Mariano Iúdica: “Hablé con mis viejos fallecidos en una terapia de conexión y me dijeron cuál es mi misión en esta vida”

Asegura estar viviendo “asistido por tres ángeles”. A los 13 fue el primero en enterarse de la trágica muerte de su hermano mayor, “algo que cambió todo para siempre”. Una adolescencia “al filo del peligro”. Un matrimonio “apresurado para salvar mi vida”. El insospechado giro en su profesión con “un destino claro”. El amor de Romina, “a quien debí convencer de que la vida es luminosa”. La adopción de Osvaldo. Y el gran mensaje de sus padres las visitas espirituales que le hacen en el jardín de su casa

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Iúdica, con Sebastián Soldano

Ni fábula ni deseo, “sucede”. Cuando la casa huele a salsa dominguera “y fluye esa magia de risa familiar de banda completa”, sus padres lo visitan. No importa cuándo murieron, ellos lo esperan debajo del limonero, sentados en el banco del jardín que alguna vez fuera butaca del Monumental. “Y no pasó una vez, sino varias. Voy solo al comedor, me paro frente al ventanal y desde ahí los veo. Clarísimos. Papá y mamá, haciéndome gestos de aprobación”, revela Mariano Sebastián Luján Iúdica (52), aún sabiendo que podría despertar la burla de los incrédulos. En definitiva, “son mis ángeles, dos de tres”, dice, y ya sabremos por qué. Resulta así el preámbulo perfecto de este cuento sobre “una preciosa revancha” signado por, al menos, cinco “trompadas” que giraron su vida: “Si no creyese en las señales que recibo, en que realmente soy un ´guiado´, un ´asistido´... ¿quién sabe dónde estaría tirado?”.

La muerte de Eduardo. Mariano tenía 13 años y estaba solo en casa (del monoblock del Barrio Aeronáutico de El Palomar) cuando atendió la llamada de la comisaría: “Aquí están los documentos de tu hermano”, le dijeron. Y en “secuencia muy loca”, oyó a una vecina comentar que el tren había atropellado a alguien en la estación. “Entonces, cuando tocaron el timbre supe qué iban a decirme”, recuerda. “Así estallaba la bomba de neutrones que lo cambiaría todo. Fue el gran dolor. El primer mojón de la historia familiar que nos reversionaría para siempre”. Se refiere a sus padres, “refugiados en el Opus Dei”, y de la diversidad de refugios hacia donde corrieron sus hermanos: Fernando (58, director médico del Hospital Austral), Carolina (55, especialista en estimulación temprana) y Gastón (47, administrador de empresas). Un “estigma” que “logró pinchar esa maravillosa burbuja italiana de las vacaciones juntos y las navidades eternas” y que “ocupó mis sesiones de terapia hasta hace muy poco tiempo”, revela.

Mariano Iúdica, a fines de 1970, y su mamá, Marisa Mobaied.
Mariano Iúdica, a fines de 1970, y su mamá, Marisa Mobaied.
Mariano Iúdica con su maestra Adela, de 1º y 2º grado, en la Escuela Nº5 de Palomar
Mariano Iúdica con su maestra Adela, de 1º y 2º grado, en la Escuela Nº5 de Palomar
Mariano Iúdica a los 13 años
Mariano Iúdica a los 13 años
Mariano Iúdica en familia completa. Arriba_ Eduardo (su hermano mayor), Marisa (mamá), Eduardo (papá), Fernando, Carolina. Abajo_ Gastón, el menor.
Mariano Iúdica en familia completa. Arriba_ Eduardo (su hermano mayor), Marisa (mamá), Eduardo (papá), Fernando, Carolina. Abajo_ Gastón, el menor.

Eduardo Iúdica, de por entonces 21, “era de otro plano, un ser de ultra perfección”, describe Mariano. “Capitaneaba cualquier equipo de fútbol, en el barrio y en la escuela. Era el mejor en tenis y saltos ornamentales. Y fue él quien me enseñó a escribir poesías”, desliza. “Me acuerdo que una vez nos instalamos en Texas (Estados Unidos), donde papá (Eduardo, médico en la Fuerza Aérea) había ganado un curso de medicina aeroespacial en San Antonio. Éramos los Campanelli, sin un mango y hasta con la abuela a cuestas. Pero él, siempre un señor. Mi hermano no solo fue elegido abanderado del colegio al que íbamos, sino que además les ganó el certamen de historia a los propios americanos. ¡Un genio!”, cuenta.

