Leandro Ávalos Blacha: "Siempre quise escribir una novela inspirada en Dario Argento"

Por Matías Méndez

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Leandro Ávalos Blacha se formó en el taller de Alberto Laiseca, al que acudió durante seis años. Allí recibió los libros que su maestro recomendó, participó de lecturas de textos que el autor de Los Sorias trabajaba en ese momento y comenzó a escribir la producción que hoy se completa con la publicación de Malicia (Entropía) y que conforman Serialismo (2005), Berazachussetts (2007) y Medianera (2011).

Ávalos Blacha nació en 1980 en Quilmes y en lo que se conoce de su obra hasta ahora ya logró demostrar que es una de las voces más sólidas, personales y originales del panorama de la literatura argentina. Heredero de César Aira (que participó de un jurado que lo premió y con quien puede cruzarse en algún bar de Caballito o Flores), Copi y, por supuesto, Laiseca, el autor ofrece una novela que elige ambientar en Villa Carlos Paz durante un verano.

El punto de partida es el viaje hacia la ciudad cordobesa de una particular pareja de recién casados cuarentones que, con el objetivo de ahorrarse unos pesos, invitan a un amigo a compartir la habitación. Juan Carlos es un jugador que sólo piensa en los números que tiene que apostar y que llega a Perla por recomendación de su madre ("Sólo mamá podía descubrirla. Perla era comunacha. Entraba y salía de los recuerdos de las personas con facilidad"); Mauricio, el amigo, es un compañero del secundario que lo atiende en la casa de Quiniela. A partir de ahí pasará de todo: vedettes que se pelean, muertes extrañas, estrellas repentinas, todo cruzado por la presencia de la televisión con sus programas de chismes.

Ávalos Blacha escribió una gran novela que tiene un oído atento a la oralidad, con una multiplicidad de voces y personajes que recuerdan la estética aireana, al mismo tiempo que, como dice Leonardo Oyola: "Homenajea, con un humor negro inigualable, a nuestro maestro: el conde Alberto Laiseca".

—¿Cómo sitúa esta última novela dentro de su producción? Uno la imagina en línea con Berazachussetts, por la multiplicidad de personajes y el ritmo, por ejemplo.

—Sí, creo que en cuanto a la estructura tiene muchas similitudes y es muy distinta del libro anterior, Medianera, que son cuentos un poco conectados, entre cuento y novela y que, creo, tiene un ritmo muy distinto, una narración mucho más contenida. Aquí, en Malicia, hay un poco de ese desborde de personajes, de historias y un poco de la trama. Cuando siento que estoy escribiendo más una novela que relatos, me doy cuenta de que me lleva más hacia ese desborde.

—Me gustaría que profundice en esa idea de desborde.

—No es que sea un desborde en el sentido de que no hay ningún tipo de control, sino más bien que, cuando pienso un cuento, hay cierto límite o ciertas situaciones que tengo más presente, como una especie de viaje corto en el que alguna situación va a atravesar a determinados personajes, pero creo que hay una situación más contenida por la que va a atravesar la historia. Cuando empiezo a escribir algo que sí siento que va para una novela, siento que sí tengo una idea de lo que quiero hacer y hacia dónde me interesa ir, pero es mucho más difuso. Si en el proceso de la escritura van surgiendo desvíos hacia otros lados, también es bueno ver hacia dónde te pueden llevar. En ese sentido es que hay menos control, es que hay algo de la historia que se va descubriendo y haciendo al escribirla. Después hay cuestiones que uno va trabajando más en las correcciones y las revisiones, pero en el momento mismo de la escritura, cuando siento que estoy en una novela, sí que no tengo un plan tan claro.

“Berazachussetts” fue quizás la publicación de Ávalos Blacha de mayor renombre
“Berazachussetts” fue quizás la publicación de Ávalos Blacha de mayor renombre

—¿No es un escritor rígido que se ata a un plan?

—En el medio quizás surge un personaje que creo que me puede llevar hacia otro lado y por ahí me interesó más que lo que venía contando. En ese sentido me gusta seguir por ahí y no atarme a lo que quizás tenía pensado. Con Berazachussetts me pasó que en el proceso de la escritura me di cuenta de que un poco el personaje principal era la ciudad como un espacio y a partir de ahí todas las historias que iban surgiendo, y que tenía que ver el modo de entrecruzarlas o ver cómo podía ir contándolas al mismo tiempo.

—En esta novela pasa algo similar porque, si uno tiene que decir que hay un personaje principal, no lo podría decir, son muchos y el elemento que los constituye es su oralidad que está muy trabajada. ¿Está de acuerdo?

—Sin duda, quizás en esta novela, así como te decía que aquella tenía la ciudad como cierta estructura, en esta lo que sí me ayudó fue trabajar con algunos momentos del giallo, el género del cine italiano, como películas de Dario Argento, de Mario Bava. Un género que es una especie de cruce, una mínima historia policial pero que siempre se va cruzando con fenómenos sobrenaturales, de terror, que después tienen distintos abordajes, que fue vinculado con cierta cuestión erótica más o menos explícita, a veces más violenta y que después fue de donde surgió el slasher. Hay situaciones de esas películas que sí me sirvieron para pensar algunos momentos puntuales, sí creo lo que me decís de la oralidad, porque creo que es a partir de ese habla que yo siento que puedo construir un personaje. Es también lo que me hace encontrar la voz desde la cual puedo contar esa historia. Es fundamental a la hora de escribir encontrar ese tono.

