10 razones sobre el misterioso clima amigable del Uruguay

Algunas ideas que, lejos de ser una apología, delatan pistas del devenir democrático del país en el presente

Compartir
Compartir articulo
El presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, asiste a la VII Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), en Buenos Aires, Argentina, 24 de enero de 2023. REUTERS/Agustin Marcarian/Archivo

Me preguntó un amigo si existía algún secreto en el devenir democrático del Uruguay del presente, si había “algo” que explicara el brebaje de civilidad que allí se aquilató. Le anoté algunas ideas que, lejos de ser una apología, entiendo que están en el imaginario colectivo oriental y delatan pistas de lo que sucede. Van numeradas, no por orden de importancia, solo por orden caprichoso.

1. En el Uruguay nadie se siente portador de una verdad única, porque como típica sociedad hija o nieta de inmigrantes, todos saben lo que es atravesar desventuras, remar contra el viento y forjarse una vida sin haber heredado nada. Es una sociedad abierta porque lo desea y porque lo necesita, lo es con el propietario de una empresa importante que se viene a radicar allí y lo es, también, con el más humilde inmigrante venezolano que viene procurando oxígeno de libertad. En consecuencia, como sociedad Popperiana se nutre de todos. Los inmigrantes saben la oportunidad que significó el Uruguay para sus parientes que vinieron con una mano atrás y otra adelante. Sus existencias actuales, de una forma u otra, le rinden tributo a esa forma de ser.

2. Además, la impronta de un educador vanguardista llamado José Pedro Varela (que se muere el 24 de octubre de 1879 a los treinta y tres años, habiendo actuado y escrito todo en su disciplina) continúa navegando la mente de los uruguayos con un sentido de igualdad y laicidad en la educación, quedando además como un sello que mandata a buscar integrarse dentro de las aulas y en la propia vida. Es cierto, hay una considerable oferta de educación privada en Uruguay (lo que habla de la libertad explícita), pero nadie hace de los recintos educativos espacios cerrados. La educación uruguaya -en estado dialéctico de eterno- sigue siendo un territorio conflictivo, pero igualmente de movilidad social ascendente. Es un ámbito, además, donde los presidentes procuran siempre hacer más y cada uno de ellos, cuando pudo, buscó mejorar el enfoque aportando su dimensión. Pero es un tema de debate casi permanente. Lo que importa se discute. De alguna forma, la visión de José Pedro Varela le llega a la ciudadanía en sus valores. Además, en estos tiempos, ya nadie controvierte la contribución de religiones activas en el Uruguay al colaborar notablemente en la dimensión filosófica y social del país. De cualquier forma, la separación de la religión y el Estado es un dato a tener en cuenta para comprender una clave del funcionamiento del Uruguay.

ANEP Uruguay

3. La política -a pesar de estar denostada por estos tiempos posmodernos- hace bastante por priorizar lo “relevante” de lo “accesorio” de la vida del país. El presidente Luis Lacalle Pou acaba de declarar en estos días que “siento orgullo de que presidentes (uruguayos) de distintas ideologías puedan ir a Buenos Aires o al país que fuera a hablar bien del Uruguay”. Asimismo, el actual presidente oriental cuando viaja a Brasil a reunirse con el presidente Lula -en su asunción presidencial- lo hace acompañado con los exmandatarios Julio Sanguinetti y Pepe Mujica, y no lo hace por galantería o “acting” sino que eso representa el sello identitario de lo que es un país con todos comprometidos en su destino. En algún momento se acuñó la expresión “política exterior de Estado en el Uruguay” cuando gobierno y oposición andaban por la misma vereda buscando el destino común del país hacia afuera del territorio nacional, será o no será ese el rótulo correcto, lo que es claro que el Uruguay busca abrir mercados o ganar espacio para luego cobijar mejor a sus connacionales aplicando reglas que no se acostumbran a ver en otras partes. Cabe aclarar que el sistema de partidos políticos tiene una adhesión de base que supera el 65% holgadamente. Esto lo dota de una robustez significativa. La democracia no se discute en Uruguay en términos de modelo, luego del quebranto institucional de los setenta (donde el terrorismo de estado y la presencia guerrillera no tuvieron razón en su accionar violento). Hoy todos comprenden que ese extremismo no dejó un ejemplo a emular y que una grieta asumida como bandos que buscan exterminar al otro es un camino intransitable en la Banda Oriental.

4. El primero de mayo que es una jornada relevante en todo el mundo al celebrar el día del trabajo. En Uruguay las organizaciones sindicales hacen sus reclamos públicamente al gobierno de turno en una plaza emblemática para ello; allí está presente el ministro de trabajo Pablo Mieres sentado en primera fila sabiendo que no todo lo que oirá le será grato. Pero como señal de respeto republicano, allí está, como significando: el trabajo en Uruguay lo asumimos todos, trabajadores y sindicatos, nadie está fuera de la pantalla, piense como piense.