“Toda mi veta artística es su producto”, dice dando cuenta de la formación que recibió por su influencia entre discos de Sui Generis, The Police, Queen, ACDC, “algunos otros tantos que su amigo español le traía de Europa” e incluso el Destroyer de Kiss, “que papá, entre improperios varios, le rompió por satánico”. Eduardo, además, era “un gran músico y profesor de guitarra, quien me enseñó a zapear y a darle groso a la batería”, cuenta. “Es por eso que cada vez que me ofrecen algún formato televisivo del tipo musical o ligado a la música, miro al cielo y digo: ‘¡Gracias!’”, señala. “Porque es su guiño. Yo siento su mano en hombro todos los días de mi vida y si así no fuese, sería una mala persona”.

“En 1983, Eduardo cursaba el tercer año de Ingeniería (con promedio de 9.70) y ese día llegaba tarde a la facultad”, relata Mariano. “Él tenía la costumbre de pasar a saludar a su novia antes y después de cada clase, por su casa de Avenida Santa Fe y Austria. Pero ese ese puto día, se retrasó. Quienes lo vieron dicen que en el intento apurado de pasar de un andén a otro, en las vías del San Martín, se patinó con los mocasines... Mocasines de Guido, porque era muy de avant-garde para ese barrio”, agrega. “Y entonces, un tren lo golpeó de costado y lo despidió fatalmente”.

Mariano Iúdica escoltado por Eduardo, su querido hermano mayor, fallecido en 1983
Mariano Iúdica escoltado por Eduardo, su querido hermano mayor, fallecido en 1983
Eduardo Iúdica, hermano mayor de Mariano, fallecido en 1983
Eduardo Iúdica, hermano mayor de Mariano, fallecido en 1983
Eduardo Iúdica, hermano de Mariano, junto a Bernarda, su novia, años antes de su muerte
Eduardo Iúdica, hermano de Mariano, junto a Bernarda, su novia, años antes de su muerte

“Jamás vi llorar a un hombre del modo en que lo hizo papá en aquel rinconcito... Ni siquiera a Al Pacino durante la escena de la ópera en el final de El padrino III. Y lo de mamá (Marisa Mobaied), bueno... Lo de ella fue dantesco, inenarrable”, señala Mariano. “Y entre tanto, la novia de mi hermano se había recluido en su cuarto, pobrecita... Esa muerte le dejó una marca tal que durmió en la cama de Eduardo durante meses. Una vez se aparecieron los padres, muy enojados, queriendo sacarla de casa. Como si nosotros la tuviésemos cautiva... Y en realidad no sabíamos que hacer, porque tampoco podíamos reaccionar respecto de nuestras propias vidas”, explica. “Se llama Bernarda y sigue siendo una mujer preciosa”, cuenta. “Tantísimos años después decidí bautizar a mi segunda hija con su nombre, porque sé que Eduardo también está ahí”.

Marisa Mobaied y Eduardo Iúdica, padres de Mariano
Marisa Mobaied y Eduardo Iúdica, padres de Mariano
Los padres de Mariano Iúdica
Los padres de Mariano Iúdica
Una de las últimas imágenes de los padres de Mariano Iúdica
Una de las últimas imágenes de los padres de Mariano Iúdica

Habla de los costos del dolor, de un destino empecinado. “Tiempo después mamá hizo un cáncer de mama, y mi viejo, ese tano duro e infranqueable que casi parte de una piña la mesa del bar frente al Pirovano al recibir la confirmación de la biopsia, la puso en carrera. La tuvo 10 puntos durante casi una década”, recuerda. “Fue en el peor momento económico de la familia. Ya la había sacado de Palomar, porque ella no podía ni pasar por la estación. Y nos habíamos mudado a un departamento en bajo Belgrano que no podíamos pagar”, cuenta. Hasta que una noche, Don Iúdica, animado por un tío cuidador de caballos de carrera, “agarró cadena y con 10 pesos, ganó 100 mil dólares”. No hubo qué pensar. “Usó la guita para cumplirle a mi vieja sueño por sueño como el de presenciar la beatificación de Josemaría Escrivá de Balaguer (1992) en Piazza San Pedro (Ciudad del Vaticano). Recorrieron el mundo y al volver, quien se murió fue él”, relata. “Tenía 59 años, asistió a un campamento del Opus, se confesó, se acostó a dormir y la quedó. Era una pareja tan extraordinaria, tan novios, que él, como buen cagón, ante el terror de no tenerla se nos fue antes. En definitiva, siempre lo supimos, ese hombre jamás viviría sin esa mujer”.

