La ruta de la felicidad

En una encuesta reciente que se le realizó a la generación del milenio, se les preguntó cuáles eran las metas más importantes en sus vidas y más del 80% dijo que una meta para ellos era hacerse ricos y otro 50% de esos mismos adultos jóvenes contestaron que otra meta importante era ser famosos

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(Foto: cortesía)
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En la columna de la semana pasada hablamos del placer y de los riesgos que puede tener su exceso, pudiéndonos llevar a una adicción. Hoy vamos a ocuparnos de otra emoción que está en la vereda opuesta, ya que, a diferencia del placer, no es adictiva, dura largo tiempo y está relacionada con el dar, con el ayudar, con hacer algo por uno, por los otros y con los otros. Hoy vamos a hablar de la felicidad.

¿Que nos hace felices? En una encuesta reciente que se le realizó a la generación del milenio, se les preguntó cuáles eran las metas más importantes en sus vidas y más del 80% dijo que una meta para ellos era hacerse ricos y otro 50% de esos mismos adultos jóvenes contestaron que otra meta importante era ser famosos.

Pero la felicidad, a pesar de lo que muchos millennials piensan, no la vamos a encontrar en la riqueza ni en la fama. Son las buenas relaciones las que nos hacen más felices y saludables. Las conexiones sociales son las que nos hacen bien, mientras que la soledad nos provoca daño. Experimentar soledad resulta ser toxico. Las personas que están más aisladas de lo que quisieran de otras personas son menos felices, más susceptibles a recaídas de salud y sus funciones cerebrales decaen más precipitadamente y además, viven menos que las personas que no se sienten solas. No es tan importante la cantidad de amigos que tenemos sino la calidad de las relaciones más cercanas. Relaciones en donde podemos hablar de nuestros problemas, de nuestras alegrías, de nuestros miedos e inseguridades. Todos aquellos vínculos a través de los cuales nos sentimos comprendidos y queridos nos dan felicidad.

Otro aspecto, no es menos importante que nos aporta bienestar, es el nivel de compromiso que le ponemos a lo que hacemos, ya sea en nuestro trabajo, en el estudio, o en la crianza de nuestros hijos. Comprometernos con lo que hacemos es tener una comunión con las cosas, poder quedar absortos e inmersos en la actividad que estamos desarrollando. Disfrutar de algo en lo que nos sentimos buenos o talentosos hace que experimentemos una sensación de felicidad.

Asimismo, la felicidad también está relacionada con vivir intensamente el momento presente y disfrutar con las cosas simples de la vida, revalorizando los pequeños detalles y disfrutando intensamente de ellos.

Otra forma de sentirnos felices es la que está basada en una vida significativa, es decir que nuestra existencia no gire solo alrededor de nosotros mismos. Podemos utilizar nuestras capacidades en causas que sean beneficiosas para otros. Las obras de caridad, la militancia política, la ecología, la religión la ciencia, el arte, etc. Es decir, en poner las virtudes y talentos al servicio de alguna causa superior a uno hace que nuestra vida se dote de sentido.

La felicidad se nutre de vínculos estrechos y estables, cuando nos comprometemos con lo que hacemos y a la vez cuando encontramos un significado que transciende nuestra individualidad.

Podemos ser felices y mantener ese estado a lo largo del tiempo, para ello no se requiere ni éxito, ni fama ni dinero, sino un fuerte compromiso con uno y con aquellos que nos rodean. Pruébelo, no falla.

*Psicóloga y escritora

Lo aquí publicado es responsabilidad del autor y no representa la postura editorial de este medio