Batallas culturales en el interior del poder

Argentina sigue en su eterna confusión. No sabe qué quiere ni cuál es su rumbo como Nación

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Javier Milei y Elon Musk
Javier Milei y Elon Musk

El universo liberal argentino, invariablemente pro-occidental, está confundido con respecto a cuál es el verdadero centro de poder del cual se sostiene el presidente Milei. A su vez, la izquierda sigue en sus viejas formulaciones contrarias a EEUU, colocándose a favor de sus oponentes globales, sin distinguir matices. Ambos grupos ideológicos continúan siendo alfiles de otros poderes. Dentro de Europa y de EEUU se están librando importantes batallas internas, referidas a asociaciones con diferentes centrales de poder. Con el presidente Milei, la geopolítica ha entrado de lleno en Argentina, pero de un modo contraproducente. Los análisis que hemos hecho sobre conflictos lejanos (Ucrania, Medio Oriente, el Mar de la China, el Sahel africano y otros) muestran que tienen incidencia sobre nuestro país, pero indirectamente y a mediano plazo. Pero el involucramiento directo de Milei en el espacio americano y europeo, determinará agendas geopolíticas que habrá que atender a más corto plazo.

Analicemos los hechos fácticos. En la última reunión del globalista Foro de Davos (establishment liberal cosmopolita, financiero, mediático, académico e intelectual) en el cual Macri se sentía cómodo, Milei amonestó ideológicamente a todos los importantes empresarios presentes; en EEUU se reúne amigablemente con los líderes de las empresas tecnológicas (Zuckerberg y Musk), exóticos transhumanistas billonarios claramente beneficiarios de una cultura anarco-libertaria, y también con partidarios de Trump, hacia el que desliza cierta simpatía, pese a ser un claro proteccionista, poco liberal en comercio internacional y amigable con Putin. En Europa se ocupa de atender las reuniones de los partidos llamados de “extrema derecha”, que, en realidad, son un conjunto variopinto que se unieron por sentirse agredidos, económica y culturalmente, por los burócratas de Bruselas, que incluye al premier húngaro Viktor Orban, pro-Putin y enemigo de su “amigo” Zelensky; la mayoría de ellos son conservadores, soberanistas y proteccionistas, opuestos frontalmente a las doctrinas anarco-libertarias.

Son innumerables contradicciones que no existen para sus fanáticos locales e increíblemente tampoco para los monocordes medios televisivos argentinos. Milei también se ha metido con los chinos, maltratándolos ideológicamente y obstaculizándoles sus obras y proyectos locales, atendiendo a las indicaciones de las autoridades norteamericanas, a las cuales “adhiere” sin condiciones. Con Israel sigue su enamoramiento precoz y defiende a Netanyahu. Uno tiene la necesidad de preguntarse: ¿cuál es el hilo conductor de esta borrosa línea de acción? ¿Ideología, estrategia u oportunismo?

Hemos descripto anteriormente que el mundo se encuentra envuelto en una guerra irrestricta (híbrida) a escala global, donde predominan dos conflictos centrales entre las potencias: el tecnológico y el cognitivo. Cada potencia se cierra sobre sí misma y combate fuertemente cualquier avance que puedan realizar sus contrincantes. Los avances tecnológicos en el desarrollo de chips y microprocesadores son más resguardados que los arsenales nucleares. Las plataformas y las redes sociales se vuelven campos de batalla abiertos.

En ese marco conceptual debe destacarse que los conflictos de poder también se han introducido dentro del Poder Financiero, entre quienes defienden el statu quo de las inversiones clásicas (finanzas, energía, alimentos, minerales, bienes de consumo) y los del campo tecnológico que apuestan al capitalismo informacional (Manuel Castells dixit), una nueva fase ultra-tecnológica (viajes al espacio, tecnologías de control social, cyborgs, robots, inteligencia artificial y similares) del capitalismo financiero. Cada grupo tiene su propia estrategia: los primeros (Foro de Davos) manejaban muy bien el fraccionamiento de las sociedades alternando los gobiernos conservadores con los socialdemócratas y alentaban un globalismo hegemonizador mediante variantes culturales que permitieran una lenta, pero segura, disminución de la población, guiados a través de la burocracia de Bruselas. Los tecnológicos (Zuckerberg y Musk) creen que ese método ya está agotado por la resistencia popular, y se inclinan por lograr los mismos objetivos de poder mediante el fraccionamiento y control social por la vía ultra-tecnológica, cuya expresión política serían algunos (no todos) partidos ultraconservadores, opuestos a la burocracia de Bruselas y a los demócratas norteamericanos; todos ellos adictos a las expresiones emotivas extremas de índole religiosa o racial.

