Mis 15 días en Dallas

Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos

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Por cuestiones de familia y algo de trabajo, he pasado 15 días en Coppell, una ciudad de los suburbios de Dallas, Texas. Si bien hace tiempo que resido en el exterior, la realidad de nuestro país no deja de golpearme a diario y más cuando la contrasto con otras sociedades. Es claro que no la sufro como cientos de amigos, familiares y empleados de mi empresa. Pero no por eso estoy ajeno a lo que ocurre. Desde afuera siempre se tiene la mirada menos contaminada. Sumado a esto, los tantos años de vivir, crecer, sufrir y soñar con nuestra patria me dan una sensibilidad especial. Conmigo no va esta cuestión de “no tiene derecho de opinar ya que vive afuera”. Me paro ante el que sea para discutir todo lo que uno ha hecho y hace por Argentina.

Coppell es una ciudad de amplias residencias, calles silenciosas, árboles frondosos y de una tranquilidad soberana y absoluta. Su tránsito es casi nulo y, si lo hay, allí van las grandes SUV y Pick-Up tejanas con un andar extrañamente cansino. Es una ciudad donde no hay nada que hacer y hay de todo para hacer. Paradoja, pero es así. Ninguna casa tiene rejas, los coches se estacionan en las entradas de las casas, ya que sus garajes están llenos de cientos de productos comprados sin sentido en algún momento de la vida. Las ardillas se te cruzan delante y rápidamente eligen el árbol más cercano para guarecerse en él. Los vecinos sacan a sus perros a pasear y ante cada cruce con otro residente se detienen a conversar aunque no se conozcan. Seguramente en esas caminatas también se podrá platicar con los que en “tercera edad de retiro”, se sientan afuera “a la fresca” para simplemente discurrir la vida, entre perdidas conversaciones, viendo pasar escasos autos o intercambiando furtivas frases con los paseantes de esas largas tardes. Las aceras son amplias y están en sombra casi permanente por la gran cantidad de robles. Irremediablemente cada cuatrocientos o quinientos metros, nos toparemos con un parque amplio de diversos pequeños lagos, patos y por supuesto juegos para niños. Allí llegan los pibes, tiran sus bicicletas sobre el mismo pasto y pueden pasar horas jugando en la mayor de las tranquilidades.

Antes de desembocar en mi provocación de hoy, no quiero pasar por alto que en el trayecto manejado desde North Bay Village (mi ciudad) hasta Dallas, algo así como 1.300 millas, he visto no solo impresionante cantidad de obras, sino por sobre todo centenas y centenas de carteles “now hiring”, con los cuales gasolineras, supermercados, hoteles, fábricas, empresas de logística claman por trabajadores de todos perfiles y tipos. La realidad es que no hay lugar donde no pidan mano de obra. Estados Unidos, el capitalismo y uno de los liberalismos más extremos, explota de trabajo y su economía en yunta con China, producen un círculo virtuoso como en décadas no se veía. Básicamente USA exporta carradas de servicios y productos de mucho valor agregado, tecnología y patentes, al tiempo que requiere bienes de calidad a buenos precios. Solo en el 2021, la industria automotriz americana perderá 110.000 millones de dólares de ingresos por ventas, ya que la demanda de autos es tan grande que ha chocado con la imposibilidad de China de dar respuesta a la demanda de microchip (circuitos integrados) que requieren los autos de hoy.

Por lo menos para mí, nunca más claro el pensamiento al concluir que claramente estamos parados del lado equivocado. Seguimos levantando banderas que nos colocan cada vez más lejos del mundo desarrollado. ¿En qué momento de nuestra locura nos hemos puesto a defender a Venezuela, Cuba, Irán, Rusia? ¿Pero qué cuernos nos ha pasado por la cabeza para castigar a Israel, maniatar los acuerdos con el FMI y pararnos del lado de los defaulteadores seriales? ¿Es así como pretendemos ingresar al mundo avanzado? En nuestro “jardín de las boberías”, uno de sus máximos representantes llamó (como una estúpida gracia) al primer mandatario de los Estados Unidos con el nombre de “Juan Domingo Biden” y para no dejarlo solo, nuestra primera soprano complementó que “después de todo, en USA hacen lo mismo que nosotros, planes de ayuda y keynesianismo”. Por Dios, ¿esto es ignorancia, maquiavelismo o decididamente son zonceras criollas?

