El secreto bajo siete llaves de dos socios que cruzaron el umbral de lo desconocido y se volvieron amantes

Matilde y Javier eran compañeros de la facultad. Siempre se habían llevado mejor entre ellos que con sus respectivas parejas. Tenían gustos y una forma de pensar en común. Y una química que jamás imaginaron

Compartir
Compartir articulo
Javier y Matilde se conocieron mientras estudiaban arquitectura (Imagen ilustrativa Infobae)
Javier y Matilde se conocieron mientras estudiaban arquitectura (Imagen ilustrativa Infobae)

Fueron compañeros de facultad. Fueron amigos. Fueron socios. Fueron amantes.

Son amigos.

De eso va la historia de amor de hoy.

Etapa uno: amigos de estudios

Matilde y Javier se conocieron como compañeros de la facultad de Arquitectura. Venían de distintos barrios de la ciudad de Buenos Aires, no tenían círculos de amigos en común, pero pegaron onda. Sintonizaban en gustos, ideas, formas de ver la vida. Coincidían en varias cursadas y empezaron a juntarse para preparar trabajos prácticos. Trasnochaban en tándem para presentar maquetas y los años y las materias fueron pasando. En el mientras tanto, cada uno se puso de novio. Las parejas respectivas no se parecían en nada. El novio de Matilde era ingeniero agrónomo, medio chapado a la antigua, introvertido y viajaba mucho al campo. Se llamaba Esteban. La de Javier, Gabi, era densamente comprometida con mil causas distintas y se sacaba chispas con Esteban. Cada vez que se juntaban terminaban discutiendo. Fueron a sus mutuos casamientos y siguieron viéndose, pero los ex compañeros de facultad optaron por juntarse cada vez menos los 4 y más los 2. Era más armónico y menos tenso conversar sin tener que estar sorteando la grieta que se había generado entre sus parejas.

Un hijo, varias mudanzas, las enfermedades de sus padres, los cambios de proyectos o trabajos y la existencia cotidiana los fue distanciando un poco. Pero cada tanto se colgaban un par de horas del teléfono para ponerse a tono con la vida del otro. Así fue hasta que, unos años después, se reencontraron con un megaproyecto en conjunto: la construcción de un edificio hotelero porteño. Era una obra importante y los dos estudios se asociaron para presentar sus ideas. Los eligieron. Saltaron de alegría. La edificación sería larga y tendría varias etapas. Ya habían trabajado juntos en algún momento, pero esta vez era algo diferente que les insumiría mucho tiempo en su día a día.

Etapa dos: socios con proyectos

En las primeras semanas decidieron que para esta obra armarían un equipo potente y especial y el lugar elegido para trabajar en los planos serían las oficinas de Matilde en el barrio de Núñez.

Gabi y Esteban quedaron al margen de horas y horas que los viejos amigos empezaron a compartir, y a disfrutar, como en su juventud universitaria.

Unos años después, se reencontraron con un megaproyecto en conjunto: la construcción de un edificio hotelero porteño (Imagen ilustrativa Infobae)
Unos años después, se reencontraron con un megaproyecto en conjunto: la construcción de un edificio hotelero porteño (Imagen ilustrativa Infobae)

“Veníamos de años de casados, sabíamos que nuestras parejas no se aceptaban por sus diferencias obvias y su manera distinta de ver la realidad. Nosotros, en cambio, nos sentíamos muy cercanos. Nos incomodaban las chispas que salían cuando ellos discutían así que los sacamos del medio. Era lo más sano. Yo venía de superar un cáncer de útero y una cirugía traumática que me había impedido tener hijos. Javier tenía uno de 12 años, pero me contaba que la relación de él con su mujer era un poco tirante. Ella es de esas personas que necesitan de la guerra para vivir. Es como si las batallas le dieran sentido a su existencia. Javier me contaba que Gabi se quejaba y despotricaba por todo. Cuando no era el grupo de mierda de madres del colegio, era los insoportables vecinos del consorcio de propietarios o los misóginos compañeros de trabajo en el secundario donde era profesora de lengua. Otra vez podía ser la pesada familia de Javier que se entrometía en sus vidas o lo mal manejado que estaba el colegio. Podía descubrir conspiraciones contra ella en una respuesta y era sumamente sensible a cualquier sugerencia. Gabi resultaba agotadora, me confesó Javier y yo lo veía con claridad. Si bien él la ama, en algún punto, le resulta inaguantable. La paz con ella es imposible. Es su temperamento. La quiere, pero para él es un permanente desafío aceptarla tal cual es. Creo que Javier ya se resignó a vivir en una especie de trinchera. Él es demasiado bueno, demasiado tranquilo y ella enloquece a cualquiera. Pero creo que cada uno es artífice de su destino. Si él se queda es porque le cierra, porque el amor puede más o lo que sea. No soy psicóloga, pero está claro que si no quisiera seguir así, podría irse. Mi marido, en cambio, es lo opuesto. Es un tipo que parece ajeno a todo, que te deja vivir tranquila, pero a veces sentís que no te da la bola suficiente. Que está en la suya. Ante algo serio se nota más todavía. Nunca, por ejemplo, habíamos hablado a fondo el tema de los hijos y de mi angustia por el cáncer que me quitó la posibilidad de ser mamá. Desde que me sacaron el útero, él solamente me dijo que bueno, que no todos nacimos para ser padres, que hay muchas cosas en la vida para hacer y que lo aceptaba, que yo no me hiciera tanto drama porque él me quería y era feliz. Para mí había sido un golpazo tan grande que tuve que recurrir a terapia. Él, a mi juicio, negaba el fondo del asunto. No sabía profundamente qué le pasaba con el tema de la paternidad porque no se lo podías sacar ni a gancho. Lo amo, pero no lo entiendo del todo. Con Javier, en cambio, hablábamos en profundidad y sentíamos las cosas de manera parecida. Hasta me animé a llorar con él en varias ocasiones. Eso nos llevó, quizá, a confundir amistad profunda con amor sexual”.

