
En los cien años que lleva de existencia, el psicoanálisis ha conocido un destino peculiar. En principio fue denostado por los medios académicos oficiales y gran parte del público que tenía acceso a ese tipo de informaciones. Pero ha experimentado después una marea de difusión que ha llegado a inundar nuestra sociedad, haciéndose presente en los más diversos ámbitos de pensamiento, en los medios de comunicación y en el lenguaje de la vida cotidiana.
Tal expansión ha sido a costa, no ya de la simplificación que todo proceso divulgador puede comportar, sino de una deformación sistemática, que transpira freudismo en el mismo momento en que lo niega.
Esta gloria ambigua es responsable de que si, por una parte, diversas disciplinas y todas las grandes corrientes filosóficas del siglo XX se han visto obligadas a confrontarse con él, por otra, las alusiones más o menos divertidas o grotescas al “subconsciente” (como suele decirse, aun cuando se dice mal), la represión, la castración y otros avatares de esa índole se han convertido en moneda común, hasta convertir el psicoanálisis, como el propio Freud sospechaba, en “tema de frívola conversación”.

En mi obra Freud y su obra. Génesis y Constitución de la Teoría Psicoanalítica trato de efectuar una lectura del psicoanálisis en la obra de Freud, en la triple perspectiva desde la que puede ser considerado (método terapéutico, teoría psíquica y crítica cultural).
Para restituir sus principales articulaciones, liberándolo tanto de la hagiografía como de la divulgación tergiversadora, es necesario hacer referencia al desarrollo psicoanalítico y al contexto biográfico y social en el que este progresó. Es importante tener en cuenta, además de los textos freudianos, las principales aportaciones del psicoanálisis francés contemporáneo (Anzieu, Dolto, Lacan, Laplanche, Mannoni) y las hechas desde la filosofía contemporánea. Esto desemboca en una lectura actual del psicoanálisis que se descubre como una teoría viva y no un cuerpo momificado de conceptos.
La sexualidad según Freud
Por poner un solo ejemplo de los equívocos a que me refería, podemos, muy sucintamente, tomar el concepto de sexualidad.
Freud ha sido acusado en repetidas ocasiones de teorizar un pansexualismo (esto es, de reducirlo todo, más o menos directamente, a sexualidad), en detrimento de otros impulsos mayores como el hambre. Decía el marxista E. Bloch (y después muchos otros han repetido de uno u otro modo) que frente a la erótica freudiana es preciso hacer valer la económica de la alimentación, dado que “el estómago es la primera lamparilla a la que hay que echar aceite”.
Pero Freud nunca entró en el debate de qué era más importante para la supervivencia, si el hambre o lo sexual. Él quiso destacar el papel de la sexualidad en la estructuración del psiquismo, al insistir en que el impulso sexual no es del orden del instinto (Instinkt), sino del de la pulsión (Trieb).

Es discutible la existencia de instintos en el hombre, ya que el equipamiento genético dota al ser humano solo con una red de posibilidades y patrones fijos de conducta. Con todo, algunos aspectos tienen un carácter más instintivo que otros. La sexualidad se caracteriza precisamente por la pérdida de rasgos instintivos. Podríamos decir que mientras el instinto (Instinkt) se expresa en una conducta genéticamente adquirida y estereotipada, la pulsión (Trieb) supone también un empuje, una insistencia, una fuerza irrefrenable (treiben, empujar), sin objeto ni fin específicos, que han de ser social y biográficamente moldeados.
Es esa maleabilidad de la sexualidad humana la que posibilita su represión (que no equivale a no satisfacer un deseo que se tiene, sino a no ser consciente de un deseo que me habita, lo cual es muy distinto) o satisfacciones sustitutivas muy diversas (todo el campo recubierto por conceptos como los de desplazamiento, fijación, sublimación, regresión), mientras que el hambre no se puede reprimir.
El sexo en toda nuestra vida
No se trata, pues, de ningún pansexualismo ni de establecer la primacía de uno u otro orden, sino de destacar la importancia de la sexualidad para la estructura del psiquismo, dadas las diferentes elaboraciones y posiciones subjetivas que respecto a la misma pueden darse.
Un impulso sexual puede en efecto satisfacerse, más o menos cumplidamente, masturbándose, por ejemplo (autoerotismo), o paseando por la sección de lencería de unos grandes almacenes o entregándose al voyerismo, mientras que el hambre no se apacigua frotándose el estómago, recorriendo los repletos estantes de un buen supermercado o viendo a otros satisfacerla. Freud rastrea lo sexual en los más diversos órdenes de la vida, no para reducirlos todos a sexualidad, sino para mostrar su incidencia en todos ellos, de lo onírico a lo sublime.
De ahí el peso de las diversas posiciones tomadas en la infancia al respecto (neurosis –histéricas u obsesivas–, perversiones, psicosis), aunque es preciso aclarar que con una misma estructura psíquica pueden darse diversas elaboraciones que dependerán de los diversos individuos. En todo caso, al inscribirse en el aliento emancipatorio, liberador, que Habermas, entre otros, le atribuye, lo que trata en definitiva el psicoanálisis es de que el pasado no se convierta en destino.
De los múltiples conceptos, articulaciones y debates que todo ello suscita (como su peculiar método de estudio o su controvertido carácter científico o no) es de lo que la obra citada trata de dar cuenta.
*Carlos Gómez Sánchez es Catedrático de Filosofía Moral y Política, UNED - Universidad Nacional de Educación a Distancia.
Publicado originalmente en The Conversation.
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