Cómo disfrutar las fiestas sin tener que encerrarnos a llorar en el baño

La mesa está servida. En la mesa navideña, cada integrante de la familia juega un rol. ¿Cuál será el nuestro esta vez? La tarea más difícil es poder combinar la tolerancia con el hartazgo. Poder defender nuestra militancia, nuestras creencias, nuestros derechos sin dictaminar el fin de la relación con la prima gordofóbica

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Qué difícil es no pelear en las reuniones familiares de fin de año…Mucha gente junta compartiendo una misma mesa en diciembre es caótico. Diciembre en sí es un mes de histeria, intolerancia y terquedad. Todo lo acumulado en los meses anteriores aflora como semilla nueva. Y después de estar guardades tanto tiempo por este año pandémico, es lógico que los humores se despilfarren por todas partes y de maneras distintas.

Las discusiones de fin de año suceden hasta en las mejores familias y no hay nada por lo cual avergonzarse. Si lo pensamos, es casi como una puesta teatral: un mantel de tela vieja desplegado en una mesa que por alguna razón nunca es lo suficientemente grande, copas con vino tinto rodeadas de servilletas para evitar la masacre de la mancha, sillas superpuestas las unas a las otras, el sudor pegajoso de diciembre chorreando por cada una de las frentes, el arbolito que nunca se terminó de armar, el turrón derretido, le vegane que pregunta por su vitel toné de seitan y la gente que llega tarde.

Cada casa es una obra diferente y como tal sus personajes varían, pero vamos con algunos arquetipos como para divertirnos un rato: el tío machirulo, el abuelo fascista y el padre que se cree aliado y no lo es, podrían ser algunos de los personajes típicos de “la obra navideña”. Ni que hablar de la madre que promueve separar la mesa entre chicos y chicas o el primo homofóbico que ya no sabés cuánto más podrás aguantar escuchándolo decir “yo tengo muchos conocidos gays, eh”.

En todas las obras, o por lo menos así lo creo yo, cada personaje tiene un motivo de ser. Sus acciones, sus líneas de diálogo, hasta sus silencios están allí por una razón que muchas veces ni el autor sabe cuál es, pero de igual manera allí están. En las reuniones familiares es lo mismo; ningún comentario es porque sí. Las críticas, los halagos, las insinuaciones, las mentiras… todas expuestas en el texto de una manera extremadamente notoria, pero a la vez, disimuladas. La abuela que te pregunta por qué te pusiste esa pollera y no la otra, la amiga de tu tía que te dice que engordaste, tu hermano que llama la atención y la novia de tu primo a quien por alguna razón no le interesa entablar un vínculo con vos bajo ningún punto de vista. Todes elles están ahí por un motivo concreto, cumplen un papel perfectamente acorde a su forma de ser. Y nosotres, que estamos ahí cumpliendo un rol protagónico, solo deseamos ser extras. Un bolo insuficiente, una “changuita” que sirva para llevarnos una remera linda de canje y nada más. Pero queda feo renunciar en la mitad de la obra. Hace meses que vienen ensayando; ¿Con picada o sin picada? ¿Pan ponemos o llena mucho? ¿Quién trae el postre? ¿Vino o champagne? Son algunas de las infinitas preguntas que vienen formulándose hace más de dos meses. ¿Para qué carajo tanta preparación? me pregunto.

Entre todas las preguntas que me hago, aparece una que me llama mucho la atención: ¿Cómo haré este año para no pelearme con todes? No tengo tantas energías como en años anteriores. Estoy, de hecho, bastante harta de las discusiones que devienen en quién tiene razón más que en un verdadero intercambio colectivo. A lo mejor (y solo a lo mejor) estas reuniones, por más colectivas que parezcan, no lo son. Más bien son un encuentro individualista entre muchas personas. Monólogos que solo terminan con el aplauso abrupto de un espectadore. Y cómo nos cuesta ser espectadores…

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Como feministas de la nueva ola, pienso que es nuestra responsabilidad cambiar el mundo que está por venir. Uf… ¿Un montón, no? Pero, si tan solo pudiéramos ser otro tipo de espectadore este año y, aprovechar nuestra “apertura”, nuestros lentes feministas para ver y criticar esas escenas culturalmente aceptadas, entonces podríamos cambiarlas. Esto no significa juzgar… (aunque en el fondo nos cueste barbaridades no hacerlo) se trata de elegir cuáles batallas dar y cuáles no. Observar, casi como analizando la obra desde otra perspectiva, cambiar de butaca, elegir un nuevo ángulo que nos permita atravesar las fiestas sin enojos incontrolables. Desde ya que esto no significa que debamos rendirnos ni mucho menos, lo último que tenemos que hacer es eso. Pero, también es tiempo de cuidar nuestra salud emocional. ¿Quién no ha terminado consumide post comida familiar? ¿Quién no ha dado todas sus fuerzas y energías para convencer a un señor de sesenta años que las personas pueden no tener género? Es agotador… y muchas veces en vano. Las posibilidades de que cambiemos el pensamiento de las viejas generaciones son bajas. Pero, seamos sinceres; son pocas las personas que se bancan que une pendeje de veinte años les diga “eso está mal”, “eso no se dice”, “estás equivocade”, etc... Y lo entiendo, entiendo que les cueste escucharnos. Imagínense vivir cincuenta años de una forma y que de pronto un ser mucho más joven venga y te diga “hmmm, así no”. Somos seres humanos repletos de egocentrismo y nos cuesta que nos marquen las cosas. ¡Pero no debería funcionar así! Es a eso lo que me refiero cuando digo que nosotres y (mucho más) las nuevas generaciones somos les responsables de cambiar esas dinámicas que ya aburren.

