La historia de la colombiana que logró salir de Rusia en medio de la guerra

La joven estudiante de Medicina Valentina Lara contó cómo tuvo que hacer para retornar al país en medio de la difícil situación por la guerra en Ucrania

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(Archivo particular, EL TIEMPO).
(Archivo particular, EL TIEMPO).

Partió de Colombia con la idea de estudiar Medicina, pero dos obstáculos se interpusieron en su camino, complicando sus planes: la pandemia por el COVID-19 y el conflicto entre Rusia y Ucrania. El primero la obligó a aplazar, mientras que el segundo terminó por frenarlo todo.

Valentina Lara hizo público su testimonio en el sitio web de Universidad del Rosario Plaza Capital. Cuenta que tras estudiar una carrera tecnológica en Colombia, buscó la manera de lograr su sueño de estudiar en un país extranjero. Le interesaba aprender de otras culturas mientras aprendía el oficio que tanto le había hecho ilusión desde muy joven: la medicina.

En 2020 tomó la decisión, pero no creyó que pudiese haber sido el peor momento. De repente, un virus irrumpió en la vida de todos y la forzó a quedarse en el país un poco más. Ese tiempo lo aprovechó, sin embargo, para fortalecer su dominio del idioma ruso. Tomaba clases que duraban entre seis y ocho horas. Si bien era un ritmo intenso y a veces se sentía agotada, no perdía la motivación. Valentina sabía lo que quería.

Tras dos años de incertidumbre, viajó finalmente a Rusia. Se instaló por algunos días en la ciudad de Vladivostock, en la parte asiática del país, y desde allí empezó con sus estudios, en la Universidad Federal del Lejano Oriente. Si bien ya había cursado el primer semestre de manera virtual, la presencialidad supuso un nuevo episodio. Se sentía nueva en todo.

Para hacer más sencilla su estadía, apartó un cupo en una residencia universitaria para vivir junto a una compañera colombiana, pero durante algunos días tuvo que vivir en un hotel. El ruso que había aprendido desde Colombia le fue de mucha ayuda, pero ponerlo en práctica fue difícil. Aparte de eso, comer se le hizo muy complicado. La gastronomía era demasiado distinta y al ser la ciudad parte de una zona costera, todos los platos tenían pescado.

Los obstáculos contrastaban con las ventajas. El transporte es en Rusia mucho más organizado que en Colombia y la gente de a pie está mucho más culturizada. De repente, todos pueden hablar sobre música, literatura y ciencia, con un alto nivel de conocimiento. Así pasó el tiempo y tras un mes y medio en el país, empezaron los rumores. La gente comentaba que podía iniciarse una guerra con Ucrania, pero los medios no hablaban de ello. Fue por sus amigas en Colombia que Valentina empezó a considerar la situación en serio, pero durante varias semanas se decía a sí misma que algo como eso no podía suceder.

De hecho, todo siguió normal durante días. Si bien las redes sociales dejaron de funcionar, todo estaba como de costumbre. Para hablar con su familia, usaba la VPN. Su madre le recomendó reservar un monto de dinero por si acaso, pues desde afuera las noticias eran otras. Entonces, sin siquiera haber pasado un día, varios latinos residentes en Rusia reportaron que no podían sacar dinero de los cajeros con sus tarjetas internacionales. Para solucionarlo, surgieron pequeñas casas de cambio que les permitieron a las personas pasar dinero por rublos, pero a la larga no fue algo rentable, pues se pagaban porcentajes altos a cambio de beneficios muy pequeños. Para Valentina fue aún más notable, pues la moneda colombiana no daba mucho abasto.

Pasadas unas semanas, la canasta básica en la ciudad comenzó a ver un incremento en sus precios habituales y ahí ya se empezaron a sentir los cambios. Se parecía a los toques de queda durante la pandemia. A inicios de marzo de 2022, comenzaron los problemas en los aeropuertos. Los vuelos se cancelaban y, cuando no, aumentaban radicalmente su precio. A los pocos días, varias aerolíneas rusas dejaron de operar. Si bien los vuelos nacionales funcionaban con relativa normalidad, salir de Rusia se tornó complicado.

Valentina decidió que lo más prudente era esperar y ver qué pasaba. La prensa rusa informaba que el país estaba actuando para defender a Ucrania de los “nuevos nazis ucranianos”. Entonces, todos en Rusia pensaban que se trataba de una cuestión de hermandad entre naciones. Lo cierto es que nadie estaba enterado realmente de lo que estaba sucediendo.

