el que comete la trampa al pagar salarios magros? Perspectivas. El punto es que las reglas de este mundo no vinieron dadas; se forjaron a hierro y repetición.
A los chicos les encanta hacer trampa. No lo pueden controlar. Se le sale por las poros la adrenalina de la transgresión. ¿Se sentaron a verlos jugar? Háganlo, sean pacientes y esperen. De pronto, cada tanto, irrumpe el momento revelador: un gol con la mano, una palabra inventada en el tutti frutti, una carta escondida. Una operación contradictoria, reluciente de ironía, alejada de toda moralidad prístina, a centímetros de la maldad. Los chicos no pueden contener la sonrisa, la adrenalina de la transgresión.
A nosotros, ya grandes, cansados, sucios de tanto realismo, la trampa infantil tiende a ofendernos. Nos vemos obligados a sostener el estado de las cosas, el funcionamiento del mundo, nuestro mundo. Pero así como los trampantojos y las vanguardias estéticas se proponían un desvío, así como los plagios abren discusiones apasionantes, así como las provocaciones del estilo de Maurizio Cattelan revelan el carácter ficcional del arte, de pronto hacer trampa no es romper el juego, sino llevarlo a otro a nivel.