Hay muchas maneras de evitar una pelea. No sé cuál es la mejor, pero la que (para mí) seguro no va es la de “hacer oídos sordos”. Pero, entre eso y quedarse sin voz hay un mundo de grises al cual les (nos) invito a sumergirse para que, juntes, pensemos la mejor manera de vincularnos en esos momentos de tensión familiar.

“La familia es la familia”, dicen algunes... Permítanme disentir en eso. Como siempre digo (y quienes me conocen lo saben) elegir con quiénes nos vinculamos debería ser parte de nuestra cotidianeidad, no un privilegio sino un derecho. La familia entra en ese derecho también… Si tu padre, madre, hermane, o cualquier miembro de tu familia te hace sentir miserable, infeliz, despreciade, le mandamos mil besitos y le “vemos en Disney”. Que sea parte de la familia no le da la potestad de maltratarnos ni de humillarnos. Compartir sangre no nos hace preses de nadie. Familia es y debe ser quien nosotres elijamos para que nos acompañe en “el camino de la vida” y esa gente debe facilitarnos la existencia a través del amor y de la responsabilidad afectiva. Pero incluso esa gente que elegimos puede pensar muy diferente a nosotres. A veces las diferencias no son más que pequeñas anécdotas y muchas otras son trasversales para el vínculo. De esta última opción es de la que les quiero hablar…

Dicho esto y, entendiendo que lo que diré a continuación se refiere a este “contexto de elección” (hoy en día visto como un privilegio), les y nos propongo que pensemos de qué manera es que podemos disfrutar de las fiestas sin tener que escaparnos a llorar al baño.

Volvamos a la obra; la puesta en escena ya está funcionando. Los personajes interactúan con sus respectivas líneas de diálogo, cada cual está en el punto indicado y con el vestuario elegido. Las luces iluminan el escenario y todes esperan con ansias que levanten el telón. Todo está en su lugar y ya podemos sentarnos a disfrutar del show. Lo bueno de esta obra es que se puede comer mientras la ves, un lujo.

Para poder disfrutar de la comida hay que evitar enfurecernos hasta ponernos rojes cuando dicen atrocidades que lastiman nuestros oídos. Por atrocidades me refiero a “la piba está de novia con una chica, ¿podés creer?”, “y es que si legalizan el aborto después van a querer abortar todo el tiempo estas locas”, “el tipo tenía una cartera, ¿Entendés?, era puto por donde lo mires” …entre tantas otras millones de frases posibles.

Nuestra tarea más difícil es poder combinar la tolerancia con el hartazgo. Poder defender nuestra militancia, nuestras creencias, nuestros derechos sin dictaminar el fin de la relación con la prima gordofóbica. Sí, es complicado ya sé… ¡Pero tiene que haber alguna manera! La dejo picando, para que pensemos juntes. A lo mejor lo logramos y pasamos alta navidad o, a lo mejor no y no pasa nada. Lo peor que puede pasar es atravesar una pelea más, de la cual estoy segura nos llevaremos un aprendizaje y, entonces, levantar la voz no será en vano y el clímax de la obra tendrá otro color… muchos otros colores.

Creo que lo más importante de estas fiestas es que elijamos qué personaje queremos encarnar, cuál rol nos sienta bien y cuál no. Perdonar los matices de nuestro guion; perdonarnos si nos alteramos o angustiamos. Abrazar nuestros enojos para que no se metan en nuestras entrañas. Protegernos de las plantas venenosas, de les villanes, de la baldosa floja. Observar con ojos muy abiertos lo que sucede a nuestro alrededor, expresar lo que sintamos expresar y callar lo que sintamos callar. Y, por sobre todo, defender cunto haya que defender. Estas fiestas ningún ataque machista pasará desapercibido.

2020… ¿Qué decirte? Acá estamos para seguir intentando, para seguir viviendo. Estas fiestas nos cuidamos entre todas…entre todes. 2021, te esperamos con la mesa servida.

Baja el telón.

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