El ministro de Trabajo y Seguridad Social de Uruguay, Pablo Mieres. EFE/ Raúl Martínez/Archivo

5. No son pocas las actividades sociales en las que miembros del gobierno y de la oposición comparten eventos de la sociedad civil y dialogan fuera del alcance de las cámaras televisivas. No es imaginable que en esas circunstancias se procesen saludos protocolares sino que esas instancias siempre son fruto de conversaciones “informales” que procuran distender climas o intercambios sinceros con consenso o disenso. La forma y el fondo, el fondo y la forma. Es más, en eventos especiales, almuerzos de trabajo o desayunos de trabajo, la presencia de sindicatos, cámaras empresariales, partidos políticos y sociedad civil es otro dato continuo de la realidad uruguaya que contribuye a construir espacios de conversación, lo que -repito- no asegura la convergencia, pero la estimula. En esos ámbitos la lógica del diálogo frontal suele contribuir a bajar tensiones y a aproximar posiciones, o por lo menos a dejarlas ubicadas como eso y no como “trincheras de guerra”. Como toda sociedad existen picos de tensión, pero se asume que luego de los mismos el agua debe retroceder en algún momento. No se puede vivir odiando en política porque eso incendia la pradera.

6. De los ocho mandatos presidenciales que tuvo el país desde el año 1985 a la fecha, en los últimos 38 años, 5 de 6 presidentes (dos reelectos) fueron ocupados por presidentes que habían tenido ejercicio parlamentario, el 80% tuvo esa “conversación” previa, o sea se entrenaron en un parlamento en un conversatorio plural. Aprendieron a oír al otro, a respetar al otro y a convivir con el otro. Ese fue el bautismo de fuego. Es cierto, el caso aparte lo constituye el Dr. Tabaré Vazquez pero provenía de un ejercicio comunal en la capital del país, lo que también le otorgó un andamiaje gubernamental relevante. No habría en Uruguay -por la historia hasta el presente- espacio para un “outsider” completo. “Nunca en política digas nunca”, pero todo indica que la asimilación al sistema político (pasajes previos en ejercicios que introducen al sistema político y de gobierno) es un peaje que se debe abonar para contribuir en la causa pública en el nivel de la máxima responsabilidad institucional.

El ex presidente de Uruguay José Mujica. Foto: Franco Fafasuli

7. Asimismo, los orientales no sienten que el poder otorgue prebendas, por eso todos los presidentes uruguayos -todos- tuvieron la vida urbana que quisieron, nadie les incomodó en su privacidad, y aún hoy, excepto alguna foto que se les requiere, pueden ir con sus familias a comer a un restaurante y nadie los va a molestar. Es una tónica poco “celebrity” la de la sociedad uruguaya que no ama la idolatrización, respeta el poder, pero no asfixia o incomoda a nadie. Y no es que en Uruguay no haya divisiones filosóficas rotundas en las visiones de país, es claro que a poco de bucear se encuentran miradas liberales, socialdemócratas, socialistas, socialcristianas, por solo relevar algunas que reconocemos a simple vista. Pero ello no impide una convivencia civilizada. Quizás, algo de la idiosincrasia del país, donde siempre hay espacio para el diálogo -con un mate de por medio- sea una forma de ser uruguaya donde los personalismos no son un asunto valorado. Al que se pasa de listo le cobran roja.

8. Probablemente el destino histórico del país tuvo y tiene un peso difícil de cuantificar, pero incide notablemente en la personalidad de los uruguayos del presente. Se conquistó la independencia a contracorriente de los poderes regionales y eso genera un ADN de eterna atención a lo que viene de afuera: los uruguayos saben que nadie les regalará absolutamente nada, de ninguna parte del mundo, ni del continente, ni del norte, ni de los hermanos, ni de Europa, nadie estará para regalar nada. Eso lo tienen claro como pueblo al sur de América que se las tiene que ingeniar solo contra el destino que sea. Y ese perfil hace que exista una matriz propia, sabedora que no hay bonus track por nada y para nadie. Por eso el país cada vez se piensa lo más autosustentable en todo lo que está a su alcance. Por eso la matriz energética tiene un perfil moderno y por eso los procesos de producción de las materias primas cada vez tienen mayor valor agregado, porque se comprende que ese es el único camino a recorrer.

Una persona trabaja en una fábrica en Montevideo, en una imagen de archivo. EFE/Raúl Martínez/Archivo

9. Por eso, también, el país está abierto a brazos laborales nuevos porque es claro que la ecuación demográfica no permite sostener a futuro una sustentabilidad para las generaciones mayores sin incorporación de más energía al motor económico del país. Y por ello, a pesar de las oposiciones, se implementó una reforma del sistema de seguridad social (pasividades o jubilaciones) a los efectos de ordenar el sistema y hacerlo garantista por otro período relevante, sabiendo igualmente que la relación activo y pasivo debería fortalecerse en los primeros para solventar mejor a los segundos. Por eso no es un país cerrado, lo del principio.

10. Lo institucional no es un asunto baladí para los uruguayos. Es un país donde la burocracia pública (en su sentido weberiano: “saber especializado”) tiene importancia, donde los escribanos que certifican la fe pública son personas importantes para la sociedad, donde la formalidad -a pesar de las letanías- es un asunto a respetar , y donde cualquier trámite ante el Estado es un asunto serio. El peso del Estado -discutible por cierto en su dimensión- es un dato de la realidad y su presencia es algo extrema para una concepción liberal, pero ese mismo extremismo -paradojalmente- es parte de una red garantista que inhibe de vivir en una jungla. Por eso el estado de derecho se recuesta sobre lo institucional, no sería posible otro formato. Y claro, la certidumbre del estado de derecho no es un invento en el Uruguay, es una constatación de que la justicia existe y se hace presente en el equilibrio de poderes.

Seguir leyendo: