Los samaritanos de la frontera ucraniana

Compartir
Compartir articulo

A menudo en medio del caos, a veces en el frío, pero siempre benévolamente, miles de voluntarios locales y extranjeros dedican tiempo y energías a ayudar a los refugiados que huyen de la guerra en Ucrania.

Un equipo de la AFP recogió el testimonio de tres de ellos en la frontera entre Ucrania y sus vecinos al oeste de Europa.

Anmol Gupta: "Como médico no podía irme".

Tras nueve años de esfuerzos, el indio Anmol Gupta, de 29 años, estaba a punto de terminar sus estudios de medicina en Járkov, en el este de Ucrania, cuando la guerra estalló el 24 de febrero.

Ahí, "intenté ayudar, pero ya no pude hacerlo porque las condiciones eran verdaderamente malas, mi edificio fue bombardeado y mi moto dañada [por una bala que pasó muy cerca de su pierna]", explica el joven, que pese a la situación, no perdió su sonrisa.

"Después, intenté ayudar en Leópolis (oeste de Ucrania), pero ya no fue posible. Entonces, vine aquí", cuenta.

El 4 de marzo, Anmol llegó a la estación fronteriza de Záhony, en Hungría. Ahí hace de todo: distribuye comida, agua e información, traduce y ofrece ayuda para tareas administrativas.

Cuando se le pregunta si no desea regresar con su familia en la India, contesta seguro de sí mismo: "En India, todo va bien. Todo el mundo tiene comida y una casa, nadie sufre, nadie muere. Aquí, la gente sufre. Entonces como ser humano, como médico, no podía irme".

Julia Prazsmary, funcionaria rumana: "Dar una imagen de normalidad".

Empleada de la administración fiscal, Julia, de 48 años, se tomó tres semanas de vacaciones no remuneradas para trabajar dentro del equipo de Cruz Roja.

En la tienda repleta de botellas de agua, productos higiénicos y otros artículos indispensables, espera a los refugiados que empiezan a ser escasos desde hace un tiempo en un pequeño puesto fronterizo en Sighetu Marmatiei, en Rumanía.

"¿Es un buen o un mal augurio? No estoy segura", confía la voluntaria que, para resultar útil, recorrió casi 400 kilómetros desde su pequeña ciudad de Sfantu Gheorghe en Transilvania.

"Algunos niños son simplemente contentos de encontrar una imagen de normalidad, de tener un juguete o caramelos", dice la mujer morena con una voz dulce y bondadosa.

"Pero también he visto otros que se encierran completamente. No sueltan una palabra, necesitan tiempo y ayuda", añade.

Michal Lewandowski, consultor de tecnología polaco: "Cubrir sus necesidades"

A causa del covid-19, Michal, de 34 años, no se tomó todas sus vacaciones el año anterior.

Entonces, de común acuerdo con su empresa, ha dedicado sus días restantes como voluntario durante un mes en una ONG en el puesto fronterizo de Dorohusk en Polonia, el punto fronterizo más al norte entre Ucrania y los países más al oeste de Europa.

En el arcén sin pavimentar de esta carretera sin encanto, lejos de pantallas y programas informáticos, este hombretón barbudo ejerce de coordinador de la Acción Humanitaria Polaca.

"Si (los refugiados) no tienen a nadie en Polonia o ningún medio de transporte, intentamos cubrir su necesidades básicas: agua, zumos de frutas, alguna cosa para comer. Y de encontrarles un medio de transporte para llegar a los puntos de acogida", explica.

"No he venido aquí diciéndome que iba a marcar la diferencia". "Solo vine para ayudar a la gente", asegura.

phy/dp/sag-dbh/zm