Mariano Iúdica adolescente.
Mariano Iúdica adolescente.
Iúdica, a finales de los 80
Iúdica, a finales de los 80
Mariano Iúdica, Rominina Propato, y las hijas de él, María Valentina y María Bernarda, en 2004
Mariano Iúdica, Rominina Propato, y las hijas de él, María Valentina y María Bernarda, en 2004

El rescate de sus hijas. Para entender el valor del próximo giro en su historia, Mariano regresa al 83 y da cuenta de cómo las esquirlas del dolor se incrustaron hondo en su adolescencia. Al rugbier del Pueyerredón, tenista del AFALP y alumno de la Escuela Nº 5 Teniente Benjamín Matienzo (de la Primera Brigada Aérea) y más tarde del Emaús, se le daría luego por viajar en los techos de los trenes después de los recitales. Poco quedaba de ese pibe que jugaba en los hangares, entre aviones detenidos y árboles de nísperos. “En una casa devastada ya nadie se ocupaba de marcarme y ante esa distracción hacía lo que quería. Con 15 años era un atrevido que vivía a 200 kilómetros por hora, chocando bordes, siempre al filo. Muy al filo, en permanente peligro”, explica respecto de las noches “de avería” en “yuntas con tipos que eran delincuentes”. Pero amanecer en casa le resultaba un buen shock de realidad, el contraste de ajuste que finalmente lo encausaría. “Yo tenía licencia para ser un gran hijo de puta. Un autodestructivo, un falopero, un chorro, un barrilete. Todo lo que había vivido podía haberme enmarcado en la envidia y el resentimiento”, dice.

María Bernarda y María Valentina, las hijas de Mariano Iúdica, de niñas
María Bernarda y María Valentina, las hijas de Mariano Iúdica, de niñas
Mariano Iúdica y sus hijas, María Valentina (27) y María Bernarda (25)
Mariano Iúdica y sus hijas, María Valentina (27) y María Bernarda (25)

Mariano manifestaba una imperiosa necesidad: “Hacerme grande”. Un ticket apto para “escapar del sufrimiento”, como rotula, y “revanchear” la familia “que se había destruido”. Así fue que, con 22 años, decidió casarse. “Y siempre voy a estar agradecido con quien fuera mi mujer (Eugenia Angeli) por haberse embarcado en eso conmigo”, asegura. “Hoy, y en retrospectiva, deduzco que fueron mis hijas quienes salvaron mi vida. Bernarda (hoy 25, che) y Valentina (hoy 27, psicóloga y productora de televisión) me salvaron, literalmente me salvaron. Si yo no armaba esa familia me hubiese puesto un corchazo”. El matrimonio duró casi una década cuando (“más plantado”) supo discernir que algo no sonaba como debiera. “Ya había perdido contacto con los míos. La familia comenzó a ser solo la de ella y en ese contexto a mí me costaba reconocer mi esencia. Era otra cuerda, otra cosa, otra manera. En un momento me vi como el benefactor general, el gran dador, el de la cabecera de la mesa y a mi alrededor: mi suegro, mi suegra, mi cuñada... Algo andaba mal. Entonces entendí que la tarea que alguna vez comenzamos juntos ya había terminado”, relata Mariano. “Fueron dos años de ´Que sí, que no...´, de `¿Pero vos me querés?’ ‘Sí, si...´. Y pensar en las chicas, en los pruritos de una formación católica... Hasta que un día frente al espejo me prometí que no sería como los tantos millones de tipos y tipas infelices viviendo presos de un matrimonio por el resto de sus vidas. Saqué las agallas que creí que no tenía y fui claro, con mi mujer y, peor aún, con mis hijas”, cuenta. “Otra vez señales... Sí, señales”, deduce sobre aquella determinación de ser papá y, sobre todo, por el sorpresivo rapto de “valentía” para enfrentar el fin.

Marisa Mobaied y Eduardo Iúdica, papás de Mariano
Marisa Mobaied y Eduardo Iúdica, papás de Mariano

Convencido de la intervención de sus “guías” dirá la palabra “señales” varias veces en esta conversación. Porque como metaforiza, “en cualquier aspecto de la vida al final de la ruleta la bola siempre cae en mi número” y el propósito de los hechos se revela. Aquí, entonces, cabe un apartado. No solo se referirá a cuestiones de la cotidianeidad como, por ejemplo, lo que ocurre cada día del padre “cuando mientras cocino la pasta y pongo cualquier playlist random, lo primero que suena es Withney Houston”, relata. “Mi viejo se volvía loco por ella, entonces sé que está ahí”. O a situaciones que le advierten de que ha sido “elegido”, como cuando su madre se empecinó en morir a su lado. “¿Por qué debía ser yo quien la cuidase, la bañase y la cambiase teniendo una hermana mujer? ¿Por qué ella quería que fuese yo?”, se pregunta tal cual lo hizo en 1996. “No lo entendí hasta que conocí a Romina (Propato, su pareja) y a los dos meses su padre inicia el mismo camino que mamá. O a Pedro Alfonso (42), preocupado por su vieja con la misma enfermedad que la mía. Yo ya tenía un máster en esa agonía. Ya sabía cómo ayudar, cómo contener, cómo acompañar. Fui coacheando gente: ´Pasará esto, sentirás aquello, vas a hacer esto otro...´. Fue lo que me tocó. Porque cada dolor no es en vano”, asegura. “Y yo creo en las misiones”.