Etapa tres: amantes de oficina

Una de esas noches en las que repasaban, en el estudio de Matilde, detalles y planos sobre cómo encarar la nueva etapa del proyecto arquitectónico, se cortó la luz. Estaban solos y eran las once de la noche. Habían picoteado algo con un par de cervezas, pero ya estaban por irse a sus respectivas casas. Hacía algún tiempo que venían sintiendo cierta electricidad no confesada cuando se pasaban el lápiz o la calculadora. Al despedirse los viernes los invadía cierta angustia. Pero esos sentimientos cabalgaban en la inconsciencia de ambos. Por lo menos, hasta el corte de electricidad tan oportuno.

Fueron con la luz del celular a mirar las llaves térmicas. No era eso. Parecía algo más generalizado porque todo el edificio estaba a oscuras. Se asomaron a la ventana: la cuadra también era de una negrura espesa.

En la oscuridad se abrazaron riendo como adolescentes, y dijeron: ¡Qué miedo!

En total penumbra la química brotó como nunca antes y se desinhibieron (Imagen ilustrativa Infobae)
En total penumbra la química brotó como nunca antes y se desinhibieron (Imagen ilustrativa Infobae)

“Fue automático. En total penumbra la química brotó como nunca antes y nos desinhibimos. Nos abrazamos bromeando como dos tontos. No había ascensor e íbamos a tener que bajar los once pisos por la escalera iluminadas con las luces de emergencia. Decidimos tirarnos en el sillón un rato a ver si volvía la luz… El abrazo no se interrumpió. No queríamos soltarnos. Javier me acarició la cara y yo me puse roja, pero él no podía verlo. Me latía el corazón tan fuerte que pensé que se iba a dar cuenta. Nunca me había pasado sentir el ruido de mis latidos en el silencio. Me pasó una mano por la espalda, por encima de la camisa. Me tensé, pero me gustó. Y de pronto, en medio de la oscuridad yo lo besé. Ahí la cosa se aceleró. ¡Teníamos, creo, mucha vergüenza porque hacía tantos años que nos conocíamos! Pero la oscuridad ayudó. Por un instante pensé que era como estar con alguien nuevo y dejé de pensar en Javier como Javier, no sé… La cosa fluyó. Hicimos el amor esa misma noche con los ojos cerrados aunque no hiciera falta porque no se veía nada. Fue dulce y pasional. Pero inmediatamente terminado lo sexual empecé a pensar ¿cómo seguiríamos adelante cuando hubiese luz y nos viéramos las caras? A él le pasaba lo mismo. Estábamos cohibidos de nosotros mismos, por lo que habíamos hecho”.

Esa noche no volvió la luz. Javier y Matilde bajaron hasta la planta baja de la mano y volvieron a sus casas con el corazón alborotado.

Ya no eran quiénes habían sido.

Al día siguiente, al despertarse, Matilde se preguntó si no había soñado todo. Su marido estaba en Pehuajó. Se quedó tirada en la cama intentando poner blanco sobre negro. ¿Cómo se seguía? Ella llegaba a la oficina el lunes y ¿hacía como si nada? Saluda y ¿Javier se haría el tonto? ¿Habría algún planteo?

En este segmento vital de la existencia eran completos desconocidos.

Por cómo habían actuado siempre ante los problemas, Matilde supuso que en algún momento iban a hablar.

Eso fue exactamente lo que ocurrió cuando el lunes por la noche se quedaron nuevamente solos en el estudio y con luz. Después de un día normal, surgió un diálogo de cuerpos desenfrenados, pero sin voz.

La cosa siguió más o menos así, sin poner rótulos o palabras, sin intentos de analizar lo que les pasaba. Nadie sospecharía de ellos. Ni ellos mismos hubiesen sospechado lo que les podía pasar y les pasó. Eran la ajenidad, lo irreconocible.

