Matías Castelli, el cronista de televisión que baila tango y escribe

Por Matías Méndez

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"La intencionalidad que tuve al escribir es ver cómo narra esta maquinaria que es una milonga de tango", dice Matías Castelli apenas comienza la charla en el estudio de Infobae. Habla de su primera novela, El tango que bailás conmigo (17 grises editora), de la que tiene una edición flamante en inglés que acaba de publicarse en Estados Unidos. El punto que marca el escritor es determinante, porque ahí radica la riqueza del libro: en construir una historia bien contada que gira sobre el micromundo porteño de las milongas, sea una en Montserrat o una perdida en París a la que los protagonistas llegan detrás de una mujer que lleva colgado de su brazo una bolsa con los zapatos, seña inconfundible de los bailarines.

Con rasgos tomados de diferentes géneros, por las páginas de El tango… deambulan amigos que viajan a París para conocer dos cuadros de Johannes Vermeer en el Louvre y bailar en sus milongas, un bailarín que abandona una milonga para no tener que encontrarse con una joven de la que se enamoró, un organizador de bailes que imagina que a los bailarines les saldrán garras en sus pies, una bella francesa que viaja a conocer la noche de Buenos Aires o un estafador que comete el peor de los pecados: no saber bailar.

Castelli no necesita forzar las voces de sus personajes, ni hacer citas de tangos que puedan resultar extemporáneos en el texto. Su narración fluye sin engaños porque se advierte una pluma que conoce la geografía sobre la que escribe, pero también porque sabe qué y cómo quiere contar.

Matías Castelli es periodista y trabaja como cronista del noticiero de Telefe, está a punto de recibirse en la carrera de Letras de la Universidad de Buenos Aires y es un habitué de las milongas de tango.

—Me gustaría empezar esta charla con una frase que escribe Hernán Vanoli en la contratapa: "El libro traza un mapa de cuerpos". ¿Le gusta esa definición?

—Sí, decididamente. Cómo piensa y cómo narra este espacio y la mecánica de los cuerpos en la milonga da para mucho, porque es un espacio muy codificado: hay formas de mirar, formas de desplazarse. También tenía por ahí una frase de Miguel Ángel Soto, que es, posiblemente, el mejor bailarín (o por lo menos el que más me gusta), que me dijo: "Hacer una coreografía es como escribir una carta, tenés que saber dónde poner los puntos, dónde las comas, etcétera". Intentar descubrir cuál es esa forma de escribir y esa forma de narrar que puede tener el baile. Por ejemplo, hay una anécdota que está en la novela: dos de los personajes están en París, salen de un subte buscando una milonga, Mariano mira el mapa y dice "es para allá" y Lucio, que es el otro personaje, dice "no, es para allá", y en eso ven pasar a una mujer bastante linda. Lucio se da vuelta y ve que tiene una bolsa de tela negra y dice "es para allá", porque ve esa bolsa que usamos mucho los milongueros que es para poner los zapatos. Hay un montón de códigos que son muy ricos y tienen una gramática clara.

—Pensaba en aquella frase remanida que dice que el tango es un sentimiento que se baila y aquí usted dice que además en ese baile los cuerpos hablan y narran.

—Sí, hay toda una gramática que vos tenés que respetar. A mí hay algo que me sigue deslumbrando y es el cabezazo. En una milonga te acercás a bailar a una mina y la mina te mira como diciendo: "¿Qué estás haciendo?". [Edgardo] Cozarinsky tiene un libro que se llama Milongas que a mí me gusta mucho y dice que él tiene un norte, como un Google básico, para buscar una milonga. Es loco porque el tango es algo muy porteño pero adonde se te ocurra que vayas hay una cofradía milonguera.

—¿Usted también lo tiene?

—Sí, ahora lo perdí un poquito porque viajo más en familia, pero igual. Con mi mujer estuve en Rusia hace unos tres años y Moscú tiene una noche milonguera súper interesante, fuertísima. Escuchás a tipos a los que no les entendés nada porque el ruso es imposible, y de repente te dicen: "Di Sarli, Bahía Blanca, Di Sarli".

—La novela tiene dos geografías, Buenos Aires y París. ¿La eligió porque quizás sea París la segunda ciudad tanguera, después de Buenos Aires?

—París, Nueva York, Moscú son ciudades que tienen una noche que cualquier día de la semana tenés una o dos milongas. París tiene una historia muy fuerte, está en la poética del tango y está muy marcada en los veinte y en la legitimación. Tiene algo muy fuerte con lo que fue tango argentino en los ochenta y creo que fue eso bastante responsable de lo que es la movida del baile hoy. Agarraron a unos milongueros medio retirados como Virulazo y la rompieron, siempre hay como una legitimación en París para que después vuelva con más fuerza. En el caso de la novela, hay un viaje ficcionalizado.

