Lo amó en la clandestinidad durante 40 años y cuando ya no hubo barreras tuvo que enfrentar la verdad

Mayka conoció a Juan cuando su madre se unió a los Testigos de Jehová. Tenía 15 años y se enamoró a primera vista, pero los miembros del culto no aprobaban su noviazgo. La vida los separó y volvieron a encontrarse cuando ya estaban casados y con hijos. Fue el comienzo de una relación prohibida y tortuosa

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Cuando conoció a Juan, que integraba un grupo de predicadores Testigos de Jehová, llevaba un traje azul y tenía la sonrisa perfecta: "Era guapísimo" (Getty)
Cuando conoció a Juan, que integraba un grupo de predicadores Testigos de Jehová, llevaba un traje azul y tenía la sonrisa perfecta: "Era guapísimo" (Getty)

Dice que se conocieron “como en la canción de Julio Iglesias”, cuando ella tenía 15 años y él 16, y que la historia comenzó en Barcelona a principios de los 70. Un año antes un grupo de testigos de Jehová había golpeado a la puerta de la casa de Mayka, y su madre comenzó a estudiar la Biblia con ellos. Hasta ese momento habían sido una familia católica tradicional, pero a partir de entonces cambiaron la Iglesia por la congregación.

Mayka se acuerda de acompañar a su madre sin demasiado entusiasmo hasta que lo vio. Ella iba por la calle con una amiga y él estaba en un grupo de predicadores que recorrían el barrio para “transmitir el testimonio”. Era guapo, guapísimo: alto, de traje azul, la camisa rosa y la sonrisa perfecta. Nunca lo había visto antes, debía estar en otra congregación. “Pues si todos los testigos de Jehová son así de guapos, me hago testigo también yo ahora mismo”, le dijo a su amiga.

Se rieron pensando que Mayka nunca más iba a cruzárselo, pero al poco tiempo fue con su madre a la inauguración de un Salón del Reino y volvió a verlo: “Fue exactamente un 29 de junio de 1972, se me quedó grabado. Y fue como un shock, un flechazo, amor a primera vista; sentir –sin conocerlo– que estaba frente al hombre de mi vida”, le dice Mayka a Infobae desde Tudela, en Navarra, cincuenta años más tarde.

Fueron meses de quererlo en secreto, de aprender su nombre –Juan– y escribirlo mil veces en su diario, de arreglarse cada vez más para ir al templo: “La minifalda cortísima, una oveja negra de los testigos”, recuerda ahora. De a poco, comenzaron a acercarse y se hicieron amigos. “Hasta que la amistad culminó en un amor puro y sincero. Ese amor que tienes a los 15 años”, dice.

Cuando volvió a ver a Juan en el templo sintió un flechazo, un amor a primera vista (Getty)
Cuando volvió a ver a Juan en el templo sintió un flechazo, un amor a primera vista (Getty)

Así comenzó un noviazgo de más de un año y medio a escondidas de todos; sus padres no podían saber que estaban juntos. Sobre todo porque a Juan le atraían cosas prohibidas por su culto: las discotecas, la vida mundana, las fiestas y el sexo fuera del matrimonio, todo “eso que los testigos llaman ‘el mundo’” y que para un adolescente es parte de descubrir su camino. “A mí eso me daba igual porque Juan era mi Universo –dice ahora Mayka–. Pero él no pensaba como yo y empezó a frecuentar a espaldas mías esos lugares vedados. De buenas a primeras, dejó de ir a las reuniones y finalmente fue expulsado de la congregación”.

Fue el principio de su calvario: “Creí morir, todos mis sueños de adolescente se derrumbaron. Nuestra relación no podía continuar por mucho tiempo, nunca nadie iba a poder saber que estábamos juntos”. Pero se supo, y entonces fue peor: “Mi madre y sus padres, testigos acérrimos, se opusieron tajantemente. Al punto en que no me dejaban salir sola de mi casa”, cuenta Mayka.

Juan fue expulsado de la congregación y sus padres se opusieron tajantemente a la relación (Getty)
Juan fue expulsado de la congregación y sus padres se opusieron tajantemente a la relación (Getty)

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Y, de todos modos, los enamorados se las arreglaron para seguirse viendo en citas que coordinaban por carta, la única forma en que podían comunicarse –”parece surrealista, pero eran los setenta: no había móviles y los que tenían teléfono en sus casas no eran tantos”. Juan le escribía cartas que le hacía llegar a la casa; en el remitente, para disimular, ponía el nombre de una amiga de Mayka. Ella a su vez se las mandaba al trabajo. Pero las cartas comenzaron a espaciarse. Aunque Mayka siguió escribiendo por algunos meses terminó convenciéndose de que Juan ya no quería saber nada de ella.