Mariano Iúdica, con Teleshow (Foto: Pato Montalbetti)
Mariano Iúdica, con Teleshow (Foto: Pato Montalbetti)

Mariano tiene una “maestra espiritual”. Marta Scriminaci es una psicóloga “con formación en todo”, con quien practica la “terapia de la conexión”. Según explica, “a través de técnicas de respiración y concentración se crea un clima propicio para las visualizaciones de quienes ya están en otro plano”, dice. Y es entonces que la profesional oficia de “un estilo de médium”, como describe. “Yo tuve experiencias con mamá y con papá. Al cerrar los ojos es como si tuvieses un televisor por delante en donde aparecen imágenes y se escuchan voces... Esas voces son las de ellos. Quien esté leyendo esto podría pensar: ‘Hummmm...’, pero cuando sucede el culo se te llena de preguntas. Y yo he encontrado respuestas a muchas de ellas”. Fue en tiempos de pandemia, incertidumbres e interrogantes del tipo: “¿Qué rol me cabe en esta?”, cuenta. “Miraba alrededor y mis hijos estaban sanos. Tenía trabajo y ganaba más plata que nunca. Necesité saber qué hacer con todo eso en un mundo muy dispar, de situaciones realmente fatales”. Esa sesión duró dos horas y el mensaje resultó más que claro: “A mí me tocó ser dador”, revela. “Y ya venía en ese tren: tendiendo la mano, atendiéndole el teléfono a quienes nadie atendía, acercando laburo o tan solo escuchando. Esa es mi misión y ellos me la confirmaron”.

La cátedra de Gerardo. A mediados de los 80 su firma podía leerse junto a la de “los grandes” (como Gonzalo Bonadeo, Miguel Simón y Miguel Guerrero, entre otros) en artículos de la revista Test Match o del Cronista Comercial, “cubriendo el rugby que explotaba en tiempos de Hugo Porta y los triunfos en Francia y Australia”, recuerda. Pero en una casa en donde no había para zapatillas, papá exigía un “trabajo con buen sueldo”. Así fue que, a través de algunas conexiones, Mariano dejó de ser “ese periodista prendido fuego” para vestirse de administrativo de Casa Piano. Sellar boletas en un mostrador duró lo que Don Alfredo Piano tardó en hacerlo su “mano derecha”. Tan bien aprendió la metier que “me convertí en experto en oro con cursos de numismática y análisis de mercado”, cuenta.

Mariano Iúdica en tiempos de "yuppie", como mano derecha de Don Alfredo Piano
Mariano Iúdica en tiempos de "yuppie", como mano derecha de Don Alfredo Piano

De Boticcelli y de Dior. Así caminaba las calles, “con una fortuna invertida encima” y seduciendo señoras como las de las embajadas de las cuentas que manejaba. “Un día paró un Mercedes Benz negro, se abrió la puerta y bajé todo empilchado acompañando a una rubia tremenda, secretaria de la delegación alemana que está en Belgrano”, cuenta Mariano. “Y en eso me vio mi vieja, que pasaba con las bolsas del supermercado. ´¡Chau má!´, le grité. Cuando volví a casa estaba llorando... ¡Pero desconsolada! ´¡¿En qué andás, hijo?!´, me decía. ´¡¿En qué andás...?!´. Pobre vieja”, recuerda con gracia. Era ella la encargada de arrancarlo de la cama cada mañana (“hasta tirándome agua”) tras “largas noches de caravana” con escala fija en Le Club, de la calle Quintana, “en tiempos en que me creía un yuppie de Wall Street”. Llegó a tener “tanta plata en cantidades irreales para esa edad”, relata, “que un verano me fui en taxi hasta Pinamar solo para saludar a mi viejo por su cumpleaños”.

Mariano Iúdica, en tiempos de "yuppie", y su mamá, Marisa Mobaied
Mariano Iúdica, en tiempos de "yuppie", y su mamá, Marisa Mobaied

