La oscura historia de abusos de los salvavidas de Nueva York y su todopoderoso jefe gremial desde hace 40 años, Peter Stein

Con una hábil red de clientelismo político, ha creado un sistema de exámenes amañados, ocultamiento de depredadores sexuales, falsificación de informes sobre ahogados y salarios estratosféricos. Cuando su imperio fue desafiado por primera vez, lo salvó el COVID-19

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Desde 1981 Peter Stein ha sido el jefe eterno de los salvavidas, a veces en posiciones incompatibles con su liderazgo sindical.

Desde hace 40 años Peter Stein ha controlado a los salvavidas de Nueva York, hoy 1.374 personas que protegen a 13,3 millones de visitantes anuales en 22 kilómetros de playas y 53 piscinas al aire libre durante los meses cálidos. Aunque pocas veces ha lucido trajes de baño, a los 75 años el poderoso jefe del sindicato de guardavidas sigue mereciendo titulares escandalosos en los medios de la ciudad, por su alto salario —USD 230.000 por año, como empleado público y como sindicalista; renunció a su histórico tercer salario, como profesor de gimnasia— y por su estilo de clientelismo e intimidación. Y en 2020, cuando por fin parecía que podría tener éxito un intento de oposición a su dominio, el COVID-19 llegó para garantizarle un poco más de tiempo en su trono imposible de desafiar.

Algunos lo comparan con Jimmy Hoffa; otros con J. Edgar Hoover; nadie, nunca, con un personaje de Baywatch.

“Desde 1981, sus supervisores han amañado los exámenes de natación, han protegido a depredadores sexuales y han falsificado informes sobre ahogados”, sintetizó la revista New York. Con un total de 79 personas ahogadas, a pesar de los socorristas en servicio, desde 1988, en ocasiones la ciudad ha tenido una tasa de mortalidad tres veces superior a la del país. Acusaciones de corrupción y juicios perdidos no lo han hecho tambalear, y casi ni siquiera hablar en público.

1.374 guardavidas protegen a 13,3 millones de visitantes anuales en 22 kilómetros de playas y 53 piscinas en Nueva York.

Desde que, a mediados de los ’60s, ayudó a que Victor Gotbaum, director ejecutivo del Consejo del Distrito 37, engrosara los sindicatos de empleados municipales, comenzó una carrera que le ha permitido llegar siempre a su trabajo en un Mercedes-Benz. En 1981, a los 36 años, asumió como coordinador de los salvavidas de la ciudad a la vez que dirigía el gremio de los guardavidas: si alguien debía quejarse de su jefe ante su representante sindical se encontraba con que ambos eran una misma persona, Stein.

En la jerarquía de los salvavidas, los puestos más prestigiosos se ubican en los tramos de playa abierta al mar, seguida por las playas de la bahía y al final las piscinas. En los ’80s, tanto los usuarios como los cuidadores de las playas más bravas, como Rockaway Beach, eran igualmente salvajes. Había tiroteos, fiestas con drogas, cuerpos —o algunas de sus partes— que aparecían flotando por la mañana, socorristas que llegaban al trabajo agotados por una noche de alcohol y cocaína. Y en un día concurrido unas 40 personas podían necesitar ayuda para evitar que los remolinos las llevaran mar adentro y se ahogaran.

“La caseta de la calle 117 tenía sin duda la peor reputación”, siguió David Gauvey Herbert, autor del perfil de Stein en New York. “Allí usaban botes de basura de más de 200 litros para mezclar ‘trancazo', una pócima devastadora de vodka, ron, tequila y Hawaiian Punch. En la fiesta del 4 de julio de 1984, cientos de socorristas vaciaron 40 barriles de cerveza, el equivalente a 6.600 latas. Mientras estaban en servicio, sedujeron a las mujeres de la playa y se acostaron con ellas en un motel cercano, en sus coches e incluso en la caseta”.

“Desde 1981, sus supervisores han amañado los exámenes de natación, han protegido a depredadores sexuales y han falsificado informes sobre ahogados”, sintetizó la revista New York.

En esos años Janet Fash, quien se convertiría en la némesis de Stein, se graduó como salvavidas. En 1985 tuvo su primer ascenso y probó un poco del populismo de Stein, que le consiguió un puesto de profesora de gimnasia en una escuela en 1986. Dos años más tarde llegó a ser la primera jefa de guardavidas mujer de la ciudad de Nueva York. Así empezó a enterarse de que Stein cortejaba estratégicamente a sus benefactores políticos, como el alcalde Ed Koch.

Eso le permitía a Stein, por ejemplo, aprovechar el poder de su gremio para recolectar fondos: creó un comité de acción política llamado PULL que cobraba USD 10 a cada salvavidas; el que no contribuía, según una investigación de The New York Post, corría el riesgo de desaprobar el examen de natación anual, lo que equivalía a perder el empleo. Durante varios años PULL hizo aportes a las campañas del gobernador Mario Cuomo (padre del actual, Andrew) y el alcalde Koch.

