La belleza del día: “El bar del Folies Bergère”, de Édouard Manet

En tiempos de incertidumbre y angustia, nada mejor que poder disfrutar de imágenes hermosas

“El bar del Folies Bergère” (1882) de Édouard Manet

I

No todo es polvo y olvido. Hay lugares que son historia viviente. En el número 32 de la calle Rue Richet, en París, está el cabaret Folies Bergère, una leyenda de la Belle Époque. El término cabaret significa taberna, pero se la utiliza para referirse a salas de teatro nocturnas donde hay espectáculos musicales, de danza, humorísticos e ilusionistas, entre muchas otras artes escénicas.

En la fachada del Folies Bergère, bien art déco, se aprecia una bellísima escultura dorada estampada en el frente. Es una representación de la bailarina Lila Nikolska que realizó el arquitecto Maurice Picaurd, más conocido como Pico, en 1926. Pero la historia de este lugar comienza mucho antes, el 2 de mayo de 1869, cuando abrió sus puertas.

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El nombre original era Folies Trévise, por la cercana calle Trévise, que podría ser traducido como “Locuras de Trévise”. Para 1872, el Duque de Trévise se quejó —no quería que su nombre quedara asociado a un cabaret—, entonces decidieron cambiarlo. Así nació su título actual: Folies Bergère. Bergère es el nombre de otra calle cercana, pero no es un apellido; significa Pastora. ¿”Locuras de la pastora”? Suena bien.

II

A Manet le gustaba mucho la noche parisina. Solía visitar distintos bares y cabarets pero el el Folies Bergère era su favorito. En especial su bar, donde se concentraban intelectuales, artistas y bohemios antes, después y durante cada espectáculo. Era un lugar cotidiano para él, con lo cual no solía detenerse a mirarlo con fascinación e imaginarlo en el lienzo.

Pero un día la inspiración llegó. Sentado en el bar, bebiendo algún cóctel, charlando con amigos —¿con el impresionista Claude Monet, con el crítico de arte Émile Zola, con el marchante y albacea Paul Durand-Ruel?—, se quedó en silencio por algunos minutos y observó toda la escena. Desde entonces decidió pintarlo.

Cuando comenzó a trabajar en esa obra, tenía 49 años. Ya era famoso y su trayectoria estaba reconocida por la crítica. Había recibido una medalla del Salón y fue nombrado Caballero de la Legión de Honor. Sin embargo su salud no era la mejor: tenía un problema circulatorio crónico que no mejoró a pesar de someterse a la hidroterapia. Estaba, como quien dice, disfrutando de los que podían ser sus últimos años.

III

El bar del Folies Bergère es el nombre del cuadro, que actualmente se conserva en el Courtauld Institute of Art de Londres. La camarera en primer plano, la protagonista de la obra, se llamaba Suzon. Según documentos de la época, Manet no la retrató en el lugar sino que le pidió que fuera a su taller para hacer mejor su trabajo.

Detrás, un espejo que muestra el lugar y la gente. Arriba a la izquierda se ven las piernas de una trapecista. A la derecha hay un cliente de bigotes y galera que habla con la camarera. Arriba las enormes lámparas de cristales colgando del techo. También están las botellas, un cuenco lleno de frutas sobre un mostrador de mármol y una serie de detalles muy peculiares e impresionistas.

Se nota la dedicación de Manet al hacer este cuadro. Es un lugar que ameritaba la dedicación. Luego de su muerte se volvería más famoso aún. Era la competencia del también famoso Moulin Rouge y la inspiración de varios empresarios extranjeros que replicaron su estilo. Allí han cantado y bailado mitos como Josephine Baker, Mata Hari, Maurice Chevalier, Mistinguett, Yves Montand o Édith Piaf.

Este gran pintor francés murió al año siguiente de haber pintado El bar del Folies Bergère, producto de la enfermedad circulatoria que lo aquejaba, en 1883. Tenía 51 años.

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