Ganar “diez veces más” que su padre y “tenerlo todo tres minutos después de no haber tenido nada”, lo convirtió en “un inconsciente, un derrochador”. Así remataba aquella adolescencia de desequilibrios de la que hablaba algunos párrafos atrás. Del desorden que, finalmente, corregirían sus hijas, tal como contó. “De repente Casa Piano se hizo banco. Y mi vida de bancario dejó de ser divertida. Largué todo y me fui”, recuerda. “Con la que había juntado tuve dos opciones: abrir una granja avícola o una empresa de vans escolares. Mientras me decidía apareció un tipo que me dijo: ´Hoy, la onda, es comprar cámaras de televisión HD´. Justo lo que Cuatro Cabezas (ex productora de Mario Pergolini) estaba buscando. Así fue. Empecé alquilándoselas, y como eran carísimas, yo oficiaba de asistente para cuidarlas de cerca”, cuenta. Fiel a su espíritu, y en el auge de ciclos como CQC y El Rayo, por ejemplo, no tardó en proponer ideas para potenciar el trabajo de Andy Kusnetzoff o Daniel Tognetti, ni en meterse en cuestiones de edición, ni en lograr ser camarógrafo profesional, ni en pensar: “Si estas son las estrellas de la tele, yo puedo ser una más”. Fue entonces que Iúdica, ya papá, en intentos de “enderezar el barco de mi vida” y convencido de que “esto es lo mío y acá debo estar”, se instalaba en los medios para siempre.

Mariano Iúdica, camarógrafo de Cuatro Cabezas, productora de Mario Pegolini
Mariano Iúdica, camarógrafo de Cuatro Cabezas, productora de Mario Pegolini
Iúdica como productor estrella de La noche del domingo, junto Gerardo Sofovich, su maestro; ciclo que Mariano hoy revive como conductor en la pantalla de América
Iúdica como productor estrella de La noche del domingo, junto Gerardo Sofovich, su maestro; ciclo que Mariano hoy revive como conductor en la pantalla de América

Pero no fue hasta toparse con Gerardo Sofovich que “aprendí todo lo que sé”, dice el anfitrión que lo ha sucedido al frente de un clásico como Polémica en el bar (América) y hoy lo hace como host de La noche del domingo (por el mismo canal). Y entre tanto de su “maestro y mentor”, cuenta la primera y gran lección. “Eran las 6 de la mañana y habíamos estado grabando desde las 11 de la noche. Yo debía rematar el último sketch de Los Rodríguez (Telefe, 1998) para que todo terminase. Cuando me tocó... ¡Paff, furseo! ¡Mi único error!”, relata Mariano. “Y de la oscuridad total del estudio, aparece el ruso abriéndose camino entre una bola de humo, arremangado y con el pucho encendido. Fue una aparición. Solo atiné a decir: ´¡Perdón, Gerardo...! ¡Perdón, estoy cansado!´. Y me gritó: ´¡Pero la puta que te parió! ¿Cuántos años tenés? ¡¿Cansado?! Yo estoy cansado, que me falta una pierna, soy multimillonario y amanecí acá adentro´. Jamás en la vida volví siquiera a pensar la frase ´estoy cansado´”, expresa.

Mariano Iúdica y Gerardo Sofovich
Mariano Iúdica y Gerardo Sofovich

En su haber de “lo aprendido”, Iúdica enlista: “Hablar con respeto a la entonación, las pausas y la gramática, porque Gerardo me enseñó a leer. Por él redescubrí la literatura”, dice. Aprendió que “culto no siempre significa inteligente, y él lo combinaba a la perfección”; y a ser “un caballero, porque se hartaron de acusarlo de misoginia mientras él demostraba ser el tipo más moderno del país. Nadie, hasta hoy, resultó ser más de avanzada”. “Me enseñó a discutir solo con fundamentos y el tupé de haberte roto el culo, porque solo así te espadeaba respuestas”, afirma. “He visto gente pasarlo muy mal al lado del Ruso, pero a mí me voló la cabeza. Cuando él gritaba y alguien lloraba, yo tomaba nota. Porque lo que decía siempre era perfecto”, afirma. “Sí, lo modos eran una garcha, claro, pero después de todo yo ya estaba acostumbrado a los de papá y a los del viejo Piano”, dice con gracia respecto de los “tres tótems de sabiduría que instruyeron mi ´yo´ profesional para el resto de la vida”.

Mariano Iúdica y Marcelo Tinelli
Mariano Iúdica y Marcelo Tinelli

“¿Miedo? A Tinelli le tenían mucho más miedo a que Gerardo”, asegura. “En los pasillos se le cagaban encima, desde (Claudio) Villarruel a (Pablo) Prada y (Federico) Hoppe. Era algo ridículo. Yo, que venía de sacarme 10 en ´la academia Sofovich´, de convertirme en su mano derecha de verdad... Porque me había animado a sortear cosas, a decirle: ‘Vamo´ y vamo´. Mirá esta idea, vamos a ver plata grande, ¡vamos!’. Y ahí no sucedía. Cuando llegué a VideoMatch, entraba Marcelo y todos miraban para abajo, pero groso, eh... ¡Era Luis Miguel!”, recuerda. “Yo pensaba: ´Así no van a crecer nunca´. Por qué pasaba, no lo sé. Estaba instaurado ese halo.... Por ahí escuchaba: `¡No, Marcelo no va a grabar!´. ¡Pero está todo armado! `No, no quiere...´. Pasaban cuatro horas y nadie le golpeaba la puerta para decirle: ´¡Dale, hermano! ¡Vamos!´. Yo se lo decía, eh... Eso y muchas cosas más de lo que pasaba y de lo que no pasaba ahí adentro”, asegura.