“En algún punto era enloquecedor el cambio en la relación. Porque antes hablábamos mucho y ahora casi nada. Estábamos desesperados por quedarnos solos y que se entendieran nuestros cuerpos. Era una química sofocante alentada por una adrenalina desconocida. No podíamos ponerle voz a eso que nos sucedía. Era vertiginoso y muy nuevo. Atrapante. A veces, sentía que estaba inmersa en una película. No pude hablar del tema ni con mi más íntima amiga. No había riesgos de que nos pescaran, siempre habíamos sido pegados. Nadie de nuestro entorno pensaría algo así. Pero ese descubrimiento del lado sexual de mi amigo resultaba fascinante y, al mismo tiempo, desconcertante. A él le pasaba lo mismo, se notaba. Ahora teníamos una relación pasional, éramos amantes. Pero a mí no me iba esa palabra, para mí era una amistad sexual. No sé cómo explicar lo que me pasaba. Yo amaba y amo a Esteban, pero con Javier tenía un combo perfecto de conversación y sensualidad. Me prestaba una atención que mi marido no. Me escuchaba y me contenía. El sí que sabía lo duro que había sido resignarme a no ser mamá. Y fue el que más impulsó la idea de que adoptáramos un hijo con Esteban. Pero en lo físico era sexo mudo, un lenguaje biológico a secas”.

La clandestinidad duró exactamente lo que duró la edificación de la mega obra. Casi dos años.

Etapa cuatro: nuevamente amigos

El día que llamaron del juzgado a Matilde y Esteban para decirles que había un bebé para ellos, ella decidió que su relación clandestina con Javier había terminado. Ya estaba. Serían padres con su marido. “Eso” que tenían oculto debía acabar inmediatamente. ¿Javier lo entendería? La obra estaba en sus últimos días.

Matilde y Javier por primera vez se sentaron a hablar en profundidad de todo. Javier se mostró feliz porque hubiera aparecido el deseado hijo.

Javier estuvo de acuerdo con terminar de golpe con ese lado B de sus vidas.. (Imagen ilustrativa Infobae)
Javier estuvo de acuerdo con terminar de golpe con ese lado B de sus vidas.. (Imagen ilustrativa Infobae)

“Fue increíble porque durante casi dos años no hablamos de sentimientos ni de proyectos personales. Nos limitábamos a vivir. Por contradictorio que parezca, la relación fue muy edificante para nuestra psiquis. Nos hizo mucho bien. Pero ya estaba. Los dos queríamos a nuestras parejas. Para él, yo había sido un oasis en esa relación de tensión que tenía con Gabi. Para mí, Javier había sido la contención en la etapa en que no sabía que iba a concretar mi maternidad postergada por la enfermedad. Ahora venía el hijo esperado. Tenía que ordenar mi vida. Esteban estaba feliz. Y también, por primera vez, lo noté súper expresivo. Me enteré de que no era que no sufriera por lo que me había pasado, sino todo lo contrario. Él no quería cargarme de culpas si no lográbamos tener hijos. Era su manera de ser y de acompañar. Creyó que restándole importancia al tema sería más fácil superarlo. Logré entenderlo. Javier estaba de acuerdo con terminar de golpe con ese lado B de nuestras vidas. Él también quería dejar el costado sexual de la relación, pero ninguno de los dos quería dejar de ser amigos. Así que dijimos: Esto, para el resto, no existió. Solo tenemos que seguir adelante sin culpas. Permitirnos ser felices sin reproches y seguir siendo amigos ¿después de todo quién dice que no se puede?”.

Aunque parezca mentira Javier y Matilde lo lograron. Retomaron la vieja relación de amistad sin mezclar a sus parejas, Gabi y Esteban, porque seguían siendo incompatibles el uno con el otro. Nunca más hubo sexo entre ellos y, por increíble que parezca, siguieron siendo amigos.

Al día de hoy Matilde cree que Javier y ella tuvieron un papel muy importante: el de sostenerse en sus momentos complejos.

“No es algo que yo recomendaría porque no sé si siempre puede funcionar. Pero lo que nos pasó fue maravilloso. No me arrepiento de nada y Javier tampoco. No dañamos a nadie y nos hizo bien al alma. ¿Mentimos? Ni siquiera tuvimos que hacerlo porque no hubo sospechas ni despechos ni reclamos. Fue solo una puerta a un espacio oculto de nuestra relación. La pudimos abrir sin dañar ninguna estructura y luego cerrarla bajo siete candados. Hoy tengo a mi hijo Santi, quien ya tiene 3 años y soy tremendamente feliz. Javier sigue con su vida y nos encontramos cada tanto, pero no hablamos nunca de la etapa sexual de nuestra amistad, no necesitamos ahondar en eso. Solo conversamos de las otras facetas de la vida. No es negación, yo te diría que es todo lo contrario, es aceptación. No me interesa pensar si la sociedad me juzgaría mal de saberlo. Porque te repito: no tengo remordimientos de tener algo que jamás podré contarle a Esteban ni a mi hijo. Me lo guardo para mí. Esa etapa es como un tesoro secreto que me permitió avanzar a esta nueva etapa llena de luz”.

*Escribinos y contanos tu historia. amoresreales@infobae.com

* Amores Reales es una serie de historias verdaderas, contadas por sus protagonistas. En algunas de ellas, los nombres de los protagonistas serán cambiados para proteger su identidad y las fotos, ilustrativas