Le costó años y demasiadas lágrimas, pero finalmente Mayka declaró a su amor perdido y se casó con otro hombre. Desengañada y dolida, se alejó de la congregación y dejó de tener noticias de Juan, porque ya no tenía contacto con su familia. No era feliz con su marido: descubrió rápido que él era bipolar y violento. Pero tuvieron dos hijos que eran la única luz de su vida. Cuando el mayor tenía 2 años, Mayka decidió cambiar los muebles de su cuarto: había que pasarlo de la cuna a una cama y que la cuna quedara para el menor, de diez meses. Así que fue a una mueblería de su barrio, con el bebé en el cochecito.

Al principio mantenían correspondencia para encontrarse en secreto pero luego dejó de recibir noticias de él y declaró su amor perdido (Getty)
Al principio mantenían correspondencia para encontrarse en secreto pero luego dejó de recibir noticias de él y declaró su amor perdido (Getty)

“Cuando entro en la tienda, lo primero que veo es a él –recuerda–. ¡No podía ser! Trabajaba a pocas cuadras de mi casa y yo no tenía idea. Habían pasado once años de nuestro último encuentro, pero fue como el primer día: el corazón me dio un vuelco. Él se me quedó mirando y yo me lo quedé mirando a él, como si todo a mi alrededor hubiera desaparecido. De pronto, sólo existían Juan y sus ojos grandes mirándome con esa mezcla de amor, sorpresa y deseo. No había habido un solo instante de mi vida en que no lo hubiera tenido presente”.

Entonces Juan le contó que, igual que ella, había terminado convenciéndose de que ya no era correspondido. El encargado de aquel trabajo al que Mayka le mandaba sus cartas de amor también era testigo de Jehová, y no sólo eso: era uno de los Siervos de la Congregación, un ministro influyente que intervino en cuanto descubrió el contenido de los sobres: “Abrió y leyó mis cartas y se lo comunicó a mi madre y a sus padres, así que mi madre también confiscó las cartas que Juan me había seguido escribiendo”.

Era 1987 y la bronca por aquella separación absurda que ellos no habían decidido se tapó con la alegría de volver a encontrarse. Juan también tenía mujer e hijos, pero tampoco era feliz: “Me dijo que había tenido que casarse obligado cuando ella quedó embarazada. Los padres lo habían echado de su casa después de descubrir lo nuestro y un jefe se apiadó y lo llevó a vivir con su familia. Juan comenzó una relación con la hija y ante el hecho consumado, no tuvo otra que casarse, entre la culpa y el agradecimiento hacia el padre”.

Después de once años sin verse, Mayka volvió a encontrar a Juan, trabajando cerca de su casa (Getty)
Después de once años sin verse, Mayka volvió a encontrar a Juan, trabajando cerca de su casa (Getty)

Ese día, Juan le dijo que no la había olvidado y cambiaron teléfonos con la promesa de verse a solas. Ella le dio el de su casa –podía llamarla hasta última hora de la tarde porque su marido trabajaba afuera–, él el de su trabajo. Pasaron algunas semanas sin noticias hasta que después de una pelea fuerte con su marido, Mayka llamó a Juan y le dijo que estaba muy mal. “Quiero verte”, confesó. Él también quería verla. La invitó a comer. Esa noche pasaron del restaurante a un bar: no les alcanzaban las horas para ponerse al día. Y se despidieron apenas con un beso hasta la siguiente cita.

Hacía quince años que se querían, pero nunca se habían ido a la cama juntos. Lo que había comenzado como un amor puro y virginal, pasó a ser una pasión clandestina. Durante los años que siguieron mantuvieron esa relación en secreto, como cuando eran adolescentes. Sólo que ahora había sexo, el sexo más intenso que habían tenido nunca. Un lugar sólo de ellos donde todas las fantasías parecían posibles, hasta la de estar juntos sin ocultárselo a nadie. Pero, en el fondo, los dos tenían muy claro que no estaban dispuestos a dejar a sus familias, incluso pese a que lo único que los unía con sus parejas eran sus hijos.

Y esa fue también la razón por la que volvieron a separarse. Mayka quedó embarazada y estaban seguros de que no era de Juan, porque él se había hecho una vasectomía. Fue entender cabalmente que no había futuro para ellos y Mayka tomó la decisión de mudarse. Si seguía viviendo en el mismo barrio no iba a poder despegarse nunca de Juan. Así que se fue lejos, a Navarra, a un pueblo donde entre cerros y castillos medievales terminó recuperando la paz.