Fash trabajaba en Rockaway Beach con el salvavidas-alfa de la playa, Joe McManus, alto, atractivo, autor de artículos en American Lifeguard, popular entrenador en un colegio católico. El 20 de junio de 1990 McManus hacía su recorrida cuando su radio emitió una emergencia: Bugani Wilson, de 14 años, y Anthony St. Agathe, de 15, habían desaparecido bajo las olas. Corrió las 12 cuadras que lo separaban del sitio; encontró al equipo de rescate en un caos de discusiones y lo organizó para que barrieran el área como una red doble. Pero los adolescentes no aparecieron. El cadáver de uno salió a la superficie dos días más tarde; el del otro, una semana después y a 10 kilómetros.

En la jerarquía de los salvavidas de Nueva York, los puestos más prestigiosos están en las playas abiertas al mar, seguidos por las playas de la bahía y por último las piscinas.

El mismo día del fracaso del rescate, cuando McManus regresó a su caseta, se encontró con que Stein “entrevistaba” —eso le dijo— a los salvavidas que estaban de turno. McManus sospechó que quería ajustar la historia a sus intereses. Furioso, el socorrista pensó en crear una oposición en el sindicato.

Lo hizo al año siguiente; Stein lo destinó a una piscina en Queens. El día de la votación, una serie de camionetas del Departamento de Parques —del cual dependen piscinas y playas— comenzaron a depositar decenas y decenas de guardavidas en la puerta del edificio del gremio en Tribeca. Gente a la que McManus nunca había visto antes: trabajaban en el Bronx o en Coney Island. Perdió la votación por 100 a 8.

En diciembre un funcionario de Parques llegó hasta el domicilio de McManus para entregarle la documentación de una acusación disciplinaria por la cual lo despedían. Aunque disputó los cargos y ganó, decidió salvar vidas en otras playas donde la suya pudiera ser menos sufrida y se mudó a la Florida.

Joe McManus (de pie, quinto desde la izq.) intentó crear una oposición a Stein en el sindicato. Fue despedido.

Mientras tanto, las familias de los menores ahogados habían iniciado un juicio, en el que se ventiló que el guardavidas Jack Jordan les había gritado: “¡Si no saben nadar, ¿para qué mierda vienen a la playa?!”. Y una testigo de la fiscalía, la salvavidas Regina Erhard Carey, se echó a llorar y confesó que, en efecto, Stein había hablado con ellos para embellecer la versión oficial.

Aun cuando las familias ganaron y fueron indemnizadas, McManus seguía sintiéndose mal. Le avisó a Mark Green, por entonces ombudsman, que el hecho de que Stein fuera a la vez la persona a cargo del programa de guardavidas y la persona a cargo del sindicato de guardavidas era caldo de cultivo para la corrupción. En 1994 Green emitió un informe: había hallado “mala administración, negligencia, secretismo, favoritismo, conflictos de intereses e incluso fraude”.

Reseñó que algunos socorristas ponían en sus casetas boyas con chaquetas y sombreros para dejar sus puestos durante sus turnos; que había arbitrariedades en las contrataciones, por las cuales se habían aceptado personas que literalmente no sabían nadar; que sucedieron casos espeluznantes como el de un niño que se había ahogado en una piscina mientras los salvavidas jugaban al fútbol en una cancha cercana. Green creía que había que procesar a Stein. Pero eso nunca sucedió.

En 1992 el ombudsman de Nueva York encontró “mala administración, negligencia, secretismo, favoritismo, conflictos de intereses e incluso fraude” entre los guardavidas de la ciudad.

“La base del poder de Stein era (y sigue siendo) el sindicato”, según New York. A mediados de los ’90s enfrentó un intento de control del Departamento de Parques. Pero los contactos políticos de Stein resultaron superiores: Parques nunca logró el aval del ayuntamiento.

Bajo el código de silencio del líder gremial, el gremio de los salvavidas gastó, entre 1994 y 1998, USD 1,5 millones en automóviles; más de USD 2 millones en catering, sin contar los USD 29.250 de langostinos para una convención en Chicago; USD 2,9 millones en viajes a Hawaii, Israel y las Bermudas. Incluso los pavos para un Día de Acción de Gracias se compraron con sobreprecios.

El Departamento de Investigaciones inició una auditoría, de la que surgieron esas cifras. Mientras se encontraban registros falsificados que ubicaban de turno en las playas y piscinas a guardavidas que estaban en cualquier otro lugar, surgían evidencias suprimidas de abusos sexuales y se formaba un escándalo por amenazas a los inspectores, el ayuntamiento ofreció a Stein la opción de dejar su puesto de coordinador de salvavidas, sin perder su salario, y profesionalizarse con dedicación exclusiva a las tareas gremiales. Eso hizo.

