La geopolítica de Putin

Los historiadores del futuro van a estar enfrentados a elegir con cuál zar debe ser comparado en la milenaria historia rusa, si con la orientación europea de Pedro el Grande o la asiática de Iván el Terrible

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El presidente ruso, Vladímir Putin, preside una reunión sobre el desarrollo del transporte aéreo y la fabricación de aviones, a través de una videoconferencia en la residencia estatal de Novo-Ogaryovo, en las afueras de Moscú, Rusia. 31 de marzo de 2022. Sputnik/Mikhail Klimentyev/Kremlin vía REUTERS ATENCIÓN EDITORES - ESTA IMAGEN FUE PROPORCIONADA POR UN TERCERO.
El presidente ruso, Vladímir Putin, preside una reunión sobre el desarrollo del transporte aéreo y la fabricación de aviones, a través de una videoconferencia en la residencia estatal de Novo-Ogaryovo, en las afueras de Moscú, Rusia. 31 de marzo de 2022. Sputnik/Mikhail Klimentyev/Kremlin vía REUTERS ATENCIÓN EDITORES - ESTA IMAGEN FUE PROPORCIONADA POR UN TERCERO.

Los historiadores del futuro, al intentar comprender a Vladimir Putin, van a estar enfrentados a elegir con cuál zar debe ser comparado en la milenaria historia rusa, si con la orientación europea de Pedro el Grande o la asiática de Iván el Terrible. Probablemente, van a tener menos dudas acerca de cuál es su mayor influencia geopolítica.

La geopolítica tiene que ver con la vida e historia de los pueblos, en relación con el territorio que ocupan, y su campo de estudio también intenta explicar los efectos de la geografía humana y física sobre la política y las relaciones internacionales.

En la visión geopolítica de Putin predomina y es totalmente dominante el eurasianismo, que es todo un movimiento, a la vez cultural e ideológico, que surgió en las comunidades de los emigrados rusos a partir de la segunda década del siglo XX, y cuyos principales teóricos fueron Nikolái Danilevski y Konstantin Leóntiev. Con posterioridad a la caída de la URSS y al fracaso posterior del liberalismo económico, reaparece en los 90s con fuerza, adquiriendo protagonismo, sobre todo mediático, Aleksandr Duguin, de gran llegada al Kremlin, aunque toda una corriente de analistas cuestiona el nivel de su influencia intelectual sobre Putin.

En los 90s, la escuela de euroasianismo ruso surge como contrapartida al llamado atlantismo, que sería una ideología de dependencia europea hacia Estados Unidos. Es una corriente iliberal alejada frontalmente del liberalismo y del comunismo, más bien conservadora, que critica tanto a la democracia como a la modernidad, adversaria del individualismo, y que hace recaer la libertad en un sujeto colectivo, que sería el alma rusa, cuya cultura sería refractaria a la visión anglosajona de derechos universales, a la que ven como una forma de imposición racista ya que supondría una jerarquía de los pueblos.

Esta visión sitúa a Estados Unidos y su control estratégico del atlantismo como el gran adversario, y la necesidad que la gran Patria rusa, su historia y su destino, lo confronten. Tiene también una base mística, que sería la religión, basada en la variante ortodoxa del cristianismo, y una base étnica que hermana a los rusos con todos los pueblos eslavos. Es ese destino el que se extravió con los comunistas.

La diferencia del eurasianismo con otras corrientes culturales, filosóficas y nacionalistas, es la vinculación que se encuentra con toda una propuesta y acción geopolítica, que le da sentido de misión a Rusia después de la desaparición de la Unión Soviética, y que ya se había expresado en el respaldo a lugares que, como Transnistria, prefirieron seguir vinculados a Rusia después de la aparición de nuevas repúblicas, y también en Georgia en 2008 y en Crimea y en el Donbas ucraniano en 2014.

