El viaje presidencial a Rusia y China estuvo extensamente comentado en medios y redes, por las numerosas frases, estilo Zelig, dichas con total convicción. En geopolítica nadie toma demasiado en serio lo que se dice en los actos protocolares; lo importante es lo que se conversa en privado, se pacta por escrito o se ejecuta realmente. Trataremos de indagar que resultados concretos se pueden esperar de ese viaje.
Rusia está transitando una disputa geopolítica mayor en su frontera oeste (Europa); la disyuntiva es si la OTAN logra avanzar sobre sus fronteras físicas (con Ucrania como ariete) y con ello EEUU logra que Europa siga aliada dentro de su zona de influencia, o bien, como pretende Rusia, que Ucrania quede en zona “neutral” (como lo es Austria) y así seguir induciendo una mayor autonomía de Europa en relación a EEUU. Tanto Francia como Alemania, que ya actuaron como componedores en la disputa del año 2014 entre Rusia y Ucrania, intentan nuevamente aquietar los ánimos, con lo cual nada está escrito definitivamente.
En ese marco llega el presidente argentino y le dice a Putin que Argentina se ofrece para facilitarle a Rusia su “presencia” en América Latina; algo así como ser su cabecera de puente. A Putin le habrá resultado exótico que Fernández desconozca sus antiguas relaciones con nuestros hermanos latinoamericanos, de variada índole, comercial y militar, muchos de ellos cursantes de la Universidad Patrice Lumumba. Además, Alberto Fernández le pide facilitar la incorporación de Argentina al BRICS; tema que seguramente debería haber sido presentado, si fuese su real intención, en forma simultánea ante Brasil, China, India y Sudáfrica, para no desairar a los demás, y mínimamente haber sido debatido internamente.
La capacidad de Rusia para proyectar su presencia en nuestros lares depende de varios factores interdependientes: (a) fácilmente con regímenes de características provocativamente antinorteamericanas: Cuba, Venezuela, Nicaragua. Aunque otros, llamados de “izquierda”, también hacen negocios, sin provocar ningún tipo de conflictos (Bolivia, Perú); (b) el financiamiento y el comercio chino con ciertos países, favorece a Rusia. Debe recordarse que Rusia no es un gran financiador de sus intentos de ventas. Allí es donde China les saca mucha ventaja a los rusos. El PBI ruso es de 1,5 billones de USD, mientras que el chino es 10 veces más grande: 14,7 billones de USD.
Rusia concentra sus ingresos en la venta de energía (gas y petróleo) y es fuerte en armas (42% de las ventas de helicópteros militares nuevos en nuestra región son rusos) y energía nuclear (Rosatom es una gran empresa nuclear con buenos equipos de uranio enriquecido y con experiencia exportadora). Pero no tiene resto para financiar a largo plazo sus ventas militares o nucleares. En cambio, China ha crecido en influencia en la zona a fuerza de chequera, financiando todo tipo de obras, y además comprando commodities alimenticias, minerales y energía. Precisamente China es la que más ha ayudado a aquellos tres países latinoamericanos muy antinorteamericanos, estabilizando políticamente sus regímenes; lo cual les ha permitido involucrarse en formas provocativas de cooperación (militar y de inteligencia) con Rusia. La “soberanía” y la “dependencia” son conceptos bastante teóricos y relativos, cuando un país sigue dependiendo de los intereses de terceros.
A Putin no le debe haber gustado mucho que China haya financiado a Argentina el proyecto Hualong (de uranio enriquecido, que hasta ahora solo ha sido instalado dentro de China), sin haber podido participar de al menos la posibilidad de una licitación internacional. Rusia quiere vender su tecnología ferroviaria, su experiencia en petróleo y gas con sus empresas Rosneft, Gazprom, ya activas en proyectos en Bolivia, Ecuador y Colombia. La industria espacial rusa ha sido otra herramienta de participación en nuestra región, donde ha logrado vender su arquitectura satelital GLONASS, con estaciones terrestres en Brasil y Nicaragua. En minería la empresa Rusal tiene presencia en Guyana y Jamaica con la bauxita para elaborar aluminio. Finalmente, Rusia compra productos agrícolas, carne (Brasil, Paraguay y Argentina) y otros, pero no en la magnitud que lo hace China. Pero el fuerte de Rusia es su capacidad en la guerra de la información, derivada de su experiencia de la Guerra Fría, actualizada en el manejo de las redes sociales. Como la crisis dirigencial es importante en todo el mundo, este es un gran campo de acción (denominado ciberguerra) para su trabajo de desgaste de los regímenes favorables a Occidente, sin preocuparse por lograr una opinión favorable a Rusia. Gran diferencia con China, que quiere ser vista como un ejemplo a imitar para “vender” su modelo de desarrollo.
