150 años del Cementerio de la Chacarita: de sus inicios por una pandemia al legado cultural

Fue creado en 1871 en tiempo récord, en razón de la fiebre amarilla que azotó Buenos Aires, tuvo un “tren de la muerte” y con el tiempo se convirtió en un espacio arquitectónico destacado

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Terrenos y capilla de cremación cementerio de la Chacarita.
Terrenos y capilla de cremación cementerio de la Chacarita.

La muerte despierta dudas, temor y curiosidad casi por partes iguales. Asomarse al lugar donde se encuentran los que ya no están constituye una experiencia especial. Obras de arte arquitectónicas, esculturas, historia y personajes ilustres: todo eso se condensa en el Cementerio de la Chacarita, emplazado en el corazón de la ciudad de Buenos Aires, y en el barrio que le da nombre.

El cementerio, territorio de la cultura urbana y resguardo de nuestra identidad e historia, es el más grande de la Ciudad: tiene 97 hectáreas rodeadas por galerías, cercadas por imponentes murallones que parecen dividir la vida de la muerte; esta frontera separa, en gran parte, a las personalidades que descansan allí y que construyeron nuestra sociedad, quienes forjaron nuestra identidad y son parte de nuestra historia.

Fue creado el 14 de abril de 1871 en tiempo récord, en razón de la epidemia de fiebre amarilla que azotó a la ciudad, ya que los cementerios no daban abasto. La ley que lo creó legisló su uso, y con ella se sentaron las normativas relacionadas con todos los cementerios.

Esta norma resume todo lo que los higienistas exigían en materia de entierros: una localización extramuros e inhumaciones de acuerdo a los criterios del momento. Establece, además, la necesidad de un cordón verde de árboles altos, que contuviera los “miasmas” o los aromas del proceso propio de la descomposición de los cuerpos. La experiencia porteña se difunde a nivel país y se acepta como criterio general esta concepción indiscutida que en el siglo XX pierde vigencia a partir de las nuevas teorías médicas. Con el correr de los años, los cementerios públicos que se desarrollaron en las periferias urbanas terminaron incorporados a la trama de las ciudades.

En ese contexto, los terrenos elegidos fueron expropiados a la orden Jesuítica por el virrey Vértiz, quien dispuso la fundación del Real Colegio Convictorio de Buenos Aires, con un concepto casi revolucionario en materia de educación y que hoy conocemos como el colegio Nacional Buenos Aires. Así, la orden tenía instalada una chacra donde cultivaban verduras, legumbres y tenían animales para su manutención en los terrenos ubicados en las afueras de la ciudad; por lo que el lugar, desde entonces, era conocido como “la chacrita” o la “chacarita de los colegiales”, nombre que nace del diminutivo de Chácara o Chacra, voz quechua que significa “granja”, “quinta” o “fundo”.

Fiebre amarilla en Buenos Aires.
Fiebre amarilla en Buenos Aires.

En un principio, cinco hectáreas de tierra fueron destinadas para los fallecidos por el nuevo flagelo, en lo que se conoció popularmente como “Cementerio Viejo”, pero rápidamente se colmó su capacidad y fue clausurado. A partir de 1887, las inhumaciones comenzaron a realizarse en el cementerio Chacarita la Nueva y los cadáveres fueron exhumados del viejo cementerio y llevados al osario general del nuevo. El 30 de diciembre de 1896, este cementerio es denominado como Cementerio del Oeste, pero como era conocido como Cementerio de la Chacarita, una ordenanza del 5 de marzo de 1949 lo renombra de esa forma.

Tras el enorme caudal de decesos se creó el Tranvía Fúnebre, que fue utilizado para llegar al cementerio, y se inauguró la “Estación Fúnebre” en la intersección de las calles Bermejo (actualmente Jean Jaurès) y Avenida Corrientes, donde recibían los ataúdes.

El cementerio tenía las condiciones de higiene mínimas y sumado a la gran cantidad de víctimas que causó la epidemia, llegaron a inhumar 564 cadáveres en un día. Según testimonios, en 24 horas murieron 14 empleados. Pero los olores y la falta de salubridad molestaban a los vecinos del barrio. Por esta razón, el cementerio fue clausurado en 1875 aunque siguió funcionando hasta el 9 de diciembre de 1886, cuando se lo cerró definitivamente.

Estación y Tranvía Fúnebre.
Estación y Tranvía Fúnebre.

Para entonces, el cementerio de la Chacarita es considerado el más cosmopolita de la ciudad, donde los diferentes niveles sociales establece cómo será la sepultura. Son años de una sociedad donde los fuertes valores jerárquicos se han instalado. Si hablamos de la arquitectura, los mausoleos y las tumbas tienen formas arquitectónicas y estilos muy diversos, conviviendo así todas las clases sociales, convirtiéndose en un aspecto esencial de la necrópolis: capillas familiares, mausoleos, estatuas majestuosas, herrerías artísticas, se multiplicaron como intentando competir con otros sepulcros, quizás como una forma de alcanzar la inmortalidad.