Es una narrativa que se ve alimentada por una fuerte victimización, en la cual Rusia no tiene otra alternativa que defenderse a través de la ocupación de territorios que considera históricamente propios, ya que hay toda una acción para conquistarla e imponerle una cultura occidental foránea a su tradición, y que quiere reducirla a un nivel de casi vasallo, sobre todo, en lo económico. De ahí el temor actual a alianzas como la OTAN y también a las llamadas revoluciones de colores en ex repúblicas soviéticas, que son vistas como un intento de rodear y aislar a Rusia, mentalidad que no es solo de ahora, sino que tiene una admirable continuidad con el zarismo y la política exterior comunista, alimentada por hechos reales como las invasiones que han venido desde el oeste, que han sido variadas y que no solo se habrían limitado a Napoleón y a Hitler. Hoy, se le agrega que se busca el cambio de gobiernos que no gustan a Washington.

Rusia no solo es un Estado, sino también una civilización con pueblo, lengua, cultura e Iglesia, que tiene además un componente más allá de sus fronteras, en los millones de rusos que dejó el quiebre de la Unión Soviética, y que serían objeto de persecución en su lengua y tradiciones, y en cuya representación acude Putin como también del mundo eslavo, citándose una y otra vez, la intervención de la OTAN, de Europa y de Estados Unidos en la derrota de Serbia y el nacimiento de Kosovo en la ex Yugoeslavia, que se había facilitado porque entonces había debilidad y postración en Moscú, lo que debe ser corregido.

La victimización se une a la argumentación de la necesidad de respeto a Rusia, ya que, a partir de los 90s, habría sido tratada en forma irrespetuosa y arrogante por parte de los vencedores de la Guerra Fría.

Rusia debe proponerse tres objetivos, siendo el primero recuperar su sitial de gran poder, y aunque no sea más global, siempre lo será euroasiático. En segundo lugar, deberá luchar contra el mundo unipolar que surgió a la caída de la URSS (y de ahí viene la conocida frase de que fue “una catástrofe geopolítica”), y tercero, la representación de los rusos parlantes de la ex URSS que viven en otras repúblicas y del universo eslavo más amplio: “Rusia, como país euroasiático, es un ejemplo único del diálogo de las culturas”, afirmaba Putin el año 2003 en su intervención ante el Consejo para la Cultura y el Arte.

Esta escuela de pensamiento y la variable geopolítica permiten entender mejor lo que está detrás de la invasión de Ucrania. Permite también responder la pregunta de si la guerra es un tema personal de Putin o más bien algo diseminado en muchos niveles de Rusia: quizás con otro líder no sería lo mismo, pero sí algo parecido, ya que no hay alternativa real liberal, sino que la alternativa a Putin siguen siendo los herederos del Partido Comunista, su rival electoral (los liberales quedaron muy desacreditados después de los 90s y la mentalidad hoy predominante los ve como otra imposición occidental).

En términos geopolíticos se nota continuidad en muchos aspectos entre los zares, el comunismo y Putin: desde la necesidad de puertos de aguas calientes hasta temas más profundos de sentirse siempre amenazados desde Occidente. No es que se haya amanecido un día con ganas de invadir Ucrania, sino que la narrativa, mezcla de orgullo nacional y de sentirse menospreciados, permite acceder al tipo de agresión y los objetivos territoriales, donde las provincias rusas de Ucrania necesitan de algo que no se califica como guerra, sino como simple “operación militar” en un territorio que históricamente se siente como propio, y al cual solo se regresaría.

¿Simplificación de una realidad compleja para ocultar una agresión? Por cierto, pero también una visión de la historia y del mundo que siente que desde la desaparición de la Unión Soviética se le debe algo: la negociación de un nuevo escenario para Rusia, que tenga en consideración un lugar importante para ella en el mundo.

Y mientras tanto, un Putin que quiso ser un modernizador como Pedro el Grande se le aparece más bien como Iván el Terrible a ese mundo.

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