En Baghuz, un año después de la caída del EI, la vida se recupera laboriosamente

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Hace un año, los últimos yihadistas se batían hasta la muerte para impedir el desmoronamiento de su "califato" en Baghuz, una localidad de Siria. Hoy Hamad Al Ibrahim trata de devolver a la vida su campo de trigo arrasado.

El 23 de marzo de 2019, las fuerzas kurdas sirias, apoyadas por los occidentales, vencieron al grupo yihadista Estado Islámico (EI) en su último feudo de Baghuz, en la provincia de Deir Ezzor, situada en el este del país en guerra.

Esta victoria significó la derrota del "califato" autoproclamado por la organización yihadista, que sembraba el terror en Siria y en Irak y perpetraba sangrientos atentados en el mundo.

Hace un año, en la localidad de Baghuz, miles de yihadistas y sus familias, algunos procedentes de Francia, Alemania, Túnez o Asia central, acosados, se acantonaron en carpas que escondían una red de trincheras y túneles.

Hoy, en este enorme terreno baldío, carcasas de autos oxidados, casquillos vacíos, cinturones sin explotar de los kamikazes, chaquetas militares y sábanas sucias jalonan el suelo.

Pero Hamad Al-Ibrahim espera poder devolver a la vida su campito.

"Queremos revivir esta tierra", dice este septuagenario, apoyado en un bastón, de rostro arrugado enmarcado por un turbante negro y blanco.

Encima de una pala, uno de sus hijos trata de retirar la basura más voluminosa mientras las mujeres mujeres recogen los hierros.

Aunque las minas siguen sembrando la muerte "queremos plantar, para tener algo que comer", dice el patriarca. "Tenemos miedo, pero ¿nos vamos a quedar con los brazos cruzados?", espeta.

- "Venganza" -

La familia Ibrahim, que huyó de los combates, regresó hace algunos meses a Baghuz.

"Al ver lo que le había pasado a nuestra tierra, mi hijo casi se vuelve loco", recuerda el patriarca. "Toda esta destrucción son como heridas en mi cuerpo. Pero lo importante es que hemos vuelto y nos hemos deshecho del EI".

En su "califato" autoproclamado en 2014 en territorios conquistados en Irak y Siria, el EI impuso su reino del terror a siete millones de habitantes: acuñaba su propia moneda y aplicaba, por la fuerza de las armas, un islam muy radical.

El grupo yihadista decapitaba y lapidaba y filmaba su barbarie para utilizarla como propaganda.

Casi cinco años después, la organización se ha desmoronado ante las ofensivas de sus adversarios. En Siria, las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), alianza dominada por los kurdos y apoyada por Washington, estuvo en primera línea en los combates.

En manos de las FDS hay actualmente miles de prisioneros yihadistas, mientras que las mujeres y los niños extranjeros del EI se hacinan en los campos sobrepoblados de desplazados.

El "califa" Abu Bakr al Baghdadi murió en una operación estadounidense en octubre de 2019 en Siria.

Pero el EI sigue siendo una amenaza, sus combatientes operan en la clandestinidad y siguen perpetrando atentados en Siria. A finales de octubre, nombraron a un sucesor de Baghdadi.

"La organización trata de vengar la muerte de Baghdadi", afirmó un portavoz de un consejo local vinculado a las FDS que siguen persiguiendo a los yihadistas.

- "¡Un infierno!" -

En Baghuz, cerca de la mitad de la población ha regresado pese a que no se ha restablecido ni la electricidad ni el agua corriente.

Las heridas de los combates son visibles en cada calle, donde solo hay escombros. Solo unos pocos edificios y tiendas se han reconstruido.

En la avenida principal, puestos improvisados venden verduras o carburante. Las mujeres hacen la compra, los niños juegan al fútbol.

Los granados, plantados por todas partes, solo son madera muerta. En las paredes, todavía se pueden ver grafitis del EI, con el estandarte negro y blanco de los yihadistas y una promesa incumplida "El Estado (islámico) se extiende".

Los habitantes se lamentan ante la falta de infraestructuras sanitarias, pese a que abundan los casos de leishmaniasis, una enfermedad de la piel de origen animal.

"Todos mis hijos tienen leishmaniasis", lamenta Faten al-Hassan, de 37 años, rodeada de cuatro pequeños.

"La mayoría de los habitantes tiene esta enfermedad, no hay cuidados sanitarios (pero) al menos vivimos en nuestras casas", agrega.

Hashem Raafat ha encontrado la suya destruida. El joven ha instalado una carpa cerca de las ruinas.

"Mucha gente ha muerto por las minas", cuenta. "No hay trabajo ni ayudas. Vivimos un infierno. ¿Sabe lo que es el infierno?", pregunta.

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