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—Ahí en esa París de la novela aparece [Julio] Cortázar con El perseguidor.

—Aparece Cortázar en una zona, un par de manchas que tiene la novela en un sentido que tiene que ver con un fantástico o con unas líneas de ciencia ficción. En el caso de Cortázar, El perseguidor, está esta cosa de cómo hacer con el tiempo; dice "yo hice una estación de subte y pasaron un montón de cosas". Que es a mí lo que siempre me pasa, él lo dice con el jazz, con una pieza de tango: es totalmente disruptivo en relación con el tiempo. Es un hecho fantástico, vos mirás una mina, la sacaste a bailar, le sentiste el aliento, estuviste con una intimidad muy profunda, es una perfección muy directa, pelvis con pelvis y no sabés ni el nombre. Ahí hay una aceleración del tiempo. Lo dice Eugenio, uno de los personajes, tal vez vos hacés conjeturas sobre su vida y sus pensamientos por la forma de bailar que tiene. Pasa mucho con alguien con quien ni cruzaste una palabra. En esa zona entra Cortázar y también hay algo que me gustaría meter y que es una zona que me gusta mucho de la novela, que es este delirante que piensa que en algún momento los bailarines de tango van a desarrollar garras en vez de uñas.

—Villalobos…

—Claro, es el que cuida un salón para bailar y ve varios sectores de la pista arruinados, como rayados, y desarrolla toda una teoría a través de la mecánica del baile, que dice que el porteño bailarín de tango va a desarrollar garras dentro de unos miles de años en lugar de uñas. Por una parte, es un delirio y, por otra, lo fundamenta a nivel técnico y empieza a buscar al bailarín que pudiera haber llegado a este adelanto, que es un poco el responsable de haberle hecho percha la pista.

—Hay un personaje que estafa gente y el cuestionamiento principal que recibe es que no sabe bailar. ¿Así dividen el mundo?

—Es muy crudo el ámbito de la milonga. Por suerte, en lo particular, no tengo ninguna aspiración más que ir a disfrutar alguna pieza. Siempre me llamó la atención lo duros que son entre sí los milongueros y se define mucho esto y tiene algo casi lombrosiano: es medio estafador porque baila así. Como que el baile exuda mucho de lo que en definitiva hacen o dicen en la vida.

A Borges le fascinaba eso de señalar un sentido y definir para el otro

—En una línea usted escribe: "El tango es sensual pero nunca explícito". ¿La frase también se la puede dedicar a la literatura?

—Ni hablar, ahora que me lo decís. La literatura siempre necesita como una oscuridad, cuantas más capas contradictorias, más interesante. Esos libros que nunca los terminás de encasillar son los mejores, un poco pasa también con el baile: cuando se vuelve algo mecánico y previsible, perdió todo el encanto. De hecho, el tango tiene algo muy notable que es la inercia: la parte frontal yendo para un lado y la parte inferior del cuerpo yendo para otra; a eso se le dice la disociación y es lo que genera esos movimientos. Siempre es contradictorio, esa paradoja permanente del tango le fascinaba a [Jorge Luis] Borges, eso de señalar un sentido y definir para el otro. En la literatura eso es súper bienvenido, seguramente estoy haciendo algo que es criticable, que es simplificar. Esa cosa borgeana de ser uno y de ser otro, y eso del duelo que también que está en el tango.

—Usted es un bicho extraño: cronista de televisión que siempre anda con un libro bajo el abrazo, bailarín que escribe. ¿Se siente alguien raro en la milonga porque escribe? ¿Se siente extraño en la literatura porque baila y hace móviles en un noticiero?

—Me dan un poco la excusa: si voy a la milonga y soy un patadura: "Bueno, pará, escribo, hice una novela". Si en el noticiero tengo una recriminación, puedo tener alguna excusa para el otro lado. Igual creo que también es un poco signo de los tiempos y la vinculación entre literatura y periodismo siempre estuvo. Fui muchos años al taller de Diego Paszkowksy y ahí la mitad de los alumnos laburaba en algo vinculado al periodismo. Diego siempre recuerda sus épocas en las que redactaba recetas de torta para subsistir. Tal vez sea un poco no encasillarse y, como en la literatura, tener algunos espacios de escape. Como siempre ando con un libro y en el cruce con mi laburo se me dio de sacarme alguna foto de por donde ando cubriendo noticias y este año salieron algunas buenas: estaba con Un cementerio perfecto, de Federico Falco, en el casamiento de Cacho Castaña; La Ilíada con Karina Olga; hace poquito, El cielo de los animales, regalo de un amigo, el día de la liberación de Carrascosa; estaba leyendo a María Moreno cuando vino Dilma. Es loco cómo se emparentan algunos libros con la cobertura en la que ando y saco una foto y queda como ese testimonio del cruce de haber paseado algunos libros por ahí.

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