
Es difícil encontrar en la historia argentina un candidato presidencial con posibilidades ciertas de acceder a la Casa Rosada que en entrevistas periodísticas y actos políticos se explaye largamente sobre teorías económicas, políticas y filosóficas de pensadores desconocidos para la mayoría de la opinión pública. De todos los académicos que forjaron la cosmovisión política del líder de La Libertad Avanza, Javier Milei, el neoyorquino Murray Newton Rothbard (1926-1995) encabeza su ranking de preferencias intelectuales.
Egresado de la Universidad de Columbia en 1946 con una licenciatura en Matemáticas y doctorado en Economía en la misma casa de estudios de la ciudad de Nueva York una década después, Rothbard fue un atípico intelectual de derecha de la segunda mitad del siglo XX. Después de coquetear a lo largo de la década del ´60 con algunas figuras académicas de la Nueva Izquierda y con movimientos anarquistas opositores a la Guerra de Vietnam, el ideólogo máximo del anarcocapitalismo fundaría el Partido Libertario estadounidense en 1971. Y en 1977 sentaría las bases ideológicas del Cato Institute.
Rothbard afirmó que en el ensayo La acción humana (1949), obra cumbre de Ludwig von Mises, uno de los máximos exponentes de la Escuela Austríaca, su faro doctrinario, describió a la economía como “una magnifica arquitectura de un poderoso edificio con cada bloque de edificios relacionado e integrado”. No obstante, a lo largo de su vida expresó que la motivación básica para ser libertario nunca fue de índole económica, sino de naturaleza moral.
Esta apreciación guarda relación directa con la estrecha amistad que mantuvo con Ayn Rand (1905-1982), la filósofa ultraliberal nacida en la Unión Soviética, graduada en la universidad de San Petersburgo y nacionalizada estadounidense en 1931. En 1957 Rothbard le escribió una carta a Rand en la que le expresaba que su libro más famoso, La rebelión de Atlas, “no es simplemente la mejor novela jamás escrita, es uno de los mejores libros jamás escrito, tanto de ficción como de no ficción”.
En otro intercambio epistolar, Rothbard le manifiesta su agradecimiento por haberlo introducido en el campo filosófico de los derechos naturales a partir de la epistemología de Aristóteles y la obra de Santo Tomás de Aquino.
Pero la admiración intelectual hacia la autora de El Manantial chocó con un obstáculo familiar. El libertario se había casado en 1953 con Jo Ann Beatrice Schumacher, una historiadora graduada en la universidad de Columbia que tenía una profunda convicción religiosa, y en tal sentido participaba activamente en la Iglesia Presbiteriana. Rand, por su parte, afirmaba que “la fe, como tal, es extremadamente perjudicial para la vida humana: es la negación de la razón”. Estas visiones divergentes entre ambas mujeres determinaron el final de la amistad existente entre dos de los intelectuales neoyorquinos más destacados de la posguerra.

La ruptura definitiva se produjo en 1972 cuando Rothbard publicó un ensayo demoledor en contra de su referente filosófica, a quien acusó de liderar una secta de obsecuentes. Lo dijo sin que quedara ninguna duda: “El culto a Ayn Rand era explícitamente ateo, antirreligioso e hiperracionalista, al tiempo que predicaba la dependencia servil de un gurú en nombre de la independencia, adoración y obediencia al líder”.
El postulado básico de la concepción libertaria de Rothbard sostiene que ningún hombre ni grupo de hombres puede cometer una agresión contra la persona o la propiedad de alguna otra persona. Y concluye que a lo largo de la historia fue el Estado el agresor y violador principal de los derechos básicos del hombre. Y lo resalta afirmando que “lo son todos los Estados en todas partes, sean democráticos, dictatoriales o monárquicos, y cualquiera sea su color”.
Según su visión, en el mundo occidental el capitalismo estatal está en crisis en todas partes, a medida que se va poniendo en evidencia que, en el sentido más profundo, el gobierno se ha quedado sin dinero: “Los crecientes impuestos debilitan a la industria y a los incentivos más allá de toda reparación, mientras que la creciente creación de nuevo dinero provoca una inflación galopante”. A lo largo de su vida, Rothbard mantuvo una postura crítica hacia las teorías monetaristas de la Escuela de Chicago en general, y de su máximo exponente, Milton Friedman, en particular.
En uno de sus principales ensayos políticos titulado Hacia una nueva libertad - El manifiesto libertario, Rothbard se pregunta qué podría hacer su flamante partido por el estadounidense medio (cualquier semejanza con la híperdevaluada clase media argentina es pura coincidencia). Así lo expresa: “Deberíamos tratar de interesar mucho más a este estadounidense medio, ocupándonos firmemente del descontento agravado y crónico que aflige a la masa del pueblo de los Estados Unidos: el aumento de los impuestos, la inflación, la congestión urbana, la delincuencia, los escándalos del asistencialismo”.
Y como un espejo del discurso que Milei pronunciara días atrás en el marco del Council of Americas, el gurú libertario norteamericano escribió en su manifiesto que, “a los pequeños empresarios podemos prometerles un mundo donde la empresa sea verdaderamente libre, despojado de privilegios monopólicos, cárteles y subsidios ideados por el Estado y el Establishment”.

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