La droga del gasto social con la cultura de la dádiva genera cada vez más pobreza

Ni con un aumento del gasto social en 5 puntos porcentuales en 2020, el kirchnerismo logró frenar el aumento de la pobreza

El aumento de los planes sociales no logró frenar la suba de la pobreza

El nivel de pobreza que se alcanzó en el segundo semestre de 2020, con un 42% de la población en situación de pobreza, refleja el estrepitoso fracaso de décadas de cultura de la dádiva y el abandono de la cultura del trabajo.

Ni habiendo aumentado el gasto social en 5 puntos porcentuales en 2020, el kirchnerismo logró frenar el aumento de la pobreza, ya que en un año la aumentó en 6,6 puntos porcentuales.

Bajo el argumento del Estado presente y el supuesto monopolio de la solidaridad de los políticos y la supuesta falta de generosidad o indiferencia del sector privado, los políticos en general, salvo los casos que cada uno pueda conocer, han hecho de la Argentina un gran centro de clientelismo político que se traduce en que todos los meses pasen por la ventilla del estado casi 25 millones de personas, el 57% de la población, a buscar algún cheque todos los meses.

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Hay 21,3 millones de beneficiarios de protección social entre jubilados, pensionados, becados y planes sociales. A esa cifra hay que agregarle los 3,5 millones de empleados públicos que hay en los tres niveles de gobierno y llegamos a los casi 25 millones de personas que todos los meses pasan por alguna ventanilla del Estado a buscar un cheque.

A pesar de tanta ayuda social y empleo público, empleo público que en gran medida es desempleo disfrazado, la pobreza sigue creciendo. Es que aun destinando el 66% del presupuesto a gasto social de todo tipo, la pobreza sigue avanzando. Tal vez se puede afirmar que como consecuencia de ese gasto del 66% del presupuesto en gasto social es que crece la pobreza dado que crear todos los incentivos para destruir la cultura del trabajo e instaurar la cultura de la dádiva.

Gran parte del crecimiento del gasto público consolidado se debe a gastos “sociales” y empleo público, particularmente provincial. Ese aumento del gasto público tiene como contrapartida una elevada carga tributaria, emisión monetaria que hizo desaparecer la moneda argentina, endeudamiento del estado y permanentes confiscaciones de activos por parte del estado más regulaciones que asfixian la actividad económica.

Este combo de disparates económicos y de ausencia de reglas claras y respeto por los derechos de propiedad, determina que muy pocos estén dispuestos a hundir inversiones en Argentina para poner una fábrica, un comercio o cualquier otra actividad económica que implique contratar personal, lidiar con los problemas de la AFIP y con los sindicatos, en particular con el líder de los camioneros que tiene como práctica constante bloquear el funcionamiento de las empresas.

La evolución de los planes sociales

En este contexto cada vez hay menos empresas en Argentina con lo cual aumenta la desocupación al tiempo que cae el ingreso real. ¿Qué hace el Estado en ese caso? Recurre a más planes sociales y más empleo público porque, dicen, en esta situación no se puede dejar en la calle a la gente, con lo cual aumentan la presión impositiva, ponen más regulaciones, emiten más moneda o toman más deuda.

El llamado gasto social es como una droga que hace que los políticos se vuelvan adictos y llega un punto en que ya no pueden controlar sus propios actos ante el desborde de la pobreza y la indigencia.

En 1980 el gasto público social consolidado (sumando lo que gasta en gasto social la nación, las provincias y los municipios) era el 15% del PBI. En 2017 llegaba al 31% del PBI. Es decir, duplicaron la carga de gastos sociales sobre el PBI y cada vez hay más pobres y más desocupados. Evidentemente ese no es el camino.

En algunos casos el llamado gasto social se ha transformado en una adicción de los políticos que creen que unos son pobres porque otros son ricos y por lo tanto hay que redistribuir el ingreso. Estos serían los ignorantes que generan pobreza. En otros casos, es una acción deliberada generar pobreza para crear un clientelismo político que haga que la gente dependa del puntero político para poder sobrevivir y tener el voto cautivo.

En cualquiera de los dos casos, la tremenda pobreza que ensombrece la Argentina es consecuencia de haber abandonado la cultura del trabajo y desarrollado la cultura de la dádiva.

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