—Para construir esa oralidad se precisa un oído atento a lo que pasa y a cómo habla la sociedad. ¿En este caso tiene el oído puesto en varios lugares, en los sectores populares y en lo que podemos llamar la cultura del espectáculo y el mundo chimentero?

—Totalmente, cuando la escribía, veía mucho los móviles, particularmente en el verano, que es cuando están todo el tiempo hablando… Intrusos, Viviana Canosa. Es verdad que hay cierto modo de hablar y expresiones muy característicos de actrices que trabajan en el teatro de revista. En la novela uno de los personajes que habla en primera persona es una de las vedettes y hay muchos momentos de lo que tiene que ver con el habla del periodismo de espectáculos.

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—Eso que llaman "el medio" o "el ambiente".

—Sí, fue importante, en un viaje hace varios años, el haber pasado por Carlos Paz. Fue un disparador eso que pasaba en Carlos Paz que no lo veía tan fuerte en Mar del Plata o no lo recordaba y es que había una cosa muy inmediata y muy próxima entre los teatros, la peatonal, los móviles y la gente en contacto con eso todo el tiempo, y con los actores que iban y salía de las obras. Era una proximidad que a mí me resultó muy impactante y eso fue uno de los disparadores para pensar esta novela, también porque siempre tuve las ganas de hacer una novela que jugara con estas películas de Dario Argento, donde es muy frecuente que haya escenarios como una academia de baile, la ópera o los teatros. Me parecía que podía trasladarlo en una novela así en esta temporada.

—Al leerla recordaba aquello de que el carnaval era el momento en que se detenía el tiempo y quizás para estos personajes este período de vacaciones en Carlos Paz es cuando ocurre eso. ¿En esa suspensión están trabajadas las individualidades, las miserias y las mezquindades que si no se toman descanso?

—Muchas veces es también un elemento de ciertas películas policiales donde la primera muerte desencadena la pregunta del quién lo hizo y, en este intento de despistar al espectador y abrir diversas puertas, muchas veces lo que se muestra es que más que un asesino que encarne el mal, hay un montón de gente que era cercana a la víctima y que tenía un montón de motivos para odiarla o tener el móvil para querer asesinarla; se juega mucho con eso, que más allá del asesino, los sentimientos que afloran incluso en la gente más cercana son bastante negativos. Acá también creo que hay mucho de eso.

En la nueva novela, “Malicia”, se puede percibir una oralidad muy trabajada por parte del autor
En la nueva novela, “Malicia”, se puede percibir una oralidad muy trabajada por parte del autor

—Hizo muchas referencias al cine y pocas a la literatura. Eso me da curiosidad porque su literatura, y esta novela en particular, recoge las tradiciones argentinas de lo que se denominó el contra-canon. ¿Se siente heredero de esos autores?

—Son los escritores que más me gustan, Aira, Laiseca, Copi. Siento que lo que hago tiene una cercanía mucho mayor que a otros. Tiene que ver más con ellos, son autores que me gustan mucho y desde ya están presentes. De hecho, hay una de las obras que se menciona en esa temporada, El castillo de las secuestraditas, que es un cuento de Laiseca. Muchos de los nombres de las vedettes son referencias a los personajes de Laiseca. Creo que son influencias que están adentro, que no las tengo que pensar tanto, simplemente salen porque es la literatura que me gusta y lo que me interesa hacer. Las otras sí son influencias que yo puedo racionalizar un poco más, o tomar cosas de cierta estructura, cierto clima o situaciones de las que sí me puedo apropiar más conscientemente.

—¿Le interesaba reflexionar en ese deseo tan contemporáneo de la búsqueda de fama mediática?

—En la novela todas las situaciones están atravesadas por la presencia de la televisión, adonde sea que vayan está la televisión prendida…

—Incluso es la pantalla de la televisión el soporte del desenlace.

—La proximidad de la gente con los medios en Carlos Paz se llevó un poco a la cartelera y que la gente que ande caminando por ahí pase a ser parte del elenco sin importar qué capacidades tenga. Todo puede ser convertido en un espectáculo, desde aquel que sólo por pasar por un reality empieza a encabezar una obra o el simple hecho de que cualquier persona a la que le pasó algo pueda ser explotado como espectáculo. Eso me parecía muy atractivo.

—Un elemento sobre el que trabaja son los juegos de azar y las apuestas, que en un punto es constitutivo del individualismo y el deseo de salvarse.

—Todos los personajes son como muy sanguíneos; creo que también pasaba en Berazachussetts, un instinto muy fuerte y que los mueve hacia donde quiera que vayan y el juego exacerba eso más. El perderse absolutamente del mundo sólo por esa máquina. A partir de historias que conocía de amigos empecé a ir a lugares, particularmente en situaciones de vacaciones. Lo que me sorprendía era que el jugador vive en un estado de vacaciones, eso que decías del momento que se detiene el mundo, si uno va a un casino, al Barco, un día de semana a cualquier hora está la gente ahí jugando desde la mañana hasta la noche, es como un lugar de vacaciones permanente.

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