En mis caminatas barriales por Coppell, siempre trataba de terminar en alguna cafetería, locales de libros o de antigüedades. Esos lugares donde pareciera que el tiempo se hubiera detenido. El relajamiento es casi fronterizo casi con el aburrimiento. Sin embargo, las ideas bullen y se convierten en flechas que se disparan para mis escritos y también para reforzar a nuestra expansiva empresa. Charles Dickens (1812-1870), en “Historia de dos Ciudades”, nos dejó una frase que acuña perfecto para este divagar caminante: “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos”. Mientras en el mundo desarrollado están llegando a niveles de riqueza y calidad de vida sin par, los países del “lado oscuro de la luna” se sumergen más y más en la decadencia. Para unos es la era de la sabiduría y las ciencias, para otros es la era de la locura y de los chambones. Dickens nos devuelve la razón, escribiendo que están aquellos que quieren vivir en la luz escapando de las tinieblas, sabiendo ellos que las primaveras son sinónimos de esperanzas versus los otros que deciden vivir en el invierno permanente o sea en la desesperación, al decir del gran escritor. Y Coppell, Texas, al confrontarse con los suburbios porteños donde me crie, me retuerce en una enorme tristeza.

Marc Auge, nos habla de los “no lugares” como aquellos espacios que, estando en ellos, no podemos percibir dentro de que país estamos. Es así que afirma que aeropuertos y supermercados, por ejemplo, son iguales en la mayoría de las naciones. Tomando esa base de pensamiento, donde el ser humano se minimiza y da lo mismo que sea lo que fuera, ya que es uno quien está perdido en un “no lugar”, me planto en el pensamiento de que estamos generando no solo el país de la no vacuna, estamos impetuosamente desarrollando la no educación, la no Justicia y lo que es peor, la no utopía. Estamos yendo al país que René (Calle 13) invoca como “somos las sobras de los que nos robaron”. Es claro que siempre nos queda un Maradona contra Inglaterra, haciéndoles un gol con la mano o barriéndolos para dejarlos tirados con ese memorable segundo. Pero de esa forma no construimos un país. Los Maradona nos alegran la vida, pero no son sustentables como crecimiento programado. Los golpes de suerte, la soja a niveles récord, la eventual piedad de algunos acreedores, no son un plan estratégico para crecer a largo plazo.

Debiéramos entrar en una era de revuelta intelectual, donde tengamos el coraje de cuestionarnos todo lo mal que hemos hecho de sesenta años para acá. ¡Ey, oposición circunstancial! A vos también te lo digo, a los de amarillo les hablo. Podremos perdonar, pero jamás olvidar, pero por favor no aguantemos más al culpable cuando simula su inocencia. En un momento de nuestra historia decidimos creernos las mentiras de los guitarreros, ya que quizás no podíamos soportar escuchar las verdades. Escuche lector, Argentina es una país pobre. Déjese de macanearse a sí mismo tratando de convencerse de que somos una potencia, ya que no lo somos. Desde mi posición he decidido dar batalla generando más empleo para poder exportar inteligencia nacional, escribir mucho que no es otra cosa que pensar y humildemente tratar de expandir conocimiento, como lo he hecho por más cuarenta años. Donde otros tiran piñas, yo prefiero tirar libros. Donde muchos muestran gatos por liebres con sus falsas filminas, yo prefiero empujar a jóvenes para que se animen a romper las barreras que bandadas de ladrones de sueños y bárbaros atemorizadores les cercaron. No estoy tan convencido que la batalla se deba dar desde adentro del sistema político, ya que está muy amarrado y amañado, sino quizás hay que dar el grito desde afuera para generar un nuevo frente de cultura. No se puede renunciar a aquello en lo que no dejas de pensar todos los días. En Dallas, Texas, lo supe. Muchos están en el mejor de los tiempos. Nosotros estamos en el peor de los tiempos.

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