Respecto a la fachada del cementerio, ésta se basó en influencia griega desde la entrada que es de orden dórico, logrando así la armonía y belleza clásica utilizada en la Grecia continental desde el siglo VII a. C. y en el sur de Italia. Esto se ve en sus abundantes columnas robustas, fuste con surcos pronunciados y terminación puntiaguda; los capiteles sobrios sin decoración y sin basamento alguno en el extremo inferior. En el entablamento se aprecian los triglifos y las metopas intercalados en el friso. En el frontón hay un relieve que representa a Dios custodiado por cuatro ángeles y bajando al mundo de los vivos para proporcionarles su misericordia y yendo a buscar a los muertos.

Este relieve posee una fuerte influencia helenística (posteriormente desarrollada por los griegos). Coronando la cima aparece una escultura en representación del Arcángel Gabriel sosteniendo su trompeta y señalando al cielo donde se encuentran los aposentos de Dios, que también posee estilo griego helenístico que se nota en el movimiento del ropaje y la animación de su rostro.

Frente Cementerio de la Chacarita, 1886. Arq. Ing. Juan A. Buschiazzo.
Frente Cementerio de la Chacarita, 1886. Arq. Ing. Juan A. Buschiazzo.

Desde julio de 2016, el cementerio fue modificado y comenzó a perder el sector histórico conocido como Anexo 22, ubicado sobre la avenida Elcano. Se demolieron los históricos nichos de fines de 1800 que estaban dentro y debajo del histórico paredón que había sobre la Avenida; para ello, exhumaron cientos de cadáveres sepultados como NN que estaban en las 3 hectáreas donde se construyó la nueva plaza, que fue bautizada como “Plaza Elcano” también conocida como “Plaza del Horror” porque se ubica no solo sobre los restos de cientos de porteños sino por estar al lado de la Cámara Frigorífica del Cementerio.

Sabido es que de la historia y las tradiciones de una comunidad surgen su idiosincrasia, sus expresiones artísticas y aquellas que han sabido valorar su importancia hoy pueden enorgullecerse de un patrimonio material e inmaterial que tiene la capacidad de generar riqueza para la comunidad. Por esa identidad, cada año el cementerio recibe a cientos de visitantes y turistas que se pierden en su tranquilidad, por sus joyas artísticas y que visitan las tumbas de celebridades y personalidades, testigos de la vida porteña como Carlos Gardel, Jorge Newbery, Benito Quinquela Martín, Luis Sandrini, Osvaldo Pugliese, Anibal Troilo, Roberto Goyeneche, la cuartetera Gilda, Gustavo Cerati así como numerosas figuras de la política, del deporte y la cultura argentina.

Muchas de ellas se encuentran en panteones privados, como los de la Asociación Argentina de Actores, Sadaic (destinados a actores y músicos), el Panteón Militar o el Panteón Naval (pertenecientes a las Fuerzas Armadas), mientras que otros se encuentran en sepulturas individuales.

Desde su construcción, en 1937, el mausoleo de Carlos Gardel, coronado por una estatua a tamaño real, es el más visitado por turistas de todo el mundo y cada 24 de junio sus devotos seguidores reviven su gesta, recordándonos que su espíritu sigue vivo y que el cementerio es el lugar donde descansan sus restos eternos.

Gardelianos recordando a Carlos Gardel el 24 de junio de 2019.
Gardelianos recordando a Carlos Gardel el 24 de junio de 2019.

Patrimonio, cultura e identidad

Los enfoques actuales en materia de patrimonio cultural hacen hincapié en la idea de que el patrimonio no existe en la naturaleza sino que se trata de una creación humana que se construye socialmente, inducida desde recortes ideológicos y legitimada luego por el cuerpo social. En este contexto, el patrimonio se convierte en un referente esencial de la identidad cultural de la comunidad.

Los cementerios son parte del patrimonio tangible e intangible de una comunidad como representación de los valores e ideologías, sustentados en sí mismos y, más allá de su función específica, son un lugar de memoria que resguarda el pasado y permite la construcción de una conciencia histórica en permanente actualización.

Las culturas engendran modos diversos de pensar la muerte y los espacios funerarios albergan y encarnan estas cosmovisiones y sus materializaciones. El hombre es la única especie que entierra a sus muertos y los deposita en edificios o lugares expresamente realizados para ello, los cementerios, territorios de memoria urbana e identidad.

La ubicación de las sepulturas, así como sus formas, son parte de los ritos funerarios de cada sociedad influenciada por la religión que cada individuo o comunidad profesa, así como su relación con los centros urbanos. La vida social y cotidiana también ha ido mutando con el transcurso de la historia, pero nunca estos cambios fueron tan violentos como en los momentos que estamos viviendo y que no solo afectaron expresiones superficiales sino que revelan transformaciones de las ideas que el hombre construye sobre sí mismo, sobre los otros, sobre la naturaleza, sobre sus concepciones filosóficas, políticas, sociales y económicas.

Todos aquellos que nos precedieron merecen nuestro respeto y reconocimiento, porque son parte de una historia que aún vive en nuestras expresiones culturales y, aunque las costumbres han cambiado en la sociedad porteña y se han perdido muchas tradiciones, algunas son muy importantes y merecen ser recuperadas; sobre todo aquellas que, si desaparecieran directamente, atentarían contra nuestra identidad, contra nosotros y el paso a la eternidad.

Para ello, y con el objetivo de conocer leyendas, mitos e historia del Cementerio, éste organiza visitas guiadas gratuitas, actualmente suspendidas por protocolo de COVID19.

*Walter Santoro es Director Ejecutivo de la Fundación Internacional Carlos Gardel

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