Sí, reconoce a Tinelli como un “mentor”. Quien fue capaz de darle la conducción de un ciclo “mucho más caro que el de él”, como fue Soñando por cantar (ElTrece, 2012), además de Dale a la Tarde (por el mismo canal en 2013, junto a Florencia Peña) en simultáneo. “Me puso en la mesa chica de las decisiones y hasta inventé programas”, cuenta. Pero en “la cresta” pegó el portazo. Marcelo regresaría a la pantalla después de dos años de ausencia como host del Bailando. “Él volvía con todo y yo a ser ´elenco´, ¿viste? Movimientos raros y presupuestos que se desviaban para otro lado... Yo había remado demasiado cuando más se necesitaba y también sentía que lo hacía solo. Entonces entendí que ya no habría más para mí ahí adentro. Que retrocedía casilleros como en el Juego de la Oca. Me dije: ´Ya está´. Fue corazonada pura”, recapitula ocho años después. “Ahora estamos bien... Estamos bien”.

Mariano Iúdica y Romina Propato en el inicio de su relación
Mariano Iúdica y Romina Propato en el inicio de su relación
Mariano Iúdica y Romina Propato
Mariano Iúdica y Romina Propato
Mariano Iúdica y Romina Propato durante unas vacaciones
Mariano Iúdica y Romina Propato durante unas vacaciones

El amor de Romina. Tal vez sea la mayor de las deudas con Gerardo pero “sin duda alguna, una señal más”, otro designio del destino o del más allá, como supone. “¡Yo no tenía nada que hacer en La peluquería (de Don Mateo, Canal 9, 2003)! ¡Nada! Pero estaba ahí, en el mismo elenco en el que ella era bailarina”, relata. Mariano aún no se había divorciado “y seguía usando anillo mientras mi ex y yo intentábamos saber qué carajo hacer de nuestras vidas”, señala. Cuando la inminente nueva soltería se proyectaba en su cabeza “como un departamento forrado de espejos, un colchón enorme y 20 novias”, cayó el flechazo. “Y fue rotundo. Atravesó no solo mi corazón, sino también mi inteligencia emocional, la espiritual y la sexual”, revela. “Supe que con ella iría a todo o nada”.

Pero Romina (Propato, 45), “con esa cosa tan tana y tan gallega como yo”, estaba negada. “Durísima. Encriptada en su propia historia de pérdidas, sacrificios y dolores, muy similar a la mía”, describe Iúdica. “Su madre había muerto muy joven, y ella debió hacerse cargo de su padre y de su hermano. Laburaba de sol a sol, desde los 17 años, bailando hasta en cena-shows para juntar un mango”, cuenta. “A ella le parecía que la vida era hasta ahí... Era muy del: ´¡Dejame sola! ¡No quiero nada!´. Y yo le entré con todo en mi speech optimista y antiresentimiento”. Era, para él, “mucho más que un levante”, y aún así, “costó demasiado”.

Mariano Iúdica y Romina Propato, juntos desde hace más de dos décadas
Mariano Iúdica y Romina Propato, juntos desde hace más de dos décadas

En cada intento de “buen chamuyo”, Propato se hacía más seria. “‘Andá... Andá a hablar con aquellas´, me decía al acercarme. Imagínate que había más de 200 mil actrices y bailarinas dando vueltas por ahí. Romina me trababa de un modo que me resultaba excelente, porque yo estaba arriba de un jet, me creía un banana digno de que le pusieran los puntos”, cuenta. Y no resultó tan errada. “Yo había empezado a salir con una de las chicas del elenco, una figura importante que hoy está felizmente casada, con varios hijos y viviendo en Europa... En fin”, suelta, anticipando que “bajo ninguna circunstancia” revelará su nombre. “Y esta persona un día me dijo: ´A vos te gusta Romina´. `¡Pero estás loca, nada que ver!´, le respondí. ´Claro que sí, la mirás de otra manera, le hablás de otra manera...´, insistió. Ante mi negación constante, me tiró: ´Cuando en agosto pasen juntos por acá (el estacionamiento de Canal 9) vas a tener que pedirme perdón´. Y así fue. En agosto pasamos de la mano y ella nos miró de lejos con una sonrisa como diciendo: ´¿Viste?´”, cuenta Mariano.