Para ese momento, regresar a sus países de origen no era una opción para los extranjeros en Rusia. Llegar allí les había costado mucho trabajo. Volver sería dar varios pasos para atrás. Las universidades no se pronunciaban, entonces tampoco había mucho que hacer, o una ruta demasiado clara. Nadie sabía si el conflicto iba a crecer o no.

Transcurridas unas semanas, todo cambió. Quedarse comenzó a ser un riesgo, pero salir del país significaba echarlo todo por la borda. Valentina empezó a pensar que sería mejor irse, pero tras hablar con sus padres, lo meditó mejor. La realidad adentro se tornaba más compleja y ella pensaba no solo en ella sino en sus padres y todo lo que habían sacrificado para que Valentina pudiera estar en Rusia. Sin embargo, las cosas no mejoraban.

Salir ya era lo primero en su agenda, la cuestión era cómo lograrlo. Para la primera quincena de marzo, los vuelos incrementaron exageradamente sus precios. La opción más concreta era salir por tierra hacia Turquía o Finlandia, pero como Valentina estaba al otro lado del país, todo indicaba que lo mejor era hacerlo por Corea. Para ello, necesitaba tener la visa americana, y no la tenía. Sus opciones se acababan. Los latinos con los que tenía conversaciones le decían que la ruta más efectiva, la que mejor había funcionado, era la de Vladivostock hacia San Petersburgo, y de allí por tierra hasta Helsinki.

Así lo hizo, junto a su compañera colombiana y otros estudiantes extranjeros. Compraron tiquetes el 21 de marzo y salieron de la ciudad a las 9 a.m. En San Petersburgo estuvieron dos días. Todo se veía normal. De ahí partieron hacia Helsinki, el 23 de marzo, a bordo de un bus en el que estuvieron durante siete horas. Durante el recorrido, cada 20 o 30 minutos, la guardia hacía un retén para verificar documentos. Había gente de todas las nacionalidades intentando salir de Rusia: españoles, colombianos, mexicanos, franceses y, desde luego, ucranianos. La guardia pedía los documentos y los fotografiaba, los escaniaban; revisaban las maletas de viaje y su contenido; hacían preguntas.

El primer paso fronterizo llegó a unas tres horas de haber iniciado el trayecto. La guardia hizo que todos se bajaran del bus y les pidió a los viajantes que se organizaran en una fila. Ucranianos y colombianos por aparte del resto. Valentina y su compañera no entendían lo que sucedía, pero atendían igualmente. En su maleta llevaban dulces, vodka y souvenirs para sus familias. La guardia les hizo abrir cada bolsillo de sus maletas. A Valentina le preguntaron cuándo regresaba y ella respondió que en septiembre, para el inicio del próximo periodo académico.

Superado el control, abordaron el bus de nuevo y se dirigieron rumbo al próximo control fronterizo, en Finlandia. Allí también hubo preguntas, más que todo acerca de la Universidad y los síntomas de Covid. En el aeropuerto de Helsinki tuvieron que esperar 24 horas. Allí ya funcionaban las redes sociales y Valentina pudo comunicarse con su familia. Tras la espera, volaron a Madrid y en el país español no estuvieron ni siquiera un día entero, pero bastó para que vieran la otra cara de la moneda.

Europa también estaba bastante afectada con lo que estaba sucediendo entre Rusia y Ucrania. Varios alimentos subieron de precio y el tránsito del comercio no era el mismo. Hubo paros de camioneros y quejas de familias enteras. Para Valentina, pensar aquello, estando en Rusia, era absurdo. Vivían en una burbuja.

El retorno a Colombia se concretó, finalmente, en la ciudad de Madrid. Se sentía tranquila, pero le preocupaba el devenir de sus compañeros, los que se quedaron en Rusia. A eso se le sumó el agobio por no poder seguir estudiando. Valentina estaba molesta, estresada. Su sueño se había truncado a causa de una guerra. Dejó muchas cosas allí, con la esperanza de retornar cuando todo se aclare, pero la situación económica en Colombia le mostraba cada vez más obstáculos. La moneda se devaluaba, aún lo hace.

A día de hoy, Valentina sigue envuelta en su malestar, y más que eso, sigue pensando en quienes se quedaron allá, preguntándose por lo que van a hacer al día siguiente. Llegar a Colombia significó para ella volver a empezar.

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