Mayka volvió a quedar embarazada, pero estaban seguros de que no era de Juan porque se había hecho una vasectomía (Getty)
Mayka volvió a quedar embarazada, pero estaban seguros de que no era de Juan porque se había hecho una vasectomía (Getty)

Hasta que Juan volvió a buscarla. No tenía su nueva dirección, así que hurgó en guías y probó con viejos conocidos hasta que la encontró. Por un tiempo volvieron a ser amantes: de Tudela a Barcelona y de Barcelona a Tudela, conocieron todos los hoteles de la ruta. Hasta que otra vez ella volvió a poner distancia: esa vida de encuentros furtivos no le cerraba para ellos. No era propia de un amor tan grande.

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Cuando sus hijos fueron más grandes, Mayka logró separarse. “Hacía años que Juan y yo nos habíamos perdido la pista. La última vez yo me había marchado sin despedirme”, dice ahora. La tecnología ayudó a que el siguiente reencuentro fuera más simple. Era noviembre de 2012 cuando Mayka vio el pedido de amistad de Juan en su Facebook. Otra vez el corazón se le salió del pecho. “Estaba loca y emocionada como una colegiala” cuando aceptó y respondió con un “Hola” tímido, sabiendo que corría peligro de sufrir de nuevo.

Durante un tiempo habían vuelto a ser amantes. Conocían todos los hoteles de la ruta que unía Tudela con Barcelona (Getty)
Durante un tiempo habían vuelto a ser amantes. Conocían todos los hoteles de la ruta que unía Tudela con Barcelona (Getty)

Él le contó que su esposa había muerto hacía unos días –”No unos años, ni unos meses, ¡unos días!!”, enfatiza–. Otra vez le juró que no había podido olvidarla, se había desesperado por buscarla de nuevo en cuanto pudo. Otra vez intercambiaron teléfonos: ya no había otras parejas de por medio, apenas los 300 kilómetros de ruta.

No fue un problema. Juan comenzó a visitarla en su casa cada quince días. A veces también iba ella, aunque nunca la recibía en su casa, sino en hoteles. “Le presenté a mi familia y a mis amistades, pero él nada. Para mí era el amor de mi vida con el que por fin podía vivir sin ocultarme, pero él me mantenía al margen de su entorno y de su realidad”, dice Mayka. Al final se lo planteó sin vueltas: “Yo ya no estoy casada y tu eres viudo, y yo no he sido la que te ha vuelto a buscar después de tantos años. Entonces, ¿a qué jugamos que nos seguimos escondiendo?”

Juan le pidió que le diera tiempo y volvió a pedírselo cuando Mayka insistió. Y entonces ella se dio cuenta: se había pasado más de 40 años encadenada a ese hombre, convencida de que era su gran amor, pero siempre, desde el primer día, su historia había sido clandestina y probablemente eso no iba a cambiar aunque hubieran cambiado las circunstancias.

El 25 de abril de 2013 –recuerda la fecha igual que la de la primera vez que lo vio –, Mayka decidió desterrar a Juan de su corazón y de sus pensamientos, con la seguridad de que él nunca había merecido tanto: “Sólo me usaba para aliviar sus fantasías y escapar de un matrimonio desastroso y aburrido, pero no me quería tanto. Tenía la prueba frente a mis ojos: ya no había impedimentos para nosotros, pero él no me elegía. En esa relación yo fui la única que amó y ese día se terminó para siempre”.

Cuando conoció a José se sintió valorada desde el primer momento (Getty)
Cuando conoció a José se sintió valorada desde el primer momento (Getty)

Dice que no tuvo compasión, ni miró atrás. Se ríe cuando cuenta que, una vez que se lo sacó del alma y del cuerpo, fue a bailar a una discoteca –”Para gente de mi edad”, aclara y se ríe más fuerte: hace poco cumplió 67– y conoció al que hoy es su marido: “Con José me sentí valorada desde que hablamos por primera vez. Se convirtió en otro padre para mis hijos y vio nacer a mis nietos. Me acompañó cuando me diagnosticaron cáncer y celebró conmigo cuando me curé. Entiende mi carácter; si yo grito, él se va a dar una vuelta, y me ama sin condiciones. Nos amamos. Con él vivo feliz y correspondida”. Dice que no sabe si Juan está vivo, ni le importa; que ya no le interesa volver a verlo y que si lo viera le daría igual; que ahora es sólo este recuerdo que hoy decidió contar, acaso para terminar de olvidarlo.

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