Mariano Iúdica y Romina Propato
Mariano Iúdica y Romina Propato

Ese no sería el más importante de los “piedra libre”. “Durante la primera cita, Romina y yo estábamos en el auto, frenados en un semáforo de Avenida del Libertador, a punto de darnos un beso cuando de repente un Mini Cooper se nos puso al lado. Cuando se bajó la ventanilla escuché un: ´¡Hijo de puta! ¡Mentiroso! ¡A mí siempre con la verdad!´. Era Gerardo. Y salió disparado”, recuerda. “Hacía rato que venía preguntando: ´¿Vos tenés algo que contarme? ¿Qué te pasa con la Turca?´. Y yo: `¿A mí? Nada...´. ¡Nos había seguido! Engañar al Ruso era imposible...”. De todos modos, nada importaba más esa noche (ni ninguna de las que siguió hasta del día de hoy) que haber logrado “convencerla de que la vida es luminosa y valía la pena vivirla juntos”, asegura. “Yo me había encomendado a mi vieja para que esto funcionara y sucedió. Romina cambió mi vida, la sacudió con un beso y me enseñó a ser el tipo más fiel de este planeta”.

Romina Propato después de dar a luz a Salvador Iúdica (2006)
Romina Propato después de dar a luz a Salvador Iúdica (2006)
Romina Propato y su hijo, Salvador Iúdica
Romina Propato y su hijo, Salvador Iúdica
Mariano Iúdica y Salvador (16), el hijo en común con Romina Propato
Mariano Iúdica y Salvador (16), el hijo en común con Romina Propato

El próximo desafío no costaría menos. Surcada ya la instancia de presentación al mismísimo entorno al que pertenecía, claro está, su exmujer y sus hijas (“porque la aceptación de Bernarda y de Valentía sería la condición sine qua non de la continuidad de la relación”, como dice), seguiría la maternidad. “Yo le insistía: ´Vos debés tener un hijo´. Porque yo la veía vincularse con las chicas tan amorosamente que enseguida le piqué el boleto. Sabía que seguía escondida en la coraza en la que la había puesto la vida”, cuenta Mariano. “Y el primer embarazo lo perdió. Su papá estaba muy enfermo y el estrés se la comió cruda. Cayó duro, se desanimó”, apunta. Pero luego de un viaje por la costa trajeron consigo a Salvador (16). “Mirá si no debiese creer en la señales...”, advierte. “¿Sabés dónde Romina rompió bolsa? En una esquina, debajo del cartel de El Salvador y Carranza. Por mi padre en el cielo te lo juro. Y tiempo después, cuando le propuse adoptar, se tiró de palomita”.

Mariano Iúdica y su hijo Osvaldo
Mariano Iúdica y su hijo Osvaldo
Osvaldo y Salvador Iúdica
Osvaldo y Salvador Iúdica
Osvaldo y Salvador Iúdica
Osvaldo y Salvador Iúdica

El abrazo de Osvaldo. Llamarla “empleada” sería demasiado mezquino. Mirta era un ensamble, una “cuidadora” en casa de los Iúdica. “Una persona esencial y omnipresente para quienes no tenemos mamá ni abuela”, dice Mariano en referencia a sí mismo, a Romina y a sus hijos. “No era raro verla llorar por un hijo de 9 años que vivía en Ypacarí (Paraguay), junto a dos abuelos de 80, durmiendo en un colchón sobre piso de tierra”, cuenta. “Hasta que una vez le propuse: ´No sufras más, traelo. Quiero conocerlo´. Y vino. Le ofrecí quedarse a dormir durante un par de días. Y fluimos tan bien que, una mañana, al ir a buscar a Salvador al jardín, la maestra me dijo: ´No sabía que tenían otro varón... Salva me habló de su hermano´. Lo había titulado. Y ahí todo comenzó a verse diferente”, relata.

Osvaldo Iúdica, de 24 años
Osvaldo Iúdica, de 24 años
Osvaldo Iúdica estudia Recursos Humanos
Osvaldo Iúdica estudia Recursos Humanos

Osvaldo se instaló. En un cuarto y en el abrazo de todos. “Los chicos lo ayudaron con el español, porque hablaba un guaraní muy cerrado. Empezaron a acompañarlo muy de cerca”, relata Iúdica. “Entonces le dije a Mirta: ´Quiero que se quede, vos vas a ser la mamá y yo voy a ser su papá. Tendrá los mismos beneficios que el resto de mis hijos. Pero vamos con la mía. Lo educo a mi manera y vos sabés que, en esos términos, soy muy milico, muy rompehuevos’. Y todo, lo material y lo espiritual, se multiplicó por un millón para él y para todos nosotros. Él nos dio mucho más de lo que pudimos ofrecerle. Osvaldo reforzó a esta familia, la encendió, potenció amor y valores”, cuenta. Hoy tiene 21 años, “y es un chico que sueña fuerte”, describe Mariano. Y no solo se refiere a lo que se le escuchaba decir cuando llegó. Frases del tipo: “¡Siempre soñé con un sillón así!”, por ejemplo. Sino a la posibilidad de un futuro.