Para China la IFR, “Iniciativa de la Franja y de la Ruta” (ex “Ruta de la Seda”) es su más importante estrategia para lograr la hegemonía económica y el liderazgo global, creando un nuevo orden mundial, que desplace el centro de gravedad global hacia Asia. Es la base de la política exterior de su máximo impulsor, el presidente Xi Jinping. Su finalidad es muy simple: financiar la cooperación y el desarrollo de infraestructura a nivel mundial, pero obviamente está diseñada para favorecer el comercio internacional chino, con sus lógicos beneficios propios, aunque subsidiariamente también se beneficien los restantes países. Ya comprende 138 países y 30 organizaciones internacionales. Siempre hay buenas oportunidades e impacto positivo cuando se tienen ideas claras, proyectos nacionales definidos y estrategias para lograrlo. No parecería ser el caso de Argentina, que marcha sin rumbo desde hace varias décadas.
Se lo ha comparado con el Plan Marshall para la Europa después de la II GM, que brindó las bases de desarrollo y de bienestar popular para los países destruidos por la guerra. Aquel plan tenía objetivos políticos claros: detener el avance del comunismo soviético, mientras que el proyecto chino privilegia los objetivos económicos por sobre las coincidencias políticos de los países involucrados, sin inmiscuirse en la situación política interna y el tipo de gobierno.
Se basa en incrementar las conexiones y la conectividad de toda la infraestructura, por medio de las vías terrestres y marítimas como corredores económicos (incluye la aérea); materializados en carreteras, ferrocarriles, barcos, tuberías, redes informáticas (incluye el 5G) y aeroespacial integradas. La idea es conectarse con todo el mundo y controlar el flujo en forma efectiva para programar la exportación con fluidez su extensa producción nacional, donde el valor agregado dará empleo, siempre primero a los ciudadanos chinos. Los acuerdos permitirían recuperar, a lo largo del tiempo, las inversiones realizadas. Sin duda la IFR es un negocio muy rentable para China y para muchos países podría llegar a ser, sólo un cambio de collar. Para los países participantes del IFR, el lograr mayores márgenes de autonomía depende principalmente de la calidad de los proyectos nacionales, y de la capacidad y firmeza de sus dirigentes, en sostenerlos.
La puja geopolítica entre EEUU y China es por el dominio de Eurasia, que alberga el 75% de la población mundial y concentra la mayor parte de la riqueza material del mundo. La teoría geopolítica de Mackinder decía que quien dominara la “Isla del Mundo” (Eurasia), dominará al resto del mundo. Claramente la estrategia china, efectivizada en el diseño de la IFR, orienta todo su esfuerzo geopolítico y geoestratégico hacia la región de Eurasia, por medios económicos y comerciales y la construcción de la infraestructura para su conexión. Rodeando esta parte central se ubica un primer anillo conformado por África, Medio Oriente, el Sur de Asia y Oceanía, quedando para la periferia exterior toda América, incluida los EEUU. Eso marca el grado de intereses e involucramientos chinos.
Latinoamérica es una fuente muy importante de commodities; la política china quiere asegurarse esa fuente, independiente de las presiones de EEUU. También es un mercado grande para colocar sus productos industriales. Lo mismo que hacía el Imperio Británico siglos atrás. Como toda “inversión” extranjera, suelen invertir en fábricas maquilas donde se importan las partes y se ensamblan localmente. De la prometida inversión de 23.000 M de USD ya la mitad corresponde a la venta del reactor Hualong, que además de pagarlo, nos obligará a importar uranio enriquecido. Nada nuevo en relación a otras potencias; “no nos hagamos los rulos”, no nos hagamos ilusiones, no nos adelantemos. De las cadenas de valor transnacionales a las correspondientes al circuito chino. No debemos olvidar que casi siempre tenemos un déficit comercial con China. En 2021 fue de 6.500 M USD.
Lo que no se entiende es el palabrerío geopolítico argentino (Xi Jingping en Argentina sería peronista; compartimos la ideología del PC Chino; nos sentimos muy identificados con el PC Chino), que se le ha dado a una propuesta de aliento a las inversiones, que, bien aprovechadas serían muy útil para el país. Para que eso fructifique, deberíamos conocer primero qué quieren los políticos para nuestro país. Chile ya ha adherido al IFR, pero simultáneamente tiene convenios y tratados de libre comercio con más de 70 países, convirtiéndose en un actor multipolar de gran intensidad comercial, pero manteniendo una posición geopolítica casi neutral, sin dependencias demasiado visibles. Es muy deseable que Argentina intensifique su relacionamiento financiero, industrial y comercial con todos los países, independiente de sus ideologías (es lo que hace China; no pregunta mucho y busca su beneficio nacional). Lo absurdo y hasta ridículo es pretender hacer geopolítica “opinando”, en encuentros protocolares, sobre las etapas ideológicas de sus dirigentes y la historia política de las grandes potencias.
El verdadero desarrollo nacional pasa por otro lado: tener un proyecto nacional, con cierto consenso interno; resolver la conflictividad social (inflación y pobreza); la inestabilidad política (grieta); combatir la corrupción y la falta de productividad de todo el sistema; mejorar la justicia; crear un clima favorable para que los argentinos inviertan en su propio país y también tener una inteligente geopolítica que busque sólo el interés nacional.
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