La batalla en el interior del poder es presentada como una “batalla cultural”. Los “ingenieros del caos” (expresión de Giuliano da Empoli) utilizan las nuevas herramientas (algoritmos, sesgos de confirmación), para incentivar los enojos u odios (por injusticias, por celos, etc) que siempre existieron en todas las sociedades, pero que ahora las van a buscar a los diversos nichos, para incentivarlas y utilizarlas en polarizaciones útiles a los fines buscados en cada caso. Como dice Giuliano da Empoli, “hay una transferencia de poder desde la dimensión política a la tecnológica”. Se han privatizado las decisiones soberanas de los estados. La política es la pantalla de lo que se programa o ejecuta desde las sombras. La política se convierte en puro show; las nuevas reglas (más emociones extremistas que debate racional) se imponen desde las plataformas tecnológicas, las redes o el celular. La relación entre la ficción y la política se transforma en estructural. El debate parlamentario se debilita y las democracias crujen. Por todo ello, tanto en Europa como en EEUU algunos comienzan a tratar de ponerles límites. En China o Rusia esos problemas también existen, pero más moderados porque el Estado aún mantiene un poder superior a las tecnológicas y regula esos conflictos. Lo mismo ocurre en todas las potencias intermedias, como la India, Turquía, Arabia Saudita, Israel, Indonesia, Vietnam, y otros.

En los momentos de crisis, de hartazgo, cuando las injusticias se vuelven evidentes, y cuando muchos se sienten frustrados y perdidos, es cuando más posible es que ocurran apariciones disruptivas no previstas, como la de un Milei presidente. Si bien fue apoyado por algunos sectores de la alta burguesía nacional en su carrera presidencial, prometiendoles espacios de poder de su improbable ascenso a la presidencia, algunos de ellos ya están algo disconformes porque no le han cumplido lo prometido.

Es que a partir de resultar ganador fue rodeado muy efectivamente por los poderes externos tecno-financieros de EEUU, Israel y GB, que le brindan cobertura internacional y lo utilizan como un efectivo showman carismático, para dar la “batalla cultural” en la lucha del poder global. Por eso está tan ocupado en innumerables viajes por Israel, EEUU y Europa, cuando no ha visitado ni recibido a los presidentes de los países vecinos, ni aún los del Mercosur, como sería lógico de un presidente atendiendo los Intereses Nacionales más cercanos y elementales. Con Menem pasó algo parecido, en cuanto a su sobreactuación extra OTAN y sus “relaciones carnales”, pero todo muy amortiguado por su carisma y habilidad política, aunque los resultados destructivos del patrimonio público y de las pymes industriales sean semejantes; no es casualidad que Domingo Cavallo siempre aparece en circunstancias similares.

El batallar “ideológico-cultural” de Milei se corresponde con el ideario de sus actuales poderosos “socios”, que en realidad son los controladores de su emprendimiento familiar; simplificando, sus “controllers”. Desde su supuesta superioridad de “superstar” hollywoodense, ataca sistemáticamente a la tímida “casta” local e internacional que se lleva bien con el establishment de “Davos”; se reúne con Abascal, cuyo grupo también entona voces a favor de EEUU e Israel; su pelea con Pedro Sánchez, un globalista socialdemócrata, refiere a las posiciones de sus respectivos sostenedores; protege a Netanyahu, personero del ascendente poder militar-tecnocrático. Su apoyo a Zelensky le sirve para suavizar su relación con los socialdemócratas de Biden (FMI), aunque podría haber otros motivos menos claros. Su aparente “irracionalidad” gestual es producto más de una elaboración del modo tecnocrático de construir poder, facilitado por una personalidad apropiada. Su postura ahora ha adoptado un matiz ideológico, que en realidad es bastante flexible, ya que antes de la última campaña, tenía buenas relaciones con algunos sectores peronistas (Scioli).

Su éxito político durará todo el tiempo en que pueda mantener una iniciativa mediática permanente, garantía de atención preferencial, que le permite controlar la agenda diaria o semanal. Quien marca la agenda, conduce el proceso político, e imprime su sello a la percepción de la realidad cotidiana; así facilita que las mediciones de imagen se mantengan dentro de ciertos valores, relativamente altos. Si todo esto decayera fuertemente, perdería su importancia para sus “controllers”, y se iniciaría otro escenario. De hecho, todo el apoyo recibido es meramente político y comunicacional. Pero el verdadero éxito económico solo se verificará por los niveles de inversión, el crecimiento del empleo y la mejora de los salarios. Todo aún demasiado lejano como para opinar.

Argentina sigue en su eterna confusión. No sabe qué quiere ni cuál es su rumbo como Nación. Tiene una identidad indefinida que no encuentra un horizonte estable. Va a los bandazos de aquí para allá, lo cual le impide crecer y desarrollarse. Solo un proyecto que se enfoque en el Bien Común y los Intereses Nacionales podrá dejar de lado sus eternas “batallas ideológico culturales”, que obturan una razonable estabilidad a largo plazo, y que permitirían la llegada de las necesarias inversiones productivas, del crecimiento industrial, de los buenos salarios y del desarrollo científico tecnológico nacional de excelencia.

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