Osvaldo Iúdica, en unas vacaciones familiares
Osvaldo Iúdica, en unas vacaciones familiares

13 años después, Mirta volvió a Paraguay (porque su hija mayor la necesitaba). Y Osvaldo es estudiante de Recursos Humanos y continúa con su curso de piloto de aviones privados. “En parte siento que le cagué la carrera de futbolista. Me condeno como responsable de eso...”, revela Mariano. “Osvaldito tiene todas las condiciones para jugar en Primera de cualquier club... Sí, yo lo llevaba a las pruebas, por supuesto, pero me hacía mal con solo pensar que podría frustrarse. Es una sensación que intento evitarle a mis hijos. Yo quería que no se perdiera la vida, que viajase con nosotros, que conociera el mundo, que no quedase por fuera de las anécdotas y que, principalmente, estudiase”, relata. “Y celebré su título secundario como una victoria personal”, define. “Porque me costó mucho que terminase”. Y no habla de capacidades, sino de las hostilidades que Osvaldo recibió durante sus años de secundaria.

Los hijos de Iúdica: Osvaldo, Valentina, Salvador y Bernarda
Los hijos de Iúdica: Osvaldo, Valentina, Salvador y Bernarda

“Fue difícil. La típica, sus compañeros apuntaban a su origen, lo llamaban ´pelo duro´ y otras tantas cosas que lograban vulnerarlo”, recuerda Iúdica. Fue entonces que, “ayudador por naturaleza”, tomó cartas. “Había visto a Mirta muy desanimada después de ir a hablar del tema con las autoridades del colegio, así que decidí presentarme yo. Fui varias veces. Tal vez la última, demasiado caliente...”, describe. “Hasta amenacé con escracharlos si no solucionaban la situación. Al principio me costaba entenderlo, pero finalmente es muy fácil: mientras los chicos sigan escuchando en sus casas frases como ´negro de mierda´, van a repetirlas en otro lugar. No hay mayor misterio: la educación es imitación. Los hijos no nacen malos, somos nosotros quienes los hacemos así”, asegura. “Cuando lo cambié de colegio, me presenté en Dirección y se los advertí de entrada. Pero, para esa instancia, todo era diferente: Osvaldo ya estaba demasiado empoderado, muy respaldado por nosotros”, relata Mariano. “Jugaba carta blanca. Ya no se callaba. El paraguayo suele ser introvertido, pero acá fuimos desarmándolo con abrazos, con besos y con muchos ´te amo´. Y él no estaba acostumbrado a esas formas”.

Los Iúdica, Mariano y Romina Propato junto a sus hijos: Osvaldo (24), Valentina (27), Salvador (16) y Bernarda (25)
Los Iúdica, Mariano y Romina Propato junto a sus hijos: Osvaldo (24), Valentina (27), Salvador (16) y Bernarda (25)

Vive la comunión familiar como una cofradía. Talón de Aquiles. “Razón de todo”, su gran revancha. Es por eso que confiesa padecer “como no imaginé jamás” la ausencia de Bernarda. La menor de sus hijas es “cocinera con honores” (a los 21 ya era jefa de cocina de Crizia). Hace poco menos de dos años, el amor y los avatares de la economía argentina la radicaron en Lanzalote, Canarias. “Es tristísimo, pero así los eduqué. Les di alas y les puse todas las plumas que pude. Así los entrené a los cuatro, para que vuelen alto, para que aprendan, para que abran el mundo”, cuenta Mariano. “Uff, lloro tanto... Y lloré tanto cuando vino de visita. La vi tan plantada, con Bruno, su novio canario... Ay, verla funcionar en pareja, con el pibe (que además es de su palo) entrando a este círculo... ¿Entendés? ¡Mi yerno! Entonces vi la película entera. La vi. Me vi de la mano de mis nietos. Vi todo y volví a llorar una y otra vez”, revela.

“Necesito vernos juntos”, señala. “Esta casa está concebida para eso”. Dice que no puede dimensionar lo que siente cuando escucha reír a sus hijos. Y así describe “la felicidad”. Porque asegura que “no habrá planilla de rating ni negocio mejor hecho que cause algo parecido, ni cerca, a la felicidad de ser padre. Algo que elegí una vez, otra vez y otra vez. Y criaría a 20 más”, enfatiza. “¿Ves? De eso sí me jacto: ahí soy un monstruo total. Siendo papá le compito a cualquiera”, asegura. “Y son en esos momentos cuando miro hacia el banco del jardín y veo a mis viejos, debajo del limonero, sonriendo con música de violines”.

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