Los inspectores que hallaron evidencias suprimidas de abusos sexuales, documentos falsificados y gastos excesivos recibieron amenazas mientras investigaban a Stein.

Su reemplazante, el ex marine Richie Sher, había sido su mano derecha. El sistema continuó funcionando de la misma manera. Denuncias de acoso sexual, como la de Jenny Pereira, una salvavidas de 17 años, o de violación, como la de una mujer que pidió la reserva de su nombre, fueron acalladas. “No echaban a quienes consideraban sus amigos”, recordó Pereira. Todavía está en curso el juicio de Boris Braverman, quien tenía 17 años y era un pasante cuando los salvavidas mayores lo invitaron a una fiesta, donde lo sodomizaron con un palo de escoba.

El supervisor que tomaba los exámenes en la escuela de socorristas también era barman en un local llamado Connolly’s, donde quienes debieran renovar su permiso “podían ir a tomar una copa, entregar un fajo de dinero y evitar la indignidad de la prueba”, siguió Herbert. Eso era algo bueno para hombres que, en los 2000, tenían ya 50 y 60 años y de otro modo se hubieran visto forzados a competir en velocidad con gente de 20. “Esos favores resultaron provechosos. Cada tantos años, Stein reunía a entre 15 y 30 supervisores y se quedaba frente a ellos cruzado de brazos mientras lo reelegían por unanimidad presidente del gremio, el Local 508″.

Durante la gestión de Michael Bloomberg en la alcaldía, Adrián Benepe quiso modernizar el Departamento de Parques. Pero al llegar a las piscinas y las playas se encontró como rehén de Stein, dijo. Sobre cada negociación se proyectaba la sombra ominosa de que los guardavidas no pudieran presentarse a trabajar, por ejemplo, el fin de semana del 4 de julio. “Si hace 30ºC hay dos escenarios posibles —recordó Benepe—: o enviamos a todos los policías de la ciudad para mantener a la gente fuera del agua, y se forma un motín, o hay 15 personas ahogadas”.

Durante la alcaldía de Michael Bloomberg se quiso hacer innovaciones: sobre cada negociación con Steiner se proyectó la sombra ominosa de que los guardavidas no pudieran presentarse a trabajar.

En 2006, cuando las familias de Rockaway iniciaron un programa para entrenar a sus hijos para ser salvavidas, y el día del examen solo uno de 20 fue aprobado, Fash sintió que Steiner había llegado demasiado lejos durante demasiado tiempo. Comenzó a hacer contactos entre otros que también lo repudiaban; años más tarde Stein le quitó su puesto en la famosa playa y la envió al mismo donde había sido castigado McManus.

Subió su perfil público: “¿Cuántos ahogados debemos tener antes de que el público se dé cuenta de que las decisiones sobre la seguridad en el agua de las playas las toman en una oficina de Manhattan personas que no saben nada sobre salvamento en el océano?”, dijo en 2008 a The New York Times. “Las toman en las oficinas del sindicato Peter Stein y la gente a la que él convierte en supervisores mediante el clientelismo”.

Desde ese año y hasta 2019 Fash y los demás guardavidas opositores juntaron pruebas de aumentos salariales del 60% para las personas que sostenían a Stein y del sistema de su reelección permanente. Mediante un grupo de WhatsApp llamado “Liga de la Justicia”, como el equipo de superhéroes de DC Comics, comenzaron a investigar irregularidades de algunos de los lugartenientes de Stein. El 10 de enero de 2020 hicieron una presentación judicial contra su sindicato.

La presentación judicial contra Stein se hizo en enero de 2020; el juicio iba a comenzar en marzo pero el COVID-19 puso todo en pausa.

El panel a cargo de la revisión determinó que había motivo para investigar. Se fijó un juicio para el 31 de marzo. “Entonces, pocas semanas antes del juicio, el COVID-19 arrasó Nueva York. Las audiencias se postergaron. El 16 de abril el alcalde Bill de Blasio anunció que cerraría las piscinas abiertas durante el verano y aplazaría el entrenamiento de salvavidas”, recordó el artículo.

Cuando pasó lo peor, a mediados de junio De Blasio aseguró que la ciudad tendría guardavidas listos en todas las playas y piscinas apenas fuera seguro volver a abrirlas. “Una vez más, la ciudad necesitó que Stein hiciera sus pases de magia y preparase un ejército de socorristas en plena pandemia y, luego, protestas políticas y toque de queda”, concluyó New York. “El virus le había lanzando un salvavidas inesperado, o al menos le había dado una nueva ventaja. Una crisis no era momento para un cambio de régimen”.

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