Panic Attack

La mente nos puede jugar muy malas pasadas. Las personas que han padecido alguna vez una crisis de ansiedad saben muy bien lo que esto significa. Parece que se está sufriendo un ataque al corazón y que se va a morir. Pero solo es que el cuerpo reacciona de uan manera muy particular a la petición de la cabeza de liberar el estrés acumulado.

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Evitar estas situaciones no es tan difícil. Lo complicado es darse cuenta de que se está cayendo en ellas. Éstas son las claves para conseguirlo:
*Aprender a manejar las emociones.

*Hacer un repaso de cómo se reacciona ante las situaciones cotidianas. No se puede vivir dejándose llevar por las sensaciones extremas. Ese no es el mejor camino para el equilibrio. Y éste es fundamental para afianzar la seguridad y confianza en una misma.

*Controlar la intensidad de las preocupaciones. No hay que dejar que todo nos desborde; es importante conceder a cada situación la importancia que le corresponde.

*Gestionar bien las responsabilidades. Abarcarlo todo es imposible. Salir adelante en la vida es, al final, una cuestión de organización y de economía de esfuerzos. Hay que hacerse cargo sólo de aquello que se puede asumir. No tenga miedo de decir que no, ya que la mejor forma de evitar el sentimiento de culpabilidad es plantear los límites previamente.

*Plantearse todo en positivo. El psicólogo norteamericano Martin Seligman, inventor de la fórmula de la felicidad, asegura que 'la actitud positiva nos hace adoptar una forma de pensamiento totalmente distinta a la actitud negativa'. Además, hay investigaciones que demuestran que las personas con buen ánimo sobreviven mejor a enfermedades como el cáncer.

*Encontrarle el sentido a la vida. Los expertos coinciden en que las personas que se preocupan de desarrollar su mundo espiritual lo encuentran más fácilmente. 'Los pacientes con creencias religiosas firmes se enfrentan mejor a la enfermedad', aseguran. De hecho, las investigaciones al respecto que se han realizado en Estados Unidos revelan que los norteamericanos creyentes gozan de mejor salud física, viven más años, tienen menos posibilidades de abusar de las drogas, cometer crímenes, divorciarse y suicidarse.

Además, se sienten menos desconcertados ante el paro, la enfermedad y la muerte y, en general, son algo más felices y están más satisfechas de la vida que los no creyentes. Pero hay otras vías y los psicólogos coinciden en que una vida con verdadero sentido es la que se vive cotidianamente de la forma más activa y gratificante posible.